“No quiero que te disgustes
namá te pongo a pensar”.
-Justo Betancourt, “Soy profesional”
El ensayo “Salsa con kétchup” escrito por Monxo López y aparecido en la revista 80 grados ha desatado un ruidoso debate en la red. Muy rápido dicho debate se convirtió en una garata de insultos y aspavientos, emblemática de la condición de la sociabilidad crítica en el espacio público puertorriqueño. Final penoso para una conversación que no tenía que caer presa de la galopante estupidificación del orden del discurso que padece la isla hace varias décadas.
En medio de ese predecible salpafuera-pa-partirte-la-cara-canto-e-cabrón, fueron oasis de sensatez los comentarios de Kahlil Chaar-Pérez y Fofe, colgados tanto al pie del ensayo como en los muros de Facebook. No olvido otros comentarios igualmente puntuales y valiosos que insistieron en recordarnos que la pendejá de la Orquesta El Macabeo no tiene que ser leída (escuchada) desde los criterios sonoros de la vieja escuela salsera, como también expresaron su desacuerdo con las andanadas de la fanaticada.
Sin embargo, quisiera volver al texto de López en tanto texto incómodo y como texto sobre la incomodidad; en tanto escritura de una incomodidad declarada que no evitará generar otra serie de incomodidades entre sus lectores. El acierto de la escucha incómoda de López es haber podido reproducir la incomodidad, incluso la cruzaera de la Orquesta El Macabeo presenciada por el propio autor en una performance de la orquesta en New York.
Subrayo: no quiero ni me interesa escribir, ni escribo sobre la persona de su autor, ni la de los músicos, ni las personas que componen la lamentable turba en las redes. Quisiera dar por recibidos el gesto crítico de López, acoger su lengua crítica, como ese deseo por apalabrar la negatividad y la insuficiencia musical que escucha en las canciones del Macabeo y el subsiguiente “desconcierto” que le generara el fenómeno luego de verlos performear en El Barrio. Escribo a partir de lo que habla en su texto, dirijo mis palabras hacia lo que creo pasa, al pasito quizás del ensayo de López. Escribo desde lo que percibo en su texto, como lector, a pesar de los énfasis, matices y disclaimers del autor.
López reconoce que se va a tirar al medio y con valentía ensaya una pregunta que rápido buscará ejercer su derecho al juicio, al juicio de valor musical: “La alineación de nuestras opiniones es absoluta: ¿wassup con ese follón con El Macabeo? Llegué al concierto sin entender y salí desconcertado.” La escucha de López llega al concierto sin entender, dice seguir desconcertada pero se sabe rodeada de una alineación de opiniones absolutas.
La avería de este gesto crítico se cifra precisamente, desde la picá, en este doble movimiento irreflexivo que apalabra lo incomprensible para el músico. ¿Cómo es posible que esta sonoridad cruzá guste? Una resistencia íntima y profesional no evitará luego suscribir las convicciones absolutas de esa cámara de escucha que le es inmediata.
Luego de ese preludio, el esfuerzo de contextualización identitaria, histórica o de clase comienza a escopetear, entre flatulencias, entre follones moralizantes malgré López. Quien decida señalarle a los demás su carencia de modales tendrá que lidiar con los efectos que arrastra haber ejercido una autoridad (en este caso moral) sobre algún malcriao puertorriqueño. (Repito: escribo sobre el discurso no sobre la persona de López.) De igual forma este afán verista de contrastar a los macabeos con los salseros de la mata, los real-real de la salsa, en clave conversacional, bien chévere-tú sabes-todos somos panas, no podía sino alebrestar el avispero de la anti-intelectualidad boricua que colinda con la bondad populista de nuestra lengua política.
Doy por cierta la civilidad y el respeto, ensayo en ocasiones los modales como también el desafío y la jodedera. Me apasiona desmenuzar con rigor la construcción de las verdades. Nada justifica el insulto cerril y macharrán pero esa genuflexión moral, modal, eso de los modales ante la “aristocracia radical, conservadora y saludable [salsera] en las exigencias de su ejecución” no podía sino levantarle ronchas a varios chamaquit@s agitados (Rodríguez-Casellas). Creo, además, en levantarlas. Mirar a la cara ese gesto salvaje, descuidado e incivil como condición contrariada de nuestro ethos ciudadano es una tarea política apremiante que no habría que confundir con maneras de la domesticación o del saneamiento civilista.
La Lupe gime orgásmica, bellaca, en medio de las canciones menos eróticas que usted puede imaginar, porque el goce es su voz. Peores modales no podía tener esa señora. Inmodesta y zafia hasta la coherencia. Vuelvo. Ese recordatorio modal y disciplinante de López, es todavía el doble, el replicant de la denostada agresión rítmica macabea: picada de ojos al que no sabe tocar su instrumento. Digámoslo en populismo culturoso, caro a la izquierda (sic) patriotera: Tú sabes, todo eso de la humildá, los hermanos, la buena fe, el perdón como exigencia, las raíces negras, la voz simple y trabajadora de Papo Sánchez, eso de la preñez con preservativos artificiales. Todo ese discurso tiene un tumbaito reaccionario bien fuelte, mi pana.
No es lo mismo con violín que con guitarra. No me interesa negar ni idealizar la indudable cruzaera de El Macabeo, sino subrayar que parte del desconcierto y del follón que ha causado la orquesta no puede entenderse reduciendo los efectos de su performance a un “acuerdo” ideológico clasemediero, sin considerar lo que hacen y dicen sus textos como objetos estéticos de nuestra contemporaneidad. Coincido que el poderío sonoro, el “[a]dentro” de números y voces de la salsa son imperceptibles sin esa “alta densidad” que anota y celebra López. Ensayar buenos modales ante este saber puede tener mucho sentido ético y ser hasta muy válido en términos estéticos.
Ese argumento desde el lado técnico, disciplinado de la ejecución musical es una proposición autorizada, pero es un desacierto reaccionario desde el orden discursivo y político con el que trabaja El Macabeo. Esta orquesta y sus producciones no han hecho tampoco nada nuevo sino subrayar, quizás hasta la disonancia plena, un elemento discursivo más que puramente musical, inseparable de la lengua salsera: el imaginario negativo, zafio y nunca celebratorio de esas canciones festivas para ser lloradas que son el género salsero. No creo necesario enumerar la cantidad de orquestas y canciones salseras emblemáticas firmadas por el desafine o el desaliño.
No es lo mismo con guitarra que con teclado. En el ensayo de López persiste una suerte de decantación (que llamaré con prisa: sociológica) entre música y letra. Y esa decantación de la calidad musical versus “el mensaje de las letras” (o incluso los videos) parece un descampado más donde armar un discurso de superioridades y de nostalgias por las performances, sin duda, paradigmáticas del pasado que han absolutizado los criterios de calidad o de belleza en un tipo de oído.
La cruzaera es buena metáfora, síntoma (Fofe) plural que recorre la esfera pública puertorriqueña, incluida la que blasona el ensayo “Salsa con kétchup”. Pues a pesar de sus buenas intenciones y candidez, el ensayo de López está también cruzao. A su modo, “Salsa con kétchup” es otra burundanga nuestra, otra mezcla informe de cosas heterogéneas. Esa es su fuerza y su tropiezo discursivo.
A caballo entre la reseña de un concierto, ensayo de crítica músico-cultural, este ensayo dedicado a pensar críticamente el por qué de ese follón (palabra interesantísima) llamado Orquesta El Macabeo, es también la con-fusión crítica de una escritura cogida entre una fragilísima genealogía de clase, el rastreo de los supuestos determinismos que infringen las urbanizaciones, con un análisis de clase que “explicaría” porque El Macabeo guisa un poquito más que otros grupos.
Y una vez se nombra el fenómeno cultural macabeo como un peo que se tira una clase en el camposanto de la otra (esa otra clase siempre más real o verdadera que la del “yo” que exhibe el ensayo) el pendulito de las cosas buenas y las cosas malas deviene brújula para una moralización populista que, en parte, daña la aspiración de perspectiva que desea producir el texto. En ese sentido, es revelador la insistencia yoica del ensayo, el afán de explicarse y decir quién se es, dónde se nació, etc. al momento de pensar o incluso autorizarse críticamente ante su enigma reflexivo. Acaso, puesta así la cosa, la alharaca ad-hominen no podía sino trincar los músculos ante este espejo-pantalla que le entregó el ensayo. Si te sacas el “yo”, yo me saco el mío.
López no se detiene a meditar el hecho que El Macabeo parece haber abrazado y movilizado su desafine, su cruzaera. Reconoce la valentía de la orquesta y el gesto-que-se-joda de sus integrantes, pero no piensa este abrazo a la distorsión más allá de esa filiación a orígenes rockeros, punkos, identitarios, de clase de los músicos o su público. ¿Por qué hablar de clases sociales en Puerto Rico debe recalar como tema o problema en un modo civilizatorio de la autobiografía?
Si al pretendido análisis de clase, contextual de esta performance musical, lo ancla un modo de pensar lo musical endeudado con una lengua moralizante, por ahí se desfonda su potens crítico. La reflexión de López sigue asentada sobre una certeza ideológica que no se revisa o cuestiona: en este caso un interdicto sordo, lo que se debe o no se puede hacer en un género, en un barrio, ante una generación, jesúmaría imagínate tú que falta de respeto.
Si se quiere pensar y atajar la desaparición del otro, el desprecio casi perfecto por el ciudadan@ en la sociabilidad puertorriqueña tenemos que incluir en nuestras preguntas la naturalidad moral y moralizante que secretan y presuponen nuestras palabras.
Si el sabor o la capacidad para conmocionar de una performance salsera fuera exclusivamente un asunto técnico, de virtuosismos o exactitudes, producto de una matemática exacta y perfecta, las canciones no tendrían texto, el/la soner@s harían silencio o, mejor aún, la dudosa ecuación sabrosa sería reproducible y formateable a través de los tiempos. Sólo existirían los Tito Rodríguez, los Blades, los Ismael Miranda, los Pete el Conde, los Adalberto Santiago, las Celia Cruz y apenas sabríamos del sabor de Marvin, de Chamaco, incluso del mismísimo Lavoe. Nombro sus voces, la tesitura de las mismas, no su noción de clave o ritmo. Hay siempre en estos últimos un dejo, una vibración, un lamento, cierta cosa gangosa, una ronquerita que remite a una belleza dañada, negativa, a un cuerpo viscoso inmoderado y en ocasiones inmodesto.
Hoy en día, en Puerto Rico, quedan orquestas emblemáticas que más o menos siguen, en clave, musicalmente impecables (ups, sorry) afincadísimas y hasta con refuerzos-tipo-viagra pero apenas tienen algo que decir musical o discursivamente. Sus conciertos-homenajes los llenan gente de mi generación o más viejos. Una propuesta musical “está viva” cuando convoca más allá de su inmediatez y su caja de resonancia y ejecución no es meramente su clase, su calle o su feligresía.
Esto no niega que estas performances sean apetecidas y celebradas por grupos o clases que en verdad ni quieren, ni consumen el género o lo consumen de un modo, otra vez, moral. Es una tontería (tentadora por cierto) responsabilizar a Rubén Blades o a Juan Luis Guerra porque los pesepos y los patrioTitos puertorros que jirimiqueaban con la misa cantada de la nueva trova, de repente descubrieran la salsa, o “escucharan” en la salsa o el merengue un “mensaje político”.
Habría que preguntarnos por qué los jóvenes (de la edad de los macabeos para abajo) provenientes de esas zonas o barrios encargados por la Historia Magna de la Verdad Caribeña de producir “nuestros verdaderos valores”, al menos en Puerto Rico, no se sienten interpelados por la salsa. Me parece que el género en manos de sus Founding Fathers ha cristalizado ya lo que tenía que decir y ha devenido ese lagrimeo cuadrado y banal de macho sentidor, homenaje en Tuxedo o inclusive se ha prestado a la re-escritura bancaria de sus canciones ahora con claros “mensajes cívico-sociales” como hiciera el enorme El Gran Combo con su codex “Y no hago más ná”.
Un género palpita cuando una comunidad se amarra a ese "deseo juvenil" de empezar otra vez, cuando una comunidad reinventa su lengua y cree en sus pasiones al intentar nuevos modos de decir o representar lo que parece urgente o necesario representar en su presente. Un género está al día cuando su palabra aspira a decir o hacer algo más allá de las convenciones y los acuerdos del sentido común. Hoy en día el deterioro y el desastre técnico (en el registro más amplio del concepto) es una de las marcas definitorias de la sociabilidad puertorriqueña. La Orquesta El Macabeo es parte de su soundtrack.
*Como menciona el autor al principio de este ensayo, este artículo se inspira en el debate sobre el artículo de la semana pasada del Dr. Monxo López que apareciera en la publicación digital 80grados. Agradecemos a 80grados su cooperación en la publicación de este ensayo y a Juan Carlos Quintero Herencia por autorizarnos a re-publicarlo. Publicado originalmente en el blog Boca de Cangrejo: Manglaria, el 18 de octubre de 2013.
**Las fotografías para este artículo son cortesía de Aixa Ardín-Pauneto, quien también seleccionó las mismas, y su orden, para este ensayo en específico.