¿Cree usted que la explotación, la xenofobia, el odio a los pobres, y en general las relaciones de poder son producto del arte?
—Habacuc
Hasta aquí, la acción social del artista es bienhechora, no porque siempre sea obra de bien la a que concurre, sino porque el mal de que sea instrumento su genialidad estética, culpa no es suya, sino de las perversiones de sentimientos, ideas o corrupciones de la sociedad.
—Eugenio María de Hostos
¿Hasta dónde llega el arte? ¿Hay un límite moral en las provocaciones que suponen la práctica artística? ¿Hay una necesidad de comprobar la sensibilidad humana? ¿Somos hipócritas dentro de nuestra concepción de la moral y en la propia construcción de nuestra sensibilidad? Todas estas preguntas me resultaron al ver la puesta en escena de Kisha Tikina Burgos, Enjaula (exhibida en la Sala Experimental Carlos Marichal del Centro de Bellas Artes de Santurce, Luis A. Ferré, del 22 al 25 de octubre). Esta pieza retoma el escándalo provocado por la exhibición de Habacuc, un costarricense cuya exhibición de 2007 consistió en amarrar un perro callejero en la esquina de una galería sin comida ni agua, supuestamente hasta que el can muriese. En la pared decía con comida seca de perro “eres lo que lees”.
El cuestionamiento a la gesta de este artista partió desde si se debe considerar ‘arte’ una pieza de esa índole, hasta la ética y los derechos de los animales. Por supuesto, los comentarios en su blog se convirtieron en una pieza de arte en sí misma; las reacciones pasionales y acaloradas subrayaron la voracidad del ser humano, nuestra capacidad poética de ser terribles cuando entendemos que tenemos el espacio para serlo. Asimismo, se levantaron con ese banderín de esperanza utópica que también nos caracteriza, la posibilidad de que el perro era alimentado a escondidas, de que fue liberado y adoptado por seres amorosos que le salvaron del destino, que en la calle y con una enfermedad sin atender, le deparaban. Visto de ese modo la pieza artística se sostiene aún y de allí que más adelante, en 2011, Sergio Villena Fiengo usara un enunciado de Habacuc para titular su libro: El perro está más vivo que nunca. Arte, infamia y contracultura en la aldea global (2011), en el cual investiga la vivencia artística basándose en el “caso Habacuc” como postulado y provocación. ¿Moral en el arte? ¿Qué tiene mayor valor para un ser humano moralista, el deseo o la ética?
Habacuc reprodujo su declaración de artista para con esta pieza en su blog:
Este proyecto parte del hecho ocurrido el viernes 11 de noviembre del 2005 en la provincia de Cartago, Costa Rica; en el cual un adicto indigente de origen nicaragüense llamado Natividad Canda fue devorado por dos perros mientras era filmado por la prensa, en presencia de policías, bomberos y el guarda del lugar. Acto que filmado, ante el beneplácito de los que presenciaban "el espectáculo" incumpliendo con lo que le indica su deber fue presa de los medios de comunicación, los cuales cubrieron la noticia de forma amarillista. Con esta exposición pretendo llevar a un espacio artístico reacciones y comportamientos similares a lo ocurrido con Natividad Canda. Utilizando en la obra elementos que ilustren el contexto, propiciando reacciones que nos hablen de nuestra condición de humanos.[1]
La enajenación ante la desgracia ajena que se vuelve en espectáculo es una de las grandes preocupaciones que se suscitan en nuestro tiempo. La foto de una niña haitiana asesinada por robarse un televisor mientras cientos de fotógrafos la documentaban; los bombardeos en Palestina acompañados por decenas de civiles que corren despavoridos; los sirios perseguidos, con sus rostros deformados por el espanto; el cuerpo de un niño muerto a orillas de la playa y los cuerpos de niños flotando en el mar; las decapitaciones por el Estado Islámico… son varios de los ejemplos que me asaltan, así como los videos de los niños maltratados o de las mujeres y las personas transgénero asesinadas. Podemos añadir un sinnúmero de imágenes y eventos más a la larga lista de videos que cubren la cuota de sensacionalismo cibernético al que nos vamos acostumbrando y nos vamos insensibilizando por puro mecanismo de defensa. Y el arte responde a esta farsa espectacular. Mas como idealistas, ostentadores de una definición anquilosada en los discursos del poder, esperamos todo del arte menos que nos coloque un espejo para que nos veamos en medio del morbo; esperamos todo, menos que nos acuse de abyectos.
Enjaula trabaja el conflicto que provoca la abyección desde diversos ángulos, pero en todos nos vemos interpelados a un cuestionamiento hacia los propios cimientos de nuestra moralidad. La culpa, la gran culpa, cada personaje de un modo u otro trabaja la culpa de permitir la explotación, de explotar para sobrevivir, de explotar para subsistir, de explotar… para desarrollar la imagen, el estatus, el posicionamiento, el deseo. Y es que en medio de la moral y del deber, subsiste el deseo.
La madre, el galerista, la jeva, el amigo de la infancia, la colega y el propio artista, llamado Leo, son puestos en exhibición, y son los verdaderos objetos explotados en la obra ante la cual nos vemos reflejados y nos cuestionamos nuestra humanidad. Las reacciones de estos personajes resuenan con los argumentos que Habacuc le ofreció a Doriam Díaz en una entrevista:
Lo importante para mí era la hipocresía de la gente: un animal así se convierte en foco de atención cuando lo pongo en un lugar blanco donde la gente va a ver arte pero no cuando está en la calle muerto de hambre […] Nadie llegó a liberar al perro ni le dio comida o llamó a la policía. Nadie hizo nada. (2007: en línea)
¿Acaso hay espacios conferidos para la injusticia, y por lo tanto, para la justicia social? Mientras el perro deambule con hambre y enfermo por la ciudad no nos ofende tanto como cuando lo colocamos en la galería como objeto de exposición artística. Hay cierta subsumisión entre los personajes de Enjaula, quienes, por buscar diferentes aprobaciones, justificaban la pieza o se distanciaban, incapaces de ver el problema en todas sus dimensiones posibles como lo apunta Susan Sontag en su análisis Ante el dolor de los demás (2007). El examen de la teórica a las imágenes fotográficas de la guerra nos lleva cuestionar nuestras posturas morales y solidarias, nuestra sensibilidad. Ante el supuesto dolor del perro, cada personaje entabló una negociación en la que prevaleció su deseo, lo cual subrayó la falsedad moral y la explotación de la cultura y la manipulación de la moral como producto de consumo. Llama la atención que fueron los menos entendidos del mundo del arte (el amigo de la infancia y la jeva) quienes establecieron un discurso más empático y asertivo, mas aun así ninguno tuvo la osadía de comprometerse con el perro y salvarlo.
Al principio de la obra, a modo de introducción, cada actor —Isel Rodríguez, José Eugenio Hernández e Israel Lugo— representa un perro, indicándonos la vinculación de estos seres con el objeto, llevándonos a entrever que la puesta en escena nos presentará unos códigos cuyas capas más profundas supondrán una conexión integral que nos incluirá también como espectadores, como objetos mismos. La trivialidad y los supuestos del mundo del arte plástico, así como el compromiso social que nos caracteriza como sociedad, son medidos sarcásticamente y no nos queda que reírnos, pero es una risa que nos vacía un poco, que nos da un espacio para pensar con honestidad.
No hay duda de que la industria cultural es también espectáculo, Enjaula nos obliga a debatir los mecanismos en el proceso de creación, así como sus motivos. De algún modo lo que se gesta y lo que se consume es producto nuestro como colectivo social, se nos induce a mantener una distancia de todos estos procesos para eximirnos de la responsabilidad, pero indiscutiblemente provocamos los contextos de las producciones y de las lecturas que les damos a todas las propuestas artísticas. Somos lo que leemos, sentencia Habacuc. El proceso de enjaular el espacio escénico nos encasilla en una mirada que acusa nuestra condescendencia ante la injusticia. En esto resuena el antiquísimo ensayo de Nemesio Canales, “Los gallos” (1913) en el cual acusa a los detractores de las peleas de gallo –que aunque bien en este tiempo resultan tales prácticas tan reprochables como las corridas de toros o el uso de animales en circos, el argumento de Canales armoniza con el de Habacuc, mostrándonos una constante cronotópica: “Pero, somos así; para las crueldades chiquitas tenemos un corazón de mantequilla que se asusta y se estremece por nada hasta el llanto; para las crueldades grandes que cometemos y sufrimos diariamente tenemos un ladrillo” (23).
Y es eso: un cronotopo. La escena final en la que el actor que interpreta al artista pasa a representar al perro que a su vez, ataca al hijo de la jeva nos muestra atrozmente las dinámicas de los procesos sociales que incluyen a las nuevas generaciones en el ciclo social que bien no repara en la ética ni en la sensibilidad, sino en esa espectacularidad, en mantener ese juego en el que somos deseo y el deseo prevalece ante la moral.
Notas:
[1] http://artehabacuc.blogspot.com/.
Lista de referencias:
Canales, Nemesio. (1915). “Los gallos”. Paliques. Ponce: La Defensa. p. 22-24.
Díaz, Doriam. (4 oct. 2007). “Artista tico envuelto en polémica por muerte de perro en obra”. Nacion.com. En línea.
(16 oct. 2015). “Enjaula: una reflexión al mundo artístico”. 80grados.net. En línea.
Sontag, Susan. (2003). Ante el dolor de los demás. Madrid: Alfaguara.
Vargas, Guillermo ‘Habacuc’. “Exposición N 1” Arte Habacuc. http://artehabacuc.blogspot.com/.
Villena Fiengo, Sergio. (2011). El perro está más vivo que nunca. Arte, infamia y contracultura en la aldea global. Costa Rica: Editorial Arlekín.
Lista de imágenes:
1. Javier del Valle, fotografía a José Eugenio Hernández en el ensayo general de Enjaula para Escena Boricua.
2. Afiche promocional de Enjaula.
3. Javier del Valle, fotografía a Isel Rodríguez en el ensayo general de Enjaula para Escena Boricua.
4. Javier del Valle, fotografía a Israel Lugo en el ensayo general de Enjaula para Escena Boricua.