Una muchacha que se parece a mí

arte

"La muchacha de la película se parece a ti", me dice mientras caminamos al bar. Yo no digo nada. Sonrío un poco. Me lo imagino forzando las formas del rostro de la muchacha de la película hasta que, más o menos, se parezca a mi. Tengo este pensamiento, e inmediatamente me agarra cierta culpa. O cierto reconocimiento de mi narcisismo. Me siento mal. Me siento mal por haber sonreído así, a sabiendas de lo que esa sonrisa significa. Me siento mal de bajar la cabeza, de meterme las manos en los bolsillos y de caminar, como si hubiera un rumbo claro. Como si supiera a dónde voy. Ya sé que dije que voy a un bar, pero eso lo sabemos ambos y sin embargo, hay en en mí cierta determinación que no veo en él.

Es como si él buscara otra cosa en ese caminar, un extravío, un pretexto para detenerse aquí y allá, una callada petición de dar vueltas alrededor de mí, una terca voluntad de amarme, a pesar de. Entonces le digo que sí, que es cierto, que la muchacha de la película tiene algo de mí. Le digo que no son tanto sus facciones, sino un aire. Inmediatamente me arrepiento de decir esto. ¿Un "aire"? Me siento mentirosa, condescendiente, me siento, no sé, como si estuviera practicando para el personaje de mi persona. Él dice que sí, que tenemos un aire de familia. Le digo que sí, que es eso, lo del aire. A él le gusta coincidir conmigo. Le digo que la muchacha de la película tiene la boca grande y que la mía es pequeña. Se lo digo como queriendo decir otra cosa, como si lo que dijera en verdad fuera que yo siempre quise tener una boca así: grande, pesada, rosa intenso. Él asiente, y dice que, aunque nuestras bocas no sean parecidas, hay algo en el modo en que levantamos las cejas antes de hablar, antes de decir algo importante, que es idéntico. Es en el gesto armonioso entre las cejas y la boca en donde nos parecemos bastante, dice él, pero con otras palabras. Él lo dice con más vueltas, como imitando su caminar.

Le digo que no me había fijado en eso y mientras lo digo me voy dando cuenta de cómo levanto las cejas para decir esto que, francamente, no es tan importante. Me dice, también, que la muchacha parece una niña. Me dice que yo también parezco una niña. Ante esta nueva declaración me descubro tratando de forzar en mi expresión, en mi caminar, en el movimiento de mis manos, una niñez que, además de ser una niñez fingida, forzada, fabricada, es el sustrato verdadero de toda niñez, de mi única niñez. Se aprende a mentir desde temprano. Se aprende a tener conciencia de la mentira casi desde siempre. Aprendemos a ser culpables y a vivir así, de espaldas a la culpa. ¿Por qué me gusta tanto que la gente diga que parezco una niña? No tiene que ver tanto con el miedo a la vejez. De hecho, no se trata de una exaltación a la juventud, sino más bien de una tímida alabanza a la torpeza, a una cierta inocencia que se suele pretender, y que a fuerza de tanto ensayo, se vuelve parte de nosotros. Finalmente le digo que sí, que la muchacha de la película parece una niña, mientras niego, débilmente que yo parezca una niña.

Parece que empieza a lloviznar. Miramos al cielo y después nos miramos. Gotas de lluvia en la punta de su nariz. Me pregunta que si me gustó la película de la muchacha que se parece a mí. "No", respondo riendo. "A mí tampoco", dice él más serio que de costumbre. Seguimos caminando, ahora más de prisa porque la lluvia aprieta.

* Todas las imágenes pertenecen a la serie Follow Me de Murad Osmann, 2013.

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