Entrevisté a la escritora mexicana Rosa Beltrán en octubre del dos mil doce. La autora estaba en Puerto Rico para el Festival de la Palabra de ese año, y yo para visitar a familia y amigos. Supongo que mi intención original, cuando le hice el acercamiento para la entrevista, no fue dejar la grabación hibernando por dos años en un recóndito espacio de mi laptop, como terminé haciendo. Busqué la entrevista porque justo ese año me había sentado a leer casi toda su obra tras una lectura entusiasmada de su novela más reciente en aquel entonces, Efectos secundarios (2011).
Confieso que en ese momento estaba justo en medio del proceso de escribir mi propuesta de tesis, y estaba algo obsesionado con los usos de la tradición y del canon, con insistir en que no era lo mismo recurrir a, digamos, Madam Bovary en los años treinta que a finales del siglo XX. Tanto Efectos secundarios como la novela anterior de Beltrán, Alta infidelidad (2006), me cautivaron porque participaban de una búsqueda similar. Ambas novelas enfrentaban la violencia y la intimidad, respectivamente, mediante un extraño juego de apropiación, extrapolación y especulación con y a través del canon literario occidental que me pareció más que sugerente. Este asunto de las tradiciones resurgió una y otra vez en nuestra conversación.
Anoche, cuando me senté a transcribir la entrevista, descubrí que era más larga de lo que recordaba. Al terminar, me vi con diez páginas a espacio sencillo, algunas de ellas pobladas por las preguntas confusas y vagas de un joven tesista, a las que Beltrán respondió con una paciencia y una simpatía increíbles. Buscando cómo editarla, se me ocurrió que uno de los hilos principales fue precisamente la conversación sobre el canon, sobre las tradiciones, y los archivos literarios a los que recurrimos por distintos motivos. He decidido cortar todo lo demás, e inclusive omitir mis preguntas porque las respuestas de la autora son tan completas que no necesitan interrupciones.
Mientras leía la transcripción, me acordé cómo en sus últimos años, Michel Foucault habló de la curiosidad como una forma del cuidar, como un atender lo que existe y lo que puede existir. Para el filósofo calvo, la curiosidad implicó un afinado sentido de realidad capaz de mirar lo que nos rodea como si fuera extraño, de buscar nuevas formas de pensar. Hablar con Rosa Beltrán es presenciar el despliegue de una curiosidad salvaje, de una pasión, como decía el francés, por aprehender lo que existe ahora, hoy, y lo que comienza a desaparecerse. En la entrevista que sigue, es posible presenciar algo de esta mirada incisiva, de este pensamiento nómada e indisciplinado para el cual la tradición jamás es un límite, o una jaula, sino una caja de herramientas, un archivo de potencialidades.
1. La literatura como contradeclaración
Dice Steiner que toda escritura literaria es una contradeclaración al mundo, y en el caso de mi obra lo que hago es partir de los mitos, de los grandes mitos ya sea temáticos o expresivos para buscar a través de una mirada sesgada, de una visión oblicua, otras formas de narrarnos.
2. La forma y la tradición
Yo creo que en realidad la tradición, digamos las formas de resistencia a la tradición, esta otra forma de re-escribir los géneros literarios, estaba ya presente desde mi primera novela. Aunque ha sido catalogada como novela histórica, este no es un propósito del autor, esto ocurre cuando un libro se inserta en el mercado editorial, en las en las instituciones que lo legitiman. En este caso la academia ha considerado que es una novela histórica, y me han invitado a presentarla como novela histórica, y han dado por hecho que todos los datos aparecen en esa novela son datos objetivos e históricos.
Es una novela que, aunque tiene una investigación, juega con la idea de lo ficcional frente a lo objetivo. Los sueños forman parte de la ficción, o lo que imaginamos, o lo que soñamos… El ámbito de la vida privada es tan importante como el ámbito de la vida pública: todas esas historias estaban ya presentes en La corte de los ilusos, que lo que hace es cuestionar los mecanismos historiográficos que validan el momento y el hecho.
Mis obras son una respuesta a todos esos géneros cristalizados. Desde luego, hay novelas históricas muy bien escritas, que valen la pena leer, por supuesto, pero lo que a mí me interesa es hacerme preguntas que tienen que ver con la forma en la que hemos puesto los libros en anaqueles, las distintas maneras de escribir y de representar. Es decir, cuestionarme los usos literarios y las formas en las que el lector se acerca a los distintos géneros. En este caso, la novela histórica, los libros de autoayuda, las novelas clásicas del XIX, o lo que tú ahora has referido como la “narco-novela”.
No es difícil ver que lo que conocemos como la narconovela, o las novelas narco, tienen por encima una estructura predecible. Esta estructura es una estructura que atraviesa varios siglos de la tradición literaria, de manera que sin haber leído una narconovela ya sabemos de qué trata, de la misma manera que sin haber visto la telenovela más reciente ya sabemos de qué va. Haciendo un juego contra esas formas de representación es que escribo.
Aun teniendo un elemento metaficcional muy obvio en mis obras, en el caso de cada una de ellas, y siendo una reflexión sobre el arte mismo, sobre la manera en la que representamos y cuáles son los límites hacia los que nos llevan cada uno de los géneros, me interesa de todas maneras la narrativa. Me interesa que haya una historia que contar, y que lo que se cuenta tenga un sentido por sí mismo, que los personajes tengan vida— la vida literaria que puedan tener, ¿no?
Es decir, que la experimentación por la experimentación misma no es una de las manifestaciones que más me atrae a mí como lectora. El nouveau roman me parece que está superado, que dio de sí, que fue interesante como mecanismo, como gesto, para obligarnos a pensar. De todas maneras, lo disfrutable, la parte que tiene que ver con un hecho de sobrevivencia elemental que consiste en narrarnos para poder seguir viviendo como especie, esto es algo que a mí me interesa que no se pierda en lo que escribo y lo que leo.
3. Sobre los géneros puros y Efectos secundarios
No creo que ya podamos pensar en términos de géneros puros. Incluido el pensar exclusivamente en “lo literario” como experiencia no visual, como experiencia aislada. Creo en la multidisciplinariedad y mi literatura es necesariamente transfronteriza. Me interesa la manera que los artistas plásticos intervienen una realidad para narrarla. Es decir, en el arte conceptual encontramos esto mucho más que en el literario.
El acto literario está mucho más consciente de sí, mientras que en el arte conceptual, en el plástico, puede compartir con una suerte de cita, como las que hacen los académicos. Para Efectos secundarios, me pregunté que cómo podía esto tener un eco en lo literario. ¿De qué manera podía representar la historia de un secuestro, del secuestro de lo humanístico, de lo literario, viviendo en un país tan violento como el que vivo?
4. La propiedad y la palabra
Voy a poner un ejemplo muy pedestre. Voy a salirme un momentito y luego regreso a los usos del lenguaje. Es que esto a lo que me voy a referir me interesa como problema estético, más que todo. En mi país, en este año, ha habido dos casos de acusación severa de plagio a escritores…, más que los personajes, me interesa como problema estético, porque durante el petrarquismo, en la época de Lope y en el barroco, tú eras condenado si no escribías dentro de los usos de una norma.
Ni siquiera podías hacerlo. Ahora ocurre exactamente lo contrario. Si tú te apropias de esos usos de la norma, entonces eres penalizado. ¿Qué dice esto? Yo creo que esto habla de asuntos que tienen que ver con el poder, con a quién le pertenece la palabra, y cuáles espacios de poder que hemos recibido son propicios para hablar en las distintas épocas. Toda palabra puede ser enunciada solamente dentro de un cauce. No fuera de ese cauce, porque la palabra sigue siendo enormemente explosiva, puede ser un acto subversivo.
O sea, que detrás de esto hay un problema de poder, pero también hay un problema estético muy interesante que explorar, porque las nuevas tecnologías y los usos del cuerpo, y la participación más activa de los lectores nos está obligando a cuestionarnos las formas de apropiación de la palabra, que hasta hace poco eran viables y que nacen con el romanticismo. Cada vez más vamos a estar expuestos a este tipo de fenómenos por el internet, desde luego, pero también porque está cambiando nuestra forma de percibir.
5. El cadáver y la literatura
Estás hablando de la utopía, estás hablando de un problema común a la literatura occidental, que es la pérdida de la utopía desde todos los planos posibles. No se puede escribir literatura sin tener el cadáver a la mano. Es un momento muy significativo en la literatura en mi país porque estamos plagados de cadáveres.
No solamente estoy hablando de los muertos del narcotráfico, sino también de la muerte de las utopías. En un momento marcado por la caída de un sistema político del que escribieron tantos autores de la revolución y la posrevolución, de una supuesta apertura a la democracia y la toma de poder de un partido que renuncia a apostar por la cultura, que renuncia a pensar en otros términos que no sean los del mercado, y que renuncia también al proyecto laicista, que obliga otra vez a pensar en términos de lo no dicho, en términos religiosos…
¿Cómo no va a ser pesimista nuestra literatura si, además, en el presente todos estamos inmersos en una crisis mundial, si las respuestas y la apertura que iba a traer el libremercado y la mayor calidad de vida y el crecimiento de las clases medias, todo esto se ha derrumbado? ¿Si las diferencias sociales son cada vez más abismales, si las migraciones se dan por razones económicas, si todos esos triunfos de los que se habló en los años sesentas fueron fuegos fatuos?
Necesariamente se trata de una literatura que se pregunta todo esto, pero a diferencia de la literatura de los años setenta, que lo hacía desde una tesis, desde una doctrina, aquí se está haciendo través del cinismo, a través del humor negro, a través de recursos que me parecen a mí que se parecen más a aquellos que encontramos en la posguerra, en los expresionistas alemanes, y todos estos autores que, a través del humor buscaron una forma de sobrevivencia, del rescate de ese espacio.
6. El humor y la literatura hierática
Yo estudié literatura comparada, y mi literatura favorita es la inglesa. Me parece extraordinario que una de las características que están ya en Shakespeare, que es el humor, que es el cinismo, que es el papel del bufón al que se le permite decir lo que no se puede decir en otros campos, sea un elemento que se puede percibir a lo largo de toda la tradición, desde Chesterton a autores contemporáneos que siguen escribiendo de esa manera.
Y además tienes también autores que no son nativos ingleses, que no son ingleses, de hecho, pero que están escribiendo literatura inglesa, japoneses, indios, y que lo hacen también desde el humor, porque saben que es una bomba de tiempo, es un arma letal. Es uno de los aspectos más interesantes de la literatura. En nuestra tradición lo saca Borges, esa es la gran lección de Borges. Pero en el resto de los países de habla hispana, comenzando por España, siguiendo por todos los demás países de América Latina, con excepción de Argentina, y terminando con México, se privilegia la actitud hierática.
Hay un prejuicio muy grande: que la literatura que no se escribe con frac no es la literatura. Pero mis autores favoritos…, bueno, Cervantes es uno de ellos, y ahí hay un potencial extraordinario de humor, y la misma Sor Juana en muchos momentos… Mis autores favoritos contemporáneos, de Jorge Ibargüengoitia para acá, usan el humor como arma letal. Es muy paradójico que los mexicanos, que tenemos un sentido del humor negro, no hayamos querido avalar esta otra literatura que sí está en Inés Arredondo, que sí está en muchas autoras.
Cuando se habla de Inés Arredondo no se habla del enorme potencial de humor negro que hay en su obra. Por ejemplo, ella tiene un cuento en el que se está un tío moribundo, ya viejo, con una sobrina muy, muy joven. Cuando el tío está en la cama a punto de morir, le dice a la sobrina que se case con él para que herede. Ella piensa que si se está muriendo ya es un buen anuncio, y acepta. Pero resulta que al tío le llegan nuevos bríos, le inyecta de vida este nuevo matrimonio y no se muere. Si eso no es humor negro, no sé lo que es. Desde la primera frase de Josefina Vicens, ahí también hay un humor oscuro.
Nellie Campobello habla de la revolución de una forma que no habla Mariano Azuela, refiriéndose a un muerto que está fuera de su casa, como mi muertito, como alguien que es de su familia… entonces eso está soslayado, se ha dejado de lado. A mí me interesa mucho todo eso. A mí me parece que varios de los autores nacidos en los años sesentas, tú mencionaste a Villoro, a Fadanelli, al propio Sada, desde luego, y muchos más, tienen el humor como unos de los ejes centrales de su obra.
7. Literatura y mundo
Cuando estás en una feria de libros, alguien puede pensar que tus novelas son novelas académicas. Pero cuando estás en la academia te dicen “tu lenguaje es transparente, y la leí de un golpe”. Yo creo que nunca uno está en el lugar donde debe estar, por alguna razón extraña, que tiene que ver con la hibridez, con este tener la pierna en un lado y la otra en otra. Desde luego, para mí las novelas son herramientas, son instrumentos para pensar, las novelas me ayudan a pensar, pero también son instrumentos que me ayudan a ver, a imaginar posibles mundos.
Ya en otras ocasiones he citado la frase de Juan José Arreola que escuché cuando estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM. Él dijo que “La literatura no es sólo lo que está en los libros. La literatura es la posibilidad de ver los vitrales de Chartres en una rebanada de jitomates y en las sopa de pescado los misterios del fondo marino”. Eso es lo que yo creo que es la literatura. Es una herramienta que nos expande la conciencia, el mundo, y la imaginación. Pensar es una de las formas de imaginar también. Pero eso no quiere decir que la literatura no tenga enormes momentos de diversión, de felicidad, de enorme felicidad, de sueño.
8. ¿Entre qué?
Nos han hecho creer que la literatura es entretenimiento. Las páginas culturales que vemos, muy pequeñas como hojas parroquiales, están en las secciones de entretenimientos en los periódicos, y la prensa escrita intenta convencernos que si algo no se presenta como espectáculo no existe. La literatura y las artes tienen que formar parte de este espectáculo.
Quizás entretenimiento es la única palabra que yo no usaría para la literatura. Nunca me ha gustado la palabra entretener porque esto significa estar entre dos estados. ¿Entre qué, me pregunto? ¿Entre que me muero y entre que estoy viva? No me interesa estar entre esos dos. Me interesa disfrutar a plenitud lo que estoy viviendo en este momento.