Santificado

“Santificado sea tu nombre”, reza un fragmento del Padre Nuestro cristiano. Y cuando se habla de santificar el nombre de ese concepto de dios que es pilar del cristianismo, parece olvidarse el hecho de que ese mismo nombre ha sido manipulado desde el odio, el discrimen y la exclusión.

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No es casualidad, por lo tanto, que los movimientos de mujeres reclamemos con tanta insistencia que en nuestra Isla se respete la separación entre Iglesia y Estado. Nosotras estamos conscientes de que la santificación de un dios -sea el que sea- desde la estructura gubernamental nos pone en una situación de vulnerabilidad y desventaja ante otros sectores.

Basta con dar una mirada a textos bíblicos, budistas e islámicos para darnos cuenta que en todos ellos quedamos mal paradas y que una interpretación fundamentalista de los mismos trae como consecuencia una visión misógina de las mujeres como entes espirituales, sociales y políticos. Ideólogos importantes del cristianismo contribuyeron a sentar las bases que justifican la violencia en contra nuestra a través de expresiones como la siguiente: “[L]a mujer no es más que un ser ocasional e incompleto, una suerte de hombre frustrado [...] infeliz accidente de la naturaleza [...] est[á] destinada a vivir bajo el dominio del hombre y no tiene ninguna autoridad por sí misma” (Santo Tomás de Aquino).

Desde esa perspectiva que nos categoriza como incompletas y frustradas, aún hoy encontramos el eco de esas expresiones en voces dentro del gobierno y de algunos sectores religiosos que insisten en co-gobernar en nombre de la moral. El fundamentalismo religioso, como un movimiento casi santificado desde el imaginario puertorriqueño, ha logrado insertarse en campañas de prevención de violencia de género y de embarazo de adolescentes como la “Promesa de Hombre” y “El verdadero amor espera”.

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Las ramificaciones de nuestra teocracia de facto las podemos ver en las oraciones de apertura a las sesiones del Senado, la paralización de una carta circular en el Departamento de Educación luego de que un obispo católico la criticó, las decisiones judiciales que apedrean a las mujeres víctimas de violencia sólo porque no cumplen con un estándar moral religioso, las exposiciones de motivo en legislación que socava los derechos de madres custodias, las alianzas y distribuciones de fondos por parte del ejecutivo a organizaciones religiosas por el mero hecho de ser cristianas… 

Gracias a nuestro gobierno teocrático, las mujeres de nuestra Isla se ven obligadas a enfrentar el sexismo benévolo desde el cual se dice que efectivamente somos seres incompletos y sin autoridad. Las palabras del Gobernador Fortuño al presentar la campaña de Promesa de Hombre en el 2009 fueron elocuentes al expresar la necesidad de que los hombres sean “fuertes sin agredir” y al instarlos a reconocer nuestras “aportaciones como madres, hijas, esposas y trabajadoras”.  La propia jerarquía del lenguaje utilizado en su discurso nos permite ver cómo se conceptualiza a las mujeres desde el gobierno. 

Esto quedó evidenciado meses más tarde cuando la Secretaria de la Familia expresó en una emisora de radio que las mujeres debíamos actuar como las gallinas y proteger a nuestros niños y niñas como lo hacen estos animales. Con una frase corta y contundente, la Secretaria no sólo animalizó a las mujeres que son madres, sino que además evidenció su poco conocimiento sobre los ciclos de violencia en relaciones de pareja y las ramificaciones sociales y emocionales de la misma.

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Así, entre palabras, discursos y jugosos contratos con personajes abiertamente religiosos y misóginos como Aníbal Heredia, se configura una fórmula de opresión que provoca el sometimiento de las mujeres: Visión religiosa + Poder del estado + Sistema Normativo. 

Los frutos amargos de esa misma teocracia ya los estamos probando: 27 mujeres muertas en lo que va de año, mayor incidencia de embarazos en adolescentes, más pobreza, más desigualdad y más violencia en contra de las mujeres.  Es decir, estamos en un momento en el cual la vida y seguridad de las mujeres están en riesgo, así como están riesgo sus derechos humanos económicos y políticos. Todo en nombre de un dios y de la presión política que ejercen ciertos grupos religiosos que actúan a sabiendas de que en nuestro país la gente sigue temiendo a criticar lo santo, lo santificado, lo divino y lo intangible. Sin embargo, la pregunta que me inquieta a diario es: ¿dónde están las personas que practican otros tipos de espiritualidad? ¿No se sienten llamadas a defender la libertad de culto y su propio derecho a vivir en libertad y equidad?

Para responder a la fórmula de opresión que se ha gestado desde el estado teocrático actual propongo otra fórmula. Una fórmula para la realización de mujeres libres y plenas: Estado Liberal + Respeto a la autonomía individual + Participación pluralista en los procesos democráticos. Todos los elementos que configuran la fórmula propuesta están en nuestras manos y dependen de nuestra voluntad. Santificar la dignidad humana, reconocer la aspiración a la libertad y a la felicidad como un valor sagrado… ahí está el verdadero significado de nuestra experiencia como seres humanos.

*Piezas en acuarela por Amárilis Pagán Jiménez.