Espacio y hegemonía

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El concepto marxista de la guerra de clases es un hecho innegable para los que vivimos dentro de la isla o en la diáspora y no nos enajenamos con las gríngolas de la negación. Aquellos y aquellas que lo gritamos a los cuatro vientos sentimos la necesidad, tal vez para poco o ningún resultado a la larga, de al menos servir como agentes de discordia y de conflicto, rompiendo la mentira de la homogeneidad de opinión.

Servimos, pese al intento de la gran masa adormecida y cómplice de su propia explotación, como fuente del antagonismo tan importante para que una sociedad democrática tenga la oportunidad de ser imaginada en nuestra isla. Soportamos los gritos y amenazas para lo que, esperamos, sea el bien común hasta que finalmente venga un despertar.

Pero si bien el patearle el rostro al estado y acuchillar lentamente a la Palva™ hasta que se desangre es parte importante de la terrible maldición que nos hemos lanzado sobre nuestros hombros, no cabe duda que tenemos que revisar la forma en que lo estamos haciendo.

El vocabulario se está quedando atrás.

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No podemos seguir reproduciendo ciegamente críticas de economía política que datan del análisis de la Inglaterra del siglo 19 e ignorar a conveniencia todo lo que ha venido luego. A riesgo de recibir el cuestionable título de "liberal" o el falso peyorativo de "posmoderno" propongo movernos hacia adelante. La lucha de clase es una hidra, y entre sus cabezas está la concepción y producción de cultura, de la imaginación, y más importante aún, del poder sobre el espacio que nos rodea. Por eso decido seguir el ejemplo de Ernesto Laclau y rescato a Antonio Gramsci, a ese comunista italiano que con el tiempo trazó una nueva ruta y se alejó de la mera idea de clase.

Gramsci se percató que la lucha es por la capacidad de generar nuestro propio poder, de asegurar las condiciones para crear nuestros propios relatos, nuestra propia cultura, y entre todas estas cosas se genera lo que nos distingue tanto de forma individual como colectiva: la habilidad de tomar y sostener nuestra hegemonía en el espacio que habitamos. Es tiempo de hablar de hegemonía y de espacio, antes de que esta prisión sin paredes en la cual vivimos nos consuma por completo.

"El espacio no es un espacio científico removido de ideología o política", escribió hace años el pensador francés Henri Lefebvre, "si el espacio nos parece un objeto removido de ideología o política en relación a su contenido es precisamente porque este espacio ha sido ocupado y moldeado de elementos históricos y naturales pero de forma política".

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Nuestros espacios son, como dijo Lefebvre, reflejo del construido que hemos aceptado como realidad. Una realidad racista y clasista. El odio al cuponero, al negro, al "mantenido", es un odio localizado, una geografía imaginada y hecha real por el prejuicio y el privilegio. No es de sabios el ver la gestación de jerarquía entre plaza pública y Plaza las Américas.

La realidad auto-impuesta, la nefasta profecía auto-gestada, es la de la falsa hegemonía. Dos policías con armas de asalto escoltando a trabajadores públicos en residenciales. La Fuerza de Choque ocupando la universidad o golpeando inmisericordemente a protestantes frente al Capitolio. El drogadicto sentado frente al restaurante de cadena. Transgresiones y luchas por el dominio de los espacios que vivimos o recorremos definen nuestra vida diaria. No sólo el lugar de producción, sino todo lo que el estado administra, el comercio ocupa y el ciudadano imagina.

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El recordar la fiebre de compartir memes clasistas y racistas por las redes sociales de hace unos meses atrás me reforzó la noción de que en nuestro afán por tomar el espacio, por consumirlo como consumimos todo, nos deshumanizamos a nosotros mismos mientras el espacio se torna más antropomórfico. Antropofagia cosmofílica, dirían algunos. Bichería, diría yo. Sin duda alguna hay espacios negros, remanentes, cul de sacs fallidos en el largo trayecto progresista. Espacios pobres, mantenidos, mejor dejados a la raya. Espacios marginados e indeseables, peligrosos, salvajes, repletos de música desagradable y de voluptuosidad ofensiva.

Levantamos paredes cuponeras, ghettos justos y necesarios, donde las piscinas no son permitidas. Corrales para meter a aquellos que nos ofendne. Hasta nuestras plazas de mercado tradicionales son "mantenidas", amenazando a centros comerciales y urbanizaciones blancas y pudientes.

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Al igual que todo el que compartió aquel meme terrible es profundamente racista y clasista, nuestros espacios se definen por ese mismo lastre. El espejismo que nos hace pensar que todos somos millonarios en potencia reduce la multiplicidad a la obsesión maniquea de bien y mal traducida al clasismo racista más banalmente entrópico imaginable.

Gramsci habló de la necesidad de que el pueblo tome las riendas de imaginar su propia hegemonía para poder alcanzar una democracia radical. Su rompimiento con Lenin y la ortodoxia comunista en los últimos años de su vida le permitió moverse en una dirección que luego retomaría Laclau. Lefebvre, consciente de la importancia de Gramsci, nos invita a hacer del espacio un lugar donde podamos tomar la capacidad de imaginar nuestra soberanía real, nuestra vida política plena, nuestras responsabilidades con cada cual y con nosotros mismos.

Venimos todos de un pueblo despolitizado en el sentido más importante de la palabra. Creemos que el ejercicio performativo de votar cada cuatro años por monigotes de la Palva™ es democracia. No sabemos que el disentir es necesario, que la igualdad ante la ley y ante el hecho es el pilar ejemplar de lo democrático. Que no hay espacio para el odio cuando somos todos uno. Nuestros espacios, en su aparente neutralidad, no nos dejan ver la profunda desigualdad que nos confronta y nos amolda en rivalidades vacuas.

Para poder alcanzar una verdadera soberanía necesitamos definir nuestra hegemonía, un ejercicio de poder gigantesco y doloroso, que nos exige el descartar todos los odios y rencores con los cuales hemos sido inculcados por décadas. Es necesario tomar el espacio y hacerlo nuestro, o ya tenemos el camino certero y el desenlace escrito. Podemos seguir hablando de espacios cuponeros o asegurarnos que el sistema que perpetua nuestras desigualdades nos siga convenciendo que estos espacios existen. La elección es en escoger entre espacio vital para hegemonía o servidumbre, porque no hay espacio para las dos.

Lista de imágenes:

* Las imágenes son las ilustraciones del artista Ralph Steadman para la novela Animal Farm de George Orwell, edición del 1995.