Bette Davis fue mi madre

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En los primeros años del Canal 6, en las tardes, transmitían películas hollywoodenses de los años cuarenta. Jack Delano era el director del canal. No sé si su estética diseñó el banquete de noir y melodramas, pero dudo que alguien recuerde con más gusto que yo aquellas maravillas. A mediados de los años cincuenta comenzaban a envejecer, arrolladas por la vulgaridad Tupperware de Pillow Talk y las épicas bíblicas. Debo a los matinés televisados el recuerdo de The Magnificent Ambersons, CasablancaWatch on the Rhine, la ternura de Franchot Tone, la voz de Paul Henreid, la belleza de Tyrone Power; el enigma de Hedy Lamarr, “la mujer más hermosa del cine”, quien fue tan mala actriz como inventora importante, y sigue inspirando biografías.

Bette Davis tiene capilla aparte. Los sabios releen. Los no tan sabios regresamos a los lugares comunes del cine. Hace poco he vuelto a verlas, a Bette (y a su rival Miriam Hopkins), en Old Acquaintance (1943). Es una película  “para mujeres”, modalidad corriente en los años de la Segunda Guerra Mundial. Las hembras trabajaban en las industrias bélicas. Despedían a sus machos –soldados carne de cañón– y después se iban con las amigas al cine.

Anoche caí en cuenta. Bette Davis fue mi madre. En Old Acquaintance Davis interpreta a una escritora, Kit Marlowe. El personaje encarna una virtud equívoca, lo que ella misma llama “self-effacement”, algo así como “auto-borrarse”. Es la “madre postiza” de la hija “descarriada” de su mejor amiga. Repetición de otro personaje de Davis: la amiga (maternal, solterona and gorgeously dressed) de una joven insegura en Now Voyager.

 

Cuando pienso en mis padres biológicos –ausentes como casi todos los padres– y en mi adolescencia –enferma de inseguridades, temores y represiones, como la mayoría de las adolescencias de mi tiempo– entiendo. Ese personaje de Bette Davis fue mi madre: brillante, cariñosa, valiente.

Cierto, el mensaje de los filmes para mujeres reforzó las cadenas del patriarcado en los años de la guerra. La moraleja de este filme de Davis propone que las mujeres inteligentes no sirven para amas de casa, aunque sí para madres. Son tramas de consolación. Las escritoras –las buenas y las malas– se pasean del brazo de hombres guapísimos que terminan en brazos de otras. Las heridas sanan con abrigos y apartamentos de lujo. Pero, a fin de cuentas, las madres son siempre, de raíz, patriarcales. ¿O no? Las cosas como son. O las cosas como no son, a la hora de reconocer que aquellas fantasías de luz y de sombra salvaban.

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También he vuelto a ver Whatever Happened to Baby Jane? y Hush... Hush Sweet Charlotte. Nadie fuma como fumaba Bette, y por supuesto, nadie, jamás, ha bajado unas escaleras como ella. La vieja murió maquillada y con el sombrero puesto. Es la GRAN ACTRIZ del cine hollywoodense. Dicen que Katharine Hepburn se le compara. Quizás a partir de Suddenly Last Summer, pero Davis tiene un registro insuperable.

Murió enemistada con su familia. Su hija renegó de ella. Bette Davis, en el rol de ama de casa, fue otra madre ausente. Un des-madre. Baby Jane ces´t moi? Ya quisiera Marta. Baby Jane is my mommie. 

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