Oralidad como lugar de resistencia (parte 1)

 

En otro contexto, Michel De Certeau, se refiere a los sistemas de control discursivos como dónde se “…habla aquello que juega con la voluntad del otro, establece adhesiones y contratos, coordina o modifica prácticas sociales…”.  Algunos de los personajes del escritor Félix Córdova Iturregui logran identificar las manifestaciones del poder y las combaten por medio de una oralidad crítica, una instancia locutoria de resistencia al poder. Ellos y ellas, por medio de sus palabras concretas, desprovistas de artificio, logran identificar al capitalismo y al colonialismo como las raíces de la problemática nacional, como los causantes de sus males físicos y los males sociales.

Como consecuencia de esta reflexión, estos hablantes parodian al poder y a sí mismos, una de las múltiples estrategias de oposición política. Otros personajes, por el contrario, demostrarán pasividad, la cual se refleja en la influencia de lo convencional y la aceptación de las ideas del poder político y económico.

La historiografía ha probado que la mujer ha luchado por sus derechos humanos desde hace mucho tiempo. Tan temprano como 1840 “…las mujeres comienzan a organizarse para cuestionar la posición de desigualdad social, política y económica en que se encontraban con relación a su contraparte masculina”.[1]

La lucha sindical constituye el eje narrativo del cuento “Catalina Miranda”.[2] La policía acusa a Catalina, obrera despedida de una fábrica trasladada a Haití, de asesinar el gerente. Por ello, el gobierno y la policía exigen en un tono imperativo que la comunidad entregue a la mujer. Su objetivo es infundir temor, inducir a la conformidad ideológica y crear un ambiente de amenaza que anule cualquier intento de disensión. Para que se les escuche, la policía se comunica con los vecinos por medio de un altoparlante.

Este instrumento de magnificación del sonido se usa con un fin sicológico que consiste en proyectar una mayor fuerza institucional de la que se tiene. Los agentes, por lo tanto, recurren a este aparato para reforzar simbólicamente su autoridad. A través de esta oralidad autoritaria, se pretende legitimar el poder y la fuerza institucional del estado. Se valida así la jerarquía social vigente, la que las autoridades usan para tratar de reducir el espacio discursivo de los residentes.

Así lo describe el narrador, quien además explica los objetivos de los oficiales: “¡Que salga Catalina Miranda! ¡Que se entregue Catalina Miranda!- gritaban los altoparlantes de la fuerza de choque. Si no se entregaba era porque la escondían y era urgente persuadir al barrio para que depusiera esa actitud”. 

Este poder que enuncia mandatos por medio de un tono de voz elevado y una entonación enérgica, pretende desarticular la unidad comunitaria que reflejan Catalina y sus vecinos. Se intenta neutralizar la posición contestataria de las personas que sufrirán las consecuencias económicas, políticas y sicológicas de la pérdida de empleo.

La premisa del agente policiaco es que si la comunidad no entrega a Catalina, todos se convierten en enemigos del estado. Se les consideraría como individuos que sobreponen sus estrechos intereses personales sobre la ley y el orden que deben prevalecer en el archipiélago puertorriqueño.

El tono imperativo, la oralidad intimidatoria de la policía refleja una relación de poder, en la que de un lado está el ente dominante, representados por la policía, y de otro lado los subalternos, representados por Catalina y los demás residentes de la comunidad. La oralidad autoritaria de los policías pone de manifiesto un conflicto entre Catalina, la comunidad y el estado. Esta lucha supone diferencias ideológicas que desembocan en oposición de estos subalternos al cierre de la fábrica. Como consecuencia, los trabajadores, obreros y obreras, los empresarios, la policía, la comunidad de Catalina y la misma Catalina Miranda, se enfrascan en una lucha social que nace de la resistencia al poder de estos sujetos comunitarios. 

No sorprende que la policía responsabilice a la comunidad por la desaparición de la notoria mujer y sus presuntas acciones criminales: “La policía sabía que la terrorista estaba escondida bajo las faldas de la comunidad y hasta que no se rindiera permanecería situado el vecindario”.[3] Esta interlocución del poder estigmatiza a todas y a todos los residentes como criminales y cómplices de la mujer.

Esta práctica represora de oralidad le permite a la policía declararles culpable sin que medie una investigación imparcial de los hechos. Este uso desproporcionado del poder pretende desautorizar los reclamos de reivindicación que articula la oralidad de Catalina. Esta fuerza, sin embargo, admite la impotencia del estado; el peso moral de los reclamos de la mujer se opone a la violencia institucional. Sobre mujeres como Catalina, que exigen su lugar en el mundo, Hélène Cixous exalta esa voluntad de cambio, aún en momentos adversos y ante la soledad: “Ella sola se atreve… La excluida… se sorprende percibiéndose ser, gozando de su don de alterabilidad”.[4]

La presencia ética de Catalina desestabiliza el orden social dado que lo ha convertido, como afirma Tatiana Bubnova en su visión de la mujer que encarna la otredad, en “…la comunidad heteroparlante de un mundo estratificado, hirviente de conflictos dialógicos y de una polifonía resonante de luchas de clases”.[5] Las consecuencias de la lucha sindical y social de Carolina trascienden a los policías; en realidad, Carolina se enfrenta a la poderosa fuerza del Capitalismo.

En “El niño que se chupaba el cielo”, la apropiación del inglés constituye una modalidad de resistencia al poder.[6] Aurelito, personaje del cuento, inscribe su presencia social por medio de la oralidad disidente. Como estrategia de oposición, se apropia del lenguaje del invasor para impartirle un giro lingüístico puertorriqueño. El joven se apropia de la palabra inglesa “mother” para desestabilizar el lenguaje del poder metropolitano.

Esta práctica de oralidad resiste al poder e implica un gesto de alteridad en el que Aurelito reafirma su individualidad, su espacio social, su cultura y su lenguaje. Al llamarlo ella, Aurelito se dirige a su madre en los siguientes términos,: “-Ya voy móder, déjame ver la última nube”.[7] El sustantivo “mother” representa el género y el papel social estratificado de la mujer en la sociedad estadounidense. La voz de Aurelito desplaza ese vocablo de su rigidez semántica para otorgarle un sentido cargado de afecto filial y libertad discursiva. 

Usualmente en las colonias, el poder dominante extiende su influjo lingüístico sobre los subalternos. Trata de que éstos sustituyan su lenguaje por el del invasor. Aurelito, por el contrario, invierte la relación de poder colonial al españolizar la palabra “Mother”. A pesar de la corrupción lingüística, Aurelito comunica el sentido de sus palabras con efectividad.

Su madre responde porque ha comprendido el mensaje que transmite su hijo, así como el afecto que connota. Esa práctica discursiva de Aurelito concreta una instancia de oralidad como estrategia de resistencia que responde al hecho histórico que significa la imposición del inglés. Éste fue el proyecto que trató de establecer el gobierno estadounidense durante el pasado siglo pero que fracasó ante la resistencia, pasiva pero efectiva, que ofrecieron los puertorriqueños y las puertorriqueñas.

Las prácticas de resistencia al poder también están formadas por medio de la oralidad en la novela El sabor del tiempo. Graciela, por ejemplo, resiste al poder al denunciar los efectos negativos que ha provocado la industrialización en Puerto Rico. De esta forma, ella pretende rescatar un pasado destruido por el poder económico. De ahí que ella le diga a Julián que “…la gran industria también fabricaba los olvidos”.[8] Ella señala que el poder trata de borrar el pasado para que la gente no tenga información que le permita ver el presente con sentido crítico.

Graciela se refiere a la desmemoria que ha llevado a cabo el gobierno y los capitalistas estadounidenses para que el país olvide la destrucción de la agricultura nacional. La maestra implica que este olvido le conviene al poder porque el país no recordará que la nación puertorriqueña es capaz de cosechar lo que requiere para sustentarse. La práctica de la agricultura desmontaría las bases de la dependencia. Una agricultura nacional exitosa trastocaría el sentido de indefensión que Estados Unidos trata de inculcarle a los puertorriqueños sobre su futuro económico.

Graciela expresa su profundidad de pensamiento, un análisis veraz que surge de una oralidad trasgresora, la cual le permite enunciar una radiografía realista del país. Su oralidad le imparte densidad a los signos que expresa por cuanto, como afirman Marta Gómez y César Silió en relación a la obra de Juan Goytisolo están “…ampliando la trayectoria del signo: desde lo exclusivamente lingüístico, hasta dotarle de un trasfondo ideológico”.[9] Su capacidad intelectual se refleja en su discurso crítico interdisciplinario, similar a la de cualquier economista o filósofo.

Graciela enuncia una oralidad deconstructora del entramado histórico del país, evaluación certera de la descomposición social en que se vive.  De esa claridad ideológica y su oralidad combativa emana su resistencia al poder. Ella, por ejemplo, refuta los argumentos del poder sobre política económica y señala la naturaleza destructora del proyecto de gobierno:

…un febril desarrollo industrial urbano sin ataduras internas…como una extensión de fuerza que responden a otra sociedad que te ha invadido antes con su ejército y luego con su tecnología y sus formas de consumo, y tienes ahí la perfecta industrialización del olvido: te va cortando la conciencia en pedazos…[10]

Como elemento de resistencia oral al poder, Graciela presenta las maneras en las que el poder impone su agenda política y económica sobre los puertorriqueños y puertorriqueñas. Se refiere específicamente a las terribles consecuencias del monocultivo de la caña: “Esa agricultura unilateral de la azúcar fue la muerte misma apoderándose del país. Por eso la detestó la inteligencia rebelde de tu abuelo. Y creó un infierno que se le presentó a la gente como nuestro infierno…”.[11] Graciela, por otro lado, fractura relatos del poder al desarticular la ideología capitalista absentista que se impuso al país. Ella proclama el fracaso de las estructuras coloniales que han creado los estadounidenses, con la colaboración servil de la burguesía nacional.  Su estrategia discursiva desmiente las justificaciones que difundía el estado con respecto al éxito seguro que habría de ser el programa Manos a la Obra. 

Ella pasa juicio sobre políticas del pasado y responsabiliza a los gobiernos de Puerto Rico y Estados Unidos por la presente crisis. Más aún, la maestra percibe como el poder imperial modifica sus estrategias de dominación política sobre los subalternos. De forma muy perspicaz, ella identifica la tecnología y las formas de consumo como tácticas nuevas y efectivas de control social y político. Su oralidad transgresora, por lo tanto, representa una otredad discursiva que refuta los discursos del poder, y que reconoce y combate sus nuevos instrumentos socializantes. Esta interlocución dominante, a su juicio, trata de ignorar las consecuencias negativas que sus distintas estrategias económicas han causado al país. 

Esta política ha provocado desempleo, pobreza, desnacionalización de la economía, contaminación ambiental, entre otros. Asimismo, este texto dominante presenta una visión idealizada de la realidad porque transmite la idea falsa de que todo puertorriqueño y toda puertorriqueña vive bien. No reconoce la existencia de problemas sociales. Ignora la violencia, la desnacionalización de la economía y la marginación de grupos significativos del país.

Este discurso del poder descalifica a las voces populares, beneficia a los opresores, tergiversa la realidad nacional, excluye discursos alternativos, promueve la homogeneidad, justifica la estratificación social existente y tratar de legitimar el colonialismo y el capitalismo. Frente a estas practicas discursivas del poder, Graciela expresa signos que exponen la debacle socioeconómica que aflige a Puerto Rico. Inutiliza las técnicas de manipulación lingüística del poder.

Su postura de alteridad y disidencia se refleja también en su visión de género. Graciela devela el carácter imaginario del patriarcado, otro discurso opresor. Según esta visón tradicional de género, el hombre y la mujer tienen funciones y espacios sociales específicos, delimitados por la figura masculina. Según esta manera de organizar a la sociedad, los hombres dirigen y sostienen a la familia.  Se espera además que dominen el proceso de toma de decisiones en el ámbito doméstico.

Otra consecuencia negativa del patriarcado consiste en el hecho de que la gran mayoría de las posiciones de liderato en el gobierno, en la empresa privada y en las religiones recaen sobre los hombres. El discurso patriarcal inculca esta exclusión de la mujer de importantes espacios de poder. La efectividad de este discurso dominante, su poder socializador, se hace sentir en los valores políticos y culturales que se inculcan a la población. Según esta visión de estructura social, la mujer esta subordinada al hombre. De esta manera la palabra configuras diversos espacios de poder. El patriarcado se considera un elemento indispensable de unidad social. Su transgresión afecta los mejores intereses de la nación. Graciela, por medio de su oralidad contestataria, cuestiona toda esa red ideológica del patriarcado.

* La segunda parte de este artículo saldrá publicado el lunes, 2 de abril de 2012.

Notas:

[1] María de Fátima Barceló Miller, La lucha por el sufragio femenino en Puerto Rico: 1896-1935, San Juan, Ediciones Huracán, 1997; p. 9.

[2] Félix Córdova  Iturregui, El rabo de lagartija de aquel famoso señor rector y otros cuentos de orilla,  Río Piedras, Ediciones Huracán, 1986; p. 12.

[3] Ibid, p. 14.

[4] Hélène Cixous, La risa de la medusa. Ensayos sobre la escritura, traducción al español de Myriam Díaz, Barcelona, Editorial Anthropos, 1995; p. 49.

[5] Mijail M. Bajtin, Hacia una filosofía del acto ético.  De los borradores y otros escritos, Barcelona, Anthropos, traducción al español de Tatiana Bubnova, 1997; p. XVIII.

[6] Félix Córdova  Iturregui. El rabo de lagartija de aquel famoso señor rector y otros cuentos de orilla. Río Piedras: Ediciones Huracán, 1986; p. 20.

[7] Ibíd.; p. 20.

[8] Félix Córdova  Iturregui, El sabor del tiempo, Guaynabo, Ediciones Alfaguara, 2005; p. 152.

[9] Marta Gómez Mata y César Silió Cervera, Oralidad y polifonía en la obra de Juan Goytisolo, Madrid, Ediciones Jucar, 1994; p. 30.

[10] Félix Córdova  Iturregui, El sabor del tiempo, Guaynabo, Ediciones Alfaguara, 2005; p. 152.

[11] Ibíd.; p. 153.

Lista de imágenes:

* Todas las imágnes pertenecen a de la Colección de Caricaturas de Miche Medina disponible en la Colección Puertorriqueña del Sistema de Bibliotecas, Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Éstas fueron publicadas originalmente en el periódico El Mundo.

1. "¿Y nosotros qué?", 1988.
2. "Voto", 1990.
3. "Villa Sin Miedo" 1981.
4. "¿Y cómo cantaría el coquí en inglés? Ah...", 1989.
5. "Reforma Educativa", 1989.
6. "Problemas agrícolas", 1989.
7. "Desempleo, Huelgas", 1981.
9. "Mujer", 1989.

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