“Yo lo vi en Google Earth”: Un viaje especulativo a la voluntad de desaparecer (parte 1)

El espectáculo se presenta como una enorme positividad indiscutible e inaccesible. No dice más que esto: “lo que aparece es bueno, lo bueno es lo que aparece”. La actitud que por principio exige es esa aceptación pasiva que ya ha obtenido de hecho gracias a su manera de aparecer sin réplica, gracias a su monopolio de las apariencias. 

-Guy Debord, La sociedad del espectáculo

Luego de la concentración de docenas de miles de personas en la llamada “Asamblea del Pueblo”, el 5 de junio de 2009, el ex presidente senatorial y hoy secretario de estado, Kenneth McClintock, contestó a Primera Hora una pregunta sobre la asistencia al evento. Explicó haber utilizado las herramientas de Google Earth para medir el área cuadrada total donde se congregó el público, lo que le permitió realizar su propio estimado de asistencia, que contradijo los números de los organizadores con una diferencia de varias decenas de miles de personas.

En una segunda ocasión, el también ex miembro de “Los Auténticos” aludió al uso de imágenes de satélite para torcer la realidad a su gusto, tras la concentración “No Al Gasoducto” del pasado 1 de mayo de 2011. En entrevista con Noticel, contestó otra pregunta sobre la asistencia a la actividad de rechazo al proyecto del gasoducto “Vía Verde”, diciendo: “en Adjuntas había 500 a 800 personas, cuando anunciaron que iban 40 mil. Yo lo vi en Google Earth.”

La cuestión ha quedado como un chiste de mal gusto, pues todo el que haya utilizado Google Earth sabe que es absurdamente inútil constatar la realidad actual a través de la aplicación, pues las imágenes de satélite que muestra no son a tiempo real, sino que fluctúan entre dos, tres y más años de haber sido tomadas. Aunque McClintock se refiriera a su propio estimado de asistencia al decir “yo lo vi en Google Earth”, ambas declaraciones se podrían descartar fácilmente como dos instancias más de nuestra pintoresca demagogia provincial.

Sin embargo, ese artificio de discursar sobre la realidad a partir de “lo que se ve” y “dónde se ve” revela una brecha mucho más profunda y omnipresente de lo que atestigua la bribonería de nuestros políticos de turno. Se trata de una grieta profunda, apenas descifrada, que separa la realidad de los medios utilizados para re-producirla (y por ende, para transformarla). En tanto nuestro devenir esté ligado en mayor o menor medida al territorio conocido como Puerto Rico, compartimos junto a éste la existencia dentro de ese abismo, entre lo real y lo representado.

A lo largo de este texto, que será publicado en varias partes, se intentarán identificar direcciones para la investigación, materia prima para la creatividad y posibilidades para apoderarse de la producción del territorio o sabotear la producción dominante. Para el conocedor o especialista, solo se pretende presentar otra óptica para temas que quizá ya domine, a través de la construcción de varias imágenes o alegorías. Para el profano o generalista, solo se pretende señalar coordenadas comunes y trazar nuevas rutas posibles a partir de estas.

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Existen mecanismos colectivos que conjuran y anticipan a la vez la formación de un poder central. Este aparece, pues, en función de un umbral o de un grado, de tal forma que lo que es anticipado adquiere o no consistencia, lo que es conjurado deja de serlo y surge. [...] La ciudad y el Estado no son lo mismo, cualquiera que sea su complementariedad. La “revolución urbana” y la “revolución estatal” pueden coincidir pero no confundirse. En los dos casos, existe poder central, pero de distinto tipo.

-Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil mesetas

El velo de la sociedad del espectáculo ha ido tejiéndose a través de la gigantesca maquinaria mediática y disciplinaria de las ciudades modernas, que parecería funcionar como por un encantamiento que nos mantiene, como sujetos, engranados continuamente a ella. Una manera de concebir el orden que ésta impone, particularmente sobre nuestra atención a lo largo del día a día, es notar lo poco que observamos cotidianamente algunas partes de nuestro cuerpo (como la espalda, el ano, los genitales o la planta de los pies). El engranaje disciplinario instituido por padres, maestros y demás, enseña al sujeto a bañarse diariamente, junto a otros rituales de la higiene moderna (como cepillarse los dientes) que no necesariamente implican inspeccionar cotidianamente toda nuestra anatomía. Por ende algunas partes del cuerpo permanecen normalmente invisibles.

De la misma manera, existen también zonas enteras de las ciudades y los territorios que desaparecen, que existen siempre fuera de nuestra vista y del transcurso del hechizo diario, de ese ir a la escuela y luego al trabajo para terminar siempre regresando al hogar. Pero, contrario a las campañas de salud que hacen re-aparecer partes del cuerpo (como la prevención del cáncer de la mama o de los testículos, por ejemplo), no existen campañas que exijan salir del camino cotidiano, que exijan la reaparición de espacios invisibilizados, abandonados o nunca antes vistos.

A nivel urbano, la tecnología política del cuerpo se ejerce a través de toda suerte de prácticas espaciales, algunas más abstractas, como las disposiciones de usos de los suelos, y otras más tangibles, como el uso de barreras de cemento y billboards publicitarios para cubrir áreas abandonadas a la espera de “redesarrollo”, o las prácticas de control de muchedumbres de la policía. Sectores completos de la ciudad son intencional y accidentalmente ocultados de esta manera, desde los más recónditos, hasta los más públicos. No dejan de existir en la realidad, sino que ya no capturan parte alguna de nuestra atención. Para todos los efectos, son desaparecidos.

Las prácticas para capturar y manejar la atención del sujeto en el día a día existen también a nivel mediático. Las sociedades espectaculares contienen tipologías de programación que se repiten en todas ellas, emisiones continuas que marcan el hechizo diario del calendario solar. Las noticias matutinas, los pronósticos del clima, programas para “tu mañana” con presentadoras como maestras del “salón hogar”, el sonido de los programas radiales que “analizan” el contenido impreso del mismo hechizo (y que complementan esa prensa escrita); éstas son algunas de las canciones mágicas que continuamente brotan del manantial mediático.

Existen también niveles más sutiles del mismo encantamiento, como el susurro del Muzak en un vestíbulo o elevador, o señales más abstractas pero no menos continuas como canales para contenidos que exigen de otros dispositivos para sintonizarlos (las frecuencias para celulares o las señales Wi-Fi). El conjunto de todos estos ruidos, estáticas y señales invisibles constituyen el zumbido espectacular de nuestras ciudades y, aunque ocurre independientemente de la forma urbana, este se enraíza, paradójicamente, en una fisicalidad que se nos escapa, invisibilizada por el zumbido mismo (antenas de comunicaciones en lugares recónditos).

El zumbido espectacular maneja las narrativas que dan cadencia a las rutinas que ocupan nuestra vida cotidiana y, a través de éstas, las sociedades se reconocen, tanto en sus contenidos globales y comunes, como en sus contenidos locales y particulares (estos últimos más relacionados a los límites territoriales y culturales de las llamadas “naciones modernas”). Las sociedades con mayor poder, cuyas grandes ciudades fungen como coagulaciones interconectadas de capital, son las que emiten con mayor éxito sus propias narrativas, sus historias del día a día, su conjuro espectacular. Así se construyen desde meta-relatos, hasta violentas identidades nacionales o nuevos idearios banales de consumo.

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La ciudad fabrica espacio como fabrica tiempo: asfalta las selvas, deseca los ríos, levanta edificios, penetra bajo la tierra, extiende infinitamente sus redes de publicidad para crear más y más desierto civilizado del que pueden disponer sus ciudadanos. [...]  Para que la voracidad —para que la velocidad— sea realizable, el espacio debe ser allanado, aplanado, todas sus diferencias deben ser limadas, todos los obstáculos removidos, todas las montañas dinamitadas y todos los abismos llenados de grava. La ciudad moderna es una red de publicidad virtualmente ilimitada, poblada por velocidades instantáneas: un mapa.

-José Luis Pardo, La Intimidad

El poder cautivante de Google Earth en Puerto Rico, radica en el acceso inmediato que provee a un territorio que apenas se reconoce a sí mismo. Es en ese desconocerse, en el abandono de la producción de sus propias narrativas, donde se manifiesta desde hace décadas esa brecha entre la realidad y su re-producción. En el incremento de esa distancia hasta abrirse el abismo donde coexistimos con el territorio, es que se podría encontrar su voluntad a desaparecer. El silenciamiento de sus propios relatos es quebrantado temporalmente cuando el territorio se refleja en emisiones externas y durante la interrupción material del propio zumbido espectacular (el nuevo tiempo muerto tras un huracán). 

Trazar una arqueología de este silencio, que podría ir desde el aniquilamiento de la maquinaria cultural a través de recortes presupuestarios hasta el control sobre las estadísticas gubernamentales, sería tema aparte; una suerte de historia de una modernización fragmentada e inacabada que catalizó la apertura completa del territorio a la dictadura del mercado.

También se podrían buscar los culpables de esta conspiración sin rostro, pero igual sería tema aparte y un tanto inútil: administración tras administración, los gobiernos de Puerto Rico se han tomado turnos en cada pequeño silenciamiento de distintos componentes de la maquinaria que produce las narrativas. En raras ocasiones han apoyado algunos focos de difusión y expresividad, pero el sabotaje mutuo entre partidos ha sido repetitivo. Los casos de estudio son vastos y complejos, desde la historia del ocaso de la “televisión local”, al vía crucis de programas televisivos específicos (Desde Mi Pueblo o Cultura Viva), hasta el estrangulamiento de WIPR tras un breve renacer, o la perenne negligencia sobre el “taller artístico local” (sea este público o privado).

El limitado ofrecimiento de programación producida en y sobre el territorio de Puerto Rico hace del ámbito televisivo uno especialmente útil para observar la pérdida de narrativas locales. La falta de telenovelas relegó a otras sociedades el manejo del encantamiento de valores que administran ese tipo de relatos, y se fue recurriendo al arrivismo chauvinista y la moral conservadora del consumo y la familia típicos de las telenovelas latinoamericanas.

Por otra parte, la falta de narrativas sobre la cotidianidad amplifica el desconocimiento del día a día que no es digno de ser noticia. En su lugar, hemos construido nuevos mitos de una urbanidad inexistente a través del consumo de celebraciones vicarias de fraternidad citadina, en series televisivas como FriendsSeinfeld o Sex and the City, por mencionar algunas. De ahí que los más altos referentes culturales, con suerte, sean series de HBO, o que el norte culinario predominante sea el foodporn de programas como Bizarre FoodsNo Reservations o Man vs. Food (la euforia que acontece  al ver cada nuevo capítulo sobre Puerto Rico).

La falta de documentales sobre una infinidad de temas posibles abona aún más al desconocimiento del territorio. Estamos más expuestos al Amazonas y a los animales de la sabana africana que a los ecosistemas y la fauna local. Desde cada disciplina y desde cada práctica se podrían trazar historias similares: la maquinaria espectacular cooptada por el capital para promover un sometimiento que bordea en la dimisión (hacer más con menos o la doctrina de “apretarse el cinturón”). Lo mismo ha sido implementado progresivamente contra la institucionalidad, el Estado y “lo público”.

Claro está, existe toda una gama de grises aun destilados por pequeñas máquinas de consumo local o por focos de resistencia. Un ejemplo es el caso de las “artes culinarias”, donde existen un Wilo Benet o un chef Piñeiro (desde una aparición en Top Chef Masters hasta el ghetto local Operación Chef). Otro ejemplo análogo son las pequeñas narrativas que han ido creando diversos grupos en pro del ambiente. En el zumbido espectacular de nuestras ciudades, estas micro-emisiones funcionan como válvulas bidireccionales, fronteras abiertas que igual dirigen o la nostalgia hacia el chinchorro o el kiosko de Piñones, o la aspiración hacia el restaurantes en cadena o el último comedor temático en boga.

La dirección de los flujos de atención que produce el zumbido también es otro tema aparte. Basta con saber que no se trata de una voluntad unidireccional, sino de intensidades multi-direccionales, a veces continuas y a veces fragmentadas. Además, dado el acceso a las tecnologías de producción mediática, se ha venido a iniciar cierto proceso de fragmentación del hechizo. Esta descentralización de los grandes focos de poder mediático podría ser posible en el futuro, pero la atención de la masa parecería aún demasiado sometida a esa hegemonía (el encantamiento no ha sido roto).

Lo que nos atañe en esta ocasión no es cada pequeña nueva subversión u operación casi quirúrgica sobre el manto espectacular, sino el efecto del vacío que provoca a gran escala lo no visto, aquello que se ha dejado de ver, esa mirada retirada de los paisajes y la ausencia de éstos. La voluntad de desaparecer del territorio se nutre de ese abandono, del relegar su propia re-producción. En aplicaciones como Google Earth y en la masificación de la producción mediática es que se libra la batalla por leer el territorio, por conocerlo, re-inscribirlo y transformarlo. Pero, ¿qué pasa con el territorio de Puerto Rico, que cada vez sigue desapareciendo?

*Dibujos por Javier Román-Nieves.