Los eventos sociales recientes en Puerto Rico manifiestan la “crisis social puertorriqueña de inicios del siglo XXI”. Las observaciones han sido planteadas desde hace un tiempo y sus repercusiones nos arropan ineludiblemente. En su mayoría, los asuntos contemporáneos están relacionados a la situación económica, laboral, político partidista y educativas.
Uno de los eventos de preocupación es la corrupción gubernamental y sus efectos en otras esferas sociales. La cantidad de querellas contra funcionarios públicos electos y trabajadores gubernamentales, representan la evidencia necesaria para sostener que lo comenzado en la esfera política, continuó a las sociales, como gota en la piedra. La prensa nacional puertorriqueña ha estado presentando la cantera de casos contra funcionarios inconformes con sus sueldos que buscan otras formas de recibir ingresos: legales o desde la ilegalidad.
Otro evento lo representa la crisis laboral en Puerto Rico. Según datos del Departamento del Trabajo de la primera década del siglo XXI, hay un decrecimiento en la cantidad de empleos disponibles y, por consiguiente, un alza en la tasa de desempleo. Las posibles explicaciones focalizan su atención a la eliminación de la Sección 936. Desde ese momento, la tendencia de las industrias en invertir en el mercado puertorriqueño se hizo cada vez más difícil. Esto trae una merma en la creación de empleos. Los empleos especializados declinaron a tal grado que hoy, mientras se anuncia la creación de 100 empleos en una compañía en un municipio, ese mismo día se anuncia que otra compañía deja en la calle a 500 empleados. El valor neto de creación de empleos en la isla es de negativo 400.
Otra variable crítica fue el despido de 30 mil empleados públicos en el año 2009, un hecho que acrecentó el desasosiego. Fueron cesanteados, indistintamente, padres y madres de familia que aportaban al sustento de sus hogares, pagaban facturas privadas y aportaban al Estado. Esta masa trabajadora dejó de utilizar comercios y empresas de servicios, tales como cuido de infantes, escuelas privadas, cafeterías y otros. Este hecho redunda negativamente en las empresas que no contratan personas. Aunque las estadísticas oficiales del Departamento de Trabajo muestran una disminución mínima en la creación de empleos, en su cotidianidad, la población experimenta su propia crisis.
La crisis escolar también ha sido parte de la disyuntiva en la primera década del siglo XXI. Desde los primeros años de la década, se han registrado múltiples intancias de deficiencias académicas en resultados de pruebas, bajos resultados de College Board y distribución inefectiva de fondos, entre otros. La consecuencia inmediata fue la creación de programas que mejoraron sustancialmente las escuelas y el estudiantado.
En 2011, no obstante, la crisis retoma fuerzas en lo académico, donde se indican “logros” horizontales y no ascendentes. Se celebra una D con 63, en comparación de una D de 60. Mientras, la cantidad de maestros que esperan cuatro años para que les administren una prueba para cualificarle para la licencia, crece hasta alcanzar cifras que rayan en lo obsceno. Del mismo modo, la cantidad de planteles destruidos en su infraestructura por supuestas remodelaciones que, en realidad, acentúan el hacinamiento en salones, escuelas y establecen distribuciones inapropiadas para los distintos niveles académicos y una enorme cantidad de necesidades diversas.
De más está mencionar la crisis política. Los cambios en posturas de definición política, los ataques personalistas y la incertidumbre con nuevas estructuras políticas, se ha convertido en lo “normal” desde principios de este siglo. El tiempo nos provee la razón, ante la continua insatisfacción con los partidos. Cada día es más frecuente observar personas que se deslindan de las estructuras tradicionales y muestran actitud escéptica con los de reciente creación. Se ha perdido el apego por los partidos. En muchos casos, las personas indican que votarán por este partido, no porque le presente soluciones a los problemas del pueblo, sino más bien porque ése es menos malo que el otro.
También es evidente la frustración constante con los “líderes” en los cuales el electorado confió su voto. El sector independentista, por ejemplo, no se siente atraído por la estructura que de alguna manera les representaba en los pasados procesos, llega inclusive, a perder por segunda ocasión la franquicia electoral. Nuevas estructuras postulan una cosa, mientras internamente tienen conflictos y reservas insuperables.
Comparando artículos periodísticos de esta primera década del siglo XXI, con los escritos a finales del siglo XX, la conclusión es básica: en Puerto Rico existe una gran depresión social. La esperanza en la estructura de poder se acaba. Desconozco si los partidos tradicionales tomarán en consideración estas palabras. Sin embargo, les recuerdo que la sabiduría del Rey Salomón se basaba en escuchar lo que el pueblo decía cuando se les unía en anonimato por las noches, para luego tomar sus decisiones. Nicolás Maquiavelo hizo lo propio cuando expresó en su libro El Príncipe, que una de las virtudes primarias de un gobernante es escuchar. Me parece que la lección ofrecida, por grandes líderes (políticos) del planeta a través del tiempo, indica que hay que salir de las torres de marfil y escuchar más al pueblo.