Inmasculinidades: sobre el sitio

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La historiadora de arte Miwon Kwon en su libro One Place After Another habla sobre las prácticas contemporáneas del arte de “sitio específico” (“site-specific”). Kwon explica cómo este término, desde su origen, alrededor de la década de 1960, es un concepto difícil de singularizar por lo multidisciplinario de las artes en la posguerra. A la vez, explica que éste, por su acertada y versátil semántica, ha sido sobre utilizado casi indiscriminadamente para describir tantas manifestaciones artísticas, que ha sido necesario pluralizarlo (“context-specific, debate-specific, audience-specific, community-specific, project-based, site-adjusted”). Por esta razón, Kwon observa que hablar de sitio específico es un “reto epistemológico”, puesto que es necesario “relocalizar el significado, desde adentro del objeto de arte, hacia las contingencias de su contexto” (13).

El sitio específico describe algo insustituible sobre el proceso de hacer arte hoy día. Esto es, que las ideas no se engendran al vacío, sino que necesitan —hasta requieren— ser parte de su lugar propiopara ser realizadas efectivamente. El arte de sitio específico pretende existir, ser diseñado y creado en su sitio y ninguno otro. Como si fuese su derecho inherente, como si al generarse el arte allí le diera titularidad poética sobre un territorio. Sería tal vez decir que hasta le pertenece, porque es el lugar donde ese arte nació. Miwon Kwon cita la célebre frase del artista Richard Serra en su disputa sobre la pieza de arte público “Tilted Arc” cuando dijo en 1989 que: “remover el arte (de su sitio específico) es destruir el arte”.

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Yo extrapolo las ideas de Kwon y me pregunto de qué modo el desarrollar ideas para el arte se podría parecer a desarrollar ideas para la vida misma: ideas de cómo vivir. Si es acaso esto posible, y tomando el concepto de sitio específico en consideración, cuestiono: ¿qué de la idea de mudar nuestros cuerpos de su sitio? ¿Cómo se resignifica entonces nuestro ser interno? ¿Qué le hace esto a nuestra visión personal, a nuestra misión de vida? ¿De qué maneras nos “destruye” individual y colectivamente la radical traslación de nuestros cuerpos? 

Pienso esto, en particular, a partir de nuestra más reciente diáspora. Hay quienes han catalogado a nuestros migrantes como desertores, por haberse mudado en tiempos de crisis, cuando son necesitados aquí. De igual manera hay quienes son percibidos como héroes por las mismas razones, por regresar, y contribuir con nuevas experiencias, nuevos bríos de trabajo. Tal vez más importante que los dos grupos anteriores son quienes nunca se han ido, ya sea en el avión real o en el viaje mental de los desertores y los héroes. Esos que se quedan, son probablemente los que sostienen diariamente al país, no solo económicamente, sino moralmente también, con todas las complicaciones que eso pueda implicar. Y es que es difícil juzgar. Cada caso es individual, es todo muy específico a las circunstancias socioeconómicas y a los sueños que cada cual llevamos metidos por dentro, informados por ese imaginario que podría ser la búsqueda de la prosperidad o la búsqueda de la felicidad misma inclusive. ¿Será ese el destino del isleño, ir y venir siempre como las olas del mar?

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Más aún, me gustaría considerar otro tipo de migración de sitio. Una migración de naturaleza existencial: la del deseo, la cual es escurridiza, y por tanto, difícil de entender. El deseo logra muchas veces el no queramos estar donde estamos parados. No querer estar donde uno trabaja, donde uno estudia, donde uno reside, donde uno juega, donde uno convive. El deseo nos mueve a nuestro próximo sitio de presencia. Nos mueve la curiosidad por descubrir nuevas experiencias de vida, el deseo de poseer objetos materiales, la búsqueda del placer, la necesidad de proveer para nuestra familia, entre otros tantos. Dejamos de estar en el sitio en el que existimos. Nuestro cuerpo aquí, nuestra mente allá.

Entonces, ¿qué nos hace quedarnos? ¿Qué nos hace querer estar en el presenteaquíyahora?

Mi respuesta es esta: creo que son los abrazos. Los abrazos nos hacen querer quedarnos en los sitios a donde vamos. Los abrazos son el equivalente a un techo y cuatro paredes, pero con vida. Son el equivalente a una ducha de agua caliente, una buena manta cuando hace frío, una genial instalación de arte, pero interactiva. Los abrazos son el hogar. Es que en realidad todos vamos en busca del hogar donde los abrazos abunden y los besos acompañen los buenos días, dados o recibidos. Y no hay vergüenza alguna en esto. Vamos todos en busca del regreso al indisputable sitio perfecto: el cuerpo de la madre, donde se descansaba, donde se abastecía, donde se dormía bien. Ese, el sitio más específico de todos.

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Lista de referencias:

Kwon, Miwon. (2002). One Place After Another. MIT Press.


Lista de imágenes:

1. Todas las imágenes pertenecen a la serie Balloon Man de Viktor Gårdsäter, 2013.