Julia, una querencia

Julia de Burgos

Escribir. ¿Hablar de Julia? Implica desenmarañar un mito para encontrar un lugar familiar. Julia es ante todo un lugar del cual podemos hablarnos. Su leyenda se ha convertido para bien o para mal en espacio común. Es un pretexto que nos invade con sus querencias. Asimismo, revisitar un lugar de alguna manera invoca nostalgia y lo domestica ante la mirada familiar. Julia es muy familiar y probablemente muy distinta a las figuraciones que quedan de la mujer que fue. Ella es la mujer imaginada, la mujer posible, la imposible y al mismo tiempo la intelectual que fue socavada por las pautas de desigualdad a las cuales no dudó enfrentarse. La mirada hacia Julia como un mito de la feminidad trágica ante un presunto único desamor es una trampa que provoca la inmortalización de su poesía y una romantización poco convincente ante las fracturas existenciales que podemos rastrear en su poesía.

Sin embargo, esa feminidad escindida aun en los binarios hombre y mujer nos es tan trágica como intervenida por aparatos de significación que leen en su vida y obra la tragedia del artista imbuido en su pasión descontrolada. Aunque su planteamiento en cuanto a género es el reclamo de libertad de la mujer heterosexual y no redunda en la homoerotización como vehículo hacia el encuentro con el otro, vale entender su discurso como una homoerótica que plantea lo absurdo de las categorías de género. El goce de sí misma implica lo ominoso de un narcisismo que vehiculiza la libertad. Cierto es sin duda su manifiesto intento de anclar la proyección del yo sobre un cuerpo externo y su objeto de deseo es el otro masculino. No obstante, en sí misma es una parodia del deseo y de los límites del yo. La poeta sabe que enfrentar al hombre con su discurso es asumir la libertad de la palabra y ello implica el advenimiento de un goce de la mismidad discursiva. El cuerpo de esa mismidad evoca un goce cuyo binarismo provoca una fractura de esa frontera en que lo otro se disuelve. Ese cuerpo bien podría ser el amado, el río o las multitudes que la persiguen sin embargo todos son vehículos en los cuales se explana el yo que resulta imposible en su búsqueda por la libertad.

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Revisitarla también nos arroja al asombro y lo familiar que nos resultó en algún momento pierde vigencia. Cuando prestamos atención descubrimos las grietas y los agujeros. La poesía de Julia incomoda por su descarnada exhibición en nuestro ojo demasiado a acostumbrada a las superficies y quizás no haya otra manera de observar lo real sino a través de su cáscara. Ese primer encuentro con la manera en que observamos implica al mismo tiempo el primer desencuentro al que nos arroja la poesía de Julia, siempre imbuida en su búsqueda de una verdad sencilla.  El cuerpo de su poesía es uno en que el discurso de lo íntimo se asume en su publicidad más fragmentada. La escisión entre sujeto histórico y voz lírica son planteadas desde el propio desdoblamiento de la identidad. Ese desdoblamiento o esa doble dirección que asume en busca de su unicidad se plantea desde la parodia misma de yo. Esa parodia del sujeto es lo que implica su distancia de la poesía de Clara Lair por ejemplo. El hombre y la mujer en la poesía de Julia son un mismo objeto que sirve de pretexto para el desdoblamiento.

Canción amarga es en sí mismo un poema que parodia la tristeza. Nada turba mi ser pero estoy triste, nos canta la poeta. Sabemos, sin embargo, que el ser sí existe perturbado en la urbe y que aun en el campo hay desasosiego en el torrente del río. Este estado de alerta en el mundo es la mayor perturbación de la poeta. Consciente de sí lo que pareciera ser una canción de la verdad sencilla se convierte en lo ominoso en la poesía de Julia, en la cual podemos encontrar la violencia de un mundo desigual, de un sujeto que vive en constante desencuentro con su contexto. Los cuerpos de la resistencia son ominosos e indóciles, contrario a los cuerpos de la superación, asimilados a normas que los autorizan bajo la ley, la moral y el orden público.

La poesía de Julia no es poesía de la superación vindicadora, es la canción amarga de la resistencia sin mayores ambages ni subterfugios y esto infunde terror porque es sin duda la promesa de la felicidad el mayor fraude de la modernidad. Julia no busca superarse a sí misma, por el contrario su viaje es a encontrarse. La búsqueda del yo que pareciera redundar en la búsqueda de la felicidad utiliza como vehículo la idea de la libertad como paradigma. Nos canta la poeta en cada metáfora del vuelo, la corriente, el mar o de los pies promisorios un intento de condensar las ideas de lo moderno cuyo último fin de la felicidad y el triunfo del individuo. Sin embargo esa búsqueda pierde orientación cuando se topa con las oposiciones binarias que provocan la pérdida del sentido. Se torna un proyecto imposible.

El yo se desfigura fantasmagórico y múltiple, como todos los vuelos de dios que comienzan en el pecho de la poeta. Esos versos nos invitan a lo múltiple mientras evocan la idea de lo infinito. Otro ejemplo de esa multiplicidad lo encontramos en las metáforas sobre la vastedad del mar, la cual desorienta a la mirada del caribeño demasiado ensimismado en la belleza del paisaje.

Es el paisaje en la poesía de Julia una constante alusión a la libertad. La amargura de la poeta encabalga en el torrente de la corriente, su mirada detenida en el paisaje reconoce que el mundo de lo natural es tan libre como ella y aun así el encuentro con la felicidad y la unicidad ansiada del yo es un proyecto frustrado. Julia ha tenido que justificarse como tenemos que justificarnos los escritores que ejercemos nuestro oficio desde espacios liminales y de marginalidad.

El amor por su parte en la poesía de Julia es un proyecto que no se consuma justamente porque es posible. Esta es la paradoja recurso de estilo más frecuente en la poesía de Julia. Sin embargo es posible en distintas vías para los sujetos y es este el origen del desencuentro. ¿Cómo aceptamos que la vía de lo que amamos es opuesta a la nuestra? Conciliar, condensar las querencias en uno mismo a su vez provoca el desencuentro y el alejamiento del contexto. Esa doble dirección marca el viaje hacia sí misma explorando el paisaje particularmente o al convertir el cuerpo del hombre amado en paisaje. El hombre río que no es otra cosa que la fuga constante de aquello amado que se escapa cuando se vuelve tan familiar. 

La modernidad es una paradoja y en la poesía de Julia nos narra cómo se niega a sí misma lo mismo que promete. Son estas paradojas las que intenta conciliar. La tierra y el mar se desplazan en cada verso con una misma versión del paisaje o sí misma. La poeta sabe que la búsqueda de la verdad sencilla implica violar las normas y los límites propios y es Pentacromía el poema más representativo de estas dislocaciones. Al plantearse a sí misma como paisaje Julia se reconoce como un lugar que es capaz de dislocarse y volverse múltiple. Distinto a las oposiciones binarias, su voz busca constantemente la unicidad en lo fraternal. La querencia por la libertad en la poesía de Julia busca una cercanía con el contexto. Convierte al yo en un lugar capaz de conjugar las múltiples versiones de sí, mas su proyecto poético al mismo tiempo propone la desorientación que esa multiplicidad es capaz de provocar. Julia reconoce que cuando la querencia pretende fijarse en la corriente su destino es un destino es amargo. La trampa después de haber tenido entre las manos las estrellas es quemarse con la luz de su querencia. 

Lista de imágenes:

1. Vagabond, "Poeta Julia de Burgos", 2014.
2. Fotógrafx desconocidx, Julia de Burgos a orillas del Río Grande de Loíza.
3. Cobito Torres, "A Julia de Burgos".
4. Fotógrafx desconocidx, Julia de Burgos en Cuba, 1941. 

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