Para llegar a Brasil... Su avistamiento primero: São Paulo

El viaje es largo a Brasil, como largo ha sido el camino en conocerlo o acercarse a ello. Prolongada es la ruta de quien emprende el recorrido, prolongado el saber.

Ya las piernas y los glúteos sienten las horas en el avión, cuando nos olvidamos de ello. Y es que poco a poco van apareciendo, en medio de la noche cerrada, parchos de luces, aquí y allá, pueblitos que imaginamos desde miles de pies de altura. Personas que en ese momento están llegando a sus hogares luego de un día de trabajo, mientras otros estudian o ven televisión o duermen. Los fulgores esporádicos continúan, cuando, de momento, aparecen miles y miles y miles de luces. Es un big bang de ciudad, más impresionante desde un avión, que Nueva York o Ciudad de México, las otras dos urbes más pobladas y grandes de nuestra América. La luna llena que brillaba en el cielo y que yo sentía que iluminaba mi vuelo, no era necesaria en estas partes, pasaba a segundo plano ante los miles de postes, de bombillas caseras, de focos de automóviles, camiones, autobuses y motoras. Aquí seguimos imaginando a los pobladores, pero añadimos: taxistas dando interminables vueltas por calles también interminables, atracadores que sobreviven y otros que no dejan sobrevivir, vendedores que venden y no. Estereotipos de la mente son, pero basados en la realidad paulista, que uno descubrirá por las calles y caminos y callejones y edificios y portales y negocios de este gran núcleo urbano.

Lo primero que rompió con mis ideas preconcebidas fue lo amables que son los paulistas. Pregunté en el aeropuerto varias veces a distintas personas —empleados, pasajeros y familiares de pasajeros— y todos, sin excepción, me contestaron y orientaron amablemente. Mi juicio era que los paulistas son arrogantes. Y voy a lanzar otro pensamiento: varios de los que parten de sus países y viven en el extranjero, en general, y en Estados Unidos, en particular, terminan siendo unos creídos. No sé si porque salieron de lo que ellos consideran países atrasados y/o salvajes, no sé si porque mejoraron económicamente. Los paulistas que había conocido eran los que vivían afuera o eran ricos que viajaban de compras o paseo a Miami y el Caribe. Y recuerdo que lo mismo me han dicho de los colombianos, de los argentinos, de los cubanos. Sin embargo, cuando he visitado esos países, nada que ver con lo escuchado y todo que ver con la gentileza. Esto lo fui confirmando con el transcurrir de los días, al pedir direcciones a: empleados que salían de sus tiendas para caminar conmigo hasta el lugar buscado, trabajadores que apuntaban e imprimían indicaciones y mapas, policías que me contestaban con una sonrisa y la información pedida.

Luego de tomar un ómnibus y un taxi, llegué al sector Mooca, donde estaría por cinco días. Allí alquilé un cuarto de un apartamento, algo muy en boga alrededor del mundo en estos últimos años. Es mucho más barato que un hotel y São Paulo es una urbe cara. Además, así puedo conocer el día a día de los moradores del país. Aun con el miedo a la incertidumbre, lo hice y me alegro de ello. La dueña del apartamento resultó ser una persona muy agradable y tranquila. Luego de conversar con ella esa primera noche, me sentí hasta más seguro que en un hotel.

Al otro día salí hacia el centro de la ciudad. Hay huelga de los trabajadores del metro, así que uso el ómnibus, lo que también quiere decir que hay sobrecupos y tapones por doquier. Los distintos sindicatos aprovechan la coyuntura del Mundial de Fútbol para hacerse escuchar y poner presión sobre los dirigentes políticos. La seguridad suele ser una preocupación para quien visita esta área y para mí lo era, pero la cercanía de la Copa cambió todo eso e hizo que las calles estuvieran llenas de policías y que los turistas se aventuraran inclusive a sacar sus cámaras con poco temor y sin la usual paranoia.

La tarea era visitar los lugares históricos y principales: edificios, iglesias, museos. Entre ese primer día y los demás que estuve, logré el cometido de conocer los espacios que mi lista contenía. Entre los edificios e iglesias casi obligatorios para ver están: la Catedral do Sé, el Pátio do Colégio, el Monasterio de São Bento y el Teatro Municipal. Todos bien conservados y con interesantes relatos de sus pasados. En cuanto al arte, se debe sacar tiempo para: el Museu de Arte de São Paulo (MASP), el Centro Cultural Banco do Brasil, la Pinacoteca do Estado y el Museu da Língua Portuguesa.

Cerca del atardecer de aquella primera jornada y aprovechando el clima soleado, me dirigí al edificio Altino Arantes (Banespa), para una vista panorámica de las miles de estructuras que componen el laberinto paulistano. Otra opción con vista desde las alturas es el edificio Italia, pero el escogido estaba a pasos de donde me encontraba. La vista es impresionante, es un mar de edificios sin orilla discernible en el horizonte; donde antes habitaban árboles, ahora viven rascacielos.

Aparte de los edificios mencionados, la también conocida como Sampa es una muestra de desparrame urbano y falta de apreciación del arte edificado. Sobreviven algunos inmuebles históricos, pero la mayoría han dado paso a construcciones modernas. Casi todas las edificaciones son rectangulares y funcionales. Algo parecido a Puerto Rico. Las aceras, muchas con losetas sueltas y el cemento resquebrajado, están en pleno deterioro. Pensé en un Santurce o un Río Piedras gigante. Eso sí, hay vida aquí. La ciudad no duerme y como son tantos millones, siempre hay algo para hacer, quien ofrezca opciones y quienes acepten las ofertas: cientos de bares y tiendas, presentaciones musicales, pictóricas, deportivas, teatrales y artísticas en general. Es un gran espacio de actividades y de diversidad humana.

Todo lo anterior está muy lejos de sus comienzos. São Paulo de Piratininga se fundó con la construcción del Pátio do Colégio un 25 de enero de 1554. En aquel entonces, aislados por la geografía, unos pocos habitaban ese espacio y el tráfico de indígenas y el azúcar eran las principales fuentes de ingresos de la región. Pero fue el café el producto que comenzó a edificarla en el siglo XIX. En el próximo siglo las industrias fueron el soporte más importante y ahora son los servicios, los negocios y la tecnología.

Caminar sin rumbo fijo y sin prisa, puede llevarnos a encontrar otros puntos de interés de Sampa: la Avenida Paulista, ruta de lujo y variedad comercial y cultural; el Edificio Copan, estructura en forma de ola y la construcción residencial más grande de Latinoamérica, diseñado por Oscar Niemeyer; la Bolsa de Valores de São Paulo (BOVESPA), que es una de las más importantes del mundo en valor de mercado; la Universidad de São Paulo, una de las más importantes del mundo y tal vez la mejor de Iberoamérica; el Cemitério da Consolação, donde se encuentra el mausoleo más grande de América Latina; la Galeria do Rock, edificio de cinco pisos en que la mayoría de sus tiendas están dedicadas a la venta de música, ropa y parafernalia relacionada a ese género.

São Paulo es una mixtura, un caos en el que conviven y sobreviven más de veintiún millones de personas (es la quinta metrópolis más poblada del mundo). Al lado de edificios gubernamentales y de oficinas financieras, entre ejecutivos y trabajadores de chaqueta y corbata, hay mendigos durmiendo en plena plaza, arropados o al aire libre del invierno paulista, sobre el cartón de cajas obtenidas de las tiendas cercanas o el suelo. Las plazas y las calles siguen siendo espacios abiertos de confluencias y encuentros. Allí se pueden escuchar conversaciones de estudiantes, de trabajadores, de jubilados, de chiriperos, de decenas de deambulantes, la mayoría en ropa ligera y descalzos. Algunos turistas hasta se toman fotos con estos últimos, cual si fueran parte del paisaje, de su fauna. Por doquier es así, no importa el pedazo de la ciudad visitado. Además, en la amplitud de la urbe, se pueden encontrar barrios de diversos países y culturas: China, Italia, Japón, Líbano, Portugal, España. La metrópolis alberga las mayores comunidades de portugueses, españoles y japoneses fuera de sus países de origen.

Los contrastes también se pueden sentir por todas partes en los olores. En ocasiones, olor a orines, a excreta, a sangre, a sudor. Algo no extraño en una gran ciudad, con todos los problemas que eso implica. Es un espacio difícil para vivir, por la competencia, los precios, las oportunidades y las desigualdades. Pero, igualmente, llega el olor de las comidas: uno de los grandes atractivos de SãoPaulo. Así se pueden distinguir la coxinha, la feijoada, el pastel (pastelillo), la pizza, el sanduíche de mortadela, la hamburguesa. Además, no se puede quedar el asado de vaca ofrecido en las llamadas churrascarías, donde se encuentran las ofertas de rodízio: se cobra un precio único por toda la carne que puedas comer. Las calles, ricas y pobres, están llenas de opciones. Entre ellas, el Mercado Municipal, tradicional punto de encuentro de diversas clases socioeconómicas.

Entro al Mercado Municipal y lo recorro. Pido el pastel más típico, el de bacalao. Me sirven uno gigantesco, rebosante del pescado, junto a un refresco de guaraná. A pesar del hambre, casi no me da el estómago para terminarlo, pero lo hago. Converso con los otros comensales sobre el juego de fútbol de mañana. Brasil y Croacia inauguran el Mundial en la ciudad paulista un día antes de que yo me vaya y las pláticas no pueden ser de otro tema. Es justo que sea aquí el partido, donde comenzó el fútbol en Brasil. Nació en São Paulo y a São Paulo he llegado. 

 


Lista de imágenes:

1) Paulo Pampolin, "São Paulo", 2013.
2) Nacho Doce, "Painting a Favela", 2011. 
3) Museu de Arte de São Paulo (MASP).
4) Charoy, "A Taste of Sao Paulo", 2015.