La irreverencia de lo pequeño

En nuestra sociedad se insiste en reverenciar lo grande. “Carro grande, ande o no ande”, “Mega tiendas”, “Producción en masa”, “¡Somos grandes!”, “Mega puerto” y muchas otras expresiones que van desde el campo económico hasta el sexual. Todo debe ser grande para que valga. Esta reverencia se contrapone a otras realidades: “Isla pequeña”, “Gente pequeña”, “Grupos pequeños” y… “Economía pequeña”. Mirando esto desde el ámbito del trabajo comunitario, de más está decir que en lo primero que somos irreverentes es en contradecir la idea de que sólo lo grande es bueno e importa. Lo segundo que hace irreverente nuestro trabajo es la afirmación de que desde la pequeñez que algunos sectores nos atribuyen, somos realmente capaces de virar patas pa arriba las reglas de juego que nos dictan “los grandes”.

Aunque hay muchas áreas de acción de las que podría hablar, hoy me interesa la irreverencia del microempresarismo comunitario y solidario que se cocina desde las pequeñas incubadoras de microempresas comunitarias que existen en nuestra Isla. ¿Por qué irreverencia? Porque insistimos en reconocer el poder de las iniciativas que parten de los seres humanos que viven al margen de los tradicionales círculos de poder. Porque, además, dejamos de creer el cuento del extranjero gigante (y probablemente rubio) que debe venir a rescatarnos y porque sabemos que tenemos sabiduría, empuje y conocimientos técnicos suficientes como para convertirnos en un motor de generación de empleos que podría sorprender a quienes insisten en las “grandes compañías”, los “grandes inversionistas” y las “grandes iniciativas”. Ya no reverenciamos el paternalismo ni a quienes quieren tratar nuestras comunidades desde una postura de superioridad disfrazada de filantropía. 

La incubación de microempresas comunitarias no es una práctica nueva en Puerto Rico. Ya desde el año 2003, ha habido iniciativas en esa dirección. Sin embargo, es ahora en el año 2013 que hemos logrado un reconocimiento más formal de esta práctica de desarrollo económico que ha venido ampliándose en la Isla. 

Como modelo, la incubación de microempresas comunitarias y solidarias parte de un paradigma totalmente distinto al del empresarismo tradicional[1]. Mientras el empresarismo tradicional se enfoca en las ganancias a corto plazo e insiste en anteponer los productos a las personas, las incubadoras de microempresas comunitarias y solidarias se enfocan en la obtención de ganancias a largo plazo, en la sostenibilidad y solidaridad y en el desarrollo y bienestar de las personas.  

Las gigantescas estrategias de desarrollo económico de nuestra isla en las pasadas décadas han obviado lo humano y lo comunitario para alimentar un cíclope que sólo puede mirar al norte mientras algunos isleños se alimentan de sus migajas. Las estrategias de hormiga (¡brava!) del desarrollo económico comunitario que promueven nuestras incubadoras alimentan el apoderamiento ciudadano y pretenden llegar a los espacios que más lo necesitan en nuestro país y que no tienen acceso a empleos y oportunidades de desarrollo: comunidades geográficas marginadas, bolsillos de pobreza, comunidades por afinidad como las mujeres, inmigrantes, LHBTT y otras.

Seguramente alguien dirá: “Bueno, pero un país no puede vivir de microempresas”. La contestación a eso es: “Tampoco podemos vivir de multinacionales o de empresas tradicionales que acumulan riquezas, manipulan legislación laboral para restar derechos a sus empleados y empleadas, y luego meten todo en una maleta y se van a volar”.

En tiempos como estos -donde el país desespera ante la ola de violencia, la falta de democracia participativa, la pobreza, el alza en el costo de vida- ya no estamos para repetir errores del pasado. Si algún momento es bueno para renovar de manera contundente nuestras prácticas económicas, es este. 

Cada microempresa comunitaria y solidaria que se incuba genera al menos un empleo. Si es una microempresa familiar, genera varios. Si se le apoya para crecer, puede tener cinco personas empleadas o más. Estudios realizados en los Estados Unidos, demuestran que el 87% de las empresas creadas en incubadoras tienen una mayor probabilidad de éxito frente a las que no lo son. Las incubadoras de microempresas comunitarias y solidarias cimentan su éxito en la integración de servicios holísticos que reconocen la humanidad de sus participantes, sus necesidades de apoyo sicosocial y técnico y su potencial. ¿Parece poco lo que puede generar una incubadora? No lo es. 

placas solares

Miremos en contraste otras iniciativas. En los pasados años la pérdida de empleos en el sector privado de la Isla ha sido significativa pese a la famosa Ley de Incentivos Industriales y a las grandes concesiones hechas a ese sector al enmendar la Ley de Cierre para crear más empleos. ¿Crearon los empleos? Es evidente que no. Nuestra tasa de participación laboral no supera el 39%. ¿Se enriquecieron más? Seguramente sí.

Por otra parte, otra “gigantesca” estrategia al estilo “saca manga production” del pasado cuatrienio nos demuestra que el empresarismo sin incubación y sin un marco ético social no da resultados. Miremos el fracaso del programa gubernamental  “Desarrollo para el Pueblo” y el de los llamados incentivos empresariales con los que trataron de conformar a las miles de personas despedidas por la nefasta Ley 7 del 2009. Las empresas prometidas no se crearon aunque sí se beneficiaron otras empresas y organizaciones: las consultoras y consultores en empresarismo que fueron contratadas por el gobierno de turno.

Tan lejos como creemos estar de la década del 50 -de los piojos, las niguas y el hambre- un dato triste es que al día de hoy en nuestra Isla el nivel de desigualdad es similar o mayor al de 1950. Sergio Marxuach, del Centro para la Nueva Economía, ha dicho que para el 2011 “el 20% más pobre en Puerto Rico recibió solo 1.7% de todo el ingreso, mientras el 20% más rico obtuvo 55.3% de todo el ingreso” [2]. 

¿Mucho nadar para morir en la orilla? Hoy no tenemos los piojos, pero tenemos el tráfico de drogas, la violencia y la desesperanza. Según el Censo federal, el ingreso medio de la familia puertorriqueña relacionado exclusivamente a salarios fue de $18,660 en 2011. Miremos el costo de vida y los pocos empleos que nos ofrece un sistema económico tradicional y preguntémonos: ¿quién puede vivir con eso? Preguntémonos de nuevo: ¿por qué tenemos que aceptar con resignación o sumisión vivir en pobreza y alimentar la riqueza desigual?

mujer

Al hablar de la incubación de microempresas comunitarias y solidarias, hablamos de incubar equidad social y de abrir espacios para el bienestar. Hablamos de honrar los derechos humanos de cada persona que comparte con nosotras este espacio geográfico que llamamos Puerto Rico. También hablamos de generar empleos y de generar riqueza colectiva. ¿Y saben de qué más? De construir una democracia en la cual la gente sienta que puede participar y que ya no tiene que reverenciar amos del pasado... ¿Quién en su sano juicio podría objetar esta aspiración de libertad?

 Notas:

[1] ¿Qué es el Desarrollo Económico Comunitario?, por Nelson Reyes Del Valle, junio 2011.

[2] Perfil de la Economía de Puerto Rico, por Sergio Maxuach del Centro para la Nueva Economía, junio 2011.

Lista de imágenes:

1. Matt Cardy, Giving customers the personal touch is an edge that micro-business has that others don’t, 2012.
2. Junin 24, Las microempresas de Provincia en Argentina celebran la creación de la microempresa exitosa número 20,000, 2011.
3. Primera Hora/Israel González, Buscan nuevos ingresos en microempresas: Janice Ortiz muestra los cheesecakes que produce, 2012.
4. Matt Cardy, Jason Arnold revisa los paneles solares de la microempresa de su comunidad, la cual suple de electricidad barata a todos los vecinos de Weighbridge, Inglaterra, y emplea a una buena suma de ellos, con sueldos justos, 2011.
5. London Metropolitan Business School, 12 de las 40 mujeres que celebran la creación de su microempresa en confección de vestidos de seda cruda, en Londres, 2009.
6. Susan Jones, Kylie Gusset y su microempresa de hilos de tejer, hechos de lana de ovejas que ella misma esquila, inspirados en los colores en que tiñe su pelo, Australia, 2012.