Flor de ciruelo y el viento (novela china tropical)

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Flor de Ciruelo y el viento (novela china tropical), (San Juan: Folium, 2011)de Rafael Acevedo,ofrece un gran desafío a cualquier crítico literario e incluso puede ser una obra perturbadora para al lector tradicional con alguna consciencia del género novelesco tal y como se le ha reconocido hasta hace poco. La obra, sin embargo, puede ser leída sin acudirse a teoría o crítica literarias algunas, o corroborar las fuentes en que se fundamentan sus investigaciones, e incluso sin indagar el que las múltiples historias de la novela posean sentido o carezcan de veracidad histórica o legendaria como parece sugerirse. ¡Da igual…! La novela puede ser entendida en sí misma; sobre todo la atractiva y curiosa leyenda china en el corazón de la obra. Todo depende del interés del lector y del deseo que lo anime en la lectura.

No obstante, el texto despliega un interesante y bien delineado modelo de aquello a que aspira la postmodernidad literaria (¡whatever that is!). No estaría demás entonces decir que la obra rompe radicalmente con los modelos narrativos a los que en general estamos acostumbrados y con las expectativas de lecturas que nos han guiado hasta finales del siglo pasado. Son muchas las narraciones que se han escrito en Puerto Rico en los últimos años, pero muy pocas poseen la destreza y acometimiento discursivos de esta obra de Rafael Acevedo, que no sólo juega con las técnicas modernistas y vanguardistas del siglo XX, sino que logra rearticular nuevas expresiones transvanguardistas y postmodernas muy del gusto y entendimiento de los jóvenes lectores (y entiéndase que en lo literario, a los sesenta años —como  quien escribe— se puede ser un lector muy adolescente).

Flor de Ciruelo es sencillamente diferente, como lanzada al vaivén del viento pero montada escrituralmente con un respetable esmero y solidez, para presentar en el interior de su cautivante y complejo marco principal (el cual contiene otras marcos con relatos internos), una sutil leyenda china trazada como lo que podría ser un precioso y curioso cuadro modernista. Se trata de una leyenda en la cual un poeta se casa con una hermosa joven, pero al verse separados, ella se lanza en su búsqueda, para luego de una serie de peripecias (copadas por otros personajes y otras historias interesantísismas), encontrarse en el complejo momento final con una gran lucha de personajes de alteridades y mismedades espejísticas (que el lector las puede entender, pues la novela las ha ido labrando).

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Se destaca también en toda esta leyenda el esmero por las artes culinarias,  sexuales y las imágenes fantásticas, todo amalgamado en un solo confluyente, concéntrico y ex-céntrico placer de la lectura (y del autor quien tal parece “rendirse” ante el goce de su propio ingreso/fuga escritural). Son las partes más esmeradas y preciosistas de todo el libro y emulan las chinerías e imaginarios de los modernistas, a los cuales se hace referencia constante en las parodias y los pastiches del novelar, pues se trata de un metatexto, de un discurso literario capaz de verse a sí mismo en su elaboración; cual mano delineadora de una mano cuya silueta emana de la que inicialmente dibuja.

El sujeto encuentra su objeto, el autor su lector. ¿Podrá el puertorriqueño encontrar su otredad más allá de la falsa imagen en el espejo engañoso y fantasioso de la cultura subalterna que se le ha presentado en los últimos siglos? Tal es lo que a la larga parece preguntarnos la obra sobre nuestra propia identidad como lectores del texto de la vida. Pero ante todo, la novela resulta organizada mediante una compleja ironía y sutil parodia y un gran sentido de lo pastiche; algo realmente difícil pero logrado magistralmente pues se trata de uno de nuestros narradores más diestros y talentosos, de los ya definitivamente despegados del setentismo y aún de nuestra mentalidad moderna de fines del siglo XX. 

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Debemos primeramente entender una novela que trata del encuentro de un curioso manuscrito chino (titulado Flor de Ciruelo y el viento) y que le parece al narrador una copia (tal vez de otra copia) y tratante de ciertos relatos y leyendas de un chino llamado Li Yu y una amada conocida como Flor de Ciruelo. Esta historia o leyenda china, como dije, representa el centro de la novela que se expone como una caja china dentro de otras cajas. Aparece tal historia de Li Yu acompañada (en las otras cajas o marcos) de cuentos pornográficos y de poemas, diciéndosenos estar éstos relacionados también con la antigua tradición de la India (¡para completar!).

A nivel primeramente del marco amplio (o la inicial caja china) se trata de ciertos papeles que el autor principal encontró en 1989, no tanto como originales sino transcripciones fragmentarias que tal vez dependieron de la memoria de antaño y la tradición atávica. Son leyendas chinas traducidas del cantonés al español, y cuyas poesías las revela un wikipedista, como textos que mejor se leen en cantonés que en mandarín.

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Todo en el texto amplio que nos ofrece el autor principal (con su narrador protagonista) va acompañado de notas al calce, algunas veces eruditas, otras inventadas o triviales y jocosas, que denotan ser escritas con la “buena leche” de perturbar las acostumbradas lecturas puertorriqueñistas. El novelista nos presenta, como contexto del marco amplio e inicial, a una joven china con la cual se entusiasma el narrador-protagonista (marco más externo de la novela de varios otros cuadros enmarcados). Nos narra a principios de la obra, y antes de la leyenda encontrada, de cómo la madre lo enviaba a la lavandería (china) y la chica llamada Cecilia le servía helados en una tienda adyacente, también china.  

Será la misma mujer ya adulta y una archi-diva-narcotraficante que encontramos a fines de la obra. Se trata de una especie de Flor de Ciruelo del presente narrado, y el periodista que la apoya es un tanto como un Li Yu que la protege, pese a, gozosamente para él, verse manipulado por la misma.

A principios de la obra el narrador aprovecha para ofrecernos datos sobre la emigración de ese grupo étnico y su presencia en América Latina y en Puerto Rico.  Este tipo de exposición rompe con el narrador novelístico (mimético) tradicional, y se revela más como un cronista moderno o investigador. Pero antes nos expone el encuentro inicial de un narrador-personaje con Cecilia, la china de los helados.

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Este narrador se presenta, además, como investigador de procesos históricos que comprenden la tradición china tanto antigua como moderna, incluyendo la de principios del siglo XX en cuanto a la literatura y cultura y la emigración de ese grupo racial y étnico al resto del mundo, hasta llegar a Cuba y Puerto Rico. A finales del primer capítulo se nos deja saber que la novela atribuida a Li Yu (narrada en detalles en el centro de la novela), tal vez fue escrita por Emilio Fong I, aunque se trata de muchas traducciones de otros textos, de coincidencias con La alfombrilla de rezos para meditar sobre la carne, novela pornográfica que apareció en 1667. Aprovecha el narrador los primeros capítulos para rastrear además, a los chinos en general, a la familia Chong en particular, especialmente a los emigrados a Cuba, donde se aloja una amplia comunidad de ese origen, y que finalmente llega a Puerto Rico.

La muy disimuladamente irónica voz del cronista o investigador inmiscuye, en sus consideraciones sobre los orígenes de la presencia de este grupo, al Guaman Poma de Ayala, a Oviedo en su Historia General, a filólogos y estudiosos cubanos, a Eugenio María de Hostos y a la influencia china en la fonética puertorriqueña, que le parece incluso reconocible en El Gíbaro de Manuel Alonso. El “erudito” y meticuloso investigador (más bien una parodia de filólogos del Departamento de Estudios Hispánicos o de Historia, en ocasiones) saca a colación detalles incluso humorísticos, como el uso popular de “dar chino”. Todo puede resultar muy verídico, asombroso, humorístico. ¡Pobre del que se perturbe u ofenda, pues se expone a perder sus cabales con estos perversos novelistas postmodernos!      ¡No a los postmofóbicos!

Nos deja saber el narrador en estos primeros capítulos cómo el viejo Fong de la Habana se codeó con personas como Julián del Casal y el Conde Kostia, hasta que llega su familia a Puerto Rico y se nos habla de Emilio III, el padre de Cecilia, personaje principal (ella) al comienzo y a finales de la novela, como dije. Se hace mención de Rubén Darío y su agrado por las chinerías, de lo que obviamente la novela tiene mucho y en este aspecto expone un pastiche (una imitación tan bien realizada, que parece un original) del modernismo de ese genial vate. Pese a que la novela ofrece mucho de pastiche modernista no se trata inicialmente de una parodia, sino del placer en que el texto viaja por todos los géneros narrativos y líricos posibles, pero a manera de calco que desafía al lector a comparar con un original, verdadero o auténtico (¡y que solo sabe Changó dónde se encuentra este origen!).  

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Estamos entonces ante la nueva ruta de la ciber-seda-ción transcomunicativa. Se justifica así el rescate del documento obtenido de la china y la belleza de su significación poética, sexual, culinaria, mítica, legendaria, pictórica y humana en general. A decir del narrador: “Mi labor ha sido descifrar ese enigma. Me he servido de manera gozosa en editar una serie de textos que me parecieron de interés sobre todo porque son parte de un proceso histórico  y de un tráfico humano cuya imprenta en nuestra historia ha sido minusvalorado” (33).

No sé si soslayadamente el narrador-autor hace irónica alusión al mundo de los narco-capitalistas y su presencia en esta novela también policiaca y consciente del contrabando en todas sus amplitudes literales y metafóricas. El autor mismo parece un contrabandista de textos y del placer del robo, lo pasado de mano en mano, y lo clandestino (ver Baudrillard). Muchas veces las leyendas chinas pueden hasta parecer historias de Walt Disney o El Señor de los Anillos, pirateadas (en dialogicidad mediático-literaria), pero mejoradas en su narratividad letrada. En ese sentido es un novelista consciente de la necesidad de no seguir los modos de narrar o exponer historias como lo realizan tan bien los medios masivos de comunicación; en ello estriba la preservación (la diferencia y distancia) de la literatura.

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El narrador también ofrece detalles sobre cómo pudo en una ocasión abandonar el trabajo (la novela), por razones de depresión “post-romántica”, pero nos lo dice en una nota al calce, haciendo de estas partes de la narración otro meta-nivel literario, es decir el nivel de la consciencia de que se está escribiendo con conocimiento del que se observa a sí mismo en el proceso de una escritura que trata sobre ella misma. Recordemos las escaleras ascendentes que conducen a otras escaleras descendentes; algo que nos ha mostrado el genial M. C. Escher.

A finales de “Traducción y transcripción” hará referencia a lo que es el marco principal de la narración detectivesca, su relación con Cecilia, quien luego reaparecerá a finales de la novela, dándole circularidad y coherencia amplia a lo relatado. Insisto en que se trata de cajas chinas, o de diversos niveles del discurso narrativo, como los encontramos en el Conde LucanorDon QuijoteNiebla de Unamuno, las obras de Proust, Borges, Cortazar, Lima, Fuentes. Sobre todo, se trata de una amplia dialogicidad con las chinerías y los misterios de los modernistas y vanguardistas latinoamericanos y los escritores del (post) Modernism europeo.

A la larga, todo regresa como un bumerang, no al principio pero a la continuación del inicio con algún tiempo ya pasado. Luego de contarnos la leyenda china de Li Yu y Flor de Ciruelo el narrador-hablante de la totalidad de la obra nos relata cómo la chica inicial de la heladería regresa a la Isla con toda una personalidad de super hembra mafiosa, y pide un gran favor al amado escritor-editor. Se trata de mentir sobre una pantera que existe en uno de los campos-bosques de la Isla.

El animal en realidad existe y lleva en la oreja un microchip con información internacional sobre el mercado del narcotráfico y el espionaje. Estos eventos que aparecen a finales de la novela auguran una nueva narración, pero ahí se detiene todo. Luego de la leyenda china, nos había ofrecido el autor una serie de anejos: los poemas de Li Yu, un vocabulario mínimo sobre el lenguaje chino en nuestra cultura actual, una “Breve Historia del Helado Ancestral, datos sobre “La Guerra del Opio”, una biografía no autorizada sobre Rubén Darío, un tratado sobre los colores (de Chao Meng Fu), la ilustraciones eróticas desaparecidas. 

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En fin, se trata de una de las mejores piezas de nuestros últimos años junto a otras obras que he leído, como Mundo Cruel de Luis Negrón, Doce versiones de soledad de Janette Becerra, Barataria de Juan López Bauzá,  Simone de Eduardo Lalo, Correr tras el viento de Elidio La Torre Lagares. Con las últimas publicaciones que hemos visto tal parece que estamos ante el poderoso espectro de la Generación del 30, pero con una ciber-varita de mago pluralista, heteroglósico y postmoderno. ¡La cultura letrada está en su mejor momento, pese al peor desbarajuste colonial en la historia nacional nuestra! Pero… a leer se ha dicho, porque la líbido cultural está realizando su (re)producción en la Isla.

*Todas las imágenes son de la serie de "Flores de Ciruelo" del artista contemporáneo Liang Wan Qing excepto la segunda, "Flor de ciruelo con uvas".

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