Se aproxima otro 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, por lo que aprovecho este espacio para reflexionar sobre el tema del aprecio propio, no de la mujer como un colectivo uniforme, sino de la mujer individual —cisgénero o transgénero—que vive como tal a partir de sus propias experiencias. Para comenzar, ¿qué tienen que ver Bernarda Alba, algunas sitcoms y un esmalte de uñas con el aprecio propio?
El caso de la matriarca de la obra de Federico García Lorca puede ser quizás el más obvio. ¿Qué sentido de autovaloración puede tener un personaje que reprime todo lo “femenino” para aferrarse a un estándar misógino en el modo de regir su vida y la de sus hijas? Es obvio que Bernarda es represiva para consigo misma y opresiva para con sus hijas y criadas, pero habría que indagar qué fue lo que la llevó a esos niveles de autonegación —automutilación emocional, si se quiere— que la alejaron como ser humano. Una cuidadosa lectura del drama hace patente que la matriarca no solamente quiere ser “más papista que el papa” para con su propia madre, sino que además ha caído en la trampa del miedo, lo que la lleva a ser una tirana psicológica con todas las féminas que habitan en su precario bastión, o sea, la casa.
Un fuerte desprecio por lo femenino y por el ser mujer se ha alojado en Bernarda y su relación con el mundo y las personas que la rodean. Ese desprecio es síntoma del encuadre sociocultural patriarcal y machista que la circunda, pues para muchas mujeres ser “fuerte” o no, muchas veces depende de los propios prejuicios de género con los que se mide su reputación[1]. Pero, ¿por qué ella se precia de ser la patriarca —si es que este tipo de matriarca/matrona no es una patriarca después de todo— que pretende mandar en la vida de todas las mujeres cerca de ella? ¿Por qué les niega el espacio y el aprecio personal a las demás?
Sobre la problemática del patriarcado como paradigma y su perpetuación, Mary Daly (1985) trae a colación el asunto de la complicidad en que a veces las mujeres incurren, lo que requiere otro por qué. ¿Por qué un grupo o un/a individuo/a entra, conscientemente o no, en este tipo de complicidad con dicho paradigma? Dado el clima imperante en cuanto al asunto de género —debido al curso de la historia, colonizaciones, conversiones y mentalidades que se han propagado en nuestro mundo— no debe sorprender que a veces se caiga en esa complicidad de manera inconsciente.
Todavía la mayoría de las figuras de autoridad reconocidas como tal son hombres (usualmente de cierto estatus social, raza o etnia), y en muchas partes las asocian a Dios, como una entidad paternalista y, en efecto, como hombre. Nos volvemos súbditos de lo que endiosamos; nos sometemos a lo que rendimos culto. Por eso, cuando conscientemente una persona se hace cómplice del patriarcado —y a otros paradigmas de explotación y desigualdad— también, irónicamente, se hace súbdita de un encuadre sociocultural que no le otorga el propio aprecio que merece. Así, el cáncer sociocultural de la misoginia, en sus diferentes manifestaciones (violencia de género, violación sexual, represión psicológica, opresión del cuerpo, automutilación, explotación laboral, trata humana, etc.), se sigue propagando en nombre de la suprema sumisión.
En esa complicidad cae toda una gama de actitudes y (des)valoraciones: desde el (auto)desprecio del personaje de Bernarda por haber nacido mujer a, por ejemplo, la prometida del personaje de Floyd en la cuarta temporada de 30 Rock, serie de NBC. Floyd le dice a Liz Lemon que no tiene amigas mujeres “dis que” por su físico. Para esta chica, ser de talla 2 es automáticamente motivo de envidia y de rechazo por parte de otras féminas que la ven como una amenaza, lo que se encuadra en lo hipernormativo. Para ella, haber nacido con cierta constitución física como mujer se vuelve motivo de desprecio y de relaciones problemáticas o inexistentes con otras mujeres.
En esa complicidad del diario vivir, cae también la amiga que nos insiste en ir al gimnasio, no por compartir tiempo juntas haciendo algo saludable, sino porque no tolera esas siete libras “de más” ni en ella ni en ninguna otra. Esa complicidad también emerge en programas y sitcoms que, si por otra parte reclaman mostrar actitudes “libres” en cuanto a la sexualidad, todavía no plantean actitudes liberadas hacia el cuerpo y la apreciación de este en sus millones de posibilidades. Desde el personaje de Sally en la serie británica Coupling (BBC) —quien se obsesiona por no tener ni el cuello ni el trasero perfecto— hasta las amigas de Sex and the City (HBO) —quienes, en una de las películas, arman un revuelo porque una de ellas ha decidido no afeitarse “al ras” en ciertas áreas—, el cuerpo de (la) mujer continúa siendo la gran frontera todavía por cruzarse, superarse y declararse libre.
Por eso resulta refrescante que la modelo plus size Tess Holliday, de talla 22, aborde el asunto del aprecio del cuerpo y el tema de la salud. Ella se refiere a un informe de la revista Glamour en el que 97% de las mujeres reportan no estar satisfechas con su cuerpo y apariencia (Here & Now, 2015). Aunque la salud es un tema de incuestionable importancia, hay que reconocer que muchas veces se utiliza la misma para encubrir prejuicios ante los cuerpos que se salen de la norma, es decir, de las tallas impuestas por estándares que no aceptan una mayor y más realística diversidad.
Muchas personas se adhieren al mantra de “hay que cuidarse”, pero, para no lucir esas libras “de más” y no parecer como si se hubieran descuidado, lo traicionan con dietas mal fundadas y productos con alto contenido de químicos nocivos. Someter el cuerpo a procesos, ingredientes y prácticas nocivas es un modo de automutilarse, o sea, un problema de aprecio personal: eso no tiene nada de saludable.
Ni la asertividad —a lo que Bernarda Alba mejor hubiera aspirado y de lo que los personajes mencionados de los sitcoms se habrían apropiado si hubieran aceptado su apariencia tal cual— ni la buena salud —a lo que debemos aspirar más allá de las tallas y las apariencias— deben ser materia de manipulación retórica. Mejor ser la Eulalia del cuento La fea de los mil rostros hermosos de Gisela Paoli (1997), quien hace de su espacio personal un tipo de hogar donde anclar su aprecio propio. Eulalia posee la clave transformadora de la supuesta fealdad: su expresión musical, ante la que “todos los habitantes, al escucharla, iban imaginando un rostro hermoso” (p. 5).
El 8 de marzo de 2013 cruzaba yo una de las calles de Condado a la hora en que padres y madres llevan a sus hijos e hijas a las escuelas del área. Allí, donde me encontraba antes del cambio de luz, había una chica repartiendo como promoción potes de esmalte de uñas, acción que acompañaba de un sonreído “feliz día de la mujer”. No desprecié su sonrisa, pero tampoco podía entrar en complicidad con la tergiversación de lo que el 8 de marzo significa y la historia que implica[2], por lo que decliné aceptar la oferta. Algo entre el aprecio propio y el propio aprecio me dejó pensando más allá de la sonrisa.
Notas:
[1] Sobre dicho prejuicio en el aspecto laboral del profesoriado, ver: <http://www.nytimes.com/2015/02/07/upshot/is-the-professor-bossy-or-brilliant-much-depends-on-gender.html?smid=fb-share&abt=0002&abg=0>.
[2] http://www.ite.educacion.es/es/inicio/noticias-de-interes/763-8-de-marzo-dia-internacional-de-la-mujer.
Lista de referencias:
Daly, M. (1985.). Beyond God the Father Boston. Boston. MA: Beacon Press.
Paoli, G. (1997). La fea de los mil rostros hermosos y otros personajes rescatados. Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico.
(2 February, 2015). Plus-Size Model Makes History. Here & Now. Recuperado de <http://hereandnow.wbur.org/2015/02/02/tess-holliday-plus-size-model>.
Lista de imágenes:
1) Hipatia (2014). Todos los días son 8 de marzo.
2) Neovermin (2015) Bernarda Alba.
3) Lara A. Serodio (20 febrero, 2015). Soy una esclava del patriarcado.
4) Instagram, Tess Holliday.