Martillo de palo

“Hope is the only thing stronger than fear.” ?
The Hunger Games

Llevaba como dos semanas con dolor de espalda, a lo mejor más pero, concentrado, las últimas dos. Le eché la culpa a mis malas fuerzas, el estrés y mi mala postura. Fui a una terapeuta física que me cobró 130 por hablarme de sus sobrinos y su perrito Harrison que estaba ciego, así que salí de allí en las mismas.

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Tan mal me veía que en el trabajo una japonesa buena gente y la asistente del Mero Mero, como dirían por mi casa, me dijo que ella sabía de alguien que me podía ayudar. Ella misma me hizo la cita y todo con un Master de Shiatsu, reflexología y no sé cuántas vainas más. La cosa era que me iba a destrancar por 180. Ya la cosa se estaba poniendo cara a mi parecer.

Bueno, pues miré su página de internet, me sonó la campana y me lancé para allá después del trabajo. Lo único que me quedó resonando en la cabeza era que en su página leí algo que hizo que mi ceja derecha se pusiera en atención: “his no nonsense fashion”, o sea, “su estilo no es chiste” (hmmm!). Igual me fui.

Está localizado en la 55 con Lexington, lugar platudito, edificio con guardia, elevador, setup de apartamentos, (hmmm!). Timbré y, sí, efectivamente atiende en su apartamento que ha acondicionado sin muchos esfuerzos a su lugar de trabajo. Me abrió un joven japonés y detrás de él, el Master que para gusto de mi historia llamaremos Mr. Miyagi, como el de Karate Kid porque es muy parecido a él hasta en estatura.

Me hizo llenar unos datos y me mandó al baño a cambiar a unos pantalones karatekas y una camiseta verde como de hospital, sacados de un closet repleto de los mismos, todos doblados tipo lavandería fresca, detalle agradecido por estos ojos. Cuando volví, me hizo sentar en la que en ese momento vi como una simple mesa de doctor.

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Me habló un poco con su acento japonés pronunciado, indagó sobre mis achaques y ayayays y luego me dijo: “Bueno, acuéstate boca abajo. Vamos a ver qué pasa y a analizar tus problemas”. Me di cuenta antes de acostarme que mientras yo había hablado de mis achaques el joven había estado tomando nota. Cosa que me pareció súper buena, que por fin alguien anotara, ¿no?

Después que me acosté, él me tapó con dos sábanas blancas sacadas de una bolsa también llegada de la lavandería, cosa que otra vez me gustó. Sobre la sabana comenzó a analizar mis huesitos y a llamarlos por su nombre explicándome qué tan desalineada y descuadrada yo estaba y, sí, efectivamente sus explicaciones tenían fundamento. Me explicó que mi lado izquierdo estaba casi una pulgada y medio fuera de donde tenía que estar para que yo estuviera bien centrada y alineada, por eso mi dolor. Y que eso no era de hace 2 semanas sino de 40 y tantos años de malas posturas, partos, zapateadas, desguañangadas y quién sabe cuántas locuras más. Efectivamente y con toda razón, ya que mirando hacia atrás, si estoy viva hoy es de puras chiripas.

Bueno, para ya no hacer la historia más larga me dijo que era trabajo duro pero que el joven me iba a masajear por 20 minutos, que disfrutara y que después él continuaría. Así que comencé a escuchar la voz del joven, la mesa tenía un hueco para la cara así que yo estaba mirando el piso, todo el tiempo boca abajo. El me pasó las manos como si me estuviera quitando polvo de encima, como sacudiéndome todo el cuerpo rápido y ligero, luego me analizó los puntos dizque de energía que estaban bloqueados y algo del tal Chi y me preguntó que hace cuanto sufría de migraña, cosa que yo ya le había contado y lo cual había quedado plasmado en sus notas. Agradecí que hubiera estado tan atento y entendiera el significado de ese demonio que me ha afectado tan severamente desde mis 16 años.

Me comenzó a analizar y explicar punto por punto y fuimos descubriendo que tenía nudos en cada uno de ellos, los cuales el comenzó a tratar de deshacer a punta de masaje, cosa que entre más disolvía más dolía y terminaba ardiendo. Aguanté pensando que no me quedaba de otra si me quería sentir mejor y mis 180 no serían mal gastados por culpa de mi cobardía.

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Al final de los 20 minutos casi sin aire y con ojos llorosos, que gracias a mi postura él no vió, escuché: “Ok, esto es todo por ahora. Mr. Miyagi continuará”. Cosa que me sonó a gloria sin saber, y porque ya me tenía casi bizca del dolor.

Sentí que Mr. Miyagi de un salto, que sólo pude descifrar por el viento que sentí ya que mi postura era tal, estaba encima de la mesa y comenzó a caminarme en la espalda, cosa que me agarro por sorpresa, pero fue tan ligero que apenas tuve tiempo y aire para asustarme. Luego de acomodar mis piernas una por una estilo rana acostada boca abajo y lista para saltar, me caminó en mis pobres piernecitas también presionando ligamentos anudados. Luego comenzó a contarme las vertebras y a decirme: “¿Ves? Esta no tiene que estar aquí. Vamos a arreglar eso”. Escuché que sacaba algo y me dijo: "Te voy a golpear un poco para arreglar esto".

Y el ijuemadre me agarró a martillazos que se fueron convirtiendo en martillazos severos. Era un martillo de palo; cosa que comprobé mucho después, antes de irme, cuando vi su maletín de doctor entreabierto y en el piso a los pies de la mesa.

¡Ijuemadre!, ¡salvajadas! pensé en medio del dilema en el que resulté, sin ni siquiera un avisito de antemano ni nada. Entonces me di cuenta de que aquella que a mi entrada observé como una simple mesa de doctor se había convertido en una mesa de tortura en cuestión de minutos. O, como dirían los gringos, un torture chamber.

Pero, con eso de que soy una Velandia, Hembra a todo dar, una verraca guerrera y amazónica (I hoped), palabras mágicas que me repito a mí misma siempre que necesito empuje. Ese japonés por muy master no me iba a sacar corriendo (¡No, señor!) y pues me aguanté en absoluto silencio y quieta como una tabla ante el allí carpintero. Todo por mi balance y alineamiento corporal. Aparte que en medio de todo me inspiraba confianza y decidí creer ciegamente en su arte y sabiduría tradicional milenaria y recordé que en su websitedecía que es técnica utilizada por monjes y ninjas. También recordé que de pequeña quise ser ninja (¿Ah, no que quería ser ninja? ¡Tenga pues!) y fue así que decidí recibir la experiencia que allí se me presentó sin chistar.

La cosa fue que la "terapia" duró un lapso de 1 hora con 20 minutos: 20 de dolor y ardor y 1 hora de severos martillazos, pisoteadas, jalones y tirones. Él no paró ni yo lo paré, ni un solo sonido salió de mí, sólo me decía: “¿Estás bien?” y yo reunía mis pocas fuerzas para levantar mi mano derecha haciendo señas de que siguiera. Hasta llegué a pensar que mi mano estaba poseída o me estaba cobrando las manicuras que no le di o los colores de esmalte que le puse y que no le gustaron.

A martillo limpio me alineó y me centró a su gusto, y yo cooperé pretendiendo que eso no me estaba pasando a mí. Técnica que he utilizado siempre que las cosas se salen de mi control y que me ha sacado al otro lado ya varias veces. Me martilló y martilló, me rotó las piernas, las rodillas, los brazos, me haló los pies y las piernas. Me estiró y cuadró, creo, la cadera. Me volvió a contar y localizar las vértebras y por fin estaban en su preciso y justo lugar. Su obra de arte estaba alineada.

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Me quitó las sabanas y me dijo que me parara y caminara, y le dije que eso sería como un milagro divino ante sus ojos, que los abriera bien. Se rió y me dio la mano para ayudarme, me dieron ganas de abrazarlo (creo que fue por no haberme matado). Me sentí como tan agradecida no sé porqué. Montones de sentimientos súper raros; como que era mi amigo de siempre el sádico ese.

Para mi propia sorpresa, después de haber llegado con la espalda tiesa de dolor ya no me dolía nada. Estaba fresca como lechuga. Me hizo caminar, hacer cuclillas, rotar la cintura, agacharme, voltear… y me sentí como nueva. Me dijo que debía tomar mucha agua apenas saliera, pero no fría, al clima y que cuando llegara a casa fuera al baño porque todas mis toxinas malas iban a salir en ese momento y que si no lo hacía rápido volverían a quedarse dentro de mí. Que no levantara nada pesado, nada de ejercicios extremos por 3 días, que había sido muy fuerte y que volviera antes del fin de mes para trabajar en lo de la migraña y para enseñarme unos ejercicios que me ayudarían mucho.

Cuando salí compré el agua y me senté al frente de su edificio mirando hacia arriba analizando lo sucedido y pensado que estas cosas sólo me pasan a mí. ¡Lo juro! Me quedé ahí sentadota hasta que escuché mi teléfono y una voz preocupada me trajo en (YES!) a la realidad. Me estaban esperando en casa y ya eran casi las 7:30 p.m.

He aprendido desde entonces a tratar de ejercer rígidamente mi buena postura porque ya conozco la cura y la voy a evitar a toda costa. Lo que sí tuve los próximos días fueron moretones. Pero la verdad era de esperarse. Creo que ahora me conozco un poco mejor a mí misma y aunque me habían dicho en varias ocasiones, como cuando di a luz a mi hijo sin nada de anestesia, que tenía alta tolerancia para el dolor. Y en otras ocasiones precarias y dolorosas, que era una trooper. Pues en realidad lo decían pero yo no lo veía como lo veo ahora. Mr. Miyagi se despidió de mí haciéndome como mil venias. Yo solo le agarré su mano con mis dos manos y le hice una venia mientras le miraba sus ojos dándole las gracias y asegurándole mi retorno.

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Al otro día estuve adolorida, pero como cuando una hace muchos ejercicios. Me he sentido muy bien. Al parecer hasta se me destaparon nuevos dones o gustos como éste: la escritura. Me siento inspirada. Volveré antes del fin de mes para tratar la migraña. Sólo espero que en su maletín no haya, (wait!), ¡un taladro de palo!

Nueva York / Miércoles, 9 de enero de 2013.

* Texto escrito por Claudia Velandia-Onofre imaginado con collages digitales de Aydasara Ortega.

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