Salir de la zona de conformidad: '…cada cual desde su propia esquina…'

Retornar y re-tornar
—Esquina

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Regresar a Cruce representa un encuentro con mucho, y de ese mucho, hoy escribo un poco. Inicié aquí mi escritura el 15 de agosto de 2011, con el texto "Un lente que cruza", y cerré ese tramo de colaboraciones el 6 de mayo de 2013 con el texto "Nace una unión bona fide en la Escuela de Artes Plásticas". Fui, junto a otros compañeros, miembro fundador; pertenecí a la Junta un tiempo; trabajaba entonces en la UMET como conferenciante. Enuncié lo siguiente, acompañado de unas alertas fotografías de Ricardo Figueroa Rivera:

En Cruce, cruzamos. Cruzamos la línea divisoria (imaginaria, pero creída como real) entre la gente, grande y chica, y cruzamos la  raya o el trazo entre todo lo que a primera vista se ve como un opuesto y distinto. Nos acercamos, unimos, nos movemos, quizás para abrazar la síntesis. Pasamos, damos el paso, adelante, con el impulso de avistar el horizonte si pasamos de un lado estancado a otro, en movimiento, y tregua; unimos, acoplamos y articulamos con nuestro paso de cruzadores. En Cruce, cruzamos, enriquecidos por la misma travesía y dejando un camino andado, reconocible, para los que quieran también cruzar, cada cual desde su propia esquina, cada cual en su propia circunstancia y cada cual con su propio rumbo. Algo en común, sí: el movimiento, el paso, el esfuerzo y el norte interno que nos guía.

El lente del fotógrafo bien lo capta, corre un atleta para alcanzar la vía de la máquina, pasarla —o quizás alistarse a verla para conocerla de cerca (máquina útil, es, pero máquina)— y regalarnos la estampa de la tensión en la lucha por correr y llegar, del trabajo, del esfuerzo del cruzador. Se avista el obstáculo: este niño que tiene frente a sí montañitas de chatarra y, junto a su bicicleta, quizás se cuestione, ¿por dónde paso? Y, en Cruce, vamos abriendo esa calzada para este niño y tantos otros que desde chicos intuyen que su paso estará llenito de frenos, trabas y estorbos. Ofrecer miradas alternas a las oficialistas (aunque también a estas recordemos cuando el paso lo amerite), miradas y voces que aplanen la calzada, solidaridad con voces preclaras y con la pluma que carga en sí la tinta de invitar el otro al lance y la aventura intelectual de vida. En Cruce, cruzamos, y más que cruzados sienta bien llamarnos “cruzadores” (Muñoz, 2011).

Dos son las fotos que acompañan este texto: la de un atleta que corre “…para alcanzar la vía de la máquina, pasarla…”, reflejando “…tensión en la lucha por correr y llegar…”; y la foto de un niño, bicicleta en manos, a quien montañitas de chatarra le cierran el paso y es observado, de reojo, por una niña en su bicicleta rosa al otro lado de los obstáculos. Me interesa, por ahora, destacar estas dos fotos como momentos de cruce, de avideces de cruzar y de avistar, de compromiso y gusto por la palabra escrita, y por un respeto al lector, salpicándolo de provocaciones, de decires, de argumentos, pronunciados por los colaboradores  “… cada cual desde su propia esquina…”.  Así veía la propuesta de Cruce en ese momento, y así la sigo viendo hoy: andar y mirar (movimiento y visión); cruzar y percibir (interpretar las sensaciones); arrancar y prever; y moverse libremente por la página virtual. 

El artículo de cierre de esa primera etapa de colaboración, "Nace una unión bona fide en la Escuela de Artes Plásticas", lo escribí días después de la asamblea fundadora de esa unión, el 27 de abril de 2013, en la cual fui electa presidenta. Uno de sus tres epígrafes de Joseph Stiglitz (Premio Nobel de Economía del 2001) dice así:

Mantener un tipo de sociedad y un tipo de gobierno que está al servicio de todo el pueblo —que sea coherente con los principios de justicia, de juego limpio y de igualdad de oportunidades— no ocurre así como así. Alguien tiene que velar por ello...

Escribiendo ambos artículos sentí —además del placer de escribir— el gozo de estar participando del inicio de dos propuestas, dos proyectos nacientes que veían la luz para usufructo de muchos: unos lectores y otros trabajadores, profesores universitarios por contrato. En ambos casos se creaba un instrumento de acción. Se trazaron los rumbos y, me parece, que todos los participantes (en ambos proyectos) sentimos la efervescencia del entusiasmo y de la convicción de que ambas propuestas estaban bien formuladas y tendrían éxito en la fundación de sus cimientos. Así ha sido. 

El proyecto, la propuesta de la unión bona fide de la cual escribí hace un año y medio, ha rendido sus frutos, pero en estos momentos vive el momento de tregua, a veces necesario, incluso para acelerar el paso en su momento. Cruce, por su parte, sigue viva en las páginas, virtual e impresa, y quizás ha vivido algunas breves treguas. 

Varias han sido las metamorfosis desde entonces. Una de ellas es la del tren (la máquina) que avista el atleta en la primera foto del artículo "Un lente que cruza" (Muñoz, 2011), que se transmutó tiempo después en el artículo "De siete paradas, algunas palabras, e imágenes de lo común y lo cotidiano" (Muñoz, 2012). Allí, como pasajera del Tren Urbano reflexioné, gracias a las imágenes de la islandesa Inga Birgisdottir en torno a lecturas, vivencias, el viaje, el tren, la vida, el trabajo y, sobre todo, la cotidianidad de lo cotidiano…

El primer párrafo de ese artículo confieso que lo atesoro en lo más entrañable, porque vive en mí (todavía) ese momento de escritura:

Con la islandesa Inga Birgisdottir celebramos la magia de lo cotidiano, su dulzura y su extrañeza, lo vaporoso y su fijeza, sus cisnes con bigote (y con cuello no torcido), su nube-sombrero, sus barcos-lobos, nuestras sombras en el murillo y los compañeros de un viaje corto de siete paradas en tren. La tierra del hielo Iceland, de donde surge Islandia —latinización de isla—, es la 'tierra' de esta artista cuyas piezas provocaron —junto con el nombre de la estación central de nuestro tren, Sagrado Corazón—, estas notas e imágenes de lo común y lo cotidiano. Quizás se logre configurar una estética de la rutina partiendo de “Sagrado” y llegando a él luego de un día de trabajo (Muñoz, 2012).

Fueron siete las paradas: Sagrado Corazón (estación central “Sagrado”); Hato Rey (Fine Arts", Popular Center); Roosevelt (Walgreens, cine y placita Roosevelt); Domenech (La Viña);  Piñero (El Monte… también el Centro Judicial); Universidad (bajo-tierra, subterráneo); Río Piedras (bajo-tierra, subterráneo); y Cupey (UMET, FSE y de vuelta a “Sagrado”, la estación central). Estas fueron algunas de las palabras del párrafo de cierre de ese artículo:

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… y salir de esa zona de conformidad que espanta: nos asusta, nos admira y nos ahuyenta, para regresar siempre, pues: “El que se considera cautivo de algo o alguien, está salvado, porque ha iniciado la vuelta a sí mismo, la reconquista de su personalidad enajenada”. Así nos recuerda Julián Marías en "Cautivos" de su Tratado sobre la convivencia - Concordia sin acuerdo, con quien terminamos el ‘treneo’ del día…” (Muñoz, 2012).

Y hoy, 25 de noviembre de 2014, cierro esta página “saliendo de la zona de conformidad” y desde mi propia “esquina”(siempre un lugar de unión), y respondo aquí, y de esta manera, a la invitación que me hicieran por correo electrónico hace un par de horas, e inicio esta segunda ronda de colaboraciones con Cruce.

 

Lista de referencias:

1) Muñoz, J. (2011, agosto 11). "Un lente que cruza". Revista Cruce.

2) Muñoz, J. (2012, mayo 14). "De siete paradas, algunas palabras, e imágenes de lo común y lo cotidiano".

Lista de imágenes:

1) Escultura de Marianne Vitale Diamons crosing en Zach Feuer Gallery, 2013.
2-3) Ricardo Figueroa Rivera.
4) Inga Birgisdottir.
5) Video de artista Sóley, canción Smash Birds, dirigido por Inga Birgisdottir, 2001.