Poetas y presidentes

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I. Poetas y presidentes: notas sobre el lugar de la poesía “hoy”.

Hace poco circuló un breve artículo sobre los beneficios de leer poesía, en comparación con los de leer libros de auto ayuda. El título del artículo era desatinado, pero esperado: “Es más útil leer a Shakespeare que libros de autoayuda”. La inesperada “utilidad” de la poesía residía en que la lectura afectaba el hemisferio derecho del cerebro, lugar en donde se almacenan los recuerdos autobiográficos.

Para un poeta, esta descripción sobre los efectos de la poesía resulta aterradora. No sólo porque el objetivo de la poesía no es serútil (en todo caso, su fin es crear un espacio que prescinda de tales exigencias), sino porque la explicitación de un lugar en donde se “almacenan” recuerdos, que luego serán “digeridos” (palabra que cada vez hallamos con mayor frecuencia para designar el acto de entender, y que reduce toda nuestra voluntad a una mera función biológica) se opone tangencialmente al des-propósito de la poesía; des-propósito que está atado a su necesidad, por un lado, y a su incapacidad, por el otro, de nombrar, de articular, de localizar en el lenguaje una experiencia que siempre excede la materialidad y la fijeza de la palabra. La poesía busca restaurar un silencio primigenio a través de un lenguaje que siempre fracasa. El poema es, entonces, el testimonio de una lucha que ya hemos perdido: es el acto valiente e inútil de proponer lo infinito, y/o lo eterno dentro de un mundo que perece.

Pero no es esto precisamente de lo que quiero hablar. Digamos que el artículo, que ciertamente no pretende explicar lo poético, sino entregar resultados concretos sobre un fenómeno cognitivo, corrobora un hecho que no puede ser reducido a nuestra biología, y que se traduce como nuestro deseo de entender. Pero, ¿entender qué? En última instancia, lo humano.

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Lo más revelador (o para muchos, lo más evidente) del estudio es el hecho de que todos los participantes resultaran ser mucho más sensibles a eso que no entendían, eso que presentaba un reto a su imaginación. “Sólo lo difícil es estimulante”, ríe Lezama por lo bajo. Las palabras inusuales, y las frases complejas (a nivel de forma y contenido, distinción que en la poesía está demás) en oposición a las frases coloquiales, simples (al cliché, podemos añadir, tan frecuente en los textos de autoayuda), provoca el deseo de ir por más, de saber más, de conquistar más.

Y es aquí adonde quiero llegar: al “rol” o al lugar de la poesía, y del poeta, hoy. Y decir “hoy” es sólo un modo de anclar este comentario dentro de un contexto específico, pero lo cierto es que el rol de la poesía siempre ha sido el mismo. Y aclaro que no estoy reduciendo este comentario al género de la poesía, sino a toda expresión artística cuyo fin es promover una liberación, imaginar una sensibilidad (una comunidad, una identidad) que se augura, que se espera, que se convoca a través del acto creador.

II.

El artículo sobre los “beneficios” de la poesía coincide con la reciente discusión en distintos foros sobre la participación de Richard Blanco en la toma de posesión de Obama. La elección de Blanco, poeta latino (cubano, nacido en España, criado en Estados Unidos) y abiertamente gay, fue celebrada por todos aquellos que se sentían identificados con ambas comunidades representadas. No obstante, estos mismos atributos levantaban sospechas respecto a las verdaderas intenciones detrás de esta elección. Porque una cosa es traer al centro del debate las comunidades que han sido, y que son marginalizadas, y otra muy distinta es explotarlas y neutralizarlas, aprovechándose de ciertas circunstancias que convierten al sujeto en cuestión en un dispositivo retórico en manos del poder.

Y aquí entramos ya en un conflicto mayor, y más fundamental: el problema de la representación, que abarca (pero no se limita a) a las políticas o poéticas de identidad. El problema no es que exista tal cosa como una identidad, el peligro es hacer de la identidad una prisión del sentido, y un comodín para el discurso dominante. Porque en la poesía (en el arte), existe un derecho a la marginalidad, un derecho a ser otro, y a crear (y a crecer) desde esa otredad que no es (que no debe ser) motivo de vergüenza, sino la trinchera de todo aquel que no quiere asimilarse al discurso y a la ideología de la mayoría. Dicho de otro modo: ser marginal, o ser menor, es una virtud; explotar esa marginalidad, hacer circular lo marginal como propaganda, es un pecado.

La poesía, como el arte, no está subyugada al principio de la representación, no tiene por qué llevar etiquetas, no tiene que declararse a favor o en contra de nada: no le debe nada al mundo “real”, ni tiene que reproducir el estado de esa “realidad” dado que, fundamentalmente, la imagen que tenemos del mundo es la imagen que ha sido construida desde las estructuras de dominación. De ahí que resulte particularmente conmovedor el hecho de que los participantes del mencionado estudio respondieran más (fueran más sensibles a) a la palabra inusual, a la sintaxis inesperada, a las estructuras que se salieran del sentido, puesto que en ese salirse del sentido, descubrimos el sentido otro de las cosas. El lugar de la poesía es, pues, el de visionar (más allá que ver y reproducir lo que ve), experimentar, trastornar el paisaje y promover la irrupción violenta de una irrealidad desde donde se sienten las bases de nuevas formas y contenidos, para que lo que aún no es, sea. De ahí que el poeta sea el profeta: el escucha de los silencios en un mundo ataviado de ruidos.

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En todo caso, el veredicto en torno a Blanco fue que la suya era una poesía “sosa” y “aburrida”, muy poco arriesgada, sin vuelo ni originalidad. Duras palabras para juzgar a un poeta que, bajo todo tipo de presiones (porque óyeme, no debe ser nada fácil ser el poeta latino-homosexual elegido para tan magno evento) accede a “representar” a esta(s) comunidad(es). Y es que el problema puede que no sea Richard Blanco. Puede que el problema sea que el arte no tiene nada que buscar en la política, lo que no quiere decir que el arte sea apolítico. De hecho, puede ser que el arte, mientras más lejos quiera estar de la política (mientras más lo niegue, mientras más se le resista) más irremediablemente político se vuelve, pero no como su súbdito, sino como su rival necesario.

Pero, volviendo a la trama del lenguaje y al hemisferio derecho del cerebro, ¿qué es lo que hay detrás de un poeta que no conmueve? ¿Qué hacer con un lenguaje que no trasciende el limitado horizonte del presente y que se ancla en el dato autobiográfico, no como desafío, sino como afirmación de la imagen que el presidente de los Estados Unidos y que el Partido Demócrata necesita proyectar? Es decir, la imagen de un país que sigue siendo el territorio de los sueños, el país de todos, para todos. ¿Es posible escribir para el poder desde la marginalidad sin anularnos como seres marginales? ¿Qué es lo que le criticamos a este poeta en verdad? ¿El hecho de que haya accedido a “prestar sus servicios” al presidente? ¿La complicidad con un partido que, por un lado predica la tolerancia y la solidaridad, mientras que por el otro sigue bombardeando a otros seres, igualmente marginados, fuera del territorio americano? ¿O es el hecho de que Richard Blanco pone en evidencia la muerte de la poesía cuando es exhibida en un espacio como lo es una toma de posesión presidencial?

III.

 

El 28 de agosto de 1963 Martin Luther King Jr. pronunció su famoso discurso “I have a dream”. Ese día un joven poeta, acompañado de su guitarra, su armónica, y su peculiar voz, se unía a la causa de aquel sueño común. Bob Dylan era muy joven, pero tenía el don de la visión. Tan pronto llegó a la tarima y vio el lugar que ocupaba respecto a todo lo demás que aquel día decía presente, Dylan quiso echarse a correr. El poeta sabía que algo estaba mal. El poeta sabía que aquel no era, no podía ser su lugar. Aquel día Dylan cantó, un poco en contra de su voluntad, “When the Ship Comes In”, una canción terrible, devastadora, valiente y visionaria, que escribió en una sola noche.

El 13 de diciembre de ese mismo año (1963), Dylan habló frente a un público que se había reunido para hacerle entrega de un premio en donde se reconocía su labor social y política. Las palabras pronunciadas por el poeta despertaron la ira del público. Luego, vino el abucheo. Y luego, otra vez, la voz del joven inadaptado (porque eso son, también, los poetas: eternos inadaptados), soberana, por encima del abucheo: “There's no black and white, left and right to me anymore. There's only up and down, and down is very close to the ground, and I'm trying to go up without thinking about anything trivial such as politics.”

En el 2012, medio siglo después de compartir la tarima con Martin Luther King, Dylan era galardonado por el primer presidente negro de los Estados Unidos, con la Medalla de la Libertad, máximo honor civil de ese país. Distinto a la apuesta de muchos, el artista sí asistió al evento. No obstante, su participación se sintió, no como una concesión, no como complacencia, sino como un desafío. Bob Dylan fue para que todos los allí presentes fueran testigos de su incomodidad. Fue, precisamente, para poner en evidencia su inadaptación, fue para repetir desde el silencio aquellas mismas palabras dichas en el 1963.

Dylan nunca sonrió, evitó a toda costa la mirada del presidente, y nunca se quitó sus gafas oscuras. Porque los ojos del poeta no le sirven a la política. Porque la visión del poeta es la ceguera del político. Bob Dylan hizo acto de presencia, e hizo de su evidente incomodidad un poderoso lugar enunciativo.

Y acaso eso sea lo que le reste al poeta cuando se le pida participar en cierto tipo de eventos. Ir, bajar la cabeza, sentir el aplauso como una humillación, desistir de quedar bien, decir eso que tiene que ser dicho, ganarse el abucheo del público, subir la cabeza porque ha sido merecedor de tan digno abucheo, ir a su casa, quitarse los lentes oscuros, abrir la mirada. Y seguir escribiendo.

Lista de imágenes:

1. Feelings vs Logic, Left vs Right Brain, 2012.
2. Campaña de Mercedes Benz, Einstein: Left vs Right Brain, 2012.
3. REUTERS/Win McNamee, El presidente Barack Obama saluda al poeta Richard Blanco luego de su lectura en la inauguración celebrada en el Capitolio, Washington DC, 21 de enero de 2013.
4. Creative Portland, El poeta Richard Blanco lee su poema "One Today", en la segunda inauguración del presidente Barack Obama, Washington DC, 21 de enero de 2013.
5. Fotógrafx desconocidx, Bob Dylan, 1966.
6. AFP/END, El presidente estadounidense Barack Obama al entregar la Medalla de la Libertad a Bob Dylan, en el salón este de la Casa Blanca en Washington DC, 29 de mayo de 2012.

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