Odio al ser: breve oda al reinado del Bestia Rican

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Tengo que reconocer, con la trepidación de un padre que celebra la primera borrachera de su hijo primogénito, que cuando el terruño decide vomitar odio lo hace consistentemente. Consistencia, en lo que sea, será siempre agradecida y loada cuando con su presencia nos consagra en la mejor ínsula barataria del Caribe. Sí, querido/a lector/a, ya sabe por cuáles rincones de amargura y bilis mesiánica podría irse esta columna, por donde pulula el daemon particular que se apodera de mi cerebro. Sin embargo, y para sorpresa de los dos o tres que me leen, intentaré contener mi lengua virtual, bajarle un poquito a la catarsis despotricante, y llegar a un estado de excepción zen.

No, querido lector, no cierre la pestaña de su “browser” todavía. Sí, sigo siendo yo, el mismo ser de luz y paz dotado con cierto grado de infamia en ciertas esquinas de la internet por… hablador. Sí, intentaré cambiar un poco mi estilo esta vez. Digamos que es un experimento social, a ver si acorto en algo la larga lista de gente que me detesta. Todavía no tengo claro el por qué me inclino en esta dirección. ¿Ataque de conciencia, tal vez? ¿Acaso habrá germinado en mí la semilla del respeto por la opinión viciada y estúpida del Lumpenpuertorricariat, embarrado en su propia descarga cloacal, enamorado del auto-odio y…?

Ah, maldición. Vale, creo que mi rehabilitación tendrá que esperar, ¿de acuerdo? ¿Dónde estábamos?

¡Ah, el Bestia Rican! Vamos, entonces, a lo que vinimos, porque si no, nunca llegamos. O tal vez nos conviene nunca llegar, porque si llegamos nunca salimos. Y el que se quiera quedar, valga la aclaración, necesita tal vez de dos o tres bofetadas de iluminación y amor fuerte, aunque admito que Puerto Rico nutre al masoquista que todos llevamos por dentro y eso hace de la partida una difícil. Hoy, mis amados, les escribo sobre camisitas inocentes, sobre peticiones a la Casa Blanca, y del todavía asombroso grado de estupidez colectiva que pasa por Volksgeist en nuestra querida Somalia del Caribe. Sí, comencemos abordando el tema de nuestro peculiar espíritu de pueblo, adornado con mancha de plátano, crucifijo y camisas que invitan a la violación placentera. Nunca sabré el por qué no vi más de esas camisas en la solemne marcha contra la educación de perspectiva de género. ¡Oportunidades de mercado perdidas para llamarle puta a toda feminista satánica y pro-gay!

Porque déjenme decirles que esto de la Agenda Gay™ (bella, hecha en cuero y con terminaciones doradas) es algo serio. Se quieren quedar con to’, mi gente. Con derechos humanos básicos, con ganarse el muy merecido respeto que se les debe como ciudadanos y miembros de la sociedad, con eso de poder casarse y hasta adoptar. ¿Qué más quieren, el voto? Mira lo bien que nos va luego de darle el voto a las mujeres, que se creen que se mandan, que pueden salir a la calle y peor, esperan no recibir insultos y hostigamiento. Todo el mundo sabe que los hombres no se pueden controlar, ¿no? Todo es culpa de la Agenda Gay™ (ahora disponible en varios tamaños) y del libertinaje de estos tiempos modernos. Como dijo hace tiempo San Yiye, Santo Patrón de los Memes de Internet: “mujer, no uses pantalones”.

De hecho, eso debería de ser el próximo proyecto de ley pasado a viva voz en la isla. Si le quitamos el derecho del voto a los presos, ¿por qué no a las mujeres? Piénsenlo. Es la lógica incuestionable de nuestra gran familia conservadora, cristiana, disfuncional, endogámica y pederasta. ¿No ha sido tradicional el llevarse a las nenitas al campo? ¿No es tradicional que los primos se expriman? ¿Que los padres abusen de sus hijas? Nuevamente, seamos consistentes. Sé que la historia no tiene cabida en la cultura puertorriqueña, pero sí la tradición. Saque el cuatro y a violar se ha dicho.

Y hablando de violar, ¿no les parecieron graciosas esas camisetas que estaban corriendo por las redes sociales? Muy jocosas, con mensajitos como “no me mires así, que te violo” o “acércate, sólo quiero violarte”. Esas mismas que estaban siendo defendidas por tantas mujeres como “inocentes” y “graciosas”. Seamos sinceros, no se puede ser más culturalmente apropiado que con estas camisas. ¿Acaso las mujeres no nos pertenecen? Son nuestra propiedad. Legislamos sus derechos reproductivos, lo que pueden ponerse y dónde. ¿Qué hacía aquella chamaca sola a esas horas? Puteando, seguramente, porque la mujer es de la casa. Ah, eso me acuerda a otra de las generosas camisas como “cabrón qué puta”. Aplausos. A recordarle a las féminas que todas son costillas de Adán, y alabado sea Dios. Pero la virulenta cultura machista no se reduce a eso o a los infames anuncios de goma de mascar de hace un tiempo atrás. No es simplemente la continua reducción de la mujer a objeto sexual en la cultura y música popular. La cultura machista se propaga por todas las estructuras de poder que rigen supremas entre el miasma mental boricua: la iglesia y el partido. 

Nuestro auto-odio es un odio a la democracia real, al Otro que sea de moda perseguir en el momento preciso. Los puertorriqueños precisan de ser subyugados, de venerar a fuertes figuras de autoridad, sea Papito Dios que castiga por cualquier cosa, a papá en la casa que le da de galletas a mamá para ponerla en su lugar, a la policía que arremete contra estudiantes para que aprendan, al macharrán que le pega al gay "pa’ que se deje de paterías", al cura que sobetea al nene… todo es un cuadro sintomático, muy ya parte de quienes somos.

Las mujeres no marcharon en contra de la educación con perspectiva de género porque entendían que la implementación de este proyecto podría llevarse a cabo accidentalmente. Marcharon para garantizarle a sus amos machos el dominio de éstos sobre sus cuerpos. Marcharon para brindarle continuidad a lo único que conocen, al fíat divino que las identifica como fábricas de bebés y siervas obedientes. Marcharon por su fe, por ese edificio quebrantable y raquítico de explotación e ignorancia. Nuestro odio es ignorancia de la más burda e imaginable. Si no contamos con un cacique en el terruño lo buscamos fuera, entre los dioses del norte, y les exigimos que remuevan al idiota de turno.

No es que simplemente no conozcan cómo funciona su constitución. Responde a algo mucho más íntimo: la pluralidad de voces nos asquea. La libertad de expresión nos incomoda cuando no descansa en el insulto sectario. El voto nos parece un acto contra-natura, tan aterrante que tenemos que reducirle, que negarle, que cuestionarle su validez. ¿Y cómo no hacerlo, si lo que pasa por democracia en la isla es la ejecución más risible de la franquicia electoral? El vota o quédate callao’ tiene raíces bien profundas. Por eso denigramos a las mujeres y la comunidad LGBTT. Por eso abusamos de nuestros niños. Por eso gritamos “puta” y “loca” como si estuviésemos diciendo la hora del día. Nuestro odio nos define.


Así que, querido/a lector/a, llegamos, ya que vinimos. A ver si ahora salimos. Cuando leas otro status nauseabundo y lleno de mentiras por parte de PR Por la Familia, cuando veas otro debate vacío entre dos monigotes de nuestra oligarquía política, cuando el cura o pastor te recuerden que el gay es hijo der diablo, recuerda mis palabras: el Bestia Rican necesita odiarse para poder sentir algo, lo que sea, pues deslizarse en el lodazal le priva de experimentar la vida propiamente. Tal vez así pueda sobrevivir un poquito más, mentirse que está luchando por un mejor futuro para el país, mientras prepara poco a poco la maleta. No hay deshonra en irse cuando la lucha se vuelve imposible, y la diáspora no silencia, para el pesar de muchos, pero sí hay locura en quedarse cuando se ve la derrota ante el imperio insoluble del Bestia Rican.

 


Lista de imágenes:

1) Lilli Carre, Nine Ways to Disappear, 2009.
2) Lilli Carre, Too Hot to Sleep, 2012.
3) Lilli Carre, Sin Título, 2012.
4) Lilli Carre, Private Lives, 2014.
5) Lilli Carre, Heads or Tails, 2015.