El desvivirse pronto y mal

Se dice que no hay una manera, una fórmula, para contrarrestar la criminalidad y ya. Que quede claro: no hay modo ni deseo de justificarla. Las atrocidades son inequívocamente repudiables. Eso lo sabemos, pero queremos respuestas, por lo que necesitamos preguntas pertinentes. Quizás haya un entramado social desde cuyos protagonismos económicos y apartes culturales podamos desenmarañar aspectos de la problemática de fondo.

Abrimos el telón y no hay un alma en escena. Los chicos han faltado a la escuela pues qué más dá: otro día sin recursos porque todo lo que sea "público" ha caído en las páginas de Cheo de los gobernantes derechistas. Los encargados de los chicos quizás han sido despedidos por aquello de la austeridad. En el pueblo no se acostumbra ir a la librería porque eso de leer se ve como una pérdida de tiempo cuando hay tanto qué hacer: desde genuinamente ayudar a familiares envejecientes a pintar la casa hasta echarse al sofá a ver algún reality show.

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Porque en esos shows parece que se puede aspirar a algo: a pasar a una escena mayor en la vida. Se puede tener la cocina remodelada por $10,000 y el cuerpo de figurín con la dieta perfecta y los entrenadores más altamente cotizados. Se puede conseguir no solamente el traje de novia ideal sino el de la cola más larga y el que mejor acentúe los recién aumentados pechos mediante costosa cirugía.

Todo puede y deber ser lo más high-tech posible: cada persona en la familia -y cuidado si no el perro y el gato también- deben tener sus iPads; nadie puede vivir sin el smartphone de último modelo y sin el SUV más brilloso y llamativo. Si a los del show todo esto parece lloverles del cielo- y sin ser grandes profesionales o trabajadores de convicción -parece que hay a quien esta lluvia les ahoga el cerebro. Por supuesto que no se puede decir que un programa lleva a una persona a la criminalidad. Pero hay una valorización, una escala de lo deseable, que se va graduando episodio a episodio.

Claro está que hay toda una serie de variables que conducen a la corrupción del ser humano y echar culpas no resuelve nada ni es el propósito del desmarañamiento. Un programa es un programa. Pero hay una programación que cruza pueblos y se pasea por carreteras a todo lo largo y ancho del país. Se cuela entre pancartas y se escucha en las voces que siempre están buscando algo aunque no lo necesiten. Y ese algo hay que conseguirlo pronto y no importa si mal. Esto es parte del problema, si no de lo que influye en el crimen, por lo menos, de los abismos sociales que nos circundan, resultando en fallidas comunicaciones y entorpecimientos en el desarrollo de la persona ciudadana.

El telón se abre de nuevo para el segundo acto, el que no sugiere sino que pinta el cuadro con los tonos a disposición, aunque se haya cancelado la clase de arte, pues de qué valen esas boberías. Que no hay asomo de mejoría porque hay un clasismo y racismo tan rampante merodeando el problema fundamental, que se escamotea como aparte escénico, aparte que algunos aprovechan para ir al baño o mandar un text al chillo o a la chilla. Que hoy se deja la escuela, que al llegar a casa el padre grita y pelea mientras la madre soporta porque, de todos modos, "mi peor es nada" y hay que tener macho siempre y a todo coste.

Que hoy la cosa se hace más difícil porque ahora los dos se quedaron sin empleo. Que todo es cuesta arriba, pero que puede haber una vía fácil y así conseguir mucho dinero, muchos amantes, todo de oro, en primera plana y -si total todos vivimos bajo el lema de "sálvese quien pueda"- pues qué más da. Los que más trabajan, los más honestos, los que menos se meten con el prójimo: todos ellos suelen hilar finito, vivir moderadamente y casi nunca se escapan de los vecinos que les estacionan la pick up frente a la casa, obstaculizándoles la salida. ¿Eso brega?

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Las preguntas deben seguirse generando. ¿Quiénes son las figuras a emular? ¿Las del lucirse pronto y mal? "Yo no creo en el lujo ni en el orgullo, ni en la aristocracia de la sangre; ni menos en la nueva aristocracia del dinero" (40), decía Jesús Colón allá por la década del 1930. ¿Conocemos a este cayeyano afro-boricua, campeón de la educación y líder comunitario en Nueva York?

Subamos el telón para el tercer acto, el que no se ha ensayado. Y sigamos preguntando. Sigamos leyendo, aunque parezcamos Quijotes a quienes se les haya "secado" el cerebro, pues somos más perspicaces que eso. Paremos de fingir y de querer parecer. Eso está bien en el teatro, pero no como modus operandi de nuestra vida diaria como con-ciudadanos. "Vivir luchando es vivir aprendiendo" (Colón 57). El vivir pronto y mal -ante la seducción de la fama y la fortuna- es cancelar el discernimiento y desvivirse hasta la tragedia. El pueblo está harto.

Somos, a mayor o menor grado y en algún momento y otro, el público. No queremos estar en las páginas de Cheo.

Lista de referencias:

Colón, Jesús. Lo que el pueblo me dice. Ed. Edwin Karli Padilla Aponte. Houston: Arte Público Press, 2001.