¡Qué viva la Palva!

Como muchos, la renuncia de Miguel Muñoz a la presidencia de la Universidad de Puerto Rico me provocó un gran sentido de alivio y una sincera alegría. “¡Victoria!”, clamamos por las redes sociales, en un bienvenido oasis de buenas noticias dentro del gran desierto de la realidad puertorriqueña. Sonaron las trompetas y las campanas, bromas se intercambiaron y varios insultos de sorprendente originalidad premiaron a numerosas conversaciones.

Mas al rato, admito, un vacío se apoderó de cualquier intento de celebración. Pecó la cruda realidad de invadir la felicidad momentánea, convertida en un estorbo que golpea la cabeza, y vocifera inmisericordiamente, “y nada cambia, pues no puede cambiar”. Sembrado quedó ese desespero acusatorio, flagelante, y cruel. No es que sea inimaginable el cambio, me digo mientras lucho contra el desasosiego. Pero es inútil. Caigo finalmente en tiempo. No es que sea inimaginable el cambio, no. Es que es risible el tan siquiera pensar en imaginarlo. Del grito de celebración al de furia, descubrí, no hay gran trecho. Y entre furia y penumbra me brotó un neologismo y una frase bañada en ironía: qué viva la Palva.

Desnudos estamos ante una jauría depravada, y de esa forma comemos al pan lleno de gusanos de cada día. Vemos cómo cotorrean los gastados medios locales que la Universidad de Puerto Rico está en guerra. ¿Pero de qué guerra hablan? Guerra contra sí misma, guerra contra lo que le rodea. Guerra contra la Palva. La Palva es derrotada en la noche del 29 de abril del 2013, y con esta derrota la Palva triunfa sobre sí misma. Renuncia Miguel Muñoz. Renuncia el peón, el sello de goma de la hueste conservadora, neo-liberal, fundamentada en el odio al Alma Mater.

Pero el engranaje sigue intacto y a viva voz se preservó su corrupción. Porque no existe estado de ley en un sitiado permanente.

De un parcho a otro, el cambiar nombres en la Junta de Síndicos y monigotes en la presidencia premia la penetración forzosa y descomunal de un glande necrótico a la ya tambaleante y lacerada universidad. Patrimonio emputado, forzado a la esclavitud sexual que sólo conoce el aparato gubernamental local. Descartada queda la mera idea de la autonomía universitaria ante el grito orgásmico y jadeante de los “servidores públicos” que toman turnos forzándosele como salvajes.

Dicen que la UPR está en guerra.

No, no estamos en guerra. La guerra terminó, y llevamos viviendo el ultraje y saqueo siguiente por décadas. Los soviéticos se tardaron semanas en ultrajar y masacrar a Berlín una vez derrotada Alemania. No, no ha sido tan rápido nuestro ultraje. El desgarre está consumado, y lo que nos queda es el desangrarnos lentamente, el desespero de intentar recoger nuestras vísceras que yacen desparramadas en el suelo y forzarlas a nuestro interior. Mientras tanto, las focas estúpidamente aplauden bañadas en asco y bilis nauseabundo.

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Este asunto del círculo político que vivimos en este país, como todo horror cotidiano en el paraíso, inspira a la creatividad más insípida. Pienso en una pareja que despierta temprano en la mañana. Se levantan de su cama y entran a su baño. Se dan una ducha, se lavan los dientes. Se afeitan y perfuman. Buscan su ropa más fina, el saco nuevo, corbata, traje, zapatos y se visten cuidadosamente, tomando su tiempo para verse espectaculares.

Al terminar su ritual de belleza, ambos se detienen ante un muro curiosamente desprovisto de muebles o decoración, y gritan hasta quedarse sin voz. Una ola de histeria se apodera de ambos, mientras comienzan a lanzarse repetidamente contra la pared hasta quedar inconscientes. Al anochecer, ambos recobran el sentido, se desvisten, y se acuestan. Este curioso ciclo se repite todos los días, sin interrupción, por perpetuidad.

Bienvenidos al Reino de la Palva, donde el dolor se recompensa con ciega obediencia.

La Palva lo es todo. Es la sumatoria de todas las partes y virutas que sacamos a pasear cada cuatro años cuando todos abandonamos lo que nos queda de razón y nos convertimos en simios lanzando excrementos por los aires. Esas supuraciones virulentas componen la excreción venérea que se hace llamar la res pública puertorriqueña. Disfrazada de governanza, sin duda, es una dolorosa tragicomedia fallida, con un elenco compuesto por tremenda camada gansteril de cuello blanco y amplios apetitos. Perpetúan el ultraje a la fachada de democracia que nadie se cree, defendida solamente por aquellos que se lucran parasitando del pueblo.

La Palva. Bella Palva, esa quimera tejida burlonamente por una palma con una pava encima y que se alterna entre el rojo y el azul, pero siempre constante en la mente del idiota. Lleva haciendo su agosto por décadas. Comenzó con aquellos cuatrienios de monopolio sacrosanto por parte del Vate. El pan, la tierra y la libertad, el estribillo vendido como libertador, el populismo enajenante, asfixiante del demagogo, de la veneración cultista al color particular. Cuatro años más, comienza la rogativa. Sin comenzar los primero cuatro, se levanta la oración al Santísimo. Un Padre Nuestro y raja la Pava en la papeleta.

Con los años otro partido rompió el cerco electoral, exigiendo adeptos y pleitesía. Su veneración no se suscribía a loas al terruño, sino a la vorágine extranjera, al ángel salvador anglosajón que nos levantaría de la negritud asqueante y nos blanquearía ante los ojos de Dios con la igualdad de condición, entre otras mierdas más que ahora se me escapan. Me disculpa mi querido lector, pero no tengo paciencia para la idiotez, y estoy seguro que usted tampoco, así que tengo la costumbre de olvidarlas.

Esa es la historia de la Palva. No soy de los que quieren creer en historias cíclicas, en predestinaciones meta-narrativas. Pero este cuento que exorciza la furia de mi ser en torrentes de maldiciones creativas parte del ya preternaturalmente predecible ciclo de la negación de la libertad, de burlarse a escoger nuevas trayectorias y escribir nuevos volúmenes. No es la historia lo que nos interesa, porque como alegó la campaña del Partido Nuevo Progresista en las pasadas elecciones, “Puerto Rico quiere futuro, no pasado”.

¡Y cuán cierta es esa frase! No somos pueblos de memorias largas o de amores al patrimonio. Somos un pueblo de amnésicos con un gusto por la demolición del pasado. De la misma forma intentamos demoler a la Universidad de Puerto Rico, como a cualquier otro patrimonio que mancha la marcha contra la temporalidad falsa del progreso partidista que nos brinda la Palva. Es librarnos de las cadenas del conocimiento e inventarnos nuevos cuentos incompletos, incomprensibles y risibles. El Alma Mater es un estorbo a la Palva que tiene que ser controlado al son de entrometimiento burocrático y macanas. Cuatro años más, repiten las focas.

Hay victorias que saben a ceniza. Hay engaños que se visten de victorias. Mientras escribo estas palabras, no distingo ya entre derrotas y victorias. Para la Palva es todo lo mismo, y al final del día a viva voz se silencia en su nombre. Dicen que del cobarde no se escribe, pero me temo que es el idiota el que elige, y en un pueblo que no lee el idiota es invicto.

Que viva la Palva.

Políticos en las imágenes:

1. Antonio García Padilla y Luis Fortuño se abrazan.

2. Carlos Romero Barceló y Rafael Hernández Colón.

3. Carlos Romero Barceló, Luis Fortuño y Rafael Hernández Colón.

4. Luis A. Ferré y Roberto Sánchez Vilella.

5. Luis Muñoz Marín y Luis A. Ferré.