Adelaida leída y deseada

Me parece que Juan Carlos Quiñones es el más querido de los escritores puertorriqueños jóvenes y el más culto. Ha leído lo que se le perdió a Borges. Su primer libro, Breviario (Isla Negra, 2002), recibió esperanzados elogios de quienes percibían un nuevo aliento en el dominio del terror que abre, golpea y cierra las páginas. No menos letrado, no menos violento, es el breve relato con variaciones Adelaida encuentra su peluche (La Secta de los Perros, 2011), cuya primera versión se publicó hace tiempo en Carnadas, el blog de Manuel Clavell Carrasquillo.

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Hay algo de remake en Adelaida. La ciudad donde una hembra así llamada recibe palizas, violaciones e insultos sin rendir su derecho a desear, está muerta. Así la leo, así puedo leerla: como un escenario noir de los años cincuenta santurcinos, anteriores al nacimiento del autor, cuando los comandos cortaban bailando ricachá y Benny atropellaba con su pendejo Mercedes al idiota de la familia y el negrito de ojos azules se tiraba a la negrita Puchuchú y las máscaras en plataformas de los grabados de José Rosa recitaban ensalmos y letanías y la policía encerraba locas y nacionalistas. Lo primero que me asalta, en el lenguaje de Adelaida, es el de una tradición santurcina de escritura criminal y callejera.

Un desenfreno de la lengua, que entra por el oído con violencia de chulo amante y castigador; desenfrenada, chapotea en la abyección, en la adicción, en las simas y cimas de lo maligno.

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Apuntes para otra reseña:

Deleuze, Guattari (“una escritura de madriguera, no de torre de marfil; línea de fuga, no refugio… el lenguaje deja de ser representativo para moverse hacia sus límites”.)  

Kafka (“La literatura es un pago al Diablo por sus servicios”.)

Ballard (“The twentieth century is characterized by both visionary dreams and nightmares of barbarism”.)

Ronell (o Lacan traducido por ella, qué importa: “Addiction –la toxicomanie– opens a field where no single word of the subject is reliable, and where he escapes analysis altogether”.)  

Peluche:; dormirse ovillada en el sexo, en destrucción gozosa; mutilación, inmortalidad. El segundo extasiado entre el deseo y los castigos que provoca; la loca tentación de la perversa Adelaida, a quien le dicen que su amor es imposible, que sus besos no serán para ella que sufre tanto.

Adelaida, más que cadáver exquisito, es un homenaje a la víctima que no se da cuenta de que lo es. Y una celebración de la violencia de la letra, y una bofetada a la adicción insaciable de la lectora incauta, del ingenuo lector.

No revelaré si es cierto que Adelaida encuentra su peluche. Eso no importa. Adelaida es la heroína más resistente que pueda concebirse en los callejones de una ciudad clausurada por heroínas de otra especie, por un mercado de sustancias. No es poca cosa su presencia.

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