Esa narcocultura nuestra de cada día

“Ahorasus conductas visibles son parte del patrimonio intangible. Al principio y durante muchos años fue un negocio con sus etapas; es decir, tiempos de bonanza o lo contrario; pero todo negocio ilícito se respalda en la muerte y ahora parece que matar es el primer plano…se ha convertido en una postura ideológica frente a la posibilidad de matar o morir. Desde luego la temeridad de los jóvenes es superior a la generación anterior, en que los sicarios eran gente madura… Ahora es una forma de ser y de distinguirse en la tribu. Las ciudades más golpeadas por la violencia son ciudades de jóvenes”.
–Elmer Mendoza

“Porque la narcoliteratura, en México, suele ser mejor si parte de la realidad que si trata de ficcionarla. No porque, como suele decirse, la realidad le gane a la ficción. Sino porque contar lo que está ocurriendo es más difícil que inventarlo. Y, por lo tanto, los textos que se lo proponen, suelen ser mejores. Más ambiciosos”. 
–Laura Bosh

La etimología de la palabra sicario tiene sus inicios en Roma. En esa época se le llamaba sicarii al asesino a sueldo que escondía un puñal llamado “sica” entre sus ropas para apuñalar a su objetivo. Con el devenir de los años y a medida que fueron ampliándose los tentáculos del narcotráfico se fortaleció una nueva sepa de “sicarii” a la disposición de los Carteles para hacer del asesinato más que un trabajo remunerado, un estilo de vida.

Hoy día se le denomina sicario a los asesinos a sueldo del narcomundo. Atrás quedaron los “sicarii” con sus sicas; para darle paso a las .40, torturas, secuestros, bombas, etc. Nuevas fórmulas para cobrar deudas, aleccionar a traidores o eliminar al enemigo del que tenga el dinero suficiente para pagar.

portadas

Es con el inicio de exportación de cocaína a los Estados Unidos, por parte de los diversos carteles de narcotráfico en América Latina, que estas personas pasaron de ser simples mercenarios a ser una pieza esencial de engranaje en el narcomundo. Para finales de la década de 1980, con el Cartel de Medellín exportando el 80% de cocaína para consumo a los Estados Unidos, el papel de los sicarios en y fuera del territorio norteamericano empezó a jugar un papel primordial. Los hermanos Ochoa, el Cartel de Sinaloa, Pablo Escobar y el Cartel del Golfo entre otros, darían inicio a lo que hoy día se denomina como narcoterrorismo[1].

Ya las guerras entre bandos no se limitarían a matarse entre sí, sino que llevarían la misma a las calles, a la luz del día. Solamente en Medellín, para finales de la década del 1980 e inicios del 1990, el Cartel contaba con más de 2,000 mil hombres en su ala militar constituyendo un ejército de sicarios con marcada presencia en los jóvenes pobres. Para mediados del año 1990 se le había imputado a su líder, Pablo Escobar, ser el responsable de la muerte de unas 10,000 personas. Hoy día carteles como el de Tijuana, Sinaloa[2], Juárez[3] y Zetas, cuentan con brazos armados, en su mayoría ex soldados o ex policías, que reciben entrenamiento en campos diseñados para estos fines[4].

Ante esta nueva realidad político-social nos llega el fenómeno de la Narcocultura, que nos presenta en “prime time” violencia real ficcionada en series de televisión que idolatran a cruentos mercenarios a la vez que ingeniosamente cosifican a las mujeres. La radio nos rememora al narco caído con canciones que relatan sus aventuras alo Chuck Norris y también nos llegan novelas que se adentran en este mundo desmenuzándolo; creando de esta forma un micromundo denominado narcoliteratura.

drogadicto

El escritor Élmer Mendoza describe este nuevo mundo de escritores como: una de esas jaulas en las que entran los buzos para poder ver de cerca a los tiburones, para explorarlos sin el temor de que sus colmillos se claven en su carne[5]. Escritores como él, han sabido poder observar y escuchar atentamente el narcomundo, logrando plasmarlo en libros que brindaninclusive una estética de lo marginal[6]. Otros escritores, nos llegan con sus novelas cuasi autobiográficas de narcos rehabilitados, por que quién no se ha tropezado en la fila de la farmacia con un “Cartel de los Sapos I y II”.

Es así como el fenómeno y la aceptación de la Narcocultura ha ido creciendo y posicionándose como elemento conciliador entre el narcomundo y el mundo formal. De pronto, si bien un buen par de tetas pueden llevarte a la muerte, en el ínterin de que esta llegue se te garantizan viajes en jet privado y ropita a lo Prada… ¡Sin tetas no hay paraíso!, se le repite a la chamaquita de 13 años que se sienta frente al aparato más posmo que conocemos, la T.V.

En la narcocultura, la figura del sicario pasa en muchas ocasiones a ser agente catalizador de las historias que se relatan. Los llamados ángeles de la muerte, con sus apodos que le hacen honor a sus quijotescas hazañas, logran salir del anonimato y vivir su propia película por medio de historias que hacen dudar al lector y cuestionarse dónde termina la ficción e inicia su propia realidad. Misma que es materializada por recortes de periódicos y noticias diarias donde ese otro mundo se pasea entre nosotros y en ocasiones nos convierte en sus víctimas colaterales.

Ante el fenómeno cultural, resulta interesante ser testigo y protagonista de cómo vivimos fascinados y enfrascados en esta hipersimulación. Obedeciendo a esa nueva tribu que se levanta al ritmo de canciones que recuerdan la miseria isleña; nos enfrentamos con el Puerto Rico violento, donde da igual la ciudad y la calle donde ocurra el asesinato, pues en un 100 x 35 no hay mucho para donde correr. La narcocultura nos despierta a nuestra propia guerra donde el matar ya no se limita a espacios diligentemente etiquetados por el Estado, como lo son nuestros residenciales públicos.

Nuestros sicarios llegan envueltos en un halo de muerte, programados para llegar hasta las últimas consecuencias por cumplir con su deber. Como una extensión misma del arma que portan, mente y máquina se hacen una y no es hasta que se dispersa el humo y se apaga el ruido que por un segundo se pregunten que acaba de pasar. Aun cuando el propio sicario puede vacilar en poder identificar a su enemigo, ya mente y arma están interconectadas y para cuando el ciudadano del mundo formal se ve invadido por el miedo; nuestros sicarios emprenden toda su maquinaria contra: ¿nosotros?

La narcocultura, por lo tanto, logra chocarnos con la realidad latente del pueblo puertorriqueño como víctima colateral del sicario. Nos lleva a enfrentarnos con el rostro inocente y a la vez con el de su verdugo. Declara un narcoestado que se asienta sobre el Estado de Derecho buscando desaparecerlo por medio de la coacción y la violencia (la otra violencia, la no legitimada). Es el sicario quien tendrá como deber laboral poner en marcha el aparato opresor.

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Nacidos de la miseria, renuncian a una sociedad que renunció a ellos desde mucho antes. La narcocultura se instaura como esa línea fina que hilvana la ficción con la realidad. ¡El narcomundo nuestro de cada día! Las víctimas inocentes se convierten en ese conducto que devuelve al espectador a la carrera cotidiana del país, donde nadie espera seguridad y protección por parte del Estado y se le llama héroe al ciudadano que vacía su arma en el cuerpo de algún atacante.

No es casualidad entonces que en el mundo simulado, la narcocultura ocupe un sitial cada vez más prominente logrando posicionarse como una garantía de índice de audiencia para las cadenas de televisión y un bestseller para nuestros escritores. Supongo que después de todo, mejor leer/ver/escuchar sobre nuestra violenta realidad que salir a la calle y vivirla de mano de un sicarii, digamos por ejemplo, en la Avenida Baldorioty de Castro.

DEA

Notas:

[1] El 15 de Septiembre de 2008, durante las celebraciones patrias de México en la plaza central de Morelia en Michoacán, ante cientos de asistentes a los festejos, fueron lanzadas varias granadas en un ataque contra la población, esto se dice por apoyar al gobierno en contra del narcotráfico, resultando hasta 9 personas muertas y 132 heridos. El ataque fue catalogado por primera vez por el gobierno de los Estados Unidos como un ataque narcoterrorista.

[2] El 13 de Septiembre de 2008 aparecen en las primeras planas mexicanas uno de los mayores asesinatos en serie donde con 24 muertos en el municipio de Ocoyoacac, en el Estado de México todos y cada uno con el tiro de gracia.

[3] A principios de febrero de 2010 ocurrió una matanza de jóvenes en la ciudad fronteriza mexicana de Ciudad de Juaréz, Chihuahua, a cargo de sicarios, donde fallecieron 13 adolescentes, estudiantes de secundaria sin vínculos al narcotráfico.

[4] “Entrenan en Irán sicarios de Sinaloa”, Periódico El Universal, jueves 17 de Julio 2008. Doris Gómora.

[5] Entrevista a Elmer Mendoza, Periódico Digital El Espectador, 15 de Agosto 2009.

[6] Íd.