En la tarde del domingo 25 de enero de 2015, me acerqué a la Sala Experimental del Centro de Bellas Artes de Santurce para presenciar la puesta en escena América, del grupo Y no había luz. Tropecé, para satisfacción personal, con el quehacer teatral de un colectivo que deposita en el lenguaje de la experimentación la intensidad del acto representacional. Lenguaje que en manos del grupo Y no había luz trasluce la madurez y la inteligencia artística de sus integrantes.
América resulta ser la representación profunda de una sacudida de la memoria del cuerpo, sus imágenes, adheridas a los sonidos de otros cuerpos/objetos más acústicos, inquietan al espectador a través de trozos de vida que se reordenan en un espacio donde pretenden perdurar para lograr ser todo y nada. En América la memoria es página torcida, transferencia que transforma a los personajes en vacío y a los actores y espectadores en ejecutantes de una otra memoria más milenaria donde el horror y el poder se rozan. América es un espectáculo vivo, sus actores logran transitar a través de la frágil frontera que discurre entre la rareza y lo probable. La puesta en escena del grupo Y no había luz trastoca los órdenes de la tradición y se encumbra hacia las formas metamorfoseadas, incluso abyectas, del sujeto. En la representación de esta mutación subyace el acierto de la puesta en escena, conversión que encuentra en el entronque de lo perverso con lo ejemplar las identidades rotas de una historia que es y no es, historia donde resulta apenas necesario reconocer la naturaleza de sus personajes y sí complacernos con sus disolutas denominaciones.
Si en América, según leemos en su programa de mano, es un enigma cómo funciona la memoria, vale la pena anotar la crudeza con la que el espectáculo la recrea. La memoria es aquí metáfora de la ascensión, así ocurre con uno de los personajes que es absorbido —tragado por un apetito ascendente— a través del interior de un tronco que parece acogerlo como propio, como víctima entregada al acto sacrificial que denota la fragilidad y la soledad del hombre.
Jerzy Grotowski, en su libro Hacia un teatro pobre, sostiene que el teatro no es otra cosa que aquello que sucede entre el espectador y el actor, es precisamente en esa relación donde se encuentra América. Actor y espectador son en esta puesta en escena la historia, son, en suma, los ejecutantes de un teatro ascético donde sólo habitan ellos, uno y otro son todo lo que queda, son el suceso de la memoria, el hecho de una otra memoria que se hace cuerpo en uno y otro. Esta transacción, desde luego, no es racional, es espiritual, es precisamente por esta razón que América resulta ser un incuestionable acierto teatral. La puesta en escena profana al espectador arrancándole su máscara de observador y lo (re)coloca en un espacio que cree ajeno, transformándolo en intérprete de un proceso de (auto)penetración en tanto se adentra en el espacio para participar de un juego que apenas parece comprender, pero que le seduce.
Y no había luz, que celebra sus 10 años de trayectoria teatral en el Programa de Residencia de Artistas del Centro de Bellas Artes, trasciende con América los límites de lo concebible y propone a través del desempeño actoral de sus integrantes lo que Grotowski denominó técnica inductiva, es decir, técnica de eliminación.
En otras palabras, en América el actor sacrifica la parte más esencial y sustantiva de su ser —aquella que no debe ser develada— y por medio del sonido y el movimiento, se entrega a los impulsos que provienen de la colindancia del sueño con la realidad. Vale la pena sugerirle a los actores de Y no había luz un entrenamiento corporal más riguroso que obligue a sus cuerpos, que son en esencia el camino del espectador para ascender/descender en América, a liberarse de sus resistencias naturales. En esta representación el cuerpo del actor funciona como organismo en escena, es un todo descarnado que se ofrece tal cual, debe comportarse como el bisturí de un cirujano, sacar a la luz lo más oculto de sí, pero si adolece de la técnica que sustente esta desnudez, la propuesta escénica se resiente. Ocurre sólo en momentos puntuales, no obstante, la puesta en escena, muy distanciada de los estereotipos que hoy ahogan la escena nacional, transgrede con naturalidad cualquier carencia.
Quiero reconocer de forma muy particular el trabajo del actor Yussef Soto, su interpretación constituye el calidoscopio a través del cual la memoria en América conmueve y sugestiona. Este actor sorprende por sus modos para sensibilizar al espectador y para provocar, a través de un exceso de verdad, la teatralización de la memoria. También quiero destacar la perspicacia creativa y, como expuse al comienzo de este breve comentario, la inteligencia artística de Julio Morales y Nami Helfeld, los directores de la puesta es escena, para ellos mi agradecimiento inmenso por haberme permitido también hurgar en los trazos de aquello que mi memoria apenas recuerda.
Lista de imágenes:
1) Afiche promocional de América, pieza teatral con la que la compañía de teatro Y no había luz celebra una década en los escenarios.
2) Foto de la puesta en escena de América por Eduardo Martínez para Y no había luz.
3) Foto de la puesta en escena de América por Daniela Romero para Y no había luz.
4) Foto de la puesta en escena de América por Eduardo Martínez para Y no había luz.