Un vistazo a las acciones de la troika europea en Grecia es suficiente para comprender el verdadero alcance de la propuesta Junta de Control fiscal para Puerto Rico. No hay nada sorprendente al respecto, y nadie debería mostrarse desconcertado. Si algo se ha aprendido del caso griego es el hecho de que, en el apremio por responder a la supuesta crisis, la suspensión de las provisiones que sustentan la democracia es la orden del día. Esto a pesar de que el peso de estas intervenciones se produce en ámbitos aparentemente alejados de la política (y más vinculados con la economía). Lo cual lleva a una segunda conclusión provisional: si algo muestra, nuevamente, el caso griego es el hecho de que la democracia parece estar mezquinamente relacionada con todo aquello que tenga que ver con la economía. O por lo menos, la democracia que se pregona hoy día.
Esto ha llevado a algunos a calificar el presente como uno posdemocrático, donde de un lado se eliminan instancias de ejercicio democrático, mientras que de otro se revela la cara oculta de un estado en complicidad con el capital líquido.[1] En este sentido, la connivencia a la hora de “rescatar” a Grecia entre Comisión Europea, Fondo Monetario Internacional y Banco Central Europeo ha supuesto la suspensión de mecanismos democráticos básicos: basta con observar las caídas sucesivas de gobiernos de derecha, centro e izquierda en las elecciones parlamentarias griegas, y el efecto que ello ha tenido a la hora de trastocar las medidas de austeridad que acompañaron al “rescate.” Ni siquiera los referéndums han modificado sustancialmente las políticas draconianas de la troika. De hecho, y a propósito de ellos, estos organismos vinculados al capital financiero global han sido bastante explícitos en interferir y sabotear cualquier ejercicio democrático, sean referéndums o elecciones, como revela el caso español. De aquí que los paralelos entre el caso de Puerto Rico y el griego se registren en más de un plano.
Existen, claro está, matices a la hora de trazar semejanzas. Pero éstas no alcanzan para crear distancias considerables que permitan acentuar diferencias sobre similitudes. Ello es el caso de la “cuestión colonial;” la falta de instrumentos democráticos reales impide, según algunos, poder enfrentar efectivamente la embestida del capital líquido financiero. De aquí que un mayor grado de autonomía política o la independencia aparezcan como fórmulas posibles que permitan la articulación de una oposición efectiva a las políticas de austeridad que acompañan a la Junta. Sin embargo, aún el grado de relativa autonomía con el que cuenta Grecia dentro de la comunidad europea (o la posibilidad de abandonarla) no ha impedido el asalto que hoy por hoy lleva a cabo el capital líquido financiero por medio de la troika. El caso de la Argentina resulta también meritorio: su larga batalla contra los llamadas fondos buitres se libró en una corte de Nueva York, muy a pesar de la soberanía nacional del país sudamericano.
Que la independencia (e incluso la estadidad) aparezca como antídoto a los males que aquejan al país puede ser indicio, en parte, de una recomposición del espectro político partidocrático. En efecto: toda discusión sobre la junta parece girar, por el momento, alrededor del problema de estatus. Esto ha tenido la consecuencia, por una parte, de darle ímpetu al alicaído Partido Independentista Puertorriqueño (PIP), mientras que de la otra, ha permitido que el Partido Nuevo Progresista (PNP, anexionista) arrecie sus ataques contra el Partido Popular Democrático (PPD). Este último, por su parte, cada vez se hunde más defendiendo lo que para los demás luce como algo indefendible (el carácter colonial de la relación entre Puerto Rico y Estados Unidos). A fin de cuentas, cualquier discusión sobre la naturaleza de la más que evidente crisis económica y política que experimenta el país, queda desplazada a un asunto de estatus, tal como ha sido el caso por los pasados 50 años.
Pero toda esta discusión reproduce dinámicas disciplinarias que, por medio de la vergüenza y la culpa, le brindan legitimidad a las medidas de austeridad y la suspensión de procesos democráticos. Tienen como objetivo desviar la atención sobre lo poco “excepcional” que resultan estas crisis en el mundo contemporáneo. La crisis torna patológica la totalidad del entorno, aislando cualquier factor narrativo externo que sirva en la elaboración de una explicación. Dicha lógica se repite ad nauseam al interior, repartiendo culpa y responsabilidad entre distintos sectores, profundizando divisiones y estigmatizando en ocasiones los sectores más afectados por la crisis. Insistir, por lo tanto, en la independencia o la estadidad, es colocar el dedo en la llaga; es otorgar la responsabilidad sobre la crisis a los puertorriqueños por optar por “no optar” en la cuestión del estatus. De este modo, los problemas y conflictos económicos dejan de ser abordados en su dimensión social y política, y pasan a ser asuntos que discurren en el ámbito de lo moral.
Ocurre algo similar cuando se aborda el problema de la deuda en términos económicos. Basta echar un vistazo a los estragos provocados en Latinoamérica por el Fondo Monetario Internacional desde la década de los ochenta para comprender el efecto que tienen estas medidas que pretende implementar dicha Junta. La austeridad tuvo el efecto de aumentar considerablemente la deuda, promover la evasión fiscal, y recortar programas y servicios en áreas esenciales como la salud y la educación. Muy a pesar de la evidencia contundente al respecto, acá se insiste en hacer exactamente lo mismo. Ya es mantra la idea de que parte del problema es el gigantismo gubernamental, argumento que replica el empuje desregulador que protagonizó la industria financiera 35 años atrás (teniendo a Milton Friedman como poster child).
Resulta más preocupante la obcecada infatuación con la cultura emprendedora, sea tradicional o “comunitaria/solidaria”. En sus versiones más ligeras e ingenuas, estos discursos se apoyan en la hiperespecialización; echan a un lado la complejidad, reduciendo las dimensiones de la crisis a un déficit de creatividad e innovación. El aislamiento que produce este proceso desemboca en escaseces considerable tanto de responsabilidad (“cada cual a lo suyo”) como de solidaridad (“cada cual con lo suyo”).En su versión más dogmática sociedad y Estado desaparecen, siendo reemplazados por una noción de lo social basada en la interconectividad: “hilos conductores y conectores”.En ambas instancias, sin embargo, no se cuestionan las bases de la economía presente, ni como la misma responde a prerrogativas de un poder que anida en otra parte. Se insiste en reproducir una economía basada en acumulación de capital e intercambio mercantil; o sea, sustentada bajo los mismos procesos que producen y reproducen la pobreza en primer lugar.
Tanto el déficit de autogobierno como la economía emprendedora se tropiezan constantemente con un escenario que por mucho desborda la constreñida realidad que ambas posturas pretenden aprehender. Se invoca la democracia como si esta plasmara una voluntad universal trascendental, cuando hoy día forma parte de una multiplicidad de escenarios sobre los cuales el poder se constituye y reconstituye.Lo mismo sucede con la economía, que se muestra como esencia de la actividad humana, sin siquiera contemplar los modos en que la misma sirve para “ordenar al mundo” y ser sustento de las formas en que se administra el poder. Y es que a la hora de hablar de neoliberalismo, usualmente se confunden sus efectos de verdad y sus “síntomas” con la cosa misma.
Cuando Valverde caracteriza el modo de operar del neoliberalismo como necropolítica, ésta coloca el foco de atención sobre los efectos de verdad que el mismo produce sobre los cuerpos (a veces centrales, otras veces residuales). Habla de cómo algunos son excluidos, mientras otros se “sienten” incluidos, pero no logra dar cuenta de cómo funcionan los mecanismos que le dan vida a estos actos de exclusión e inclusión. Ante tal callejón, recurre, como es lo usual, a invocar la “ideología”. Igual resultado obtiene Monbiot al intentar trazar los orígenes del neoliberalismo.Reducirlo a mera ideología conlleva, de un lado, suponer que existe una verdad a la que éste se opone o empeña en ocultar; del otro, coloca (vale la pena insistir en el nuevamente) la “infraestructura económica” por encima de cualquier otra consideración de carácter social y/o político.En ambas posturas el carácter histórico del neoliberalismo, sus efectos de verdad, las luchas internas que supone y las resistencias que le acosan, terminan por ensombrecerse.
Tal parece que en la reducción del neoliberalismo a ideología se impone una nostalgia que, en el peor de los casos, anhela un pasado que con toda probabilidad nunca existió —uno donde el conocimiento contenía un nivel de transparencia mínimo; o sea, una verdad única e inequívoca—.(Baudrillard, sin hablar específicamente del neoliberalismo, señala la nostalgia como uno de los síntomas característicos del capitalismo tardío).Pero en un mundo donde, como sugiere Agamben, orden y poder se funden y confunden, arropando de paso la totalidad de lo social, la única verdad inequívoca que existe es aquella que producen los medios masivos de comunicación en su función de “aclamación” del poder incipiente del capital líquido.Hace falta construir una genealogía del neoliberalismo que, en primer lugar, reconstituya los nexos inequívocos que le vinculan con el capitalismo, con su historia, con sus distintas manifestaciones. Precisa entender las relaciones de poder que contiene, y las formas en que se articulan luchas y resistencias a su interior. Resulta perentorio discernir las expresiones concretas del mismo, y dónde y cómo se manifiestan y entender su carácter global. Es decir, el alcance del neoliberalismo es global, y por tanto necesita un pensamiento ecológico, que asuma la complejidad propia de un mundo de tales dimensiones (como el que predica Morin).No se trata de constituir un pensamiento totalizante que calque el alcance de los paradigmas modernos de antaño. Más bien, se sugiere, siguiendo al Marx de Derrida, Lefebvre y Negri,localizar tendencias, aquello que se anuncia, propone o proyecta. Por esta razón apremia comprender que el neoliberalismo conlleva una serie de posiciones de sujeto (y de subjetividades) que le ofrecen soporte, y que actúan en ocasiones para socavar los cimientos de la democracia, mientras que en otras adelantan la fusión total entre orden (sentido original de la economía) con la esfera de lo político. Y es dentro de estas tendencias donde, siguiendo a Negri,se rearticulan los momentos de conflicto. Esa debe ser la tarea.
Lo contrario es reducir lo que está en juego a asuntos de vanidad, indiferencia, antagonismos, ignorancia y prejuicios. Y, con toda honestidad, hace falta mucho más que eso.
Notas:
[1] Stavrakakis, Y. (2013). La sociedad de la deuda. Grecia y el futuro de la posdemocracia. En V.V.A.A. El síntoma griego (pp. 7-28). Madrid: Errata Naturae.
[2] Los ejemplos al respecto sobran. Para el más reciente, Santiago, M. de L. (2016, 30 de marzo). Juntos, contra la colonia. El Nuevo Día, p. 60.
[3] Véase al respecto, Rebossio, A. (2012, 16 de octubre). Argentina lleva luchando diez años de batallas con los acreedores buitres. El País (edición digital). Tomado de: http://blogs.elpais.com/eco-americano/2012/10/argentina-lleva-diez-a%C3%B1os-de-batallas-con-los-acreedores-buitres.html.
[4] Stavrakakis, ibid.
[5] Véase al respecto, Lazzarato, M. (2012). The Making of the Indebted Man. Los Angeles: Semiotext(e); y Mouffe, C. (2005). Políticas y pasiones: las apuestas de la democracia. En L. Arfuch (Comp.) Pensar este tiempo (pp. 75-97). Buenos Aires: Paidós.
[6] Véase al respecto, Vilas, C. (1995). Forward back. Capitalist restructuring, the State and the working class in Latin America. In B. Magnus & S. Cullenberg (Eds.)Wither Marxism? Routledge: New York; Sassen, S. (2015). Expulsiones. Buenos Aires: Katz Editores.
[7] Una versión más ligera de la cultura emprendedora como solución a la crisis se encuentra en, Córdova Figueroa, U.M. (2016, 6 de abril). Nuevo ecosistema como solución. El Nuevo Día, p. 53. Sobre la hiperespecialización y su efecto sobre la responsabilidad y la solidaridad, Morin, E. (1999). La cabeza bien puesta. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.
[8] Para una version reciente de esta narrativa, Daubón, R. y Borschow, J. (2016, 5 de marzo). Vínculo ciudadano con el éxito de una economía. El Nuevo Día, p. 52.
[9] Harvey, D. (2013). El futuro de los comunes. En V.V.A.A. El síntoma griego (pp. 99-114). Madrid: Errata Naturae.
[10] Negri, A. (2006). Movimientos en el imperio. Barcelona: Paidós.
[11] Agamben, G. (2008). El reino y la Gloria. Para una genealogía teológica de la economía y el gobierno. Valencia: Pre-Textos.
[12] Citada en, Baiges, S. (2016, 28 de febrero). El neoliberalismo aplica la necropolítica, deja morir a las personas que no son rentables. Eldiario.es Tomado de: http://www.eldiario.es/catalunyaplural/neoliberalismo-aplica-necropolitica-personas-rentables_0_479803014.html.
[13] Monbiot, G. (2016, 15 de abril). Neoliberalism: the ideology at the root of all our problems. The Guardian. Tomado de:http://www.theguardian.com/books/2016/apr/15/neoliberalism-ideology-problem-george-monbiot?CMP=share_btn_fb.
[14] Foucault, M. (1980). Power/Knowledge: Selected Interviews and other Writings, 1972-1977. New York: Pantheon Books.
[15] Sigo aquí el análisis que A. Fontana y P. Pasquino sugieren en su entrevista Foucault incluida en la cita previa.
[16] Baudrillard, J. (1993). La ilusión del fin. Barcelona: Anagrama.
[17] Agamben, ibid.
[18] Morin, ibid.
[19] Derrida, J. (1994). Specters of Marx. New York: Routledge.
[20] Lefebvre, H. (1976). Hegel, Marx, Nietzsche. México: Siglo XXI Editores.
[21] Negri, A. (1991). Marx beyond Marx. Lessons on the Grundrisse. New York: Autonomedia.
[22] Ibid.
Lista de imágenes:
1. Boing-Boing, What is Neoliberalism?, 2016.
2. Alezander Billet y Adam Turl, Neoliberalism and the Radical Imagination, 2015.
3. John McCann, Zombie Economics, 2014.
4. El Fisgón, Cómo sobrevivir al neoliberalismo sin dejar de ser mexicano, 1999.