No hace tanto, había tenido la oportunidad de ver el vídeo de una charla sobre el tema de la depresión, en la cual el conferenciante expresaba que el lenguaje parece carecer enormemente de maneras de describir lo que es -decimos “deprimido” tanto de la persona que está triste porque se cayó el internet, o la persona en depresión profunda que está a punto del suicidio. Es casi como si el lenguaje mismo nos sugiriera que no tomamos la salud mental en serio, y el lenguaje, precisamente, refleja el sentir de la sociedad. Entonces, si el lenguaje nos permite el uso ambigüo de esta palabra, tenemos que preguntarnos con seriedad, qué es la depresión.
Tratando de definirla
Emily Dickinson describía en uno de sus poemas más famosos el sentir una suerte de funeral en su cabeza, en el cual van y vienen los dolientes sumándose a la tristeza encarnada en un velorio. Sin embargo, más allá de las descripciones más poéticas, ¿qué es la depresión? Si le hacemos la pregunta a Google vamos a tener varias páginas médicas como WebMD o el NIH. Vamos a ver una repetición ad nauseam, simplificada casi a nivel de niño escolar, con una lista de síntomas centrados en padecer de tristeza profunda irracional y paralizante por una cantidad específica de tiempo. La lista es una altamente genérica y simplista, con el intento de configurar algo que pueda cubrir la amplia gama de padecimientos que vemos en la depresión. En fin, no nos da mucho, pues se enfoca en los casos obvios y profundos que no requieren de la más mínima experiencia para darse cuenta de que hay un problema… problema que usualmente ha existido por años. En cierta medida, la depresión parece ser ese tipo de cosa que sólo realmente puede ser entendida por aquellos que la han sufrido en carne propia -como una especie de sociedad enfermiza cuyos secretos sólo son explicados a los iniciados.
Mi intento personal para describir la depresión a quienes nunca la ha tenido, sería exhortarlos a que se imaginen los peores días de su vida, el momento más angustiante y más triste que han tenido en su vida. Ese estado puede durar años en la persona con depresión. Por lo mismo, va poco a poco paralizando a la persona, haciéndola cada vez más incapaz de cuidarse a sí misma tanto emocionalmente como físicamente. Ese proceso drena la energía, al punto de hacer que completar cada acción se vuelva mucho más difícil. El comer viene con la angustia de tener que sacar la comida de la nevera por lo monumental que se siente esa tarea. El recoger el potecito vacío que se cayó al piso puede ser tan difícil como ir a China a buscar una piedra mágica. La vida se vuelve en gran medida monocromática y borrosa, quizás comparable a cuando aquellos con miopía tienen que andar sin espejuelos, sin poder ver los detalles y colores que les revelan todo lo bello de nuestro mundo.
Eventualmente, este estado de cosas sumerge a la persona en esa situación a tal profundidad, hasta el punto en que se hace imposible poder tan siquiera seguir con las mociones básicas de la vida. Finalmente, el juicio se nubla: las situaciones más pequeñas hacen sentir como que se acaba el mundo, y las locuras más horrorosas (tales como el suicidio), se perciben como buenas ideas. Y honestamente, siento que ni siquiera he rascado la superficie de lo que es la depresión sobre quien la sufre. Domino dos idiomas como lenguas maternas y soy proficiente en un tercer idioma, y no soy capaz de conseguir palabras que verdaderamente puedan describirla. Estoy dispuesta a decir que la mayoría de los malestares y enfermedades físicas son preferibles a la depresión.
Tampoco tiene una causa que podamos conocer; a veces nace del trauma profundo (especialmente con aquellos que han sido víctimas de abuso o maltrato en la niñez o violencia doméstica), otras veces puede ser situacional debido al rechazo social o a una pérdida, en otros momentos puede ser el resultado de altos niveles de estrés, o a veces es tan sencillo como un desbalance químico del cerebro. Pero nada de eso importa: lo que importa es que sencillamente es, y que en ningún momento es la culpa de la persona que la padece.
El estigma y los obstáculos para reconocerla
Este último hecho es uno que parece ser olvidado continua y constantemente. Cuando el Gobierno de Australia hizo su estudio regular de estigmatización con la salud mental en el 2011, más del 60% de los encuestados respondieron que entendían que alguien con depresión iba a sufrir de discrimen a base de su condición. Igualmente, casi una tercera parte expresaron que no votarían por un político que padeciera de depresión, una quinta parte expresó que no contrataría a dicha persona para un empleo, y otra quinta parte expresó que si tuviera depresión no se lo diría a nadie.
He conocido gente que tras una crisis depresiva o un intento de suicidio han sido básicamente descartados inmisericordemente por sus “amistades”, y en algunos casos por sus propios familiares. Igualmente he visto adolescentes ser atormentados y maltratados por sus pares debido a su depresión. He visto padres negarse a llevar a sus hijos a ayuda psiquiátrica por miedo al “qué dirán”. En fin, la estigmatización, ignorancia y prejuicio que existe contra la salud mental es uno que todavía sigue siendo monumental en nuestra sociedad. Esto hace mucho más difícil el que una persona pueda buscar ayuda: le pedimos a la gente que salga de ello, pero los juzgamos cuando cogen el teléfono y sacan una cita con un psiquiatra.
Toda esta falta de conocimiento se traduce a menudo en una inhabilidad de poder detectar cuándo alguien -un compañero, un pariente, un amigo, una pareja- necesita ayuda, o a lo mínimo alguien con quién hablar. Cuando hay un suicidio inesperado que sorprende a los allegados de la persona, no ha sido un suceso repentino ni mucho menos un acto de egoísmo, es la culminación de una depresión profunda, y ha menudo esa persona la ha expresado en muchas maneras, siendo el acto final del suicidio el resultado de un dolor emocional insalvable que ya la persona no es capaz de tolerar.
Conclusión: ¿Quiénes padecen de depresión?
Debido a este estigma, a menudo existe la percepción o noción de que esto no ocurre con la “gente buena” (lo que sea que signifique esa trillada y difusa frase), que sólo puede ocurrir con los que están “locos”, o que no le puede pasar a una persona educada o profesional. Al contrario, hay que aceptar que no es ni una falta del carácter de la persona, ni algo que tenga que ver realmente con su trasfondo social o sus logros. Dé una caminata por un centro comercial o un terminal de aeropuerto: cualquiera de las personas que está viendo pasar al frente suyo puede estar igualmente en el momento más feliz de sus vidas, o sumidas en una depresión profunda.
Inclusive aún conociendo todo esto, inclusive a estas alturas y con toda mis experiencias y vivencias en la materia, admito que siento de todas formas una pequeña especie de miedo y trepidación instintiva al escribir estas palabras... El miedo a ser juzgada, el miedo al “qué dirán”, como ya he descrito. Precisamente porque es así de profundo el estigma contra la enfermedad mental, es que es tan urgente el romperlo hasta que nadie tenga que sentir ese miedo.
Me llamo Victoria Minerva Rodríguez Roldán, tengo 25 años, soy estudiante de derecho, activista LGBT, tía de dos sobrinos, estoy comprometida para casarme, y padezco de depresión.
*Todas las imágenes pertenecen al fotógrafo Christian Hopkins, y forman parte de su serie "Depression", 2013.