Muchas veces, cuando algo apasiona, parece ineludible preguntarnos sobre su origen: de dónde viene, cómo comenzó, quiénes comenzaron, cómo fue esa primera vez. Estas interrogantes no le son ajenas a uno de los géneros musicales más antiguos en la historia de Puerto Rico. Tanto para l@s aficionad@s musicales como para l@s investigador@s más comprometidos de la Bomba, siempre ha sido una pregunta insoslayable el origen de este género. Hay a quienes la pregunta les sobreviene a causa de una curiosidad histórica, y hay también a quienes les sobreviene una profunda curiosidad por imaginar ese primer sonido que emitieron los tambores en aquel entonces.
Todas las vertientes que pueden arropar estos cuestionamientos, eventualmente nos ponen frente a una imposibilidad. Es la imposibilidad de palpar un pasado del cual no quedan testigos, del cual los documentos que podrían hablar de él son escasos y es también el hecho de que la historia fuese escrita por la misma mano que fustigaba el látigo. No obstante, tales condiciones no han detenido la investigación de la historia de este antiguo género. Lo que recientemente se ha reconstruido sobre este pasado, ha quedado estampado a través de entrevistas a antigu@s exponentes que experimentaron la Bomba más cercana a los principios del Siglo 20[1]. También se ha puesto un tenaz empeño en la investigación de archivos históricos, estudios etnomusicológicos[2] y análisis lingüísticos[3].
Sin embargo, a pesar de toda la información recopilada y vigente hasta el día de hoy, se sigue tropezando con la imposibilidad de asir el origen de este género. La pregunta más emblemática que repetidamente nos devuelve a la imposibilidad, ha sido planteada de la siguiente manera: ¿En qué pueblo nace la Bomba? Creo que no ha habido una entrevista o documental en que esta pregunta no haya surgido. Para acercarme a esta pregunta y todo lo que ella implica, propongo plantear otra perspectiva que no sea la de conferirle a este género un lugar en la topografía puertorriqueña.
Propongo reflexionar sobre tres factores que nos convidan a considerar esta historia de una manera distinta: 1) la multiplicidad de etnias en el tráfico de esclav@s a la Isla, 2) los sucesos políticos que propiciaron la inmigración de esclav@s de otras islas y 3) algunos constituyentes de la expresión subjetiva de aquella población.
Según algunos libros de historia, l@s primeros esclav@s, aunque en mínima cantidad, llegaron a la Isla para el 1509, pero no fue sino hasta el 1518 que se estableció sistemáticamente el comercio de esclav@s entre las costas africanas y el Caribe.[4] En los siglos subsiguientes, 16 y 17, la mayoría de l@s esclav@s que arribaron provenían del Sudán Occidental. Hecho que no fue el mismo para los siglos 18 y 19, donde la mayoría provenían de la región del África Central y Meridional. Se sabe también que durante todos estos siglos llegó una población, que a pesar de provenir del mismo continente, se diferenciaban muchísimo unos de otros[5]; provenían de culturas diferentes, hablaban dialectos diferentes, tenían creencias religiosas diferentes, practicaban tradiciones diferentes, etc.
Entre las etnias comprendidas por el área del Sudán Occidental se encontraban: l@s ashanti, yoruba, gangá, biafras, jelofes, mandingas y fula, entre otros. Mientras que en las etnias de África Central y Meridional se hallaban l@s loangos, bambá, matamba, mayombe, angolos y mozambiques, entre otros. Podríamos decir que en aquel entonces llegó a nuestra Isla una diversidad cultural africana muy grande, que hoy día, atrozmente, hemos abreviado bajo la categoría de “esclav@s african@s”.
A esta diversidad africana, se le debe sumar otra, y es aquella que aconteció con los diferentes eventos políticos que propiciaron la inmigración de esclav@s de otras islas. Hay dos que se destacan principalmente[6]: la Revolución Haitiana (1805) y la Real Cédula de Gracia (1815). La Revolución Haitiana propició la inmigración de esclav@s african@s influenciados por la cultura francesa, los cuales trajeron la particular fusión de lo africano y lo francés, impactando principalmente el área oeste de la Isla. Esta oleada migratoria también tuvo sus efectos en Cuba, claramente evidenciado en el género hermano: la Tumba Francesa.
Otra circunstancia política fue la Real Cédula de Gracia donde:
“se ofreció licencias de entrada a nuevos inmigrantes... A los nuevos colonos blancos, se les concedían cuatro fanegas y dos séptimos de tierra y la mitad de esa concesión de tierra por cada esclavo que trajera. Los negros y pardos libres también obtuvieron incentivos de tierra para inmigrar, pero sólo la mitad de lo recibido por los blancos". [7]
Cabe mencionar que l@s esclav@s que llegaron a la Isla durante el período de la trata esclavista pasaron, no solo por el avasallamiento de colonos españoles y franceses, sino también de los holandeses, daneses, portugueses e ingleses, entre otros. Éste hecho es importante tenerlo presente, pues, de una u otra manera, extiende las posibles fusiones culturales entre lo “africano” y lo “no-africano”.
El tercer factor tiene que ver con la expresión subjetiva particular de aquella población. Hablo de considerar cómo la opresión que pulsaba sobre sus cuerpos y sobre sus almas se inscribía en sus subjetividades, en sus expresiones cotidianas, y para lo que nos concierne, en sus expresiones musicales. Cómo la maceración esclavista, fuera española, francesa, portuguesa, holandesa, inglesa o cualquier otra, se añadía a las tradiciones que ya transportaban del África. Es pensar en cuántos de aquell@s african@s que tocaron Bomba (si acaso se llamó así desde siempre) fueron músicos formados en África o si acaso fueron aquell@s quienes una vez oyeron los músicos de su tierra, y ahora, bajo otras circunstancias, intentan recordar e interpretar. Es valorar a aquell@s quienes crearon estilos o variaciones y también a quienes hicieron brillar lo que ya existía en el “repertorio”.
Fuera reproducción, creación, necesidad, imitación o fusión, sería injusto despachar la expresión de individuos reales y singulares que, como en todas las artes, ponen algo de sí en su interpretación; a veces hasta transformando, total o parcialmente, los modos de ejecución. El punto anterior parecería sobrentendido, pero en la realidad sucede diferente, por ejemplo, a menudo los músicos de la Bomba tienden a pensar que, indudablemente, los ritmos que tenemos hoy día han permanecido intactos desde que llegaron l@s african@s; trocando así la música en cierto dogma sagrado.
Después de haber considerado los tres factores señalados, ¿realmente podemos pretender explicar elorigen de la Bomba nombrando un pueblo, como se ha pretendido siempre? Si se pudiera probar que se tocó por primera vez en cierto lugar, esto no equivaldría a la afirmación que de ahí se origina todo; sería sencillamente un error de lógica, y más gravemente, erradicar toda una diversidad africana y las fusiones que se fueron fraguando por más de cuatro siglos de historia. Comprendería abrazar una perspectiva simplista y lineal de la historia.
La perspectiva que propongo, lejos de restituir algún orgullo pueblerino, quiere reconocer la riqueza de unos orígenes emergentes, fragmentados, efervescentes, asincrónicos y dinámicos, acaecidos en el devenir histórico puertorriqueño. Más allá de corregir perspectivas tradicionales o empuñar una propuesta redentora, este escrito es una apuesta por la diversidad en la composición histórica puertorriqueña y por lo que pudo haber ocurrido, aunque de inmediato no haya evidencias.
Son vastas las posibilidades para explicar lo que a nosotros, sujetos del siglo 21, nos ha llegado bajo el nombre de Bomba. Una vez se haya internalizado esto, estaremos en vías para hablar de una historia de la Bomba más parecida a la vida que a una ficción nostálgica.
Notas:
[1] CINETEL. (1980). La herencia de un tambor; ICPR. (1986). El patriarca de la bomba y la plena; Singer, R. (2000). Dancing the Drum; Ferrao, J. (2012). Ayeres de la Bomba
[2] Mason, J.A. (1914). Puerto Rican Survey. Archives of Traditional Music. Indiana University, Bloomington; Yurchenko, H. (1971). Folk Songs of Puerto Rico;Vega-Druet, H. (1979). Historical and ethnological survey on probable African origins of the Puerto Rican bomba, including a description of Santiago Apostol festivities at Loiza Aldea.
[3] Álvarez-Nazario, M. (1974). El elemento afronegroide en el español de Puerto Rico, ICPR.
[4] Scarano, F. (2008). Historia de Puerto Rico: Cinco siglos de historia. McGraw-Hill.
[5] Nieves-Mejías, M. (2010). Por la encendida calle antillana: las culturas étnicas de los africanos esclavizados que fueron traídos al Caribe duran el siglo XVI. Taller Gráfico EP.
[6] Cf. Ferrao, J. (2012). Ayeres de la Bomba.
[7] http://www.enciclopediapr.org/esp/article.cfm?ref=06101102.