La familia no es lo más importante. Ni es el epicentro de la civilización, ni es la pega que mantiene a la sociedad en sitio. Y si lo fuera, habría que abolirla, porque fracasó monumentalmente en el intento. Además, ¿quién quiere dejar las cosas en su lugar o, peor aún, devolverlas a un pasado incierto de represión y control?
Sospecho que en un país de nuevo origen, como el nuestro, la familia es celebrada o, quizás, fetichizada por ser principio y fin de una “memoria rota”, o inexistente. La manera como se inspecciona el origen propio, la constitución familiar, el historial de uniones y desuniones, para adjudicar carácter, raya en lo invasivo sin que nadie levante bandera. Aquí ser hombre de familia o mujer de su casa es asumirse y asumirlo mejor que los otros, los que no se asientan.
La historia política del país en cien años de bayoya partidista ha visto el escrutinio de la familia del candidato o incumbente mucho más que el de la naturaleza de sus posturas. Cierta desigualdad, sin embargo, se advierte en la manera como se cubren noticiosamente los escándalos entre una colectividad y otra. Si a las fuerzas anexionistas les pegan el estribillo de turba, pillín y corrupto, a los estadolibristas les persigue un catálogo de disfuncionalidades familiares. Desde el Muñoz concubino pariendo hijas ilegítimas, al Sánchez Vilella adúltero en plena Fortaleza, a las amantes inglesas volando en primera clase, a Rony Jarabo mostrando sus pechos morados en primera plana tras ser atacado por la que era entonces su esposa, al divorcio de Sila Calderón y su posterior matrimonio fugaz, hasta culminar con Héctor Ferrer y su episodio de violencia doméstica que semanas atrás preludiaron los “difíciles” primeros años de matrimonio del candidato a la gobernación, Alejandro García Padilla, hay un interés particular en los asuntos de alcoba de los estadolibristas y el tipo de familia que forman o deforman.
Habiendo uno optado por un estilo de vida que en nada celebra los valores de familia virtuosa y circunspecta, se mira a este espectáculo mediático con grandes reservas. El asunto más reciente, el del candidato popular a la alcaldía de la Ciudad Capital, Héctor Ferrer, tiene menos que ver con la violencia de género que con la manía de caracterizar a un candidato a partir de su cuadro familiar. A fin de cuentas, lo peor de Héctor no es su alegado exabrupto violento, sino que tanto él como su compañero de papeleta a la gobernación representan un vacío de capacidad intelectual que hace que ni siquiera hablemos de sus ideas porque no existen. Ambos están entretenidos jugando a la política al estilo de Aníbal Acevedo Vilá, que para lo hábil que dicen que es, es un hombre sin ideas ni instrumentos de gestión.
Este elenco de candidatos populares suena animatrónico, y mientras más su círculo trata de darles contenido, más forzados se revelan. Los estrategas políticos están convencidos, como lo puedo estar yo, de que el país es bruto, que no maneja narrativas complejas y que las campañas ahora se ganan con el mismo ruido barato que nos llega del norte, particularmente de la campaña entre candidatos presidenciales republicanos, y el descenso de la discusión a boberías, con Dios citado más veces que las cifras del desempleo.
Esa mojigatería de valores familiares, y de una alegada pérdida que tiene que compensarse con la vuelta afirmativa a modelos singulares y excluyentes, parece que funciona, políticamente hablando. Así, Jorge Santini lava su boca sucia explotando mediáticamente a su familia, por no decir, prostituyéndola toda como cuadro de perfección hogareña, de la cual él es el padrote gestor. Olvida la gente su persecución a las mujeres activistas que pintaban murales de conciencia contra la violencia de género, o el siniestro líder de sus fuerzas policiales que antes perseguía grafiteros, caracterizados entonces como jóvenes sin un hogar sólido que terminan deambulando en la noche, destruyendo fachadas criminalmente. El hoy infame ex-jefe de la policía municipal de San Juan hacía más daño dentro de su casa que los mozalbetes armados de esmalte y spray en plena intemperie urbana.
Hace una semana, en una visita relámpago al Viejo San Juan, observé una inusual plaga de familias. No protestaría si no fuera por su absoluta falta de respeto a la convivencia ciudadana, por su inexperto comportamiento urbano, convencidos, como convencida anda esta cultura, de que un infante es razón para detener el tráfico, un inconveniente con el que todos tienen que cargar, lo más importante del mundo.
La verdad es que no lo es, y ve uno un cuadro menos pintoresco detrás de esta sosera dominguera. Esa familia que invade calles y aceras es una extensión del egoísmo boricua, una excusa para evadir la comunidad y lo comunitario. En un gran número de casos, la gente entra a formar familia sin convicción; algunas mujeres porque creen que no tienen opción, otros caballeros porque piensan que esa es la única manera de asegurarse la compañía femenina que necesitan (o para cubrir su acechante homosexualidad). Así de simple.
No sorprende, pues, que con unos motivos tan burdos, tanta pareja se apeste en medio de un asfixiante cuadro familiar al que entraron sin muchas ganas. Aquí la presión social comete un doble abuso: primero, los empuja a una convivencia que sólo sirve a la imaginaria urgencia reproductiva (somos muchos ya), y luego castiga a los que, de una manera u otra, más o menos honorable, se salen del pacto. Ya sabemos que, para colmo, a la mujer que se quita se le estigmatiza con mayor fuerza que al hombre. Pero, el hombre sufre también, que no es tan romántica la vida del divorciado. Un hombre sin familia enfrenta todo tipo de prejuicio, desde el consabido cuestionamiento de su sexualidad hasta la etiqueta de mujeriego, que es la puerta a muchas otras etiquetas más.
Asuntos como la trifulca de Ferrer hacen que uno se de en la cara de nuevo con este peñón de estupidez colectiva que eleva a virtud el mero hecho de ser padre “ejemplar” y modelo reproductor, argumento con el que colegas y correligionarios trataban de lavarle la cara al candidato acusado ahora de violencia doméstica.
Ya llega la hora de poner a la gente a hablar de asuntos importantes, el carácter no está entre las piernas del candidato, sea hombre o mujer; el público debe contribuir a elevar el debate en lugar de forzar su deterioro, pues es ese público el responsable de esta erosión de la conversación pública. Víctimas no son. Hay idiotez porque hay idiotas sintonizados a ella en números que meten miedo.
Con todo, alguna esperanza es posible invocar cuando desde la intuición el votante se expresa inconforme frente a la insipidez morónica y señorita de Alejandro. Que se le barbiefique en el chiste cotidiano es señal de que ya se le exige a los candidatos algo más que una postal de familia ejemplar que haga juego con los ojos azules.
Cada vez hay menos de esas familias y lejos de lamentarlo como la gran causa de la percibida crisis nacional, habría que abrirle las puertas a toda la diversidad de parejas, familias y compromisos afectivos. La vida siempre ha sido mucho más variada que estos retratos de maquillada perfección. Pretender que los políticos encarnen roles de papito y mamita ejemplar es hacerles la vida fácil, pues cualquier simplón interpreta ese papel hasta que lo cojan una noche gritándole “corbeja” a su compañera consensual.
Tal episodio de violencia verbal no debe ser ninguneado como algo normal, de eso no trata mi queja, sino que el asunto tendría que ser menos importante que el verdadero escándalo de esta campaña política, que es que en donde debían aparecer líderes inteligentes e inspirados hay un elenco de mediocres que ni mandan ni seducen, es decir, que ni para interpretar el objetable rol patriarcal sirven. Para eso sí que debía tramitarse querella, sentencia y cárcel.
En lo que madura nuestra vida institucional, comencemos por dejar fuera de la foto a la gordita agradecida, a la nena universitaria de Tampa, al nene baloncelista prepúber y a Little Miss Sunshine. El potencial reproductor de un candidato ni debe ser ventaja, ni debe ser examinado.
Lista de imágenes:
1. Honoré Daumier, "Baissez le rideau, la farce est jouée". [Bajen la cortina, la farsa ha terminado.]
2. Honoré Daumier, "Rue Transnonain, le 15 avril 1834".
3. Honoré Daumier, "Essayant ses forces: - Sacrebleu, comme vous y allez... vous allez finir par me démolir cette tête là!" [Despliegue sus fuerzas: - Pardiez, del modo en que vas terminarás por destrozar la cabeza]
4. Honoré Daumier, "Très humbles, très soumis, très obéissans...et surtout très voraces", 1832. [Muy humildes, muy sumisos, muy obedientes...y especialmente muy voraces]
5. Honoré Daumier, "Bienheureux ceux qui ont faim et soif, parce qu' ils seront rassasiés". [Bienaventurados los que tienen hambre y sed, porque ellos serán saciados]
6. Honoré Daumier, "Nous sommes tous d'honnètes gens, embrassons-nous, et que ça finisse". [Nosotros somos hombres honestos, abracémonos y pongamos fin a esto]
7. Honoré Daumier, "Voila des gens qui ont une bien fichue manière de porter leur fusil!". [Estos hombres tienen una manera muy descuidada de portar sus fusiles]
8. Honoré Daumier, "Ménélas Vainqueur". [Menelao victorioso]