Durante el tiempo en el cual nos cortejamos, la madre de mi hija siempre estuvo bien clara. Me advirtió algo tan fuerte para mí, que me ha tomado años poder digerirlo. Me comunicó desde un principio, y sin ningún titubeo que: “…si diera la mala pata de que yo saliera preñá de ti… y si encima de eso, diera la mala pata de que fuera varón… puedes tener por seguro de que no se va a llamar Quintín”.
Mi nombre es Quintín Rivera Toro. El nombre de mi padre es Quintín Rivera Segarra. El nombre de su padre era Quintín Rivera Padilla. El nombre del próximo padre era Quintín Rivera Aponte. A este último le decían “Riverita” por ser un hombre de baja estatura. Ese diminutivo, que casualmente también es femenino, es la pista más antigua en mi historia con la que puedo dar para entender el tema de lo que denomino como lo “inmasculino”. (De antemano mis disculpas por lo autorreferente de este texto, no es por egocéntrico solamente que lo escribo, sino porque escribo mejor sobre mis vivencias). El patrón del nombre es obvio, y todo el que se ha cruzado con alguna familia que lleva esa práctica de nombrar consecutivamente a sus hijos igual en cada generación, inevitablemente en algún momento se tiene que hacer la pregunta: ¿Por qué ponerle al hijo el mismo nombre que el del padre?
Este fenómeno de la ascendencia y descendencia en el nombre masculino es una idea antiquísima llamada varonía (visite: rae.es). Tal vez usted se haya cruzado con el concepto del linaje de sangre azul en familias de la realeza, en algún libro de historia. Tal vez los reyes de España, Carlos I, Carlos II, Carlos III, per secula seculorum. Esto siempre con motivos de justificar legalmente la transferencia exclusiva de bienes, privilegios y propiedad. Pero este no es mi caso. En mi ascendencia paternal no hay ningún tipo de sangre azul. El nombre de Quintín en mi familia se convirtió en una tradición por otros motivos, supongo que sobre todo, motivos sentimentales. Existe una infinidad de casos en nuestro país y en nuestras culturas latinoamericanas en las cuales se practica la varonía: Josés, Alfredos, Pedros, Jorges, y sí, Quintines, per secula seculorum. Esta experiencia claro está, no es exclusiva a las personas del género masculino, ni a los que no llevan el nombre de sus padres, pero sí es una experiencia que sintomatiza de manera clara aspectos del problema machista en nuestra cultura.
Indiscutiblemente la varonía toca el tema de la identidad individual, profunda como las raíces de un árbol viejo, es un problema existencial por resolver con el renacer de cada generación. Un problema con el cual me enfrento cada mañana que me levanto de la cama, al mirar el día a los ojos, y de una manera u otra las metáforas que no dejan de ser vigentes. Vivir a la sombra de cómo hizo su vida mi padre, tomando mejores o peores decisiones que las que tomó él; calzar esos zapatos los cuales nunca alcanzaré llenar, o bien zapatos que nunca me han de servir. El ser de él, el pertenecerle, el parecerme o diferenciarme, no es un tema simple. Dentro de una cultura históricamente macharrana, como lo es la puertorriqueña, la varonía es una tradición la cual tiene implicaciones semánticas complejas en la síquis del individuo. Representa una carga que se extiende desde un hermoso sentimiento de pertenencia, hasta un complejo insuperable de comparación. Al momento de existir este espejo gramático, la similitud exacta en el símbolo del nombre, comienza una dinámica de simbiosis entre el padre y el hijo. El padre proyecta hacia la cría inconsciente su propio ser, sus expectativas de vida y sus valores. El hijo en cambio solo absorbe.
“Ser hombre” hoy día, dentro de la infinidad de matices que alumbran a las posibilidades del género, parece ser más una pregunta que una declaración. Hoy día, la meta ya no es precisamente ser un buen proveedor, un personaje heroico a imitar o una piedra sobre la cual afirmarse. En mi opinión, ser hombre hoy día se parece mucho más a una madeja de perspectivas incongruentes, puntos de partida obsoletos y cuentas por pagar. Ser hombre hoy día es algo que me confunde, y esto no tiene nada que con mi preferencia sexual, sino con el poder encontrar hacia dónde dirigir ese apetito. Probablemente sea necesario invertir esa apetito libidinal, que nos caracteriza negativamente a todos aquellos que fuimos criados en este milenio patriarcal, y que ya no tiene hacia donde dirigirse sin ser debidamente castigado (¡la violencia contra la mujer se tiene que acabar ya, en todas sus formas: intolerancia hacia la estupidez!). El poder masculino tendrá que dirigirse hacia otros aspectos que no hemos vislumbrado aún, aspectos que serán ilustrados sólo con la práctica de revertir el poder de género, voluntariamente, conscientemente.
Estoy convencido de que vivimos y transitamos el comienzo* del nuevo milenio del poder femenino. Esta contemporaneidad, forjada fundamentalmente por la era del feminismo, alude a este momento histórico en el cual los valores tradicionales, hegemónicos y demoníacos, del poder masculino están activamente en transición. En desacreditación, descenso y decaída para ser más preciso. Como toda transición histórica, estos proceso toman tiempo, y no son evidentes de inmediato. Es indispensable analizar los cambios generacionales, infatigablemente, y que sin duda son apremiantes hoy. Los modelos de gobernanza en nuestro país ya están gastados. El pueblo ya hace mucho que no confía en ellos, nuestros “políticos”. Más importante aún son los modelos de familia que ya han cambiado, sin la aprobación de un voto o una elecciones generales, disfrazadas de democráticas. La estructura de familia ha cambiado colectivamente, pero a marronazos del trauma individual. Los roles antiguamente definidos por el género ya no solo se comparten, sino que se invierten, se reformulan y se recombinan todos los días.
Tal vez algún día tenga un hijo varón y entonces veremos cómo se manejará el tema de su nombre. Por suerte tengo una hija.
Notas:
* Hace sobre 20 años atrás, la Profesora R.W. Connell declaró en su ensayo “The History of Maculinity: The Present Moment" que: “The idea that we live at the moment when a tradicional male sex role is softening, is as drastically inadequate as the idea that a true, natural masculinity is now being discovered”. —Connell, R.W.— Masculinities (Berkeley: University of California Press, 1995), pp. 185-203, 253-5. Es mi pensar que en ese período entre entonces y ahora el paradigma ha cambiado.
Lista de imágenes:
* Todas las imágenes pertenecen a la serie Savage Garden de Sadko Hadzihasanovic, 2008-2011.