Instrucciones para salir pa’lante II (profecías, promesas y replicantes)

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Recuerda a Epimeteo, recuerda el águila y el Cáucaso. ¿De qué sirve prever? ¿De qué te vale predicar? La premonición no te libró de Pandora y, en todo caso, ¿qué sería de la Humanidad sin ella?
—Vallmitjana Mendoza, 1968


 

I.  Replicar, rebobinar y adelantar: un pasito para alante y dos para atrás

 

Prometimos continuar con nuestra anterior discusión respecto a la poesía, la profecía y esos encuentros, aparentemente fortuitos, con Walter Benjamin y Pere Quart. No obstante y sinceramente, al recoger y reciclar lo que hemos dicho, nos topamos con otras figuras interesantemente poéticas y proféticas que habíamos olvidado (en un claro acto "epimeteico"): Prometeo, Epimeteo y Pandora. ¿Después de todo lo escrito sobre Prometeo (por Kerenyi, García Gual, Vernant y otros que tal vez hayamos olvidado) qué más se puede decir? Bueno, la culpa la tiene la frase citada de Julio Benjamin Vallmitjana, cuya existencia nos ha hecho recordar demasiado y ha evocado demasiadas imágenes (las figuras mesiánicas, las arcas después de los diluvios, las revoluciones románticas, Frankenstein y otras prodigiosos monstruos). Se ha abierto la jarra/caja de Pandora, y hay tantos exquisitos males invisibles, tantas apariencias seductoras que nos acogen, que no tenemos otra opción que compartirlas.

 

II. ¿Los juegos proféticos de Prometeo?  

 

Prometeo y Epimeteo, dos hermanos protagonistas de algunos relatos míticos griegos, representan, entre otras cosas, una aparente oposición entre previsión o clarividencia, por un lado, y el lamento por darse cuenta demasiado tarde —incluyendo el supuesto desastre que significa aceptar a Pandora—, en el otro. Dicotomía entre una figura que prevé, que dispone de cierta lucidez y capacidad de intelección para aprehender lo que aún no es (e incluso lo indeterminado) y otra que, posteriormente, en adición o sobre lo sucedido, aprehende (y aprende), sea ya por falta de previsión o por simple error, despiste u olvido (como le sucede al "olvidadizo" Epimeteo en dos ocasiones), aprendizaje demasiado tardío por inútil. Mal-visto esto nos lleva a recrear ese abismo insondable entre el "verdadero genio" y el retrasado (también, pero no solo temporalmente), por no decir "bruto" en el sentido más degenerativo posible (es aquel más cercano, algo por encimita, pero no demasiado, al animal).

Lo curioso es que para los antiguos (limitémonos por el momento a los griegos, aunque esto no es exclusivo de ellos), el verdadero genio está mucho más cercano a la locura y a la idiotez que el vulgo. Colli (2005) lo resume bien al señalar que "la locura es la matriz de la sabiduría"(p.22). La Modernidad, por no decir la actualidad, gusta mucho de olvidar esos vínculos, íntimos, secretos y enigmáticos que existían (y existen aún) entre, por un lado, la locura, el rapto y la idiotez y, por el otro,la sabiduría; son inclusive actos fundacionales, originarios e imprescindibles si queremos referirnos a la historia del arte, la técnica y la filosofía.  

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Para lo que más nos interesa, sin embargo, lo más significativo es que el "pro" de Prometeo parece estar emparentado con el "pro" del vocablo "profeta". Si non é vero, é ben trovato, pues, de cualquier manera, es evidente que Prometeo no solo es capaz de ocultar, maquinar o simular, de jugar con la dicotomía entre apariencia y realidad, entre visión y contenido, y de ese modo extraer una ventaja —frecuentemente, al menos esa es su intención, en beneficio de los humanos—, sino que tal habilidad es complementada y adquiere su máximo significado cuando descubrimos que puede predecir los resultados, prever el futuro, conocer de antemano aquello que sucederá. Precisamente, algunas historias relativas a su conflictiva relación con Zeus, indican que este teme su pre-conocimiento de quién podrá destronar al Padre de los dioses para sustituirlo. Como los oráculos antiguos o los sueños premonitorios, frecuentemente asociados ambos al dios Apolo, el nombre y las habilidades de Prometeo pueden ligarse al campo semántico y las dinámicas de la profecía. Asimismo, si nos fijamos en el componente temporal de esa dicotomía mítica, podríamos afirmar que Prometeo vive en el futuro, mientras que Epimeteo lo hace al menos mirando al pasado, si es que no sigue habitando en él. En efecto, Prometeo tiene un pie en la utopía, en el espacio o tiempo todavía inexistente, en aquello que ocurrirá y se puede prever, mientras que podemos imaginar a Epimeteo lamentando eternamente lo que pudo haber sido y no fue, cual historiador nostálgico y reaccionario.

Probablemente sea injustificado enlazar Prometeo al término y la concepción del Progreso, aún cuando la partícula "pro-" parezca encaminarnos inexorablemente a ello. La previsión prometeica pareciera ser inmediata y meramente práctica, si bien su intención benefactora hacia el Hombre lo ha convertido en modelo de inventores, rebeldes, grandes hombres redentores y revolucionarios. El artista o el poeta pueden, para bien o para mal, ensalzar, justificar o inspirar la utopía y sus realizadores. Sin embargo, como apunta Walter Benjamin, el verdadero artista genial, el poeta excepcional digno de ese nombre, es aquel que anuncia una nueva era, que responde a cabalidad a aquella dinámica que se expresa en la afirmación de que cada época sueña la siguiente. Sin embargo, poema y poesía, obra y biografía, no son, no pueden ser, equivalentes, de modo que el poeta puede ejercer de profeta involuntario e inconsciente, de vehículo de un texto o imagen que prevé y anuncia el futuro. Más allá de la posible autoría como personaje, o de las personalidades múltiples del poeta, quizás no podamos despreciar la posibilidad de un texto clarividente, que se revela y transmite únicamente a través del poeta, de un autor que no es más que, en diversas formas, médium.

Por esa razón la figura de Prometeo como sinonimia del Progreso, como símbolo campeón del "progreso técnico", resulta algo ingenua, cuando no delirantemente guiada por una ilusión poco grata y fallida. Como apunta Carlos García Gual (2003) al remitir a la escultura del Prometeo áureo, con antorcha en mano (en vez de la cañaheja), joven y alegre patinando en el Rockefeller Center, es una versión optimista del progreso que obvia por completo el futuro castigo; en otras palabras una "estampa muy made in USA" (p.265-66). Aquí se obvia al Prometeo trickster, el que oculta y manipula en una afrenta a un dios tiránico, figura mucho más cercana a la violencia inherente de la poeisis, de los juegos de la ocultación, del uso de artificios y de aquel que, pese a las posibles consecuencias trágicas, prevé y actúa como poseído por un ensueño profético.

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Es probable que muchos de los dioses olímpicos vieran en Prometeo a un idiota, a un ser irracional y un simple delincuente, motivado quizás por razones miopes. Una visión ingenua del Progreso gusta mucho de eclipsar los excesos trágicos, las selectivas medidas de austeridad y las deudas que justifican sacrificios insensatos (o sin-sentido) para el beneficio de los "de arriba" (en donde habita la risa distante de los dioses). El mito de Prometeo nos permite ver esa paradoja, porque, después de todo, son justamente sus manipulaciones prometeicas las que demuestran la afinidad y curiosa relación de dependencia, de juegos de ocultación y reconocimiento, entre los dioses "allá arriba y distantes" y los mortales (aquí abajo, hechos inclusive con tierra y piedras). Sin embargo, y Prometeo quizás tenga que ver algo en ello, como ya se ha apuntado, es indudable que los poderosos e inmortales dependen, por mucho que lo nieguen y los miren con desdén, de “los de abajo”, de los “sin nombre” (el verdadero objeto de la historia según Benjamin), si es que no son su mera proyección, como ya afirmaba Jenófanes de Colofón. Borges o Ezra Pound ya lo vieron claro en su día (Settis, 2006 ) y, recientemente, Joan-Lluís Lluís (2013) ha imaginado la letargia o la muerte de los dioses antiguos, inermes y abandonados por los humanos, excepto Hefesto y alguna otra excepción, que solo pudieron sobrevivir gracias a mínimos y clandestinos sacrificios —quizás el escarabajo de una de las escenas venga directo de Kafka—, amén de numerosas triquiñuelas (vale preguntarse, a partir de Lluís Lluís, y esto ya será algo para otra futura indagación, si es posible ver a Hefesto como un nuevo Prometeo).

Las artimañas de la ficción están aquí presentes, en los mitos prometeicos, en su juego como don que oculta y revela, y si bien tales pudiesen parecer ajenas a la esfera política (al menos si hacemos una lectura someramente superficial y estimo que errónea del Protágoras de Platón), el arte como un saber-hacer, que procede de una forma u otra de lo divino (y nótese que aquí la técnica no se reduce a una visión mecanicista ni a una mera instrumentalización que busca el lucro capitalista), es una obra política (y, tal vez, ¿teológico-política?). Esto lo sabían bien Benjamin y Brecht, y con ellos no pocos artistas, filósofos y científicos (hermanos que se complementan, pese a que lo olviden en ocasiones), que se sintieron impulsados a escribir, a comentar y a posicionarse ante la risa distante de los tiranos para así proyectar algo más que la visión doblegada, miserable y supuestamente fija (cuando no eterna) del presente (de lo que nos es presentado como verdad) o de un presente sometido a sacrificios y deudas perversas, a su vez alimentadas por falsas esperanzas (o mesianismos oportunistas).  

Inclusive Prometeo, el que posibilita los sacrificios y es, hasta cierto punto, sacrificado (en su sentido más terrible, como ser ofrecido a una tortura sin fin ni posibilidad de saldar su deuda), no actúa en nombre de algún fin individualista, ni es guiado por algún motivo utilitarista (aún si su intelecto es práctico). Se pudiese argüir que está poseído por algo mucho más antiguo (como todo Titán) que ese supuesto impulso natural por el orden y la jerarquía de los dioses olímpicos, y que nos remite más a las nociones de juego y ficción.

 

III. Profetizar, interpretar, manipular y delirar

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Por el momento dirijamos nuestra atención a otro asunto. Hay cierta sinonimia entre predecir y significar, o inclusive interpretar, lo cual también pone en juego la relación entre el traductor, el intérprete, el actor y el autor (lo cual también desbarajusta la distinción entre lo genuino y su copia, el medio y el mensaje, lo autorizado y lo “pirateado”). El término griego prophetes, el cual significaba "intérprete", "proclamador" o un cierto tipo de "representante" (que hable por otro, digamos, como si fuese una especie de proxy) de alguna divinidad u oráculo. En hebreo nabi —y en árabe también nabi, respecto a, por ejemplo, Muhammad como profeta— posee múltiples significaciones, entre ellas "campeón", "extático", "consejero del rey", "persona culta", "médium", "poeta"  e incluso "historiador" (que en ocasiones implica también, sin ser demasiado descabellados, testigo, aquel que vió y tuvo una experiencia). Sin embargo, un problema con la palabra profeta es que carga con una serie de traducciones y significaciones (un término que sacamos de una traducción latina de una palabra griega, que en los textos bíblicos, buscaba traducir un término hebreo), propias de una cultura letrada —las lógicas de la oralidad pueden ser muy otras, pero discutir eso con cierta profundidad nos llevaría por otros derroteros imposibles aquí. Algunos consideran que nabi procede de la raíz semítica nb' que significa "invocar", mientras que otras añaden que nabu significa el acto de nombrar (siendo el nabi aquel que nombra o que tiene un/a llamado/a) (Levy, 2006, p.22-24).

En árabe, sin embargo, la raíz del término profeta parece estar ligada en primera instancia a “ser alto” (en algún derivado también con la connotación de eminencia o extranjero), de donde derivarían significados como “anunciar”, “decir”, “darse noticias”, “información” pero también nociones como “que va de un sitio a otro”, “ladrido”, “ladrar débilmente”, “voz débil”, además de “profecía”, “pronóstico”, “profeta” y significados asociados. Es curioso que, siempre en la lengua árabe, dos raíces próximas a la que nos ocupa (nabâ), como son nabb o nabât, conectan con significados muy diferentes, pero que, de algún modo, se pueden conectar con la labor del poeta y el concepto de la profecía: “estar furioso” y “germinar, salir, brotar, crecer” (Corriente, 1986, p. 739). Siguiendo las lógicas etimológicas árabes, podríamos imaginar como brota un rabioso mensaje profético que viene de lo alto en la forma de débiles ladridos.

El Corán no solo es, desde el punto de vista predominante entre los musulmanes, LA palabra divina increada de la que Muhammad fue poco más que el vehículo transmisor, sino que es LA poesía. Si el milagro que es el texto coránico se explica precisamente porque la belleza de la forma y el contenido no pudo ser la obra de un iletrado como Muhammad, en el fondo el carácter poético del producto convierte al Profeta en recitador del poema divino. Paradójicamente, la aproximación al Corán como artefacto literario y producto de su época, permite lecturas muy diferentes, que han llevado a algunos pensadores a considerar una cierta autoría muhammediana en el contexto de un interesante juego de personas gramaticales, distanciamientos e ironías: un humano que ejerce de poeta bajo la iluminación o inspiración divina, que se ve atravesado por la experiencia de lo divino y que lo expresa mediante la palabra hablada, el recitado posteriormente fijado en un texto (Mégarbané, 2015). En esa lógica, herética y extravagante, Muhammad sería un poeta profeta —o un profeta poeta—, con la particularidad de que aquello predicho, lo anunciado por él, por ser de carácter escatológico —en última instancia, el Fin de los Tiempos, la Resurrección y el Juicio Final y, con cierta inmediatez, la vida ultraterrena—, no es verificable en esta vida, no ha ocurrido todavía, o al menos no disponemos de evidencia clara al respecto.

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Autor o no, Muhammad no parece engañar o manipular, ni siquiera existe evidencia de un sentido acusado de la previsión práctica. Todo lo contrario de Prometeo, personaje que juega con la distancia entre apariencia y realidad, entre lo visto y lo contenido, de tal manera que puede prever, anticipar el resultado, de sus maquinaciones. En la mayoría de los casos, el resultado de los actos y palabras prometeicos es prácticamente inmediato y, literalmente, previsible, gracias a su capacidad para  proyectar sus planes hacia el futuro. Aún así, la finalidad aquí no es comprobar si existió una "verdadera manipulación" o descifrar quién fue el "verdadero autor" de, por ejemplo, el texto coránico, acto que por razones absurdas asociamos con la falsedad, la copia y la falta de autenticidad (y valga que esto no es lo mismo que el plagio, el acto descarado y mal-agradecido de no reconocer lo compartido, los dones, los regalos e incluso los sacrificios de otros). Lo que interesa es entre-ver como el profeta interpreta, representa, recoge, otorga sentido (o resignifica), renombra, anuncia o inclusive prologa algo invocado, algo "por-venir' y algo prometido. Vale notar que aquí no se busca imponer una autoridad (o una autoría), ni instaurar una demagogia o prescribir un futuro fijo y pre-determinado, y lo previsto es necesariamente algo que tiene que construirse, edificarse y proyectarse.

Tomado eso en cuenta, ¿no será acaso a través del "mal", de los raptos y rupturas con lo aparente, de los artificios, que mejor se refleja lo divino, aquello que pre-vemos y pro-yectamos como futuro, algo que en sí no es cuerdo, sino que requiere ser re-hilado, recordado y cuando no alocado?¿No será así como mejor reconocemos lo presentado, sus movimientos (o migraciones) y devenir?     

 

IV. Los prodigios de Pandora

 

Paradójicamente, las aparentes habilidades prometeicas son las de Pandora, en última instancia aquellas que consideramos humanas, no solo por nuestra capacidad de simulación —Pandora, se nos dice, piensa una cosa y dice otra— o por el hecho de que sabemos que vamos a morir, sino porque la anticipación o previsión del futuro es la base de la tecnología, de la planificación, de nuestra capacidad para resolver o anticipar problemas. Resulta sin embargo curioso que no todo el conocimiento de aquello por devenir sea, en el caso de Prometeo, práctico y fruto de su propia manipulación, sino que parece que también tenemos en él una capacidad puramente profética, de conocer —pero, atención, no comunicar o hacer público— el futuro de lo divino, de saber de antemano quién va a hacerse con el poder entre los olímpicos. Prometeo como el profeta que no comunica, que se niega a transmitir esa información, pues precisamente su poder está en la capacidad para ocultar, para negarse a decir lo que sabe que sucederá.

¿Acaso no es ese uno de los juegos del artista que se niega a decir o asumir que hay un significado último en su obra? Si bien el acto de Prometeo puede ser una broma más a Zeus, o inclusive un modo de jugar también al selectivo olvido, al no dar, al dar la negativa o simplemente decir "prefiero no hacerlo", acto que hace entre-ver algo de Epimeteo en él (que tal vez tiene más sabiduría de lo que le reconocemos), y que parece reírse también de las motivaciones olímpicas. Tal vez algo de esto hay en la enigmática sentencia de Kafka, conocida y retomada por Benjamin, respecto a que "el Mesías solo llegará cuando ya no haga falta".

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Con esto, nos acercamos a otro cierre interrumpido (y pues continuaremos esto en nuestro próximo texto), y con ello queremos retornar otra vez a Pandora. Una lectura misogínica y simplista pudiese desprestigiar la figura de esta aparente doble de Rea (de aquella que lo da todo), de este bello artificio dado por los dioses y que vinculamos a la propagación de todos los "males invisibles", de todos los pathoi ocultos que constituyen lo humano. Retomando un poco el análisis que ofrece al respecto Vernant (2003), que hace notar como todo tiene su reverso y reciprocidad (no hay nacimiento sin muerte, felicidad sin desdicha, Prometeo sin Epimeteo, Hombres sin Pandora), ¿no fuese acaso necesario procurar que sin Pandora tampoco hubiese poesía? En este sentido, las "monstruosidades" liberadas por Pandora, estos prodigios que percibimos como inhumanos o anormales, y que por consecuente buscamos extirpar (o inclusive sacrificar) son solo una maldición si creemos en las trampas de los dioses. 

 


Lista de referencias:

Benjamin, W. (2008). Obras Completas Libro I, Vol. 2. Madrid: Abada Editores.

Colli, G. (2005). El Nacimiento de la Filosofía. Barcelona: Tusquets.

Corriente, F. (1986). Diccionario Árabe-Español. Madrid: Instituto Hispano-Árabe de Cultura.

García Gual, C. (2003). Diccionario de mitos. Madrid: Siglo XXI.

Levy, G. (2006). Prophecy, Written Language, and the Mimetic Faculty: Benjamin's Linguistic Mysticism as a Cure of the "Language Myth". Epoché: The University of California Journal for the Study of Religion,19-48.

Lluís, J.L. (2013). Les cròniques del déu coix. Barcelona: Proa.

Mégarbané, P. (Invitado) (2015, Diciembre 27). Qui parle dans le Coran. [Emisión de radio]. En  Bidar, A. (Anfitrión) Cultures d'Islam. Paris: France Culture, Radio France. Disponible en http://www.franceculture.fr/emissions/cultures-dislam/qui-parle-dans-le-coran.

Settis, S. (2006). El futuro de lo clásico. Madrid: Abada.

Vallmitjana Mendoza, J.B. (1968). Prometeu a Epimeteu, o la mare que els va parir. Tragicomèdia en tres actes. En Quan comencem a patir: Teatre modern i altres mandangues. València: 4 i 3.

Vernant, J.P. (2003). Mito y Sociedad en la Grecia Antigua. Madrid: Siglo XXI.


Lista de imágenes:

1. Chris Carter, The Post-modern Prometheus.
2. Bayer y Neely, Damaged, Too!.
3. Chris Carter, The Post-modern Prometheus.
4. Fringe, "A New Day in an Old Town".
5. William Mortensen, Human Relations.
6. William Mortensen, "Belphagor" de la serie American Grotesque.