Bajo el cielo de Nuevo México

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Ghost Ranch, Nuevo México, fue donde se llevó a cabo el taller de escritura “Las Dos Brujas”, organizado por la autora cubano-americana Cristina García, durante la primera semana de junio 2012. Habiendo pasado el eclipse del 20 de mayo en el lugar donde viví por dos singulares años de mi vida joven (muy joven)--Minneapolis--llegué con el proyecto creativo mejor delineado en mente: un mini-memoir de esa etapa, o estación, de mi vida. Fue mi colega y también escritora, Pilar Melero (From Mythic Rocks/Voces del Malpáis), quien me avisó de esta oportunidad y yo, con mi e-book Sobre la tela de una araña recién publicado, no titubeé en mandar mi solicitud. El taller me intrigaba. Más aún, ¿qué tendría que ver un fantasma con un tren, un laberinto con un cielo pluri-azul y las memorias con un enebro? Veamos.

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En el shuttle del aeropuerto de Albuquerque a Ghost Ranch conocí a Hannah Dela Cruz Abrams (The Man Who Danced With Dolls) quien resultó ser la compañera de cuarto asignada a la habitación llamada Juniper en donde me tocaba hospedarme. Pilar y yo habíamos solicitado hospedarnos juntas desde que enviamos los papeles en octubre 2011, así que terminamos intercambiando roommates: Hannah con Sibyl y Pilar conmigo. Después de todo -en realidad, antes que nada- ya habíamos entablado un creciente aprecio entre todas. Además, Hannah y yo estaríamos en el mismo taller: escribiendo memorias, con Denise Chávez (Loving Pedro Infante) de mentora.

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Las participantes del taller de memorias (resultamos ser todas mujeres) nos reuníamos con Denise en la Cottonwood Library todas las mañanas desde las 9:00 hasta el mediodía. Utilizamos varias técnicas para anclar la musa y entre el café con piñón y el paisaje que nos acompañaba, dedicábamos tiempo a escribir por separado y para leer luego ante el grupo. Denise nos ofreció varias orejitas en cuanto a lo que se debe y no se debe hacer cuando se lee en público. Ponerse a jugar con el pelo no es lo más aconsejable, nos decía la autora chicana. Mientras, se llevaban a cabo ejercicios de voz, escritura y lectura para las “memoristas” sobre el suelo nuevomexicano, hizo su ceremonia celestial el eclipse del 5 de junio, el parejo del que pasé visitando y rememorando en Minneapolis. Ya para ese día, el segundo del taller, algo se me hacía más y más claro a medida en que seguía escribiendo: siempre me encontraba yendo a diferentes lados y en diversos momentos. Eran memorias con futuro, proyecciones con trasfondo y hasta anécdotas. Y la luna se veía muy a tono con aquel pluri-azul cielo.

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Por las tardes, asistíamos a los “craft talks”. Cada día, cada uno de los escritores a cargo de los talleres daba una charla, todos y cada uno de ellos: Juan Felipe Herrera, Chris Abani, Kamiko Hahn, Denise Chávez y Cristina García. Por las noches, luego de la cena, todos y cada uno leyeron de sus obras publicadas. Más tarde aún, había una mini-recepción en donde se podían comprar libros, conversar con los participantes de los otros talleres y, claro, tomarse una buena copa de vino. De ahí a escribir fluidamente y/o a dormir bien, que cada mañana en Ghost Ranch se asomaba, si no con un nuevo cielo per se, con impredecibles tonalidades de gris y azul.

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Y, ¿cómo escribir sobre Minneapolis, ciudad “artsy” del Midwest, a 7,000 pies de altura, en el paisaje más foráneo a lo que ando acostumbrada, sea en Puerto Rico, en Minnesota o en Wisconsin? Pues, resulta ser no tan difícil. Si algo me picaba de curiosidad cuando vivía en Minneapolis era ver el tren de la SOO line con sus vagones de Santa Fe. El tren se apresuraba hacia Chicago mientras mi imaginación se volcaba hacia cielos abiertos que ahora tenía plenamente a mi disposición. Así fue que añadí “Santa Fe” a mi mini-memoir, bajo los siete tonos de azul de una tarde, y luego de varios laberintos visitados, no solamente en Ghost Ranch sino en recuerdos opacados, irrelevantes o bien repentinamente recuperados.

El quinto día concluimos el taller. Quedamos en enviarnos trozos de los manuscritos que habíamos empezado y mantenernos en contacto. Así lo hemos hecho, via Facebook y correo electrónico. Las brujitas de la Cottonwood Library, en menos de una semana, habíamos creado un vértice de posibilidades y casi sin darnos cuenta. Denise subrayaba la importancia de escribir desde la verdad propia. En los “craft talks” también se reiteró el valor de la autenticidad en la escritura. Hay que adentrarse sin miedo en los laberintos, encontrar palabras, buscar significados y pasear los fantasmas. El 3 de junio habíamos llegado, la mayoría de los/las participantes, sin conocernos. El 8 de junio ya todo era un festival de abrazos, “friend requests” en Facebook...y fotos y fotos y fotos.

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Al otro día, el 9 de junio, salíamos temprano en la mañana en el shuttle de regreso a Albuquerque. Las instrucciones eran dejar la ropa de cama enrollada afuera y así dejar nuestros “ghosts” señalando la partida. Habíamos vivido seis días y sus noches sin llave. Aproveché entonces aquella tarde para dar una última caminata por Ghost Ranch con Pilar y tomar más fotos que aunque parecieran ser de lo mismo, el cielo de Nuevo México no permite que sean repetitivas, aburridas o monótonas. ¡Nada de mono-tono! Además, quería saber cómo se dice “juniper” en español. 

Enebro.

Enebro. ¿Enero ebrio? ¿Enhebro sin hache? Juniper. Los juegos de palabra siempre nos han divertido a Pilar y a mí. En Nuevo México las palabras juegan con luces y sombras, cielos y suelos...parajes que de algún modo daban a parar a Minneapolis, o a San Juan...o al momento perfecto para otra fotografía.

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Un fantasmita se quedó allí a la puerta de Juniper. El Ghost Ranch se me aparece cada vez que vuelvo al mini-memoir, cuya versión preliminar ya tiene Denise. Yo sigo escribiendo. ¿Y mi fantasmita? Posiblemente también... echando la siesta bajo el pluri-azul del cielo de Nuevo México.

 

 

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