Los Powers y las Ladies: ¿cómo criar nenes y nenas noviolentos y con conciencia de género?

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Durante mi primer embarazo celebré el que tendría un hijo varón (aunque mi madre comentara que yo no sabría qué hacer con un niño después de tantos estudios de las mujeres y de género y marchas feministas). Cuando meditaba lo visualizaba y desde mucho antes de nacer me dijo que se llamaría Guillermo. En esos momentos decidí que Guillermo (y mis otros dos hijxs que vendrían después) explorarían con diferentes juguetes y juegos, siempre y cuando no fuesen bélicos. Años más tarde lxs tres morirían por tener pistolas (aunque fuesen de agua) y crearían todo tipo de armas con palos de escoba y ramas. Nunca le prestaron atención a los videos de Baby Einstein y otros de esa índole, solo querían ver a los Power Rangers.

Aunque en nuestro hogar siempre se ha fomentado la meditación, la práctica de yoga, el respeto a diferentes creencias, a la naturaleza y a todos los seres vivos, de muy pequeño Guillermo tenía la mano suelta y a cada actividad que íbamos (cumpleaños, playdates, visitas a centros de yoga, etc.) siempre salía alguien llorando porque él les había pegado. El niño daba cachetadas y cocotazos con el juguete que tuviese a la mano. Leímos múltiples libros sobre la disciplina con amor, y como resultado, el niño pasó innumerables minutos en “time out” reflexionando sobre su comportamiento. 

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Además estábamos muy conscientes de brindarles la oportunidad de fluir en asuntos de juego y de género, así retando (para el desdén de muchxs) los esquemas establecidos de género (y aún reproducidos) en este país. Durante sus primeros cinco años de vida los tres se pusieron mis faldas y tacos. Se lanzaron de los muebles más altos para ver cómo los trajes y faldas les servían de paracaídas y daban vueltas y vueltas para ver las faldas danzar en el aire. También pasaron por una etapa donde jugaron con Barbies (íconos de supuesta feminidad odiada por toda feminista). A Guillermo le gustaba lanzarlas desde el último escalón de nuestro pequeño edificio desnudas y despelucadas. En varias ocasiones me pararon en tiendas y en casas ajenas para reclamarme el que le permitiera a mis hijos varones jugar con muñecas. En una fiesta Guillermo corrió hacia mí en llanto porque una señora le había arrebatado la muñeca que tenía en sus manos. 

Lxs tres también se han expresado a través de su ropa y cómo llevan el pelo (algo que no me permitieron a mí de niña, aún guardo una foto donde mi hermano mayor y yo estábamos vestidxs iguales con un conjunto de listas rojas y blancas. Yo en falda y con un tremendo lazo en la cabeza). En ocasiones mis hijxs se han puesto camisas de cuadros y pantalones de rayas, chancletas de dedo con mahones y guayaberas, botas de hule rojas y traje de baño para ir al cine, y corbatas con t-shirts, entre otros fashion statements.

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Guillermo pasó por una etapa que solo se quería vestir de uno de los Power Rangers. Recuerdo ir a la tienda a comprarle su deseado disfraz ignorando que existían varios Rangers, escogí el primero que encontré. Luego de que hice la kilométrica fila, la cajera me informó que el disfraz que tenía en la mano era de una chica Ranger. Eventualmente, conseguí el cotizado disfraz, un jumpsuit que se amarraba con un pedacito de velcro en la espalda. Era negro y rojo y tenia un cinturón dorado. Por los próximos meses me acompañó mi propio Power Ranger a todas partes, desde el supermercado hasta las casas de familiares. El poliéster se lavó al menos tres veces en semana, a veces más, ya que también insistió usarlo de pijama. El suit no estaba completo sin las botas negras, muy parecidas a las que utilizaba mi abuelo, (un jíbaro muy fashionista de Orocovis). Luego de un par de meses, (como villana sigilosa), tuve que desaparecerle las famosas botas negras de zipper mientras dormía. Imaginaba toda clase de desastre podiátrico, me parecía ver sus dedos de los pies atrofiados en un futuro no muy lejano, de tan pequeñas que ya le quedaban las botas. El disfraz permaneció en nuestra familia unos años más. Guillermo lo usó hasta que el torso ya no le cabía. Después lo usó mi sobrino hasta que le quedó brinca-charcos. Finalmente llegó a las manos de mi hijo menor, Guillén, quien ha sido fiel a los Power Rangers hasta el sol de hoy.

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A mi hija, por otra parte, siempre le ha encantado bailar. Antes de que comenzara a caminar, rebotaba al ritmo de todo tipo de música y desde que supo caminar y coordinar mejor sus movimientos, montó coreografías complejas en nuestra sala o frente al espejo de cualquier cuarto. Nos ha hecho demostraciones de bailes de bomba con repiques de falda en mano. También nos ha deleitado, cantado y bailado al son de “La loba” de Shakira y organizado performances para la familia entera al ritmo de Britney Spears y Justin Beiber. A todo beat le saca un paso.

Además le encanta todo lo girlie (mas girlie de lo que esperaba). Se pasa viendo videos de peinados y diferentes estilos de maquillaje. Le fascina el brillo e ir de shopping (esto no sé de quien lo aprendió, yo nunca voy al salón de belleza y voy muy poco de compras a centros comerciales). Sabe maquillarse mejor que yo, casi tan perfecto como una maquillista profesional. Tiene más productos de pelo y de maquillaje que muchas mujeres adultas. Su nuevo pasatiempo es suplicarme que le deje maquillarme. Usualmente accedo por la presión (y por el sentido de culpabilidad ya que soy una madre que prefiere leer y escribir a jugar con maquillajes y a pintarse las uñas de diferentes colores con su hija).

Desde los tres años Luna estudia en una academia de baile, participa en recitales y hasta ha llegado a bailar como una chiquidancer de Lady Mágica. La primera vez que bailó en el programa de televisión de Lady Mágica fue toda una aventura para ella, para mí fue una tragedia. Ese día mis tres hijxs tenían compromisos diferentes. Yo tenía los minutos del día contados.  Primero llevaría a Luna al estudio de televisión, luego a Guillermo a su cita y finalmente a Guillén a un cumpleaños. Luego los recogería en intervalos. No contaba con que las demás madres de las chiquidancers permanecerían en el estudio y maquillarían y peinarían a sus hijas a la perfección. Todas llegaron arrastrando una maleta de rueditas donde cargaban todo tipo de productos y decoraciones para pelo, maquillajes, escarcha y otros embelecos (guantes y medias de diferentes estilos y colores). Luna llegó con lo que tenía puesto; leggings negros y camisilla de un color vivo. Entré en pánico al ver cuán poco preparadas estábamos.

Me acababan de informar que a mi niña la vestirían como una fresa y necesitaría una camisa roja. Corrí a la guagua para ver que maquillajes tenía por allí tirados. Rebusqué debajo de asientos, entre bultos y bolsas que tenía guardadas en el baúl. Finalmente encontré una camisa roja de playa de Guillén. Le sacudí la arena que la cubría y se la puse a Luna al revés para que no se viera el diseño que tenía en frente. Con un lipstick rojo que encontré tirado en el piso de la guagua le dibujé dos círculos rojos en los cachetes y con un eyeliner negro de poca punta le hice unas pecas en la cara simulando las semillas de la fresa y le hice un moño en el pelo lo mejor que pude.

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Antes de irme le pedí a otra de las mamás de las dancers que le echara un ojo, ya que yo tenía que salir corriendo para llevar a Guillermo y a Guillén a sus otros compromisos. Allí dejé a Luna, vestida de chiquefresa, repleta de escarcha, bailando al son de reggaetón para niñxs con Lady Mágica, una mujer cubierta en escarcha, híper-maquillada que se refería a todo con el prefijo chiqui. Las otras mamás que acompañaban a sus hijas aparentaban total entusiasmo y trataban a la Lady con gran respeto. Luna estaba encantada. Yo estaba horrorizada.

Uno de mis grandes temores era tener hijxs que se convirtieran en adultos de la ultra derecha. No había pensado en tener hijxs que reprodujeran roles “tradicionales” de género, entre ellos nenes (futuros hombres) violentos y nenas (futuras mujeres) enfocadas en la belleza. Pero mis hijxs, como yo y como todxs vivimos en este contexto, en este espacio de hombres y mujeres que se agarran con uñas y dientes a roles y estructuras de género que nos hacen daño, y que hacen la tarea de criar nenes y nenas noviolentos y con conciencia de género genuinamente cuesta arriba.

Lista de imágenes:

* Todas las imágenes pertenecen a la artista Barbara Kruger