El terror de la utopía

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Esta mañana volví a enterarme mediante la prensa que vivimos en tiempos de temor y angustia “jamás antes vistos”, al menos no vistos desde que se vieron anteriormente por última vez. Ahora es peor. No, en serio. Claro, nunca olvidé que estamos viviendo tiempos terribles, dicho sea de paso, porque fue lo último que me taladraron en mi cerebro los medios antes de dormir. Una y otra vez recibimos la metralla deshumanizante de imágenes, de opiniones “expertas”, de titulares amarillistas. Ante la tragedia sí encontramos individuos que sienten la proximidad y el horror, especialmente si tienen a conocidos o queridos en esos países. Expresan con toda honestidad su dolor y eso está más que bien. Esos son los que realmente han demostrado su humanidad y sienten el dolor de otros en tierras lejanas; los imprescindibles de Brecht.

Desafortunadamente esa sincera muestra de humanidad es la excepción a la regla. Una vasta mayoría reproduce el crudo simulacro de la sociedad del espectáculo y reduce todo acto de solidaridad a un desprendimiento de facto del suceso, favoreciendo una teatralidad de fácil consumo. Lo más fácil de identificar es la lluvia de banderitas sobreimpuestas a fotos de perfil que pululan por las redes sociales. Primero fueron francesas, más recientemente belgas, y aunque el compartir los colores nacionales de esos países en solidaridad de por sí no es para nada objetable sí resulta curiosa la ausencia de banderas de países no occidentales. Vale, no cuestionemos mucho, pues el sentimiento de “culpa liberal” opera bajo su propia lógica, imagina su singular realidad y recrea el privilegio de habitar su utopía particular.

¿Por qué tal curiosa omisión de banderas cuando ocurrieron atentados terroristas en Turquía, en la Costa de Marfil o en Nigeria? ¿Por qué no hay mención de Darfur? No es racismo, nos repetimos una y otra vez, sino que es es determinismo geográfico. Europa es distinta. Aquellos que viven extra muros de Europa son más violentos que nosotros. Son tratados con sospecha o con condescendencia, pero nunca como pares. Mientras tanto olvidamos momentáneamente el terror del Congo Belga. Olvidemos la repartición forzosa de refugiados sirios, el repartimiento de África y el Medio Oriente por los blancos europeos, o la trata y la esclavitud. Colonialismo, imperialismo, capitalismo, comunismo, etc. Nada de esto tiene que ver, claro, porque nuestro entendimiento de la historia siempre se factura a nuestra conveniencia. Las utopías son notoriamente intemporales. 

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Es esta intemporalidad la que dictamina nuestra comprensión del terror. Sí es cierto que aparenta sobrar el terror en todas partes, pero a la vez nos hemos acostumbrado a imaginar estas calamidades como si fuesen generadas ex nihilo, de la nada. Mientras tanto nos acondicionamos a un eterno estado de sitio. Alarma. Miedo. Odio. Sí, el terror es real, pero tan real es el estado de excepción como lo es  mentira la normalidad utópica. Es fácil culpar a la prensa o a los demagogos políticos por la creciente ansiedad. Igualmente es fácil demonizar a los que quitan vidas con tanta facilidad y sin el más mínimo valor a sus propias existencias. Pero todos mienten, y todos nos mentimos al respecto. Si efectivamente vivimos en comunidades imaginadas necesitamos recordar que esas comunidades utópicas son todas fundadas y mantenidas por la mentira.

El demagogo miente sobre su utopía, pero también hace lo mismo el poeta con la suya. Ambos esgrimen la palabra atrincherada en emociones. Cierto, el demagogo y el terrorista proclaman la superioridad del miedo y el odio, frecuentemente ideas disonantes a la construcción poética de la experiencia humana, pero es un horrible hecho que el terror cuenta con su propia cadencia poética. Si estas posiciones nos parecen extremos irreconciliables es porque caemos en la mentira de la falsa dicotomía, pues estos extremos buscan lo mismo: la llegada inevitable de la utopía. Esto es porque toda utopía contiene el germen del terror y del odio. Retiene en su misma naturaleza universalista una idea generativa totalitaria y eterna. La utopía es su propia cosmología, su propio relato de comienzo y final, su alfa y su omega. Es el camino a una verdad absoluta e incuestionable.

La utopía se (re)crea tangible e intangible. Es un estado difuminado y a la vez claramente definido que, comunalmente como una especie, nos hemos convencido que tenemos merecido. La utopía no nace de un momento de revelación divina ni de un proceso orgánico. Al contrario de lo que nos quieren hacer creer desde la cuna hasta la tumba nuestra comunidad imaginada, sea cual sea, no es una inevitabilidad histórica. La historia no es inevitable, ni lineal o mucho menos cíclica. La historia es lo que es: pensada, actuada y narrada.

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Si como especie sólo hubiésemos generado la misma utopía, instantáneamente y en el vacío, pues tal vez no habrían problemas. Tal vez todo sería una bella armonía, pero no vivimos suspendidos en un estado idóneo. No, la utopía es impuesta, sea por crianza, por fe, por ley o por conquista, pero nunca es propia. Vivimos en una pluralidad de comunidades, y esta diversidad inevitablemente genera consigo múltiples utopías con sus respectivas verdades absolutas, y es aquí donde el monstruo despierta. Las verdades absolutas son incompatibles entre sí. ¿Acaso no es nuestra utopía la más perfecta de todas?

Esa perfección incuestionable que define a la utopía es también su propia trampa. Recae en ese espacio habitado por la certeza absoluta, por la sonrisa fanática que esconde el germen de la intolerancia. Samuel Huntington una vez argumentó que las civilizaciones de occidente y de oriente estaban destinadas a combatir eternamente como dos monolitos impasables e impregnables, pero este argumento peca de un reduccionismo fatal. Huntington no comprendió que no son las civilizaciones las que generan estos odios. Son siglos de utopías encontradas, algunas desmoronadas y olvidadas, otras en puro apogeo, pero todas con coordenadas históricas fijas y largas sombras memoriales. Sí, vivimos en un mundo definido por utopías, y por ello caemos en negación ante una conclusión inescapable: las utopías, inevitablemente, matan.

 


Lista de imágenes:

1. Mr. Blick, #3 de la serie Make Art Not War, 2014.
2. Mr. Blick, #1 de la serie Make Art Not War, 2014.
3. Mr. Blick, #2 de la serie Make Art Not War, 2014.