Sonia y... su band’allá

arte

 

“Boricua de... la band’allá,
esos sí son puertorriquéin”. 
- Plena de los años ’50 de César Concepción y su Orquesta

Esa vieja plena nos hace pensar cuán “puertorriquéin” serán todavía los boricuas de la band’allá. Pienso en Sonia Sotomayor, que cuando llegó al Supremo Federal nos llenó de orgullo a primera vista a todos, d’allá y d’acá. Ninguno de nosotros había llegado tan alto. Además nos impactó esa historia personal que chorreaba tenacidad, acuñada en su alma boricua por una madre excepcional. Y que su ejemplo rebalsó lo puertorriqueño ante los más de 50 millones de hispanos allá que adoptaron su mote de “Wise Latina”. Porque a Sonia la ven también de ellos.

Lo que nos obliga a pensar en la parte que a cada cual nos toca. Porque Sonia es boricua pero muy pororican d’allá; hija de los que se fueron, del Bronx, de migrantes. Ama los gandules y cuchifritos,  llora cuando escucha “Preciosa” y “Verde Luz”... y habla primero en inglés. Ella es máxima expresión de lo que  nuestra gente allá fue capaz de hacer. Lo traigo porque no siempre fueron los de la band’allá motivo de admiración para los d’acá

Fueron los humildes los que se fueron esos primeros años, que llegaban muertos de miedo con maletas de cartón amarradas con sogas a los tomatales de Michigan, a los tenements de Loisaida y a los projects de Harlem empujados por un gobierno que abiertamente quería salir de ellos. Son los que padecieron los tiempos de “no dogs or Puerto Ricans allowed” y del prejucio romantizado en West Side Story. Y la imagen del nuyorican desvalido y a la vez delincuente se perpetuó también en la isla. “Nos dan un mal nombre”, se decía.

Pero, los d’allá no anduvieron dormidos. Desde los años duros, ayudaron a financiar el progreso de la isla con sus remesas. Y ya para el censo de 1980 sobrepasaban a los d’acá en todos los índices de progreso social y económico. Mas, todavía en la isla los que se sentían más blancos o más castizos los miraban por encima del hombro a pesar de sus logros: porque hablaban mal español, porque se les notaba la mancha de plátano. Sólo con el descalabro de la isla a partir de los ‘90 y la fuga de profesionales buscando aprovechar el naciente y prometedor mundo Hispanic del norte empezó a modularse ese prejuicio por ser d’allá.

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Pero d’allá fue que salió Sonia. Es hija de su herencia, pero también de ese entorno, con su acento boricua en inglés y en español, con su maravillosa pinta de mujer de trópico, con la seguridad y sensatez de la mujer boricua, particularmente la de origen humilde, la wise boricua.  Si en la isla se quisiera reclamar a Sonia, se tendría también que reclamar al contexto que la produjo. Implicaría que boricuas serían todos, d’allá y d’acá. Los que hablamos o en inglés o en español o a veces en los dos mezclados; todos portadores de una cultura esquizofrénica definida por algo más esencial que el idioma o la realidad isleña. Por ser boricua, sin distinción.

Pero eso todavía está por verse. En la isla bella, hasta el sol de hoy, se sigue hablando de nuyoricans con desdén presuntuoso. Aún por los boricuas de clase media que se refugiaron en Orlando y en Houston y que se sienten—qué se yo—distintos: se fueron d’aca pero tampoco son d’allá.  A los d’allá se les busca sólo cuando se les necesita, como para mobilizar su apoyo político para beneficiar la Isla.  Pero los de’acá no salieron en su defensa cuando la necesitaron, cuando fueron victimizados por el prejuicio abierto de los anglos. 

Porque aún los que sobresalen como Sonia son todavía así: más oscuritos, con rough edges, y matan el español. Para cualquiera de las tres comparsas políticas de la Isla hacen a Puerto Rico menos atractivo; ante los anglos por ser non-whites y ante los hispanófilos por ser asimilados. Trae también a la mente aquella poesía de Juan Boria: “¿Y tu abuela; a’onde tá?”  

Si uno d’acá llegara a cualquier puesto encumbrado en España o la Cochinchina, en la Isla se les haría el culo gaseosa como dicen los españoles. A cualquier figura deportiva o farandulera del patio se le dan más bombos que a la que ocupa el segundo puesto más alto del gobierno gringo, un exclusivo club de nueve miembros. La aplauden de la boca pa’fuera pero no la aceptan plenamente. Porque les recuerda a la abuela de Juan Boria, por nuestra profunda inseguridad como pueblo. Porque no es d’acá a pesar de que los d’cá no saben precisamente qué es lo que son.

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Está requetepasada la hora de repensar a este Borinquen que se cae a pedazos. No somos una isla. Somos ocho millones dispersos por una extensa geografía con una identidad compartida y una moneda lingüística y un emborujo cultural de dos caras que aún así la mayoría de nosotros nos arreglamos para entender cómodamente bien. Sencillamente somos, como dijo Raphael. Así somos. Total, ambos idiomas son residuos de viejos invasores; ninguno de los dos es nuestro. Si fuésemos consecuentes hablaríamos en taíno o en créole. 

En fin, que si Sonia es boricua en su triunfo, todos los d’alla también lo son. Así como son y sin pretender ser otra cosa. Y al d’acá que prefiera ser visto como blanco o ibéricamente puro que le ceda a Sonia a los d’allá y a sus hermanos Hispanics, también d’allá. Con placer la recibirán como suya. Y entonces perdemos todos.