Me arrodillo junto a Héctor. El mundo es nuestro por un segundo. Me mira, sonríe, y deja caer los hombros en símbolo de sumisión al universo que nos rodea.
“En lo que nos habremos metido ahora.”
Sonrío, y cierro mis ojos.
El Pastor comenta sobre nuestro compromiso, y se ubica más cerca de nosotros de manera que sus manos puedan reposar sobre nuestras cabezas. Su toque me parece sensible, delicado, pero firme, como quien aguanta la responsabilidad del mundo sobre sí mismo. Procede a orar por nosotros, y nos consagra como Ancianos de la Iglesia de la Universidad.
ii.
La responsabilidad es inmensa. Se espera que actúe como Jesús, aunque nadie sabe cómo era Jesús más allá de griego koiné, informal, y sucio con que se escriben los evangelios, parábolas trilladas irrelevantes a la vida moderna, e idealizaciones de un Jesús anglosajón. Dependiendo de quien opine, Jesús podría ser Republicano o Demócrata.
Actuaré como Jesús según la medida en que se me haga posible pero, ¿qué Jesús?
Nunca supe, hasta que dejé de creer.
iii.
“¿Viniste a recoger la basura?” Me pregunta el Pastor.
Hay ocasiones en que las personas a cargo de limpieza en la universidad olvidan cambiar las bolsas de basura de los zafacones afuera de la capilla. La peste invade el pasillo, y en ocasiones —en muchas— me tocó botar la basura para no perturbar la solemnidad del templo.
Sin embargo, no entiendo la pregunta. No veo la daga escondida en su sonrisa santa, la acusación de un Pastor experimentado en las dinámicas sociales de una congregación. Nadie sabe insultar —sin insultar— como un Pastor.
Sin pensarlo mucho, concedo una respuesta.
“Si es necesario, sí. ¿Está muy llena? ¿Apesta? Yo… consigo bolsas, y la cambio ahora.” Afirmo, aun confundido. Confieso que temo ensuciar mi guayabera negra, pero se hace lo que se tenga que hacer.
El lleva su mano a su corbata y parece arreglarla.
Entonces, entiendo.
Miro hacia mi camisa. No estoy del todo adecuado para dirigir un culto; se espera que utilice camisa y corbata, sin importar las circunstancias de mi vida personal. Llevo toda la noche evitando la tarima, dirigiendo el culto con la frialdad amaestrada de quien corre un espectáculo.
Veo que un estudiante entre en chancletas, cortos, y un wife-beater tan blanco como la bata de Jesús-Anglosajón en la portada de una revista evangélica mormona.
Jesús te acepta como eres, dicen algunos pseudo-teólogos modernos. Muchos no se atreverían a llegar al templo en su atuendo, pero el muchacho se sienta, abre su biblia, y veo en su rostro una expresión de contemplación. Creo que está orando, y me place la escena.
“Recuerda.” Dice el Pastor, interrumpiendo mi nirvana.
“Tienes que verte lindo, porque la gente habla.” Agrega.
“Tienes toda la razón.” Al irme —antes de que haya terminado el culto— recojo una botella de agua y algunos papeles rotos que dejó un infeliz, e irrespetuoso feligrés.
“Pastor, ¡ya me encargué!” Le digo en el pasillo, y con el brazo alzado le enseño la basura que recogí.
Boto la basura, y sonrío.
Me retiro al hospedaje, a esconderme en el cuarto número 8, la habitación de mis amistades. Cuando entro me preguntan que por qué ando tan bien vestido.
“Ni pa’ la iglesias tú vas así de lindo.”
iv.
Cinco de siete amigos, hermanos por elección, son expulsados del hospedaje —y universidad— por el uso de marihuana. Nunca se probó nada concreto, pero las instituciones religiosas, he aprendido, no trabajan sobre fundamentos ni verdades concretas. Todo estriba en medidas de fe, testimonios ajenos, malas lenguas. Nunca fumé con ellos, pero por asociación se asume que soy peor que todos ellos combinados por mi silencio, por negarme a repetir mentiras.
v.
El administrador del hospedaje toma una periodo de ausencia por ‘asuntos personales’, nos informa el Decano de Estudiantes en una reunión del hospedaje. Fue acusado de acoso sexual, es un secreto a voces. Nunca confié en su cabeza rapada, ni en sus ojos de mentira, su voz con muchas palabras y pocas respuestas. De siete, ninguno de mis amigos (incluyéndome) vive en el hospedaje. Él se encargó de que ninguno se sienta bienvenido.
Solo tres de siete permanecemos en la universidad.
vi.
Renuncio a mis puestos en la iglesia, a mi título de Anciano, por razones de fe – o carencia de la misma – y cambio de teología a Humanidades por un semestre. Ya no tengo que fingir ser como un Jesús conservador, anti-LGBTT, ‘pro-life’, gloria-sea-el-patriarcado.
Decido tatuarme, como acto de rebelión, como aseveración de mi independencia, de mi autosuficiencia, como si la tinta fuera el estigma de dioses ajenos.
Un miércoles cualquiera visito la iglesia sin la regalía de mi hipocresía, sin camisa ni corbata, con jeans and a tshirt.
Héctor predica, y la audiencia —la iglesia— llora. Lloro con ellos, agobiado, con espíritu pesado. La iglesia llora por que el sermón de mi hermano, Héctor, les llegó a las esquinitas más oscuras de sus almas rojas, rojas con la sangre de un cristo distante para mí. Yo lloro por que el sermón no me llega, y nunca más me visitará su cristo, porque no existe, porque no lo quiero recibir en las aulas de mi corazón.
vii.
“Me interesa cursar estudios en Educación, con una concentración en Inglés como segundo lenguaje.”
“¿Si? ¿Por qué?” Me pregunta la profesora a cargo del departamento de inglés de la pequeña institución.
“Si me voy a otra Universidad pierdo todo. Aquí, por lo menos, salgo con un asociado en teología, mi menor en español y las clases que necesito para hacer una maestría en Literatura en Inglés. Sería más fácil que arrancar en cero en otra institución, profesora.”
“Ya veo. ¿Te gusta la literatura?”
“Me apasiona.”
“Sabes, hay mucha basura en la literatura.”
“Le concedería la razón, pero pregunto, ¿a qué se refiere?”
“Pues, ya sabes. Mucha magia, y brujería. Cosas irreales, basura, cosas que no edifican, que no son reales, que no apuntan hacia Jesús.”
Al día siguiente comencé los trámites de traslado para la Universidad del Estado, aunque perdiera todo.
viii.
Algunos creen que perdí mi fe al dejar la universidad cristiana, pero la perdí a mitad de mi estadía.
ix.
“Me preocupas.”
“¿Perdón?”
“Me preocupa tu salvación. Tu vida no refleja el sacrificio de Cristo en tu vida, su sangre que te hace limpio. Te amo tanto como si fueras mi hijo, y me preocupa tu salvación.”
“Gracias, Pastor... Aprecio el sentimiento.”
“Mira, solo te digo que esta universidad puede ser la puerta del cielo, o la puerta del infierno. Tú eliges, pero, ¿sabes qué? No estás escogiendo la puerta al cielo.”
Al día siguiente me envía una reflexión cristiana sobre Samuel y la Pitonisa.
No es tarde para arrepentirte, infiere.
Nadie es sabio según su propia opinión, concluye.
x.
Me siento a comer con Héctor la semana antes de irme.
“Sabes, me gusta tu camisa.”
“Guayabera, Hector.” Le corrijo.
“Es la misma vaina, tú me entendiste.”
“Te hubiera entendido mejor si te expresaras mejor.”
Me mira, meneando su cabeza, antes de reírse.
“Brother, chico, me harás falta.”
“Y tú a mí, negro.”
“¿Quién quedará con ese pensamiento crítico tuyo?”
“Tú, Héctor. Tú.”
“¡Me halagas!”
“Y tú a mí.”
Nos reímos a carcajadas pero todo tiene su final, incluyendo la risa.
“Visita.”
“Lo haré.” Miento.
“Mi hermano, sé que no crees en todo esto ya, pero oraré por ti.”
Lista de imágenes: