Una visita a La cabaña del tío Tom

Uncle Tom's Cabin

A propósito del pasado “Black History Month”, o debo decir el Mes de la Historia Afro-norteamericana, aunque tal vez sería más específico decir Afro-estadounidense (no vamos a entrar en una discusión que ameritaría otro artículo); me da por echarle una mirada a La Cabaña del Tío Tom (1852), de Harriet Beecher Stowe. De primera intención impacta su reputación de haber sido un libro cardinal en la consolidación de la opinión pública estadounidense a favor de la emancipación de los esclavos. Más aún, sorprende que a esta novela se le atribuya un rol importante en los sucesos que culminaron en la Guerra Civil de los Estados Unidos.

Abrogarle dicha trascendencia histórica a un texto me atiza tanto la curiosidad como la suspicacia literaria y, así pues, someto la novela a la valoración inquisidora de mi mirada. Claro, esa primera mirada íntima, crítica, visceralmente contemporánea (nadie ha dicho posmoderna/ista), me gusta tratar de calibrarla tomando en cuenta el contexto histórico en que el libro se publica. Pero volviendo a la suspicacia, y no es para menos, resulta que durante el siglo 19 el texto fue la novela más vendida y el segundo libro más vendido después de la Biblia. Y aunque es considerado el primer éxito de ventas rotundo (o “blockbuster”), las impresiones clandestinas minaron significativamente las regalías que Stowe recibiera de las ventas; sin esto significar que fueran escuetas.

Uncle Tom's Cabin

En la introducción del libro descubrimos que Harriet Beecher Stowe viene de una familia profundamente religiosa y de fuertes ideales abolicionistas; su papá era ministro presbiteriano y todos sus hermanos varones se convirtieron en ministros. Más aún, ella contrajo nupcias con Calvin Ellis Stowe, teólogo, escritor y activista abolicionista. Pero a pesar que la autora tuvo una excelente educación, no contaba con preparación académica formal en literatura; lo que le ha merecido múltiples críticas y apologías en cuanto a la calidad literaria de su narrativa. De hecho, la autora no tiene ínfulas en cuanto a su pericia literaria. Más bien ella entiende que su libro tiene un propósito ulterior al regodeo estético; ya que la idea de la novela le surge mientras tomaba la comunión, por lo que ésta alude a una inspiración divina el origen y creación de La Cabaña del tío Tom.

Ya con esto me encuentro mediando con uno de mis juicios reflejo (pre-concebidos, condicionados, como se prefiera) pues admitidamente entramos en el territorio de la creación literaria por inspiración divina. Entonces, me sumerjo en la lectura seducido por el misterio de vislumbrar el discurso que convirtió a esta novela en un éxito de ventas tanto en Norteamérica como en Europa. Me aventuro a mirar ese cuerpo literario buscando fijarme en su belleza como objeto arqueológico: revelador de la constitución moral, dinámicas sociales y argumentos que competían por conquistar la opinión pública de la joven-aún nación estadounidense; durante un momento histórico cuya tirantez social desembocó en la Guerra Civil.

Desde los comienzos de su publicación, La cabaña del tío Tom ha sido objeto de numerosas críticas y controversias, incluyendo las especulaciones sobre los motivos por los cuáles el libro fue tan leído. Y aunque puede acreditarse parte de su éxito a los adelantos tecnológicos como el telégrafo y el uso generalizado de las máquinas de vapor (incluyendo la imprenta); sin lugar a dudas, el momento para la publicación del texto de no pudo ser más oportuno. La aprobación del Acta de Esclavos Fugitivos de 1850 elevó a matices verdaderamente conflictivos las diferencias entre los estados abolicionistas del norte y los esclavistas del sur. El Acta imponía multas exorbitantes tanto a los funcionarios gubernamentales del Norte, como a los individuos particulares, que no cooperaran en la persecución, arresto y retorno de los esclavos fugitivos. Con esto se criminaliza las gestiones de los individuos que no aceptaban como legítima la esclavitud, obligándolos a actuar en contra de su conciencia. Dicha legislación, a los ojos de la autora, ponía en riesgo el alma inmortal de los abolicionistas y los volvía cómplice de las atrocidades de los pecadores esclavistas o, de otra manera, los volvía criminales ante los ojos de la ley.

Así resalta que, en términos discursivos, Harriet Beecher presenta la esclavitud como un mal moral que corrompe tanto el alma de los africanos como de sus amos. Con el característico tono sentimentalista y melodramático del romanticismo, expone las desgarradoras situaciones de ruptura familiar que se dan entre los esclavos; ya que a menudo madre e hijos no pueden ser vendidos al mismo amo. E incluso cuando los dueños les permiten contraer matrimonio, consideraciones económicas de los amos hacen que estos matrimonios tengan que disolverse en términos prácticos.

Entonces se comprende la imposibilidad de tener una familia funcional para estos africanos. Se plantea que el sistema esclavista propende la destrucción moral y espiritual del negro, además de contradecir los fundamentos de igualdad y justicia expresados en la Declaración de Independencia. Se critica tanto a quienes participan en dicho sistema, como a los que no hacen nada por cambiarlo. Además se condenan los sermones religiosos que buscan aplacar el sentido de culpa en los dueños de esclavos, justificando la condición de sometimiento de estos últimos como voluntad divina. Con lo que se señala la responsabilidad de algunos sectores del clero y la Iglesia en la perpetuación del sistema esclavista.

Uncle Tom's Cabin

Desde una perspectiva contemporánea, puede parecer excesivo el melodramatismo y el moralismo que permean el discurso, ya que, en mi opinión, caricaturizan un poco el problema de la esclavitud porque no se superan los argumentos simplistas que la autora desprende de sus interpretaciones bíblicas. Y reiteradamente el discurso prefiere asumir la defensa de la vida pacífica en familia como un derecho fundamental de todos, incluyendo los africanos, sin expresar mayor profundidad filosófica. Por esto me parece que parte del éxito rotundo de la novela reside en la simpleza del discurso y su acertado efectismo moralista que logra la simpatía del lector de la época. Sin embargo, y no obstante mi desafecto personal por el moralismo melodramático, admito que me pareció una lectura relevante y amena, con amplios episodios que despliegan una lucidez narrativa decididamente cautivante.

De otra parte, al asumir sin reparos esta mirada contemporánea que me conforma, comprendo porqué adquiere un matiz peyorativo decirle “tío Tom” a un negro, perdón, a un afro-norteamericano en los Estados Unidos (hasta Obama ha recibido de esa “agüita”). Esto se debe a que ese nombre se ha convertido en sinónimo de sumisión y servilismo para la comunidad afro-estadounidense, ya que el personaje despliega una docilidad angelical pasmosa que le merece el mayor de los afectos de casi todos sus amos. Claro, se comprende que Stowe no buscaba ganarse enemigos con un libro que propusiera o fomentara la insubordinación de los esclavos, pero me parece que los agravios y vejámenes que el tío Tom acepta con resignación cristiana, únicamente logran igualarlo a la figura de Cristo ante los ojos de los estadounidenses blancos de la época.

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Asimismo simpatizo con la actitud valerosa del negro George Harris, que pudo huir y rehacer pacíficamente su vida familiar fuera de las fronteras de Estados Unidos. Sin embargo se me hace difícil comprender la decisión de Harris de regresar a África, a “donde pertenece”; inhibiéndose de participar activamente en la lucha emancipadora de América. No podemos evitar cierta desconfianza en la visión abolicionista de la autora cuando el negro más inteligente y educado de la novela se sustrae del contexto socio-cultural en que se formó, para emprender una nueva vida en un país totalmente desconocido. Cabe preguntarse cuál es la propuesta discursiva de Stowe que reverberó tan apasionadamente en la opinión pública norteamericana del aquel momento, cuando Harris decide abandonar Estados Unidos, Canadá y la propia Europa, para tratar de forjar una nueva nación de africanos expatriados; desdeñando incluso la posibilidad de irse a vivir a Haití, la primera república afro-caribeña.

Sospecho que la autora concilia su moralismo abolicionista con la postura de los grandes intereses que temían que los esclavos emancipados exigieran una indemnización si permanecían en los Estados Unidos. Además existía una preocupación innegable sobre los retos sociales que planteaba integrar esta población emancipada a una sociedad que los había subyugado y despreciado por tanto tiempo. Por lo tanto, si Stowe propone la emancipación también tiene que plantear una solución que evitara el descalabro social consecuente; entonces, el regreso a África se presenta como una propuesta atractiva y sensible para el público de la época.

En el capítulo final, que sirve a manera de epílogo, se explica que la novela es un trabajo que hilvana una serie de eventos reales vividos por la autora o por su círculo cercano de familiares y amigos. Tanto los personajes blancos como negros tienen su origen en personas de la vida real. De esta manera Stowe logra sortear las dificultades típicas en cuanto a la creación y caracterización de los personajes, así como en el desarrollo de una trama o argumento verosímil. Aunque tal vez para el lector contemporáneo, los personajes puedan perder algo de esa credibilidad por las actitudes un tanto maniqueístas que suelen predominar en su caracterización. Igualmente, a pesar de la novela ser una “adaptación libre” de hecho verídicos, la misma carece de personajes o eventos históricos particulares que permitan ubicar la trama del texto en un año específico. Únicamente se puede reconocer que la acción sucede entre el 1850 y la Guerra Civil de 1861, porque se refleja la indignación de los cuáqueros ante la aprobación del Acta de Esclavos Fugitivos de 1850.

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Por esto considero que la novela no alcanza plenitud como documento histórico o texto arqueológico, ya que falla en plantear cabalmente cualquier otro conflicto socio-político de su momento; como por ejemplo, la rivalidad entre Norte y Sur por la injerencia del gobierno federal en la imposición de aranceles a los productos importados (mayormente por el Sur), medida que buscaba proteger la producción industrial doméstica del Norte. No profundiza en la intensa actividad anexionista de nuevos territorios u estados que sucede para esa época, con sus correspondientes batallas político-constitucionales para determinar si dichos estados serían libres o esclavistas.

En fin, pienso que la importancia del libro reside mayormente en su éxito de ventas y su consecuente influencia en la opinión pública del momento a favor de los argumentos abolicionistas. Admitidamente esta notoriedad y reputación también responden a que las 629 páginas del texto son, en su mayoría, una lectura sumamente placentera, entretenida y cautivante. Pero más allá de mi visión contemporánea sobre el estilo y el manejo del discurso por parte de Stowe, La cabaña del tío Tom le aseguró a Harriet Beecher un lugar en la historia y el imaginario estadounidense. Sin lugar a dudas coincido con León Tolstoi, que consideró el libro una valiosa aportación a la literatura universal. Además, la novela tiene una relevancia histórico-literaria innegable; sobre todo en el contexto de la literatura femenina y abolicionista. Finalmente reconozco que la magnitud y estatura que irradia la novela, hacen de ésta una lectura formativa fundamental.

 

Lista de imágenes:

1. Pancarta publicitaria para la puesta en escena de La cabaña del tío TomOn The Levee, 1886. Library of Congress.
2. Edición especial de La cabaña del tío Tom, 1853.
3. Pancarta publicitaria para la puesta en escena de La cabaña del tío TomLawyer Marks On a Donkey, 1886. Library of Congress.
4. Pancarta publicitaria para la puesta en escena de La cabaña del tío TomUncle Tom and Eva With a Book, 1886. Library of Congress.
5. Pancarta publicitaria para la puesta en escena de La cabaña del tío TomTopsy Girl Dancing, 1886. Library of Congress.
6. Clasificado de un periódico de 1884.

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