Bella y perdida

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Imagen cortesía de Teatro dell’Opera di Roma

Está circulando en la red, desde hace un tiempo, la noticia de la función (en marzo de este año) del Nabucco de Verdi en la Ópera de Roma. Ricardo Muti, el director, rompió su usual silencio público hacia cosas políticas y exhortó al público a cantar un bis de “Va pensiero” con el coro luego de que, tras una ovación del público, alguien gritara “¡Viva Italia!” La canción es un lamento de los esclavos hebreos y, en su momento, Verdi la usó como referencia simbólica de la lucha de los italianos contra el imperio austríaco, que entonces los dominaba. Muti la usó para lamentar la situación cultural de su país: el gobierno de Berlusconi había reducido el presupuesto del Fondo Unido de las Artes Representativas, ¡por 37%! Haciendo referencia a un verso de la canción, “Oh mia patria si bella e perduta”, Muti dijo que eso era lo que habría de suceder, una patria bella y perdida si la cultura en la que se basa la historia de Italia se muere o la matan.

Véase el minuto 7:10 para la intervención de Ricardo Muti

Aunque el gesto surtió un efecto contundente –Berlusconi, luego de ser abucheado en otra función de la misma ópera, revirtió los recortes proyectados–, el futuro es incierto para los teatros de ópera que reciben subsidios del gobierno en Italia. Hay que mencionar que la ópera no es un arte elitista en Italia, y que el pueblo (sí, el pueblo) disfruta de las representaciones en diversos lugares a través del país. Según Alex Ross en el New Yorker, las representaciones al aire libre en la Arena de Verona atraen medio millón de espectadores todos los años.

Hablar de Berlusconi es casi un chiste, y todos están al tanto de sus andanzas con mujeres, mujerzuelas y, sí, adolescentes, que son motivo de artículos en los magacines escandalosos de Italia, el resto de Europa, y también en nuestro hemisferio. Éste es un gobernante que responde a las crisis económicas como lo hacemos en este lado del Atlántico: quitándole los fondos a la cultura.

Si Italia se ha de quedar bella y perdida si la ópera muere, piensen en qué le ha de pasar al resto del mundo si la ópera muere. Piensen, además, que nosotros nos morimos desde hace años con la mezquindad que demuestra el actual gobierno hacia las artes, y consideren los intentos ideológicos para matar nuestra cultura. En el caso usual, los gobernantes que dicen ser afectos a la cultura puertorriqueña recortaban el presupuesto enclenque del Instituo de Cultura Puertorriqueña, “porque había otras prioridades”. En el caso de gobiernos que piensan que matar la cultura puertorriqueña nos hace más “americanos”, el ataque es más insidioso y torvo. En esos casos, se hacen amagos superficiales mientras se desmiembra y debilita la función del Instituto y se disminuye el efecto de leyes como la de la música autóctona.  

La música puertorriqueña tiene un arraigo amplio y profundo en el pueblo y lo tendría más aún si no estuviéramos asediados por música extranjera en la radio y la televisión. No me mal entiendan, estoy hablando de proteger toda la música creada por puertorriqueños que viene a contribuir al canon de nuestra herencia musical caribeña. No pretendo obligar a que todos escuchen los miércoles y los domingos en WIPR, por dar un sólo ejemplo, a José Raúl Ramírez tocar danzas, pero ese no sería un mal comienzo. Los jóvenes debieran entender que, aunque la música evoluciona y tiene sus épocas, hay una base histórica que la sostiene y la sigue influyendo. Oír unas décimas, escuchar danzas, deleitarse con los tríos clásicos, escuchar bien la salsa y el reggeatón siempre dan una clave (no estoy haciendo un chiste musical) a lo nuevo, a lo que se va desenvolviendo con el tiempo.

El compromiso pudiera ser tan simple. Una vez calculé que el presupuesto del ICP representaba una fracción de un porciento del de Puerto Rico, que triplicarlo y ponerlo en una condición sólida era la única forma de asegurar que la institución pudiera mantener nuestra cultura viva y vibrante. Además, que se podía obtener el dinero para lograrlo reduciendo por una fracción de un porciento otros presupuestos. Todo lo que hace falta es que un gobernante tenga la determinación de hacerlo. ¿Y por qué habría de hacerlo? Porque la cultura enriquece la vida de los pueblos, porque no queremos a un Puerto Rico “bello y perdido”, sino uno innovador y creativo cuyos ciudadanos piensen, sientan y respiren su cultura, que la vean crecer de día a día a su alrededor, sin descanso. Aún aquéllos que quieren unirse a los Estados Unidos debieran pensar qué tipo de estado quieren ser: Nueva York o Mississippi. Vamos a ser más pobres que Mississippi, por lo menos seamos más cultos. Dándole prioridad a la cultura, el gobierno enviaría un mensaje diáfano al pueblo de que cree en su importancia, y respeta el patrimonio artístico e intelectual del país.

No importa la ideología política que uno profese, lo obvio debería ser que Puerto Rico, Borinquén, no sea “bella y perdida”. Para evitarlo hace falta un verdadero amor, una dedicación a que la isla se mejore. Para eso, los gobernantes tienen que hacer un compromiso con la isla: primero la arreglamos y mantenemos su ambiente puro, luego nos preocupamos por su destino. Todo el mundo habla de la infraestructura que hay que mejorar. Según soterramos nuestras líneas eléctricas, reparamos los puentes y las carreteras, ¿por qué no cuidamos el medioambiente, y reparamos el patrimonio histórico y artístico de nuestro pueblo? ¿No sería un buen caso pedir fondos federales para combinar esos propósitos? Nadie puede estar en desacuerdo con mejorar la infraestructura que permite que el país funcione y que el ambiente se conserve; hay que hacerlo. Pero no podemos olvidarnos de la cultura porque, ¿qué es la cultura si no la infraestructura del alma? ¿Y qué hace un pueblo que vive en terreno paradisíaco, pero sin alma? Perderse.

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