Cruzados (segundo de una serie)

* Esta es la segunda entrega de la serie Cruzados. Para acceder a la primera entrega de la serie, haga clic aquí.

Resultado de imagen para Christopher Wool, Untitled, 1990.

VI. The wolf is hungry, he runs the show. Cuando Fede se bajó de la tarima, se dirigió directamente a la barra sin mirar a las turistas norteamericanas echándole el ojo desde la primera canción que tocó. No iba a pedir tragos ni buscar halagos por su presentación. Iba tras Alexa, a quien juraba haber visto antes por la universidad, porque caras como la de ella no se olvidaban. Hes licking his lips, hes ready to win. On the hunt tonight for love at first sting.

Fede, alias Rico, alias Federico Andrés para su madre, era guitarrista independiente, buscando una banda para ser famoso. Era un rockero puertorriqueñizado: hablaba como Daddy Yankee aunque sus ídolos fueran los Beatles y Nikki Sixx. “Viste, yo escucho de todo un poco pero, papi, hay que admitir que Motley está cabrón”. Coreaba canciones de Mötley Crüe y Sex Pistols y vestía camisetas alusivas a sus bandas favoritas. Tanto él como Alexa, de gustos similares, no se conocerían formalmente hasta varias semanas después de comenzar su segundo año universitario en el curso introductorio a las Ciencias Sociales.

Luego de la clase, Alexa y Fede iban a Casa Lima, frente a DMN, a beber café y hablabar sobre cuán confundidos quedaron. Luego, la conversación caía en las garras de la música y de ahí no salía. Ya hastiados de rodeos, caminaban hasta el estacionamiento de Sociales donde Alexa acostumbraba estacionar su minivan. Debajo de un árbol, dentro de una guagua tipo soccer mom, en un estacionamiento donde los guardias brillan por su ausencia. El lugar era perfecto para bajar las ganas.

“Fede, ¿y si nos cogen?”, suspiraba.
Chillea chica, déjate llevar”, contestaba, concentrado en el acto.

Alexa fue gimnasta en la elemental, aún conservaba técnicas de contorsionismo necesarias para moverse en el asiento trasero. Solía apoyar las piernas en las cabeceras de los asientos delanteros. Fede se arrodillaba frente al asiento y la embestía al ritmo de Guns N’ Roses en honor al erotismo y el glam rock. Otras veces, Alexa pegaba sus manos al cristal en búsqueda de apoyo pero pronto se percató que eso llamaba más la atención.

Tuvieron varios encuentros allí antes que un miembro de la Guardia Universitaria llegara a tocar el cristal de la guagua por verla mecerse de lado a lado sin avanzar. Así, se mudaron al techo de Ciencias Naturales y a veces al de Arquitectura, porque deseos y lugares sobraban. Sin embargo, en todos lados Alexa llevaba la “perse” de que los cogieran, mientras que Fede pedía más cada vez sin importarle dónde.

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A fin de cuentas, se convirtieron en “amigos con privilegios”. Con privilegio de chocar sus cuerpos con ímpetu en cualquier esquina, mayormente en la van de Alexa. Con privilegio de coquetear y actuar como adolescentes de hormonas revoloteadas entre sí y con terceros. Sin privilegio, por otro lado, de celarse y hundirse en emociones que no fueran pasajeras.

Acordaron no decirle a nadie de sus aventuras alrededor del recinto para evitar comentarios innecesarios como “ustedes pegan juntos” o “era de esperarse”. Según Fede, “el que come callao’, come dos veces”. A pesar de que sus camisas terminaban más rotas de lo usual, los encuentros experimentales le servían de inspiración para componer sus futuros éxitos.

Federico se volvió adicto a su música y por consiguiente, al sexo como sus ídolos. Llamaba a Alexa constantemente buscando un rato de placer, aunque fuera corto. Ella no contestaba, ya le irritaba ser un objeto sexual, por eso no tardó en conseguirse a un pintor de Bellas Artes que la trataba como la musa más bella del mundo.

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VII. Federico, Samuel y Carlos se conocían desde primer año. Ni antes, ni después. Samuel escuchaba Metallica para sentirse libre y odiaba a las bandas tributo por no ser originales. Carlos detestaba el reggaetón porque utilizaban la misma base de 15 tiempos en su ritmo, o algo así. “¿No me crees? Escucha una canción de esas y ponte a contar. Vas a ver que sí”, decía. Además de eso, le tenía un odio inexplicable a Justin Bieber. “Ese cabrón merece morir”, así sin más.

A pesar de sus estilos tan distanciados, encontraron un punto de convergencia: Los Beatles. Todos estaban de acuerdo en que la banda londinense merecía el título de “Padres de la música”. Por esa admiración a Paul, Ringo, John y George, cada día se motivaban más a ser artistas. Sus reuniones se daban en la glorieta localizada entre COPU y HUMA. Para algunos era una glorieta, para otros era un “gazebo”, pero para ellos simplemente era “La Meca”. Entre charla y charla, formaron un conjunto acústico y se presentaban por San Juan y Río Piedras. A los pocos meses se unió David, baterista desde los cinco años y pesimista por obligación.

"Loco, esto no va a funcionar pero dale”, repetía David cuando se convirtieron en banda, llamados "Los vigilantes del fuego". Les gustaba el nombre por la multiplicidad de significados que podían conferirle. A veces, Federico y Samuel aseguraban que el fuego era pasión y ellos, precavidos por experiencia, preferían no sucumbir a ese lado del impulso y la emoción. Carlos entendía que el fuego significaba tecnología y avances humanos, por eso sus ritmos siempre estaban a la vanguardia. En momentos de increíble claridad, David explicaba que “vigilar el fuego se refiere a esos momentos de reflexión que solo mirar directamente al fuego puede permitir”. Estilos distintos.

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“Asumiendo que vamos a pegar, hay que ir escribiendo canciones buenas mano, yo no quiero nada fresita pop”, advertía David. Sin embargo, Federico lo convenció de escribir al menos una canción suave, para pegar. Luego continuarían con su mezcla de ritmos. “Si queremos pegar, tenemos que ser medio pop pa’ las nenas, así los shows se nos llenan mano”. Alexa fue de las primeras en llegar al debut de la banda en Nuestro Son, San Juan. Según me cuentan, todavía "Los vigilantes del fuego" siguen haciendo escante por ahí (get it?). La voz se regó entre los amigos cercanos de la banda y los amigos de los amigos y los que se enteraban por Facebook. Jorgito Pietro recibía el invite y llevaba a sus amigos extranjeros de intercambio en la isla para pasarla bien con una banda local en la capital. “Darse pa'l de beers”, como le enseñaron. Hernán y Paloma, que no conocían al grupo, acostumbraron ir a los shows para apoyar a Alexa, quien fungió como backup singer en las canciones de anzuelo. “Viste, pa pegar na’ más”.

Lista de imágenes:

1. Chirstopher Wool, Untitled, 1990.
2. Chirstopher Wool, Untitled (SEX LUV), 1996.
3. Christopher Wool, Untitled (Cats In Bag), 1990.
4. Christopher Wool, Untitled (The Harder You Look), 2000. 
5. Christopher Wool, Untitled (I Went To See A Psychiatrist), 2012. 

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