Llegar a viejos


Este es el tiempo, este tiempo y este mundo que nos tocó vivir.

Este tiempo y este mundo que no podemos cambiar por otro, al menos a corto plazo.

A mí, a mí me proporciona siempre la sensación de estar viviendo en medio de misterios indescifrable o al menos gran parte de las cosas que me rodean para mí son misterios indescifrables, que aquellos que  conocen las claves no tienen el gusto ni la delicadeza de contarme de qué se trata.

Esto por un lado y por otro, entre aquellas cosas que entiendo, entre aquellas que no me resultan misteriosas, a poco que pienso descubro que muchas de ellas son unas absolutas insensateces. Mala compañía digo yo. Es lo que hay. Una de estas cosas, de esas insensateces, una de estas tremendas insensateces de esta sociedad es el trato que se les da a los viejos.

Cuando uno ve cómo esta sociedad, es decir nosotros, creo, cuando uno ve que esta sociedad trata así a sus viejos, llega a aceptar que este slogan del “Se usa y se tira” le es tan aplicable al hombre como a un “tampax” o a un envase no retornable.  

Porque esta sociedad, o sea nosotros, al hombre, a la mujer, después de sacarles todo el jugo, acostumbra a condenarlos al pacto del hambre, a humillarlos, arrinconarlos y abandonarlos.

Y esto no solo es una canallada, es peor, mucho peor, esto es una demostración palpable de la estupidez de esta sociedad, porque por un lado aquellos que hoy se sienten jóvenes han de reconocer que con el transcurso del tiempo, a lo más que pueden aspirar es a envejecer con dignidad y difícilmente podrán hacerlo si los que hoy son jóvenes no ayudan a los que hoy son viejos a envejecer con esta dignidad.

Esto por un lado y por otro, ¿qué quiere que les diga?

A mí personalmente, siempre me pareció estúpido y criminal el quemar los libros, destruir los archivos, disociar el conocimiento o despreciar la experiencia.

Y esto es lo que esta sociedad, o sea nosotros, hacemos cada día con los viejos.

Esto lo cuento porque viene a colación de esta historia escrita para esos niños que llegaron más lejos  porque salieron antes: A los viejos
—Joan Manuel Serrat (1987)


 

 

Si me dieran a escoger qué libro, qué investigación utilizaría para explicar de forma clara y concisa la situación de nuestros viejos y sobre todo la de la sociedad que los alberga, sin duda escogería estos pensamientos del cantautor catalán Joan Manuel Serrat, a propósito de presentar su composición musical Llegar a Viejo. Es precisamente su señalamiento de la estupidez humana respecto al trato, o mejor dicho al maltrato, a nuestros viejos, el que me conmueve porque sé de lo que se trata: de la necesidad de hacernos una radiografía como individuos y como sociedad. Si la vida es un misterio, que lo es, y aun cuando creamos que lo sabemos todo, es pertinente observar que ni siquiera de aquello que pudiera ser tan obvio sacamos las lecciones necesarias para asegurar nuestra supervivencia como raza humana.

Hemos olvidado que hasta ahora, a menos que la ciencia demuestre lo contrario, somos parte de un ciclo natural, de nacimiento, desarrollo, decadencia y muerte. Cambia, todo cambia, pero al parecer no cambia la necedad humana. Respecto al cambio y la necesidad de mirarnos con ojos distintos, es imprescindible tocar nuestro modelo educativo. Si el niño, el joven, el adulto y el viejo reconocieran que son parte del ciclo de la vida, de seguro la mirarían (la suya y la de los demás) con absoluto respeto. Es precisamente ese reconocimiento el que falta, el que está ausente la mayor parte de las veces en nuestro proceso educativo.

Amén de que no ha sido hasta hace poco que los temas de la vejez y la muerte se han considerado parte del currículo, el miedo de integrar lo natural a una sociedad construida sobre modelos económicos excluyentes hace posible que (como muy bien señala Serrat) con los viejos se utilice el slogan “Se usa y se tira”. Los exprimimos y luego los abandonamos. Son parte de la teoría de la obsolescencia programada que tan bien les aplicamos a los productos que compramos, cuyas vidas útiles se van de nuestras manos tan pronto aparece lo nuevo en el mercado, como los autos o las computadoras con chips. Obsolescencia tal, que nos hace rehenes del libre comercio y sus tratados, la basura, la contaminación y la deuda nacional: constitucional y extra constitucional.

Aquí hay que pensar que no basta con que enseñemos cursos de Gerontología o sobre la muerte donde se discutan las estadísticas demográficas, los números ascendentes de la población vieja o envejecida, las condiciones deplorables en que vive un gran sector de esa población, las agencias que se encargan, o no, de velar por ellos, o las distintas teorías de por qué envejecemos y cómo envejecemos, sino que hay que despertar en nosotros mismos y en los estudiantes el sentimiento de la empatía. Esta empatía tiene que salir del conocimiento o reconocimiento de que todos somos uno, por más que nuestros sentidos externos vean las cosas aisladas o separadas. El profesor que está dictando el curso debe hablar de su propia vejez o de su propia muerte porque este tema le aplica a él tanto como a sus estudiantes. Esto sería poner a escala humana el conocimiento y su búsqueda; aunque no lo sepamos, nos sirve a todos y, sobre todo, revoluciona la vida, nuestra vida. Cuando logramos reconocerlo, el proceso educativo es una gran fiesta o un gran concierto en el que, tanto los que ejecutan como los que escuchan, se aplauden y bailan la pieza musical de acuerdo con el ritmo indicado. Así se sintieron los aplausos a un jovencísimo Serrat, luego de una muy fuerte crítica a la sociedad que abandona a sus viejos, una noche de 1987 en un concierto en México.

Es necesario que recordemos que, hasta la fecha, todo lo humano es transitorio y nos unimos a nuestro entorno natural siguiendo el ritmo de la vida, ritmo que hemos alterado, pero no destruido. Está dentro, intacto, no descubierto, y, cuando a través de la palabra ocurre el milagro de su descubrimiento, ese ser humano que buscamos impactar a través de lo que llamamos “educación”, se ve otra vez como parte de esa vida. Entonces busca sus raíces en las voces de los abuelos, de los familiares y gentes que lo antecedieron, sirviéndose de la historia oral y la escrita. Descubre que somos el producto que resulta de una madeja de la historia humana que se hunde en los siglos y se rescata en su propia vida. 

Es difícil, desde nuestras obsoletas estructuras económicas y sociales, manejar el concepto de “lo humano”, cuando todo se ha convertido en un número, en ganancia y perversión. Desde planes de salud que escatiman el gasto en sus enfermos, a farmacéuticas que crean sus productos a base de lo que le rinda beneficios económicos y de la peligrosa invención de condiciones y enfermedades para las que ya se busca la consecuente cura.

Ante esa monstruosa barrera de intereses tiene que abrirse, a prisa, la educación para contrarrestar el avance de nuestra desnaturalización. Tendremos que construir un Puente y un Nuevo Modelo Educativo, respecto al actual, basado en lo humano (razón y emoción, intelecto y pasión), que nos encuentre donde justamente estamos ahora: en la encrucijada de seguir admitiendo estudiantes a los que tratemos como clientes, números, excedentes de producción de un sistema que los escupe como, precisamente, hace con los viejos. También lo podríamos ver como una oportunidad única de impactar sus vidas, mientras, a su vez, ellos impactan las de otros y toman el batón que les corresponde para hacer de este experimento de la existencia humana una mejor, más digna  y justa desde el nacimiento hasta la muerte. Se podría decir que, de esta manera, “la mesa está servida”.

Pensar y estudiar la vejez y la muerte precisa estudiar y pensar la vida; precisa que cada uno de nuestros estudiantes (nosotros incluidos) se descubra así mismo como parte del mundo que estudia y que, con su reconocerse en él, pueda transformarlo para bien. Podríamos de esta forma pedir lo imposible porque es lo único útil y real. Recordemos las palabras de Hostos (1969), quien afirmó que educar es aspirar a la utopía de forjar a un ser humano completo sin obsolescencia:

“Ser niño de corazón, adolescente de fantasía, joven de sentimiento, en la edad de la madurez temprana, en lo que quiero llamar edad científica; ser armonía viviente de todas nuestras facultades, razón, sentimiento y voluntad movidos por conciencia, ser capaz de todos los heroísmos y de todos los sacrificios, de todos los pensamientos y de todos los grandes juicios, y poner en todo aquello sinceridad, aquella verdad, aquella realidad del ser que solo de ese sentimiento, que solo de él trasciende; ser, finalmente, un mediador entre el racionalismo excesivo, no por racionalismo, sino por absorber en él todas las demás actividades independientes y necesarias del espíritu, y entre el pasionalismo de los que creen que todo lo hace la pasión, eso es lo que yo llamo hombre completo, eso es lo que practico”. (pp. 194-195)

Y ese ser humano completo requiere el estudio y conocimiento de todo lo que lo hace humano: las contradicciones y paradojas de la vida; el avanzar y el retroceder; ser un proyecto incompleto al que le espera su evolución hasta la muerte y su trascendencia. Como maestros tenemos en nuestras manos ese proyecto inconcluso y la gran responsabilidad de enfrentar a ese joven con sus propias contradicciones: juventud, vejez, vida y muerte; y de paso enfrentarnos nosotros mismos con este, nuestro breve paso por la tierra. Ese gran misterio que podemos adornar con teorías, credos y miedos, pero que es hasta el presente nuestra única certeza.

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Como profesora del curso de Gerontología en la UMET, advierto la lejanía con que los jóvenes conciben la vejez y mucho más la muerte. Cuando les pido que entrevisten a sus viejos, entonces buscan esa sabiduría —hasta el momento perdida y traspapelada— y la descubren como parte de su propia historia. Entonces comparten generosamente con el grupo las palabras de sus mayores:

“Estuve compartiendo unos días con mi abuela, hablando de su pasado, niñez, su juventud. Ella dijo que fue a una terapia y que le gustaría volver a hacer otra actividad que fuera parecida”.

“Mi abuela es una mujer fuerte y de mucho carácter; la vida le ha dado muchos retos… y ella en pie de lucha. Esta entrevista me ha hecho amarla más y admirarla como mujer, madre y abuela”.

“Mi abuela recordó lo bello que es vivir, lo hermoso de estar en familia y sobre todo me recordó lo importante que somos en su vida. Al culminar la entrevista le di un beso en la frente, le dije: ‘te amo, gracias por ser mi abuela y permitirme ser tu nieta’”.

“Cuando me habló de la responsabilidad, me dijo que es algo que debe tener todo el mundo y que él espera que todos en su linaje sean responsables… y me miró de reojo”.

 “La educación en la vida es muy importante para que en el trayecto de la misma no te engañen. Antes la educación tenía una definición tan diferente de lo que es ahora” .

Cuando leo los pensamientos que recogen mis estudiantes, pienso que ver la muerte como algo natural y el envejecer como parte del proceso da una tregua a nuestros desvelos. La vida es desafío, la muerte es conquista y el camino historia. Y así como Serrat nos pide entre líneas que “dejemos de ser estúpidos”, yo pido que comencemos a ser “inteligentes… buenos”. Así, llegar a viejo “No nos quitaría lo bailado”.

 


Lista de referencias:

Hostos, E. M. (1969). Diario 1. En Obras Completas (Tomo I, pp. 194-195). San Juan: Editorial Coquí. 

Curso GERO 301: Aspectos Psicológicos del Envejecimiento. (2014, junio). Entrevistas realizadas. Cupey: Universidad Metropolitana.


Lista de imágenes:

1) A.H. DL, "Vejez juvenil", 2012. 
2-5) Antonio Finelli, de la serie Rastros de la vejez, 2014.

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