Construcciones sociales del género: identidades, transiciones y reflexiones

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El presente artículo tiene como objetivo provocar una mirada crítica y reflexiva a las construcciones sociales del género. Invita a los lectores(as) a ofrecer una óptica diferenciada sobre el alcance epistemológico y personológico de nuestras construcciones sociales en torno al género. La teoría de la construcción social explica un entendimiento del binomio hombre-mujer. A continuación, se discutirá en términos generales cómo algunas ideologías se fundamentan en creencias, pensamientos y comportamientos que conforman las identidades de los seres humanos. Para entender y reconocer nuestras construcciones sociales se requiere de un compromiso personal, un acercamiento a la conciencia, una exploración íntima de la significación de la identidad y su correspondencia con los idearios del mundo colectivo.

La construcción social expone que la sociedad brinda a las personas ciertas construcciones fundamentales para su experiencia y su conducta diaria con las cuales ordenan su vida cotidiana. La sociedad construye y mantiene unas concepciones e ideas particulares del mundo que se consideran reales cuando se validan y se comparten entre los(as) miembros de esa sociedad (Gergen, 1985). Los grupos sociales construyeron en forma diferente los papeles o roles correspondientes a los hombres y las mujeres, los cuales se validaron en la interacción con otras personas. Es así que el rol o género masculino tradicional se construyó vinculado a la independencia, la competencia y la racionalidad. Por el contrario, el rol o género femenino tradicional se ha asociado a la emotividad, la pasividad y a la sumisión. El resultado ha sido que históricamente perpetuamos patrones estereotipados, de generación en generación, sin ser cuestionados por las generaciones venideras. Este hecho se asemeja al funcionamiento de una antigua plancha de imprenta conocida como "estereotipo", la cual reproducía y reproducía numerosas páginas y copias del periódico diariamente.

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Las múltiples manifestaciones del género parecen tener un denominador común en el concepto de equidad. Este concepto ha sido ampliamente debatido como sinónimo de igualdad. Nos preguntamos: ¿Somos todos iguales? En mi experiencia como profesora universitaria, la contestación a esta pregunta por parte de los estudiantes de nivel graduado casi siempre es una afirmativa. Sin embargo, posteriormente les solicito a los estudiantes que observen al compañero que se encuentra a su lado y me indiquen en qué son iguales. Las contestaciones que brindan, emergen dentro de un contexto de diversidad. Cuestionémonos pues: ¿Somos iguales? o ¿Valemos igual; tenemos el mismo valor? Esto nos lleva a la próxima pregunta reflexiva: ¿Se nos atribuye el mismo valor a las personas que cumplen y a las que no cumplen con las normas sociales tradicionales y reconocidas como normales?

El valor social y personal atribuido en igualdad de condiciones a los seres humanos, se vincula a la equidad. A su vez, la equidad se ha relacionado estrechamente a la construcción social del género, pues nuestras creencias y pensamientos (las que conforman nuestro sistema cognoscitivo) se manifiestan en las conductas que generamos hacia nosotros mismos y hacia los demás. A simple vista, este principio, tan discutido en las literaturas feministas contemporáneas, se puede interpretar como uno esencialmente básico sin mayores repercusiones. Nada más lejano de la verdad: me refiero a que las construcciones sociales necesariamente nos guían hacia una inserción en una dimensión identitaria en la que, como humanos, no nos situamos a nivel consciente en nuestras formas de actuar y pensar. En raras ocasiones nos detenemos a pensar en el porqué de nuestro pensar, es decir, cómo y por qué pienso lo que pienso (similar a la estructura de la metacognición). Simplemente pensamos, y, a modo de respuesta automática, actuamos conforme a nuestro pensamiento.

Un ejemplo actual en la sociedad puertorriqueña es la controversia de la implantación del currículo de la perspectiva de equidad por género en la educación pública de los niños y niñas que componen el sistema establecido bajo el Departamento de Educación de Puerto Rico (Carta Circular 19-2014-2015, Departamento de Educación de Puerto Rico, 2015). Al momento de redactar el presente escrito, son varias las protestas a favor y en contra del nombramiento estatal de lo que se conoce como Procuradora de las Mujeres, que, como bien sugiere el nombre, se trata de la persona que velará por y para el beneficio de las mujeres puertorriqueñas. La controversia radica en que unos grupos piensan en contra (y demuestran estar muy convencidos) de que sea nombrada la persona nominada, ya que, según el grupo, esta favorece la perspectiva de equidad por género en el sistema educativo. Un grupo de ciudadanos piensa e interpreta que esto sería inaceptable para una sociedad moral debido a que contiene unos elementos catalogados por ellos “inmorales”. Estas posturas de carácter fundamentalista implican comportamientos ideológicos que ejercen influencia sobre las otras personas en la sociedad, por el hecho de ser diferentes o distanciados de lo que se considera como "normal".

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Las nuevas configuraciones y manifestaciones de nuestras identidades subrayan la pluralidad, las diferencias entre los seres humanos. De tal manera, el enfoque filosófico postmodernista plantea, como eje principal de las construcciones del género, el reconocimiento de las diferencias, entendiendo que las mujeres tienen causas diferentes, son diferentes entre sí, por tanto, somos heterogéneas. Este discurso se aparta del discurso feminista preponderante en la década de los 70, el cual se caracterizaba por el reclamo colectivo de una igualdad casi absoluta del binomio hombre-mujer. Según transcurrido el tiempo, se reconoce la presencia de nuevas configuraciones sociales del género como son: familias constituidas por madres solteras, familias constituidas por padres solteros (Ricky Martin es un ejemplo), legalización de matrimonios entre parejas homosexuales, y la intersexualidad, entre otras. También se ha reconocido que entre las mujeres más jóvenes en edad y de generaciones posteriores al feminismo organizado de la década de los 70 hay tendencias favorecedoras hacia movimientos en pro de los derechos de las mujeres (Brewstwer & Padavic, 2000). Estos posicionamientos se alinean a posturas bajo el fenómeno conocido como "etapa de transición". Al respecto se pronuncia Castro (2004), sobre lo que  denomina como "pareja en transición":

Para las mujeres en transición, la auto estima depende en gran medida de su propia evaluación acerca de la manera de desenvolverse en la vida, de las realizaciones obtenidas, de los proyectos logrados y sobretodo de la creencia en las capacidades personales y en sus derechos. Esta característica le otorga un margen de independencia frente a los criterios tradicionales. (p. 94)

Podemos mencionar dentro de este grupo de transición a las mujeres que forman parte de la fuerza laboral y que han asumido una posición que combina ambos roles: roles domésticos y roles más equitativos, los cuales circulan entre una perspectiva de múltiples roles y fusionan lo tradicional y lo no tradicional. De tal forma, se desarrolla una identidad dual, que bien pudiera representar nuevas configuraciones de lo que es pensar y ser como mujer y como sujeto que resiste. Así pues, podemos inferir que las prácticas de nuestras construcciones del género con sus respectivas identidades son heterónomas, pues son prácticas de sometimiento y de resistencia que se producen simultáneamente.

Ciertamente, las resistencias que hemos asumido las mujeres desde múltiples y variados contextos, han tenido un impacto significativo en la manera de entender y construir nuestras identidades. Por tanto, la reflexión se convierte en un proceso obligatorio ante las construcciones sociales del género que, como hemos visto, se conjugan con nuevas dimensiones tales como: la presencia de una etapa de transición que nos obliga a transitar por nuevas configuraciones de roles; cuestionamientos sobre la significación atribuida a la igualdad vs. la equidad; y el reconocimiento de discursos que apoyan las diferencias entre las mujeres. Fortalezcamos nuestros derechos, nuestras voces y nuestras capacidades para formar y transformar la conciencia justa.


Listas de referencias:

Brewster K., Padavic H. (2000). Change in Gender Ideology, 1977-1996: The Contributions of Intracohort Change and Population Turnover. Journal of Marriage and the Family, 72 (2), 477- 487. 
Castro, I. (2004). La pareja actual transición y cambios. Buenos Aires: Lugar Editorial. S.A. 
Corey G. (2013). Theory and Practice of Counseling and Psychotherapy. California: Brooks Cole. 
Gergen K.J. (1985). The Social Constructionist Movement in Modern Psychology. American Psychologist, 40, 266-275. 
Herlihy, B. & Mccollum,V.J. (2011). Feminist Theory. En D. Cappuzi & D.R. Gross (Eds). Counseling and Psychotherapy: Theories and interventions (5th. ed. pp. 313-333). Alexandria, Virginia: American Counseling Association. 
Lamas, M. (2006). Feminismo, transmisiones y re-transmisiones. Taurus: México, DF. 
Martínez Ramos, L. M. & Tamargo López, M. (2003). Género, sociedad y cultura. Colombia: Publicaciones Gaviota.


Lista de imágenes:

1-3. Mar Ordonez, El arte de mi madre