Las vestimentas de la vejez
Todo comenzó con una discusión sobre la gentrificación cuando en el curso de Redacción una de mis estudiantes me asaltó con el señalamiento: “Usted se ve media hípster para su edad”. Entre risas pronosticó mi edad basándose en que tengo hijos y, entre una cosa y otra, acepté mis 37 o 38 años[1], y la discusión retomó el tema de la crónica.
Pero su enunciado se quedó en mi mente “usted se ve media hípster para su edad”. Lo de media hípster me parece ridiculísimo, por un lado me cuestiono, ¿acaso hay grados de hipterismo y ya por la edad que tengo se me pudiera considerar hípster, pero si fuese más joven no se me consideraría así? ¿Qué rayos es un hípster y por qué se convierte en la categoría de “todo aquello que no puedo catalogar”? Lo de hípster se convierte en una otredad vistosa, un espacio que se puede señalar y prejuzgar. ¿Desde cuándo soy hípster entonces?
Y lo peor: para mi edad… Ese allá y acá asociado con la edad; esa expectativa de que a cierta edad debemos de vernos de cierto modo. A una mujer muy querida[2] le indicaron que estaba en pre-menopausia y lo que lamentó fue tener puestos unos Converse, “si me lo hubiesen dicho y yo tuviera unas tacas puestas…” El verse más ejecutiva y producida hubiera alivianado el presagio mortuorio que para ella supone la menopausia, “siempre quise ser Peter Pan”, dice decepcionada.
¿Por qué debemos estar vestidos de cierto modo a cierta edad? ¿Por qué se presume que después de los 30 una debe parecer salida de un catálogo de una tienda por departamentos[3]? La edad, esa cosa a la que aspiramos de niñas, se convierte después en un estatus limitante y fastidioso. Nunca me había fijado en la sarta de batallas campales que tenemos entre las generaciones, pero por alguna razón, cuando se avecina la vejez, las expectativas se vuelven tortuosas.
Peter Pan o la vieja sabia
Peter Pan, el niño que nunca se puso viejo[4], es el sueño de la mujer que se descubre pre-menopáusica en Converse y no en tacos, ni maquillada, ni peinada, ni con ropas, digamos, laborales. Cuando le comenté el suceso a mi amiga Heidi nos reímos asustadas, “esa es la que nos toca” y nos silenciamos[5]. Pero ¿por qué esa actitud? “En las culturas ancestrales la mujer después de la menopausia adquiere un estatus privilegiado”, acotó Heidi con esa voz dulce que siempre me hace pensar que todo se resuelve fácilmente.
Entre los indicios de menopausia y el saberme que me veo medio hípster para mi edad me miré en el espejo las arrugas y conté las “manchas de la edad” en mis brazos[6]. Si cumples 21 años, la industria de cosméticos tiene una retahíla de cremas para reducir el impacto de la edad y así van cambiando las categorías, ya después los potes se triplican y se supone que las ropas se vuelvan más tradicionales[7]. Ponerse vieja es hasta un lujo porque para poder encajar en las expectativas sociales y laborales debes invertir dinero, tiempo y algo de sanidad.
Y entonces, la vieja sabia: vivimos en una cultura que desdeña la sabiduría y más esa que dan los años, entre la tecnología que invalida mensualmente sus ancestros y la cultura comercial del entretenimiento, eso de ser una vieja sabia no se ve tan atractivo ni mucho menos rentable. No entra en nuestra lógica. Si se es vieja se es obsoleta, arcaica, anticuada; eso de vintage no le aplica a la gente, mucho menos a las mujeres.
“Tú eres una nena”, aún me lo dicen, aún me lo creo… a veces. Pero confieso el terror: cada día me aterra más “ponerme vieja”. Tristemente, la vejez no es símbolo de sabiduría ni de nada preciado en nuestra sociedad. Lo cierto es que en una cultura de consumo y producción, la vejez parece una especie de limbo.
Los viejos verdes y las cougars
Cuando Gabriel García Márquez publicó Memorias de mis putas tristes, uno de los elogios de la crítica fue el haber trabajado la sexualidad desde la senilidad. La película Elsa y Fred también trabaja ese tema de un modo hermoso. No obstante, está el lado sexual de la vejez visto como depravación o como espectáculo. Píramo y Tisbe eran muy viejos como para ponerse a “tontear” en la obra de Luis Rafael Sánchez. Hay morbo en la idea de imaginar una pareja de ancianos intimando; que se den besitos y se agarren de manos, eso sí, pero lo otro supone casi un espanto. La mujer más vieja en tener un hijo tenía 70 años[8]. ¿Acaso la sexualidad tiene una fecha de caducidad específica?
Hay algo de juego de poder cuando las celebridades están con un jovencito y las revistas y programas lo trabajan desde la conceptualización de la cougar. El montón de celebridades, entre sus cuerpazos y el Botox, desafían la vejez y la molestan acostándose con un jovencito. Empoderadas y sexis. ¿Cuál es en realidad el juego detrás de esto? Es decir, ¿cuál es la agenda mediática de todo este discurso prejuiciado y espectacular[9]?
Del Alzheimer y otros demonios
Mi primer encuentro con la vejez lo vi en el rostro de mi madre. Descubrí que, así como cuando son infantes, los seres humanos crecen a las millas; algo así también ocurre cuando cumplen los 70 y pico. Cada vez que veía a mi mamá le afloraban más las arrugas y cada día la veía más descuidada y deprimida. Tan triste y desconectada, tan perdida; el mal de Alzheimer era evidente, y la angustia, la pena y hasta el reproche fueron parte de un largo camino que sigo recorriendo, ya sin reproches. Pero hay cierto terror que me asalta cada vez que la veo, cierta premonición de vejez y abandono.
Ver la vejez en mi madre fue ver mi vejez en un sentido más profundo, más allá de que si me veo media hípster para mi edad o de que me digan “doña”; fue una sensación de ver que recorrí un camino y estoy en dirección a algo que amenaza con ser estático, y me aterra. Hay una visibilidad mayor cuando una se está poniendo vieja y puede ser agobiante. El compromiso social, laboral, maternal, conyugal, empresarial y artístico, arropan y desarropan el cuerpo y es eso: al final se reduce al cuerpo.
Ni hípster ni sabia ni cougar
Entonces mi cuerpo y los terribles temores de la vejez: el Alzheimer, la menopausia y el abandono retoman mi discurso y mi cuerpo que de algún modo se abrazan a la tierra y se recuerdan la vida (no viva, vida). Nuestros acercamientos posmodernos y occidentales ante el tema de la vejez son realmente atroces, hay toda una cultura milenaria que sabe y nos recuerda nuestro real vínculo con la tierra, nos recuerda la integridad del ser —ese que no se afecta negativamente por la edad, sino que se magnifica de modo maravilloso. Solo que a veces los estruendos mediáticos nos aturden y nos hacen creer que si tuviéramos tacos recibiríamos mejor la menopausia o que si nos vistiéramos más genéricas estaríamos más de acuerdo con la sociedad.[10] En medio de las cremas, el Botox y las noticias sobre las cougars, las mujeres debemos modelar, pero me resisto y resistiré a los moldes.
Creo en que podemos gestar nuestro espacio y abrazarnos a la tierra, creo que podemos construir un mundo que retome la costumbre de valorar a las ancianas, y creo que complacer a la tienda de departamentos de su preferencia es idiotez. Cada vez que me sienta aterrada ante la vejez porque siento que me invalida mi espacio de expresión o porque me aterra la idea de la soledad, retomaré la palabras de Heidi y me subscribiré en la idea de que toda esta construcción es una monstruosidad. De algún modo reconcilio mis encontronazos con la vejez cada vez que hablo con mi madre, una vieja sabia que padece Alzheimer’s, y eso sin duda me lleva a establecer la necesidad de reconstruir nuestros discursos; estos deben ser más justos y más amorosos, eso sí sería súper hip.
Notas:
[1] Son 37 la verdad, hice la resta.
[2] Le pondría un nombre falso para respetar su intimidad y porque es un asunto que me parece que le avergüenza, pero no recurriré a esa treta con la que pretendía ser chistosa.
[3] Usted elija la que le guste sin importar presupuesto, solo estamos siendo hipotéticos.
[4] A menos que fuese Robin Williams en una secuela traída de los pelos.
[5] No fue necesario pedir un minuto de silencio para la mujer que se supo que jamás sería Peter Pan.
[6] Lo intenté, cayeron en la categoría de “sinnúmero”.
[7] Esto a menos de que seas Madonna, ella puede vestirse como guste y hacer lo que quiera y no hay dios que le cuestione su edad ni sus gustos de ropa.
[8] Para más detalles y otros ejemplos en el mundo de mujeres longevas embarazadas puede leer el artículo: Lugones Botell, M., et. al. (2014). “Las embarazadas de mayor edad en el mundo.” Revista Cubana Obstetricia y Ginecología. 40 (2) (en línea: http://bvs.sld.cu/revistas/gin/vol40_2_14/gin16214.htm).
[9] Aquí uso la palabra no dentro de la mala costumbre de nombrar ‘espectacular’ a cuanta bobería interesante o cosa bonita, sino que parto de la idea del espectáculo según lo plantean los críticos de la posmodernidad.
[10] Y como dicen: “por ahí pa’bajo” porque entre la multitud de anuncios sobre las señales físicas de la edad y la modificación corporal y las cirugías plásticas invasivas y no invasivas…, que aun en revistas enfocadas en lo ‘natural’ como Natural Awakeningsnos desenfocan lo verdaderamente valioso de estar vivos.
Lista de imágenes:
1) Senior Planet, "Aging With Attitude", 2014.
2) Dubstep Granny Wanda, 2014.
3) "The Hipster Replacement", 2012.