La inevitable pausa cuando una corre

i. la huida es parte de nosotros

La huida, la escapatoria y la fuga... Todos estos son sinónimos y son mi historia, y la historia de todas las mujeres que vinieron antes de mí en la familia.

La fuga es un concepto histórico, bien adherido a nuestra cultura. Por ejemplo, los españoles pensaron que el nuevo continente les iba a proporcionar una infinidad de opciones. Algo parecido me sucede ahora, pero no brinquemos a conclusiones a medias. Las taínas intentaron huir de la violencia y el abuso de los españoles cuando éstos llegaron a estas tierras antillanas creyéndose dioses y señores. Y siguiendo por esta línea, también están los esclavos negros que escapaban de las plantaciones de azúcar convirtiéndose en prófugos, tratando de obtener una libertad que les habían arrebatado a golpes.

Podemos continuar la lista: la diáspora de puertorriqueños a las fábricas de New York en la década de los 50 (la guagua aérea); la continua emigración en estos días: una pareja en Alemania, una joven estudiante en Chicago y una periodista en Washington DC. Todos tomamos estas decisiones dentro (después) de situaciones desesperadas, especialmente cuando una es una joven recién graduada que consigue polvo y nada. Let’s face it! America is the land of opportunity and hope with or without any economic crisis! Or at least that’s what the ads want us to believe! America as United Stated, by the way

ii. múltiples fugas en tres generaciones

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El 25 de abril de 1953, mi abuela huyó de su casa para casarse con un hombre. Ella tenía 14 años; los hijos del hombre eran de la misma edad de ella. Mi abuela dejó de estudiar a los 8 años de edad porque su horario en la escuela coincidía con las rutinas de sus otros 13 hermanos restantes que trabajaban en las siembras de azúcar. Mi abuela dio a luz a mi mamá a los 15 años, cuando apenas podía dejar de jugar con sus muñecas y con sus hijastros. Mi abuela pagó su huida con lágrimas: se dedicó a criar a mi madre, su hija única, se divorció (lo cual era un tabú en ese momento), nunca terminó la escuela y terminó recibiendo 200 dólares mensuales de Seguro Social hasta el día de hoy. Mi abuela tiene 77 años y nunca pudo hacer lo que ella quería, pero desarrolló piernas para correr por ella y por mi madre.

Mi madre estudió para complacer a su padre; estudió pedagogía para nunca volver a ejercer su profesión desde 1981. Mi madre se casó con un hombre el 22 de diciembre de 1975, huyendo de esa profesión que siempre odió, para vivir más de tres cuartas partes de su vida dedicada al hogar. Mi madre me recalca constantemente que nunca me case. Mi madre podrá negarlo por pura cortesía, pero sé muy bien que no fue feliz la mayoría del tiempo.

Yo tampoco hubiera sido feliz… a quién le miento. Todavía no lo soy.

Como mi abuela, mi hermana mayor también se fugó. Pero mi hermana mayor se fugó de la amargura que le ocasionaba una madre obsesionada con el micro-management de su hogar patriarcal y santificado. Mi hermana mayor huyó a la Argentina en 1999 para encontrarse con su amor platónico: un muchacho que conocía por ICQ. Allá a mi hermana la esperó un amor gris como los peldaños de Buenos Aires: El Corralito había congelado todo tipo de flujo monetario y había dejado a millones sin empleo, incluyéndola a ella y una familia que no tenía la menor intención de quererla y que, por consiguiente, la maltrataba. Mi hermana mayor salió de la Argentina con una visa de emergencia en el 2001, con el corazón hecho cenizas y con heridas que aún no sanan. 

iii. me dijeron que era una valkiria pero fue una ¿hermosa? mentira

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De cierto modo seguí los pasos de mis tres antecesoras. Pero por mi parte, huí de una relación disfuncional en el 2014. No recuerdo la última vez en la que no arrastraba tantas cadenas. Recuerdo haber cruzado puentes y haberlos quemado también. Me convertí en la persona que odiaba: me parecía tanto a aquella persona que me había empujado a mis límites. Estuve agarrando la mano de alguien que confió en que yo podría salir de aquella, pero nunca logré hacerlo del todo. El miedo fue más fuerte siempre. Huí para no recordar mi capacidad de hacer daño. Amputé su mano izquierda con fuego. Aún tengo mis manos llenas de sangre y culpa. “Nunca romantices el maltrato”, es mi mantra desde el día en que se fue. Tanto por mí como por lo que terminé haciéndole a él...

“No voy a ser un Cristo cualquiera”. “No le entregues el alma a nadie”. “Ya me cansé de recibir golpes y heridas para nada. Tus golpes son mis golpes”. “Por favor, sal de esto. No aguanto más”. Estos eran los argumentos que formaban parte de sus súplicas. Poco a poco me exilié de Río Piedras, de la universidad, de mi familia de tres generaciones a quienes tenía miedo de decirles algo. Tres generaciones condenadas a las mismas fallas de correr y para no enfrentar nada; de esconder y no pararse de frente a lo que nos oprimía. 

Se amó lo suficiente para dejarme sola en el abismo y con mis propias cadenas. Nunca fui lo suficiente valiente para salir del hoyo. Él dijo que era su valkiria del destiempo. Esa fue la mentira que él decidió creer para creer en mí. No funcionó... De allí que decidiera correr lo más lejos que pude de él.

iv. la ciudad de los vientos

El 9 de marzo de 2015 me di cuenta que huía de todos modos, haciendo lo que mi abuela, mi madre y mi hermana mayor me habían dicho tantas veces que no hiciera. Había escuchado el mismo discurso desde que tenía uso de razón, pero del dicho al hecho hay un gran trecho, dicen. Huía de los recuerdos, de las malas decisiones y de quien era... Una mujer que se sentía demasiado extranjera en una isla en donde cada esquina traía su recuerdo acompañado con su voz de trueno y olor de incienso; una mujer que, al mismo tiempo, se sentía demasiado puertorriqueña en una ciudad tan grande. Una mujer que en un instante se había convertido en una persona violenta, que había destruido aquello que tanto quiso en algún momento. No quiero afirmar si aún lo quiero para que nadie se atreva a poner en tela de juicio lo que siento… Sólo sé que los monstruos también lloran. 

Le escribí a la razón principal por la cual había huido, buscando un comfort sin expectativas de alguna bienvenida. Caminaba justo al frente del Water Tower, mientras mi mirada se iba en huída al East Side, donde estaba el Hancock Observatory. En ese momento,  recibí puños en la cara por emails. No sé qué esperaba, pero dolió como quiera. “Don’t ever contact me again” era parte de una de sus últimas respuestas. Crucé la avenida Michigan y corrí al Fourth Presbyterian Church para resguardarme del frío, de la vergüenza, del abandono y de la tristeza. Me senté en la última banca de la desolada iglesia. Puse el iPhone en airplane mode y me quedé en silencio por un rato indefinido. Poco a poco empecé a llorar. Cada minuto que pasaba el pecho me apretaba más, pero no encontraba la manera de detenerme. Todo me conmovía: el silencio, la altura de las columnas, el techo que parecía inalcanzable como el cielo en que alguna vez creí. En alguna instancia, meses atrás, nos prometimos que iríamos a una iglesia a sentarnos en silencio, aunque no creyéramos en nada. Ambos sabíamos qué era lo que buscábamos.

—Buscábamos las piezas rotas del vitral de alguna iglesia. Buscábamos la paz de ser personas disfuncionales, con demonios que se alimentaban de nuestros miedos, con la consecuencia de decisiones previas, con cargas históricas en nuestros hombros. 

v. Humboldt Park y mis mantras

Quise ir a Humboldt Park y caminar entre las gang wars con la esperanza de recibir un tiro imprevisto. Las ciudades no cambian tanto como yo pensaba. No puedo cambiar lo que fui, lo que pasó ni las decisiones que tomé, o los golpes que di y que recibí. No quiero correr más. No quiero huir más. Sólo quiero prestarme a perdonarme de una vez y por todas. Las fugas no me definen. Cargo conmigo una historia que no puede quedarse en el anonimato, que no tiene ganas de quedarse en silencio y a la que le importa un bledo el juicio ajeno.

Después de todo, si no aprendo de esto, al menos si tengo un hijo o una hija, ellos aprenderán. “No romantices el maltrato, no repitas nuestra historia. Habla cuando sea necesario. Siempre tu pasado será inmutable, pero tú eres la que decide qué harás con ello…” Si no aprendo dentro de un año, prometo que no tendré hijos. Quizás este es el momento de aceptar que las tres generaciones de mi familia no aprendieron a tiempo.

—Me pregunto si yo —aún— estaré a tiempo. 

 


Lista de imágenes:

1. Mary Robinson, Untrustyou, 2013.
2. Mary Robinson, to conform, 2011.
3. Thomas Prior, The Target, 2010.
4. Mary Robinson, Isabel Road, 2013.
5. Mary Robinson, Sin título, 2011.


 

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