El arresto de Julito

Diciembre de 2005

Querido amigo:

Te escribo este relato ("El arresto de Julito") relacionado con un acontecimiento que pienso te ha de interesar. Recurro a ti como amigo conocedor con el cual he tenido extensas y variadas conversaciones y elucubraciones en torno a lo legal, lo ilegal y su posible trascendencia de lo moral a lo inmoral, lo correcto e incorrecto en su contexto. Conocí esta experiencia de cerca y creo que amerita algún grado de reflexión más allá de lo que hasta ahora hemos hablado. Lo titulé así pues creo que finalmente de eso se trata, de una intervención del Estado en la “existencia” de un ser, o unos seres cuya dignidad puede haber sido mutilada o mancillada.

No te comento nada más hasta que puedas leerlo y reaccionar. Me interesa sobremanera tu reacción; por lo que sabes te respeto y distingo. Conozco, además, tu compromiso y preocupación con la situación de la gente en esta isla, que tal parece está desvaneciendo para convertirse en no se qué... Sin nada más por el momento.

Queda de ti,
Chin

El arresto de Julito

Hace algún tiempo conocí a Julito. Buen muchacho, jabao de corpulencia media, pobre, humilde y muy trabajador. Sus chiripas variaban desde lavar un auto hasta raspar y pintar una casa. Hasta hace poco trabajaba como “labor” en una panadería. Por suerte, sus dotes como repostero aparentemente le permitieron hacer algo más que limpiar, cargar fardos de harina y llenar las neveras antes del cierre. Ahora preparaba sándwiches y algunos dulces. Mejor aún, su trabajo le quedaba a medio minuto de la casa, lo que le permitía atender, regañar, gritar y joder con sus tres hijos naturales y una de crianza.

A pesar de su precariedad, intentaba a su manera llevar a sus crías por “buen camino”. Para ellos era obligatorio ir a la escuela, aprobar sus cursos y no vestir con faldas muy cortas. Su compañera, Farie, la flaca de la calle, pesaba setenta libras mojá y también se dedicaba al chiripeo. Limpiaba casas y carros, asistía a Pito (vecino del frente) cuando reparaba una transmisión y el resto del tiempo, mientras realizaba todo eso, mantenía su componente con el volumen en high, casi ensordecedor para todos, con su música del ayer, de esa pa’ cortarse las venas. Era una familia típica del barrio. Un barrio alborotoso, vivo, vibrante y con mucha solidaridad. Su nombre: “Camino del Mudo”. 

En la calle siempre había mucho movimiento. Las canciones del ayer, las cabalgatas, los four tracks, camiones, scooters, carros de correr, fiestas, velatorios, matrimonios, divorcios, tiros, peleas y así. Todo trascurría con naturalidad y normalidad conforme a las reglas trazadas desde el interior del barrio. Entre las reglas fundamentales impera la del código del silencio y la de que los trapos sucios se lavan en casa. Esto, sin embargo, no significó que la gente no se le acercara a la pareja de cuando en vez para aconsejarle y recomendarle acciones que previnieran intervenciones del Estado que redundaran en, quizás, quitarle los hijos o la custodia de éstos, el arresto de ambos o algo así. Además, nunca faltaba quien dictara estrategias para mejorar la aportación del Estado, cupones, etc.

Así las cosas, los niños crecieron, Julito y Farie maduraron y los hijos modelaron las costumbres de sus padres y del barrio. Sus conversaciones se expresan a decibeles inaudibles; el reggaetón, el sexo, la promiscuidad y las sustancias controladas son la conversación del día, claro está, reforzada por el ambiente del nivel intermedio de escolaridad.

No va mucho tiempo que la pareja conoció una nueva sustancia. Ésta se compraba en la farmacia X y, aparentemente, tenía efectos “muy buenos”. Pienso que el temor que se pudiera tener hacia las sustancias inyectables, en su caso, se desvaneció, pues en el posible análisis de costo beneficio, la nueva inyectable, era mucho más rentable o beneficiosa o no sé. Pasaron meses, y la condición física y anímica de la pareja comenzó a dar muestras de los estragos. Bajaron de peso, perdieron dentadura, estámina. La fuerte y cruda relación con los hijos también comenzó a diluirse, la supervisión más laxa, los padres más permisivos.

hombre

Julito, no se sintió muy bien un día, debe haber sido algo muy fuerte pues él nunca visitaba médicos y esta vez lo hizo. Allí, en el recién inaugurado “San Juan Wellness Center”, que sirve de disfraz a un CDT (“Disease Control Center”) de segunda, el médico lo examinó, ordenó pruebas de sangre y orina, de qué no ordenó pruebas. Luego de haber estado todo el jodido día en el lugar, llegaron los resultados. El médico los leyó y recetó.

La condición de Julito era evidente, la expresión de sus signos y síntomas no requerían de un proceso tan complicado, pero, como todo, la situación se convirtió en médico-legal y esta gente, según los médicos, siempre están pendientes a demandar. El médico inyectó y le recetó a Julito y le dijo, con su doble sentido, “no puede usted tomar ningún otro medicamento con o sin receta, vuelva en quince días”. Julito, antes de partir a su casa, recogió la receta y, según dicen, visitó el baño del lugar y se curó.

Una tarde, varios días después de que Julito estuviera en el médico, aparecieron en su casa, en ese momento repleto de familiares y vecinos, unos señores engabanados y con un carné colgado del cuello. Procuraron por Julito y dijeron que tenían que llevárselo, que a más tardar lo traerían en veinticuatro horas. Julito había perdido su voluntad y capacidad para discutir y pelear, discutir y argumentar, pero Farie estaba “encabroná” y protagonizó la garata del siglo.

“¿Cómo va a ser? Ustedes no pueden hacer eso". Los familiares y amigos también comenzaron a intervenir, lo que hizo que la situación se tornara incontrolable. Alguien llamó a la policía por refuerzos. En fin, se formó tremendo revolú. A final de cuentas, después que Farie se tranquilizó, por supuesto ante la fuerza del garrote, buscó una libreta, presumiblemente de uno de los hijos, anotó los nombres e información de los señores en gabán y permitió a regañadientes que se lo llevaran. Julito, a todas estas, no dijo ni papa.

Los vecinos, según conocían de la situación, se fueron aglomerando y preguntando. Alguien indicó… arrestaron a Julito…se lo llevaron, aunque dicen que volverá en veinticuatro horas o menos. Otros indagaban ¿qué pasó?, ¿por qué?, ¿qué hizo? Nadie podía responder. Sólo corría el rumor de que  aparentemente faltaba información. Esto pudo haber suscitado el rumor de que Julito era chota o confidente, de no ser así, ¿cómo se explica, cómo podría Julito hablar y de qué? Nadie podía siquiera sospechar de qué se trataba el arresto.

El silencio y la desesperación ante la incertidumbre reinó esa noche en el barrio. Todos sabían o suponían saber a dónde llevaban a Julito, pero nadie lo acompañó. Nadie hizo a Julito la advertencia del caso Miranda vs Arizona: “tiene derecho a permanecer callado, todo lo que diga puede ser utilizado en su contra”, etc... No hubo abogado, no hubo NADA. Julito, sin embargo, pareció entender sus derechos aún sin habérsele advertido, no dijo nada ni una sola palabra. Su silencio era sepulcral, su cuerpo estaba frío. Su semblante pálido, su apariencia general era la de un cadáver. Imagínate, veinticuatro horas secuestrado por el Estado y sin cooperación aparente. Coño, como macho e’ barrio no dijo ni esta boca es mía.

tortura

El interrogatorio, sin embargo, incluyó humillaciones físicas, entre otras. Pasadas las veinticuatro horas, más o menos, los hombres engabanados devolvieron a Julito. Algo muy raro parecía sucederle. Estaba acicalado y su imagen parecía indicar que había sido tratado bien. Allí le esperaban amigos y vecinos. Éstos se habían mantenido en vigilia todo el tiempo. Habían intentado conseguir ayuda de gente influyente como los políticos que cada cuatro años les visitan, pero todo fue infructuoso. Los señores con gabán y carné dijeron que ya tenían la información que necesitaban o buscaban. Saludaron y se fueron.

Varias horas más tarde partía Julito con sus amigos, vecinos y familiares hacia su nueva y eterna morada. Un coche fúnebre, sin muchas flores, con aparente prisa, se encargó del último viaje. ¿Qué pudo haber dicho Julito? ¿Rompió el código de silencio?

P.D. Un abogado me dijo que Julito, como todo cadáver, no tiene personalidad jurídica, por lo que no había que leerle sus derechos

Categoría