Aerografías I: entre el sueño y el exilio

Hace un tiempo atrás, mi ya fenecida abuela paterna me contó sobre la primera vez que vio un avión cruzar por el cielo cuando niña. La gente -me dijo- entró en pánico. No entendían aquel artefacto que generaba un estruendo infernal, volando por el aire como demonio escapado de las mismas profundidades del infierno. Me decía, entre carcajadas nacidas de gratos recuerdos, que muchas coplas fueron compuestas en honor a tal evento, y las viejitas rogaban a los cielos que las protegieran del demonio que “andaba suelto por los elementos”.

Mi abuela pudo apreciar a ese nuevo invento, vil causante de tribulación a tantas otras abuelitas, con los ojos maravillados de la infancia. Con el pasar del tiempo, y exorcizado ya el aparato, se uniría a tantos otros que tomarían parte de la diáspora. Mi abuela, como muchos otros puertorriqueños, escribiría parte de su historia con una nueva forma de escritura traída por la llegada del avión; una aerografía que serviría como puente entre el sueño y el exilio.

arte

El aire fue una nueva ruta y el avión un nuevo instrumento para trazar la cartografía que define el espacio de la isla y reconfiguraba sus imaginarios. Puerto Rico ha servido como puerto de transbordo al nuevo mundo por mucho tiempo, y continúa siendo un punto de partida para tantos otros lugares. Para algunos no éramos más que un lugar pasajero de escala a otro destino. Para aquellos que nacimos y vivimos aquí es el principio y, tal vez, el final del camino. Aquellas rutas delineadas en mapas y alimentadas durante siglos de viajes por velas preñadas de viento fueron dando paso al humo del vapor y eventualmente llevarían a los trazos aéreos. El puerto de entrada ahora tenía otro visitante de paso, y éste andaba suelto por los aires.

Las geografías reales y pensadas le dieron propósito e historia a nuestra pequeña antilla, pero generaciones pasaron sin ver más allá de su espacio conocido. Ni con el dominio naval se había movido un número apreciable de habitantes de la isla regularmente, al menos que no fuesen peninsulares o refugiados de las revoluciones bolivarianas. La vista desde la costa era una restringida a pescadores y marinos mercantes o de guerra, a invasores y a defensores, por siglos. Sin embargo esa cartografía nunca fue cosa presente en la mente de aquel pobre campesino y su familia. Lejos de la pista de despegue quedaba el terruño, aquella tierra en la cual uno nacía, vivía, amaba y moría. La diáspora alada cambió todo eso.

arte

La diáspora fue una minúscula contracción antes de la conquista del aire. Luego del avión ese terruño se volvió cada vez más grande y pequeño a la vez. La urbanización progresiva fue devorando poco a poco al campo. Se regó aquella idea de que “irse pa’ afuera” podía ser una opción a la aún deprimida vida local. Aquella idea se convirtió en política oficial, y comenzó la ruta del sueño. Sin dominio del idioma, sin idea del frío o del racismo rampante, con el sueño vivo del eventual regreso salieron a hacer su suerte. 

Pero ese añorado regreso no era una cosa segura o a veces hasta deseada. El terruño de ensueño se convirtió en un espacio imaginado marcado más por la desconfianza que por la nostalgia, especialmente para aquellas generaciones nacidas de la diáspora. Ya remoto y enmohecido, aquel puente aéreo terminó anticuado y efímero, un deseo a destiempo de tomar nuestro pedazo del prometido Sueño Americano™. El avión prometía ser una panacea para el crecimiento, la válvula de escape a la pobreza que ahogaba al país en las vísperas de la Operación Manos A La Obra.

Sin embargo, aquella guagua aérea resultó ser más un furgón y la aerografía del sueño fue convirtiéndose en una de exilio. Aquel hogar del ayer se fue convirtiendo con el pasar del tiempo en un espectro indefinido, escurridizo, lastimero. La cartografía memorial de ese distante terruño verde del ensueño quedó irreconocible desde el aire, sepultado bajo todo la metástasis de concreto y tapones coagulados en interminables arterias y venas de brea.

arte

Actualmente se perfilan nuevamente nacientes aerografías. Del viejo exilio diaspórico vienen y van generaciones. Estudiantes y trabajadores trazan nuevos tomos en nuestra historia del aire. Mas ahora el acto de tomar las alas se ha transfigurado cada vez más para muchos en un desesperado escape de la recrudescente pesadilla paradisíaca. Otra vez los efectos de políticas erradas recrudecen la ida y re-escriben nuestras aerografías. El irse pa’ fuera ya no es un viaje con sueños de regreso dejando lazos estrechos de familias esperando un sustento del extranjero. Nuestra antilla, la cual lentamente se torna en una Somalia del Caribe, se ahoga en su propio desquite insensato, en su acostumbrado derroche de violencia, sangre, odio, ignorancia y esclavitud. El autoexilio alado trae otra quimérica promesa, no de un nuevo comienzo sino de la supervivencia misma.

Los sueños de aquellos como mi abuela que buscaron nuevos horizontes han dado paso a escapes coléricos nacidos forzados por un devastador sentido de no pertenencia. Nuevas diásporas buscando escapes teñidos de resistencia a la complacencia de esa negación colectiva que premia la colaboración suicida y condena la crítica constructiva como “derrotismo”. Como dijo una buena amiga, ya no se entona “En Mi Viejo San Juan” al levantar el vuelo entre el sueño y el exilio.

Lista de imágenes:

1. Publicidad de viajes, Those who dream of travel, will travel, ca. 1960.
2. Poster promocional de Imperial Airways, ca. 1960.
3. Poster promocional de viajes a Nueva York de Panam, ca. 1960.
4. Poster promocional de viajes al Caribe de Caribbean Air, ca. 1960.