Discursos feministas que creemos y que a veces se nos dificultan vivir


I have a PhD and an MD and… look at me! 
I’m locked in a bathroom crying over a boy… 

—Cristina Yang 
(Shonda Rhimes’ character in Grey’s Anatomy)

 

Looking at my watch, he shoulda been home.
Today I regret the night I put that ring on.
He always got them fucking excuses 
I pray to the Lord you reveal what his truth is… universal.

—Beyonce 


"A tu mami hay que conseguirle un novio… mira cómo tiene esas encías, se está cepillando los dientes demasiado de duro! Eso es que tiene demasiado estrés y no lo está liberando!”, le gritó la dentista a mis hijxs entre una oficina y otra durante nuestra última visita[1]. Aunque quise manifestarle mi molestia en torno a su comentario de manera inmediata, el tubo y demás instrumentos que tenía en la boca me prohibieron responderle. Pensé decirle que yo no necesitaba a ningún hombre, que sí tenía mucho estrés, pero que yo lo trabajaría a mi manera. Además (le refunfuñé mentalmente), mis hijxs no deben de estar involucrados en mis procesos de buscar pareja. Frente a ellos debo mantenerme como la supermamá que suelo (más bien, intento) ser a diario. Y las supermujeres no sangran por las encías porque necesitan pareja.

El procedimiento que la doctora me hizo en la boca fue lo suficientemente largo como para darme tiempo a pensar en cómo conocer el discurso feminista, repetirlo e intelectualizarlo, es algo muy distinto a manejarlo en lo cotidiano. En uno de sus libros Gloria Steinem (1993), feminista y activista internacional desde hace por lo menos cinco décadas, nos confiesa que luego de dedicarle muchos años al trabajo de protesta, de luchar por los derechos de las mujeres en diferentes partes del mundo y de recaudar fondos para estas y otras causas, se enamoró de un hombre rico y de derecha. Confesó sentirse cansada de tanta lucha en esos momentos de su vida. Al igual que yo, en esos momentos ella estaba en sus cuarenta. Esta relación la desconectaba de su realidad. Le proveía un espacio de descanso físico y mental temporero. La realidad que vivía con este hombre no equivalía al discurso que manejaba en la calle, frente a las masas.

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Como Steinem (1993), el discurso feminista que yo quisiera vivir en muchas ocasiones no es necesariamente el que forma parte de mi realidad. Usualmente son experiencias que tengo a diario con mis hijxs, como la de la dentista, las que retan el poder poner en práctica muchas de estas ideologías. “Mami, no te preocupes que ella era fea”, me dijo Luna luego de darme una noticia que me dejó fría. Una vez más, mi hija de trece años me retaba con pruebas que son imposibles de evadir. En uno de esos restaurantes de comida procesada y de lema italiano, Luna se encontró al primer hombre en quien confié mi tiempo, mi espacio, mis emociones y la presencia de mis hijxs luego de mi divorcio. “Sí, mami… él me vio y no me saludó… estoy segura que me vio”, me aseguró la niña. Me observaba mientras hablaba. Sentí que mi reacción tendría un impacto en ella como adolescente y futura mujer, y en cómo se relacionaría con los muchachos y eventualmente con los hombres. Recordé esa frase que le dicen a uno cuando te conviertes en madre: lxs hijxs aprenden no por nuestras palabras, sino por nuestro modelaje. Pensé en Sigmund Freud. Pensé en lo tonta que a veces me siento que soy, y en haber confiado una vez más en la persona equivocada. Otras cosas más me pasaron por la mente, entre ellas el maldito restaurante, franquicia estadounidense desplazadora de otros restaurantes y cafeterías locales. Me dio asco su comida procesada y el centro comercial suburbano, replica del modelo norteamericano instantáneo. Lamenté que de todos los lugares y de todas las personas, fuera Luna la que tuvo que presenciar este evento. Y en lo más profundo de mí reconocí que lo sucedido no era casualidad, tenía que enfrentar algo que intuía sobre este nuevo compañero, y hasta el momento no sabía manejar.

“Ok… ¿Estas segura que te vio? … que pena que no te saludó… que mal le quedó…”, le respondí mientras trataba de actuar como si su noticia no me devastara. No podía despachar lo ocurrido tan fácilmente y ella lo notó. Insistió en que sí la vio, me describió donde él estaba sentado y cómo no podía evitar mirarla. Le aseguré que le creía y que me sentía molesta y triste a la vez, que no era justo lo que le había ocurrido. “Soy tu mamá, pero recuerda que también soy humana y tengo sentimientos… me duele, te creo, pero me duele… todo estará bien, no te preocupes”, le afirmé. Esa noche intenté seguir con nuestra rutina cotidiana de tareas, comida, baños y demás. Ignoré mi teléfono. Recurrí a mis libros, los que siempre me amparan. Busqué uno en particular, Revolution from Within de Gloria Steinem. He intentado entender este libro desde que la escuché a ella presentarlo en el 1992 o 1993 mientras estudiaba mi bachillerato en Women’s Studies en Smith College (alma mater que compartimos Steinem y yo). Lo cargué por veinticuatro años porque sabía que algún día lo necesitaría, que eventualmente me haría sentido. En él Steinem narra cómo para lograr la equidad de género tiene que ocurrir una revolución interna en cada unx de nosotrxs. Nos dice que las revoluciones externas, aunque necesarias e importantes, no pueden lograr todos sus objetivos sin que trabajemos con nosotrxs mismxs, con nuestra autoestima, con nuestrx niñx interior. Como otrxs maestrxs, nos habla sobre la importancia de desaprender y reaprender, sobre la espiritualidad, el amor y el "yo" universal. Steinem (1993) dedica el libro a todxs (a hombres y mujeres, niños y niñas y hasta naciones) lxs que han sentido que su poder ha sido limitado por falta de autoestima:

The idea of this book began… when even I… who had been working… on external barriers to women’s equality, had to admit that there were internal ones, too. Whenever I traveled, I saw women who were smart, courageous and valuable, who didn’t think they were smart, courageous or valuable – and this was true of not only women who were poor or otherwise doubly discriminated against, but for supposedly privileged and powerful women, too. It was as if the female spirit were a garden that had grown beneath the shadows of barriers for so long that it kept growing in the same pattern, even after some of the barriers were gone. (p. 3)

Bajo las sombras de esos obstáculos me encontraba yo, con el dilema de cómo presentarle a mi hija (y a mis dos hijos varones también) un modelo de una mujer, madre, trabajadora y jefa de familia que siente y padece y sabe discernir entre lo que le conviene a ella y a su familia. La mañana siguiente me desperté con poco ánimo, pero determinada a enfrentar lo que el día me presentara. Luego de nuestro saludo y un "buenos días", la niña me lanzó: “Creo que no te debí haber dicho nada de lo que vi… no quiero que te pongas como cuando daddy se fue…”. En esos instantes sentí que se me rompió el corazón. Ella no olvidaba la tristeza que me sobrecogió luego del abandono de su papá. Aunque nunca dejé de trabajar, ni de pagar la casa, hacer compra, cocinar, lavar ropa, llevarlxs a sus actividades y todo lo demás, perdí libras a causa del enorme peso, de tanta responsabilidad. Me acompañaba una nube gris, mi piel también se tornó algo gris. Poco a poco fui recuperando mi color y recogiendo los pedacitos que se me habían desprendido con la tristeza. Esa mañana, sentada en la cama de Luna, me obligué a recobrar la compostura. Regresé al presente y con una sonrisa le dije: “Yo estoy súper bien, hoy es un nuevo día… ustedes están bien, todxs estamos muy bien… hoy nos vamos a divertir”. Le di un beso y me fui al baño a prepárame. Encerrada, lloré en silencio. Lloré por no ser más fuerte, por el abandono, por no poder protegerla de tantas cosas y por indignación, porque de niña jamás me hubiese atrevido a hablarle a mi madre de esa manera. Lloré por mis momentos de confusión y por querer evitárselos a ella y por no saber cómo navegar las contradicciones que forman parte del discurso feminista. Además reconocí y admiré cómo, a pesar de tan solo tener trece años, ya es una mujer clara, segura y sabia.

Gilligan writes of evidence “that girls’ development in adolescence may hinge on their resisting not the loss of innocence but the loss of knowledge.” But as she concludes, early female strengths don’t just disappear, they go underground. … It is not surprising to learn that there are two times of crisis in a woman’s life: when she enters that social role in adolescence, and when it abandons her at around fifty. Perhaps one day, we will have changed society enough so women are never asked to submerge a true self. Until then, those early years are the best guide to the person we can become in that last third of life.(Steinem, 1993, pp. 88-89)

En efecto, mi hija aún está en esa etapa que Gilligan y Steinem señalan. Sus fortalezas y cuestionamientos están a flor de piel, su estado de ser es capaz de identificar e interpretar las verdades que algunas de nosotras hemos sumergido o, hasta cierto sentido, perdido. En algún momento de nuestra preadolescencia y adolescencia muchas de nosotras hemos estado sentadas en una silla como la que estuvo sentada mi hija en aquel restaurante. Seguras de lo que vimos y sentimos, sin entender por qué las mujeres mayores que nosotras no eran capaces de ver, sentir o entender de la misma manera. En sillas como la de Luna estuvieron sentadas mi madre y mi abuela cuando de niñas descifraron donde se encontraban sus padres con sus amantes. Ambas sintieron rabia hacia ellos. Me atrevería a decir que sintieron más rabia hacia sus propias madres por “permitírselos” o por aparentar “no hacer nada” al respecto. Muchas veces perdemos de perspectiva el contexto o el trasfondo histórico social que como hombres y mujeres nos (des/in)forma.

Hace ya más de medio siglo, mi abuela se vio obligada a cuidar a sus seis hermanxs menores luego de que su madre se cansara de las infidelidades de su padre e inusualmente decidiera abandonar el hogar en busca de mejor vida en Nueva York.

… On the one hand, each of us is born with a full circle of human qualities, and also with a unique version of them. On the one hand, societies ask us to play totalitarian gender roles that divide labor, assign behavior, provide the paradigm for race and class, and are so accepted that they may be seen as part of nature… both [boys and girls] have been told that some parts of themselves are appropriate only to the “opposite sex”, they will look for them in other people. In search of inner wholeness, they will try to absorb and possess someone else… 
         This polarization of “feminine” and “masculine”, this internal mutilation of our whole selves, would be cruel enough if its effects went no further, but the two halves aren’t really “halves” at all. Male dominance means that admired qualities are called “masculine” and are more plentiful, while “feminine” ones are not only fewer but also less valued. Thus, boys as a group have higher self-esteem because they are literally allowed more of a self and because the qualities they must suppress are less desirable, while girls as a group have lower self-esteem because they are expected to suppress more of themselves and because society denigrates what is left. Once adolescence and hormones hit, this lack of true self in both sexes, this feeling of being incomplete and perhaps, also ashamed of parts of oneself that “belong” to the opposite sex, combines with society’s intensified gender expectations to make many of us construct a false social persona…
(Steinem, 1993, pp. 256-257)

Mi abuela decidió que no aguantaría el abandono de su mamá, ni asumiría sus responsabilidades. En vez de salir corriendo detrás de ella hacia las fábricas de Nueva York, decidió abandonar la escuela y la casa de su papá. Aceptó el matrimonio que le proponía un muchacho que aunque no conocía bien, llevaba tiempo dándole la vuelta y diciéndole cosas lindas. Ese mismo muchacho fue el que en ocasiones después se perdía y la dejaba sola en una casita en el campo con su primer bebé, luego en otro pueblo con dos bebés, después en diferentes ciudades con su tercer y cuarto bebé. Al momento de morir, me enteré que aunque mis abuelos tuvieron cuatro hijos durante los cuarenta años que vivieron juntos, la poca herencia que él dejó debía ser repartida entre siete hijos. Mi abuela enviudó a los sesenta años. Recuerdo estar sentada junto a ella poco tiempo después de que ella procesara su duelo y que me confesara que por primera vez se sentía libre. Ahora podía vivir su vida.

… with low self-esteem, both males and females are likely to seek refuge and approval in exaggerated versions of their gender roles, and thus to become even less complete as they grow up. Inflexibility, dogmatism, competitiveness, aggression, distance from any female quality or person, homophobia, even cruelty and violence, become the classic gender masks of low self-esteem in men. Submissiveness, dependency, need for male approval, fear of conflict, self-blame, and inability to express anger are classic gender masks of low self-esteem in women.(Steinem, 1993, pp. 256-258)

De niña recuerdo haber estado sentada en el carro con mi mamá mientras ella perseguía el carro de mi padre a un vecindario que no era el nuestro, hasta una casa que no era la mía. Recuerdo que guiaba con furia, le deba puños al guía y entre dientes repetía “¡lo sabía… lo sabía!”. También recuerdo que no nos bajamos del carro, regresamos a nuestra casa a donde mi papá regresaba todas las noches. No sería la primera vez que mi madre acertara algo sobre mi padre. Son los únicos de la familia extendida que permanecen casados a través de tantos años. Se van de viaje, salen a comer y van a conciertos. Su amor parece ser verdadero. Son ejemplo para sus nietxs del discurso matrimonial. A mis hijxs les tocó vivir el divorcio. Les tocó vivir con mi hermana y conmigo, dos mujeres fuertes que se cuestionan su realidad constantemente, que lloran de vez en cuando y que a pesar de haberse graduado de universidades de renombre y tener varios grados académicos, muchas veces no tienen todas las respuestas. Además, les tocó recorrer esta etapa de su vida con una mamá que da puños en el guía mientras todxs cantan en el carro canciones de otras mujeres fuertes que deciden señalar las contradicciones en los discursos establecidos y proponer otros.

Sorry, I ain’t sorry 
I ain’t thinking ‘bout you 
I ain’t thinking ‘bout you 
Middle fingers up, put them hands high 
Wave it in his face, tell him, boy, bye 
Tell him, boy, bye, boy, bye 
Middle fingers up, I ain’t thinking ‘bout you
[2]


Notas:

[1] Esta fue la misma dentista que dedujo mi tercer embarazo en el 2004. En una de mis visitas de rutina encontró que mis encías estaban sangrando demasiado. “¡Tú estás embarazada!”, vociferó en plena oficina. Atónita, le dije que estaba equivocada. Ocho meses más tarde, nació Guillén. 
[2] “Sorry”, canción de Beyonce de su último disco Lemonade (2016).


Lista de referencias:

Steinem, G. (1993). Revolution from Within. USA


Lista de imágenes:

1-4. Lissy Elle, Fine art