Poesía, censura y políticas de recepción en Cuba (1968-1973) – Parte I

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El decenio que comprende el periodo de 1968 a 1978 ha sido uno de los más convulsionados y difíciles en la historia de las prácticas literarias cubanas. Fueron muchas las obras que, como señala Claudia Gilman (2003), ya habían sido objeto de violentas críticas incluso antes de aparecer (p. 211). No es posible hablar de esta violencia institucional sin tener en cuenta la violencia geopolítica durante estas décadas, especialmente la suscitada por la Guerra Fría. En palabras de Gilman (2003), “(l)a razón de guerra, razón de Estado, dio pie a una suerte de declaración de ‘estado de sitio’ para la actividad de los intelectuales” (p. 225).

El paradigmático Caso Padilla significó un hito no solo para la comunidad cubana, sino para la latinoamericana. La polémica surgida tras la otorgación del premio Julián del Casal, patrocinado por la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), al poemario de Heberto Padilla titulado Fuera del juego en 1968 desató el escándalo internacional y la discusión sobre el rol de los intelectuales ante la revolución. Según el comité de la UNEAC, los poemas de Padilla atacaban la Revolución cubana, lo que desembocó en que Padilla fuera encarcelado y eventualmente obligado a hacer una apología pública. Dice Gilman (2003):

Lo que las consecuencias del caso Padilla revelan es el espesor y la complejidad de la circulación de los discursos en el interior del campo intelectual latinoamericano y hasta qué punto la época problematizó la brecha entre los discursos de circulación privada y los discursos de circulación pública. (p. 237) 

Padilla, quien a la fecha ya era un poeta conocido y publicado, fue objeto de múltiples críticas y su figura literaria fue manipulada según los intereses políticos de diversas facciones. Según Fernández Retamar (1974), Padilla fue encarcelado por “actividades contrarevolucionarias” y no por el contenido de los poemas en el libro (p. 7). Otro prólogo que menciona el modo en que se manipularon los hechos en torno a Padilla es el de Ernesto Cardenal (1976), cuando dice que en Cuba “no hay poetas perseguidos o exiliados o presos”, que el encarcelamiento de Padilla “no fue por motivos literarios, sino políticos” y que Padilla “da siempre su apoyo a la Revolución y a mí me dijo que lo que más lamentaba de ese incidente era que la prensa enemiga hubiera tomado su persona como bandera contra la Revolución cubana” (p. 17).

El prólogo de Cardenal intenta justificar la promoción de cierta poesía en el contexto de la Revolución cubana, pero también es una apología a las prácticas políticas del gobierno cubano hacia la disidencia. Dentro de este contexto, el Estado cubano y la izquierda latinoamericana promocionó como “poesía revolucionaria” lo que se dio a conocer, ambiguamente, como poesía “coloquialista”. A esta poesía, que Cardenal (1976) llamó “exteriorista”, se le consideró la poesía revolucionaria, opuesta a otra “en boga” que trata sobre “realidades impalpables como: ausencia, sueño, nieblas…” (p. 13). Según Cardenal (1976), la poesía cubana revolucionaria hablaba de “lo real”, que no es lo mismo que decir “lo real socialista” (p. 13).

El poeta Sigfredo Ariel (2000) hace un recuento, ya con la perspectiva que brinda la producción literaria a partir de los 80, de lo que significó esta época y esta imposición estética para la comunidad literaria. En relación al grupo que rodeaba la revista El caimán barbudo a finales de los 60 comenta:

El grupo del primer Caimán barbudo, en 1966, proclamaba desde el coloquialismo, el arribo de una poesía “de, desde, por la Revolución” y líneas abajo del manifiesto que orgullosamente titularon Nos pronunciamos, rechazaba “la mala poesía que trata de ampararse en palabras ‘poéticas’, que se impregna de una metafísica de segunda mano para situar al hombre fuera de sus circunstancias”. Este pecado fue atribuido a no pocos autores y obras en los años siguientes que no resultaban lo suficientemente revolucionarios a los ojos de la crítica oficial o de los críticos que se abrogaban el derecho de ser voceros de lo políticamente correcto o conveniente. (p. 14)

Estos factores, empobrecieron la actividad cultural y retrasaron la publicación de textos, no solo de escritores jóvenes sino de autores que ya estaban consagrados, dando paso al periodo que ha sido denominado por Ambrosio Fornet (1987) como “quinquenio gris” (pp. 148-153). Sobre las implicaciones que tuvo esta política pública con relación a la literatura, señala Ariel (2000):

Las armas de denostación política sirvieron de manera inmejorable a la contienda de orden estético, formal, al señalar con el dedo acusador a toda obra que se apartara de la escuela coloquialista, disparando en particular sobre autores que de algún modo se acercaban a la literatura de José Lezama Lima (…). Lezama no fue el único, sino tal vez el más visible de un grupo de excluidos entre los que se encontraban también Virgilio Piñera, Dulce María Loynaz, Cintio Vitier y otros escritores más jóvenes que aquellos, como Pablo Armando Fernández, César López, Antón Arrufat, Reynaldo González, quienes no serían “rehabilitados” hasta entrados los 80. (p. 145)

En las décadas siguientes, los escritores cubanos fueron articulando una crítica extensa a la comunidad intelectual y política de la época y señalan cómo el realismo socialista fue dirigiendo la cultura cubana. Según Arturo Arango (2012), a pesar de la heterogeneidad de voces, los 70 fueron una década difícil para los autores emergentes por la sombra del Caso Padilla. Tales circunstancias, señala, establecieron la singularidad de que los poetas no pudieran “cometer parricidio” literario, aunque las formas de resistencia no menguaron y la poesía se encargó de crear lenguajes originales al margen del campo de batalla de la cultura (p. 380).

Estas circunstancias no evitaron la creación de trabajos poéticos que cuestionan el modo en que dichas modalidades de violencia y otras formas de conflicto influían política y sicológicamente las prácticas culturales. Algunas de las obras que fueron censuradas y que no llegaron a ser publicadas durante estos años, incluso a pesar de ser obras en muchos casos premiadas, por considerarse contrarrevolucionarias o que no representaban los intereses de la revolución fueron: Fuera del juego de Heberto Padilla (1968); Juego de damas de Belkys Cuzá Malavé (1969); Lenguaje de mudos (1969) de Delfín Prats; y Canto a la sabana (1973) de Roberto Manzano. En estas obras surgen lenguajes poéticos donde el conflicto entre realidad y poder quiebra el ideal de cultura y de nación del establishment [1].

Como señala Yoandy Cabrera en su estudio sobre la poesía de Prats “el canon de esa etapa hay que buscarlo en los márgenes, en los ‘apestados’, en los autores malditos de esos tiempos: Isel Rivero, Lina de Feria, Heberto Padilla (quien pagó más caro que muchos su equivocación y su primera etapa de defensa del proceso cubano del 59), Delfín Prats, Reinaldo Arenas” y que el valor de la obra de otros poetas de la época que si fueron publicados fue “muy circunstancial” (p. 2).

Sin embargo, otros críticos cubanos, como Virgilio López Lemus, tienen otra opinión al respecto. En su libro Oro de la crítica, López Lemus arguye que el término de “quinquenio gris”, utilizado por Fornet (1987), es discutible y hace una revisión de algunos de los títulos publicados durante el periodo que va del 1970 a 1975, tras lo cual comenta:

(…) no hubo un quinquenio gris para la poesía, a pesar de que poetas como Antón Arrufat, César López, Rafael Alcides, Heberto Padilla y otros, tuviesen en efecto una etapa gris al ser censurada la edición de sus obras en Cuba (…) el aludido quinquenio fue sin duda gris para una política cultural dogmática, “parametrizadora”, represiva contra homosexuales de todos los sectores del país, no solo del arte y la literatura, también, contra religiosos imposibilitados de expresar con hondura su fe, política dogmatizada por un poder cultural inmediato que entendió mal qué cosa es una revolución. (p. 70)


Notas:

[1] El año señalado no corresponde al de publicación, sino al de escritura. Algunos de estos textos no fueron publicados hasta las décadas de los 80 y 90.


Lista de referencias:

Arango, A. (2012). Terceras Reincidencias. La Habana: Islantes.
Ariel, S. (2000). La casa se mueve. Málaga: Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga.  
Cardenal, E. (1976). Poesía cubana de la Revolución. México: Extemporáneo.  
Fenández Retamar, R. (1974). Calibán. México: Editorial Diógenes. 
Fornet, A. (1987). A propósito de Las Iniciales de la Tierra. La Habana: Casa de las Américas.
Gilman, C. (2003). Entre la pluma y el fusil. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores. 


Lista de imágenes:

1. Lázaro Abrue Padrón, 1968, archivo de Sohail Daulatzai.
2. Raúl Martínez, Fidel, 1968.
3. Asela Pérez, Jornada Internacional de Solidaridad con América Latina, 1970.