Misoginia: una interpretación del filme Antichrist de Lars von Trier

Deja que llore / mi suerte cruel / y que añore la libertad.

Lascia Ch’io Pianga de George Handel

“Una película debe ser como una piedra en el zapato”; ésta es, entre muchas, una de las célebres citas de Lars von Trier. Quienes conocen su cinematografía saben que sus películas son siempre incómodas; son cine de culto, o de rechazo visceral. Se trata de un cineasta provocador, que mete la mano en  asuntos díficiles de la condición humana y se lanza sin cortapisas sobre los denominados temas tabú.

En su película Antichrist presentada en el 2009, la recepción agridulce no fue la excepción. Este filme, clasificado por muchos como el más violento de von Trier, trata del convulso viaje psicológico que vive una pareja de clase media que tramita agónicamente la pérdida de su único hijo.

La película está dividida en cinco partes: un prólogo; el capítulo I, titulado Grief; el capítulo II, titulado Pain (Chaos reigns); el capítulo III, titulado Despair (gynocide); y un epílogo.

Desde el prólogo están puestos los elementos fundamentales de la trama. Cuando terminamos de ver el prólogo, de una intensidad magistral, ya sabemos que lo que viene no será fácil. La fuerza de esta introducción estriba en la capacidad de von Trier para sintetizar, en el cuidado de los detalles, lo que será el desarrollo posterior de la película.

foto

En la primera escena, la pareja -representada por Charlotte Gainsbourg y Willen Dafoe- está teniendo sexo, gráficamente representado en el film (un poco de la técnica del cine porno), pero visualmente sublime tanto por la música -“Lascia Ch’io Pianga” o “Let me Weep”, aria de George Handel– como por la fotografía en blanco y negro que se mueve como una coreografía en cámara lenta.

Mientras esto ocurre, el hijo de la pareja, un niño de unos dos años, sale de su cuna, ve a los padres en la cama y camina hasta la mesa sobre la que se encuentra una ventana de vidrio por la que vemos caer la nieve.

El niño se sube a la mesa y se lanza al vacío, momento que coincide con el clímax de la cópula de los padres. La madre cae al abismo del orgasmo, mientras el niño cae en otro abismo. Vemos estas dos escenas ocurriendo al mismo tiempo. Queda establecido desde el comienzo el estrecho vínculo entre eroticidad, violencia y muerte. La fuerza visual y trágica de este prólogo es sencillamente genial.

foto

En el capítulo primero titulado Grief se exponen los términos en que esta pareja trabajará el duelo de la pérdida. La madre lleva un mes medicada en el hospital. El marido, que es psicólogo, le dice que la ama y la conoce bien, por eso le enfatiza que no hay nadie más indicado para ayudarla a lidiar con su dolor.

La tensión entre ellos se marca desde este primer capítulo. Ella le reclama su distanciamiento, mientras él se concentra en elaborar ejercicios terapeúticos para ayudarla a sobrellevar la ansiedad de la pérdida.

Ella obedece a sus intrucciones de terapeuta, mientras trata de aliviar su ansiedad con el sexo. A medida que avanza la historia vemos a una pareja en la que él se posiciona con una increíble exterioridad emocional frente a la pérdida de su hijo. Entre él y ella se abre una distancia abismal. El dolor de cada uno sigue rutas irreconciliables.

foto

Él es el hombre racional, científico, que va a guiarla hacia la superación de sus miedos. Su gesto “benévolo” la convierte a ella en una especie de objeto de estudio. Ella, sin embargo, va empeorando. Sus niveles de agresividad, resentimiento, y eventualmente total furia y rivalidad con él, va en crescendo.

Este duelo es trabajado por ellos en el bosque, donde tienen una cabaña. Lo llaman Edén y es el lugar que ella identifica como aquel que activa sus miedos.

Como sabemos, en la imaginería popular medieval, el bosque es el lugar donde habita el mal, particularmente en los países escandinavos. El bosque está relacionado con los rituales de las brujas, con los animales salvajes, es el lugar oscuro donde ocurren las peores cosas que la imaginación humana puede pensar. Aquí también encontramos la alegoría cristiana del paraíso antes del pecado original.

foto

Ella escribía una tesis sobre el genocidio de mujeres en el medioevo. En el ático de la cabina están los recortes de todo el material recopilado por ella para su tesis. Tesis que no logra terminar porque el miedo se lo impidió. Un miedo representado por el llanto de su hijo Nic.

Cuando ella se lo revela al marido, éste le dice que ella está distorsionando la realidad. Esta expresión desesperada del marido es calificada por ella como arrogancia. La rivalidad con el esposo se va agudizando poco después que ella le dice que haciendo su tesis descubrió que la naturaleza humana es malvada, satánica, y que la naturaleza femenina también.

Aquí vemos cómo ella se confunde con su objeto de estudio: lo femenino encarna lo Maligno. Olvida hacer la crítica de la tortura a millones de mujeres asesinadas. Más bien se posiciona en el lugar de la adscripción ancestral de que lo femenino es naturaleza pecaminosa de la existencia humana. Este imaginario del Mal está reforzado por un bestiario de animales del bosque que se comen, abandonan o matan a sus criaturas: la zorra, el cuervo y el ciervo.

foto

Pese a todas las peripecias del marido en su papel de terapeuta por sacarle de esta subjetividad, ella ya la ha asumido. En este punto lo que sigue en el filme es la violencia descontrolada a la manera del cine de terror. Ella le mutila el pene, lo tortura atándole una rueda de piedra en la pierna.

En este momento, von Trier nos da una retrospectiva de la primera escena de ellos haciendo el amor y vemos que la madre vió al niño treparse a la mesa, pero no evitó su caída. Este dato casi al final de la película nos trastoca aún más. Ella le confiesa al marido (que está medio inconsciente), que ella lo vió y no hizo nada. De ahí, a la brutal ablación de su clítoris. ¿Deseaba ella la muerte del niño? ¿Simultaneidad del deseo con el terror?

Aquí, la fantasía de la muerte del niño, como miedo atávico materno, transmuta en violencia vuelta contra sí, en tanto deseo de castigo. Su culpa, anterior a la muerte del niño (representada en el llanto que ella escuchaba), adquiere todos los matices de la misoginia.

foto

En este punto lo que sigue es la escalada del resentimiento entre ellos, en la que el marido termina por matarla. La gran ironía del filme es que el marido-padre-terapeuta, se queda sin herramientas científicas para contener la fuerza desbordante del dolor de su esposa y termina sumándose al gesto asesino ancestral: el femicidio.

Algo nos dice von Trier, de la incapacidad humana para contener esas fuerzas desbordantes de la naturaleza humana: ni la ciencia, ni la razón, ni el progreso. Al final no hay redención. Ni Cristo nos salvó.

Este drama puede leerse como una reflexión de la misoginia como elemento atávico, de carácter estructural y estructurante. La constitución del mundo contemporáneo burgués y laico es herededro de esto. Vemos en la mujer una trágica elección en posicionarse como la víctima expiatoria del Mal.

Como se comprende, este filme no es de fácil consumo. Su violencia estriba en la introyección por parte de la mujer del odio hacia ella. La actuación de su demonización. Su convencimiento vía la culpa y el insoportable dolor de que la mujer es un ser vil y satánico.

 

Lo reprimido ascentralmente vuelve a resurgir en la vida cotidiana de una pareja de clase media contemporánea. La culpa de la figura de la madre negligente llevada al paroxismo, encuentra en esta película una imagen especular perturbadora.

Categoría