(Des)Concertados

Rise above, we're gonna rise above
We are tired of your abuse
Try to stop us, it's no use
-Rise above, Black Flag (1981)

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I

Cual colección veraniega que se exhibe en las pasarelas del mundo de la moda occidental, ideas, conceptos y sugerencias desfilan y gravitan por la maltrecha “esfera pública” borincana (casi en su totalidad en manos extranjeras) en busca de abordar (en principio) y solventar (a largo plazo) los problemas que se cuecen en el presente. “Agendas”, “frentes comunes y solidarios”, marchas, “comisiones”, flotan sobre ‘esta esfera pública como antídotos al tullido y pestilente entorno político local.

Amparados bajo un entendimiento casi infantilizado del eslogan einsteniano sobre “crisis y oportunidades,” huestes de todo tipo se aprestan (y apresuran también) a ofrecer el expertise necesario para solventar el estancamiento social, económico y político (y por qué no, hasta emocional) que afecta al país. De todo esto se desprende el reconocimiento de un genuino sentido de desesperación, además de una fe inquebrantable en que lo que fue, ya no puede seguir siendo más.

La ira de esta pléyade furiosa y apesadumbrada se centra en la clase (y claque) política del país. La consistencia discursiva entre rojos y azules, robustecida por la continuación de las políticas fortuñistas con respecto a la “medicina amarga” y la privatización de activos infraestructurales, han allanado el camino del consenso entre los que buscan no sólo abordar los problemas que aquejan del país, sino también solucionarlos. De aquí que la “concertación” aparezca como vía a través de la cual canalizar tanto el descontento como la voluntad de querer hacer algo.

¿En qué consiste dicha “concertación”? De acuerdo a Soto Class, ésta se puede definir como “un proceso de negociación entre el Gobierno y representantes de diversos grupos sociales”. Tiene como objetivo “llegar a un acuerdo formal, conocido como “pacto social”, respecto a asuntos de política pública tales como impuestos, leyes laborales, reforma de pensiones, niveles de inversión pública y privada[,] y políticas de desarrollo económico y bienestar social”.

Al hablar de la “concertación,” Soto Class repasa el éxito que ha tenido en otras latitudes, pero advierte que en el caso de Puerto Rico, el proceso sería “duro, severo y agobiante”, ya que da muy “poco espacio para el egoísmo, la gansería y la falta de voluntad.” Ello porque en el proceso de la concertación, “los jugadores dialogan no sobre qué van a ganar, sino qué es lo que cada uno está dispuesto a perder o ceder.” A pesar de no identificar claramente quiénes serían los “jugadores en esta trama,” si coloca especial énfasis en la presencia del Estado “o gobierno” (como él le llama), en la mesa de diálogo.[1]

Bajo otras circunstancias, el diálogo que solicita Soto Class para tratar de resolver los problemas del país resultaría, a lo menos risible, sino ridículo. Sin embargo, los embates de la "partidocracia nuestra de cada día" y la guerra declarada (y abierta) contra la clase política del país, han trastocado significativamente las fichas sobre el tablero. El desajuste emocional y social que se experimenta a diario, ha llevado a muchos a pensar que superar el tribalismo (y trivialismo) es requisito indispensable para "salvar el país". Al menos esa parece ser la tesis que se cuece desde el economismo. Un diálogo "nacional" se presenta como la única solución al desbarajuste vivido y que queda por vivir.

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Claro, a ello no le va a acompañar, necesariamente, la dosis requerida de optimismo. Para Soto Class, la primera gran prueba de la concertación sería el debate sobre los fondos del Sistema de Retiro, el cual requerirá, según él, la “seriedad y madurez como pueblo” para lograrlo. En sus palabras se puede detectar rastros de un pesimismo que, de un trazo, convierte su adulación a favor de la concertación en lúgubre diagnóstico del presente y porvenir del país. Tal parece que Soto Class insinúa que el país carece de “seriedad” y “madurez,” por tanto será incapaz de concertarse, y así salvar lo poco que queda (si acaso queda algo).

¿Es a esto lo más lejos que puede llegar la intelligentsia local?

II

Quizás la falta de “seriedad y madurez” a la que alude Soto Class apunte en otra dirección. Después de todo, la “concertación” que éste pide (¿a nombre de quién?; no sabemos) en ningún momento aborda la naturaleza del desastre, y mucho menos pide o requiere un balance adecuado y proporcionado que permita asignar no solo culpas, sino también responsabilidades. En ningún momento requiere ni demanda conocer las razones de la precariedad en los fondos de Retiro y recaudaciones del Estado. Nada de eso.

Para él, “concertar” implica ceder, dar el brazo a torcer, perder. Si bien es cierto que todos los presuntos implicados deben estar dispuestos capitular en “algunos de sus reclamos, no hay un claro balance de recursos ni de fuerzas en el pedido que permita comprender mejor quién está dispuesto a ceder y qué está dispuesto a perder. En otras palabras: no es lo mismo ceder y perder desde el Estado que desde un sindicato.

Existe una relación asimétrica entre ambos, no solo desde la perspectiva de recursos, sino también en términos de poder. Quien más lleva las de perder entre el Estado y los sindicatos, son los segundos. De ello no debe quedar duda alguna. Y es que el Estado no es un partícipe más en este asunto. Es él quien fundamenta la posibilidad del diálogo, al ser responsable de producir lo social, de establecer el “estado de ley,” el llamado a instituir y cuidar la propiedad privada como “vínculo social,” quien sirve como salvaguarda de la ley del valor. Es, recordando a Deleuze y Guattari, un aparato de captura, responsable de producir y reproducir el socius. Quizás Soto Class quiere referirse a la clase política del país; pero, después de todo, ¡son estos quienes operan el Estado!

Partiendo de esa premisa (nada hipotética, por cierto), las cualidades del diálogo implícito en la concertación quedarían seriamente comprometidas. El Estado siempre resguardará su posición, a menos que lo que se persiga es utilizar el peso de éste para implementar agendas particulares. Porque en esta relación asimétrica de poder y recursos, para lo único que serviría el Estado es para proteger los intereses de unos, en perjuicio (y prejuicio) de otros.

Por tanto, es el Estado quien debe ser cuestionado en este momento. Es, precisamente, su naturaleza como aparato de captura lo que requiere ser examinada, escudriñada. No sólo para comprender su funcionamiento como aparato; también para “concertar” los mecanismos necesarios que aseguren una redistribución tanto del poder como de los recursos en bien de los que decidan participar del esfuerzo.

III

Circunscribir las condiciones de desasosiego que afectan el entorno a la imposibilidad de “concertarse” en diálogo y el no estar dispuesto a ceder nada, es evidencia de lo anquilosado que resulta esta perspectiva de análisis. Pensar que la raíz de los problemas es la clase política del país, es no comprender como el capital líquido y la voluntad imperial han secuestrado el Estado, disponiendo de sus recursos e impulsando, a través de sus maniobras financieras, una subjetividad uniforme a escala global. Pensar que el problema es el Fondo de Retiro, es reducir el asunto a la “irresponsabilidad” e “incompetencia” de unos pocos.

El problema de Retiro tiene que ver, en esencia, con la capacidad del Estado en gestionar el bienestar de sus conciudadanos a través de estrategias de redistribución de riqueza. Tomar del Fondo para agenciar proyectos de infraestructura, cuadrar presupuestos, o sufragar gestión pública, es una forma de redistribuir la riqueza y restituir asimetría tanto en términos de recursos como de poder. Rediseñar la relación entre los ciudadanos y el Estado es trastocar formas específicas a través de las cuales se formalizó esta redistribución, asunto que a su vez generó subjetividades particulares. Cambiar las reglas, es redistribuir, es producir otras subjetividades en menoscabo de las existentes.

El problema con los fondos de Retiro no tiene que ver con la insolvencia del estado o la insuficiencia de recursos. Es una manera de instaurar nuevas relaciones asimétricas de poder, reproducir viejas formas de subjetivación y sujetación, reinscribir desigualdades en el entorno, reterritorializar recursos, a modo de realinear el país de acuerdo a las coordenadas preestablecidas tanto por el Imperio como por el capital líquido. Poco importan los personajes; mucho tiene que ver la injerencia de casas de corretaje, bancos y firmas de riesgo.

La ideología del “operar como la empresa privada,” que apareció en la reinvención del gobierno a finales del siglo pasado, le abrió la puerta a personajes ligados al capital líquido que, valga la redundancia, “capitalizaron” sobre los dispositivos de redistribución de riqueza como los fondos de retiro, el sistema de salud y la administración de la infraestructura. Personajes cuya “vocación” resultó no ser otra que generar capital, pero que carecían por completo de los talentos y las destrezas para ejecutar la redistribución equitativa de la riqueza que suponía la figura de un Estado benefactor.

¿Conversar? ¿Dialogar? ¿Concertar? ¿Ceder? ¿Con quién? ¿Con el capital líquido?

IV

En algo no se equivoca Soto Class: hay mucho que perder. La reforma de los sistemas de Retiro implica un cambio sustancial en la relación de los ciudadanos con el Estado. De aquí que muchos se hayan expresado “desconcertados” con las medidas que la actual administración pretende imponer. Tienen también todo el derecho en el mundo de sentirse “descoñetados.”

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Ese es un buen comienzo. Llamar al diálogo es intentar ocultar lo que a todas luces aparece como un evidente enfrentamiento entre la multitud, el Estado y el capital líquido financiero. Una multitud compuesta de singularidades que se sienten amenazadas por las políticas de corte imperial impuestas por el Estado, concebidas y ejecutadas en claro contubernio con el capital líquido financiero. Es hora de desconcertarse; desasirse de ideas descabelladas sobre la harmonía y la voluntad común. Es hora de la guerra abierta y frontal a favor de un bien común.

Notas:

[1] Soto Class, M. (2013). ¿Concertación? Publicada originalmente en el periódico El Nuevo Día el 27 de febrero del año curso. Tomada de http://grupocne.org/2013/02/27/concertacion/.

Lista de imágenes:

1. Los fanáticos de Tánger, Eugène Delacroix, 1838.
2. La batalla de Taillebourg, Eugène Delacroix, 1937.
3. Hamlet y Horacio en el cementerio, Eugène Delacroix, 1939.
4. El naufragio de Don Juan, Eugène Delacroix, 1840.
5. La balsa de la Medusa, Jean Louis Théodore Géricault 1819.