Breve arqueología (y apología) de la basura

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Corre el año 1570 cuando Lamberto Wyts, miembro del séquito de Ana de Austria en su viaje a Madrid para sus nupcias con Felipe II, compone el siguiente relato de la capital del reino:

Tengo a esta villa por la más sucia y puerca de todas las de España, visto que no se ven por las calles otros que grandes servidores (como ellos les llaman), que son grandes orinales de mierda, vaciados por las calles, lo cual engendra una fetidez inestimable y villana, que si se os ocurre andar por el fango, pues sin eso no podéis ir a pie, vuestros zapatos se ponen negros, rojos y quemados. No lo digo por haberlo oído decir, sino por haberlo experimentado varias veces. Después de las diez no es divertido pasearse por la ciudad, tanto que, después de esa hora, oís volar orinales y vaciar la porquería por todas partes (Blasco 19).

A pesar de las palabras de Wyts, sin duda sorprendido ante la contumacia de la recién creada Villa y Corte, una ciudad masificada, mal preparada para responder a las necesidades de la población capitalina, no debemos pensar que el caso madrileño fuera una excepción a la época. Hasta que en el siglo XVIII se generalicen las primeras medidas efectivas de recogida de basuras y canalización de aguas negras, el método más común para desprenderse de cualquier inmundicia consiste, sencillamente, en arrojarla a la calle.

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La cotidianidad con la que se habita junto al desecho motiva un exacto conocimiento de su naturaleza y tipos, así como la definición de sus características con el fin de aplicar medidas que atenuasen algunos de los problemas que originaba a pie de calle. Los bandos municipales conceden especial importancia al vaciado de excrementos humanos y sobras alimenticias desde las casas, cuyo peligro para la salud, además de la amenaza que representaba para los transeúntes, podía ocasionar graves conflictos de orden público. En 1585 la "Sala de alcaldes" aconseja que estos vertidos se realicen a partir de las doce de la noche y desde las ventanas, que el lanzamiento se dirija a los medios de la calle para evitar "duchas a los viandantes", y que si se efectúa durante el día se avise al grito de "¡agua va!". Unos años después, el pregón sobre recogida de basuras del corregidor Gonzalo Manuel ofrece su categorización en tres grupos: los desperdicios que se pueden evacuar al grito de "¡agua va!" ("aguas mayores y menores, excrementos gruesos y fluidos"), aquellos que se recomienda sacar por las noches y en recipientes ("tierra, trapos viejos, retazos, vidrios quebrados, cascotes, cascos de ollas o tinajas, retazo de papel, esteras, espuertas viejas, estiércol de caballo u otro animal, verduras, cascas de frutas o plumas de ave"), y los que no son basura y su retirada corre a cargo del propietario ("terreras de las obras, granjas, cascas de vendimia y estiércol") (Blasco 50).

El rabelesiano exhibicionismo de la porquería incluye una de las prácticas más generalizadas de limpieza, las llamadas "mareas", en las que cuadrillas de barrenderos al manejo de unos carros provistos de palas y rodillos aprovechan las lluvias invernales para arrastrar los lodos, antes solidificados, a colectores como el que se ubicaba en la ahora emblemática Puerta del Sol. Toda una grotesca procesión de carros, mulas, “mangueros” y gañanes cuya pestilencia liberada impregna casas y calles y compromete la salud de quien encuentran a su paso. El contacto con la excrecencia, o el hallarse materialmente enterrado en ella (en otro de los documentos municipales se apunta la necesidad de eliminar estos lodos que "impedían ver a los que andaban por las calles"), convierte a la ciudad barroca en un espacio promiscuo que desactiva las dicotomías más tarde asumidas entre salud y enfermedad, alto y bajo, íntimo y público. Todo se mezcla en un entorno saturado donde los desechos se acumulan en las calles, los olores nauseabundos asaltan a cualquiera de sus habitantes o el contagio de enfermedades representa uno de los miedos urbanos menos infundados.

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El siguiente testimonio que Fray Francisco de Pereda escribe en 1604 reafirma la confusión entre estas instancias, además de ejemplificar la divergencia de perspectivas entre el súbdito centroeuropeo y el peninsular. Su retrato sugiere una curiosa equivalencia entre la habitual habitación en cuevas y sótanos (es decir, bajo capas de excrementos) y la vivienda en superficie, como si lo primero no supusiera especiales quebrantos para una población de por sí inmersa en sus detritos:

Habiendo en el lugar muy grande población debajo de tierra, porque en todas las casas hay debajo de tierra aposento y sótanos, como encima en el aire, y están igualmente habitadas de muchos hombres, con todo eso viven muy sanos, sin achaques, con muy buen color y sin dolencias, que es eficacísimo argumento de la sanidad del aire, pues vemos que en otros lugares no se puede vivir aun sobre la tierra, sino que es menester, para tener salud, que sean los aposentos altos (Blasco 59).

Que por entonces no se haya instituido un mecanismo eficaz de eliminación de los desperdicios señala la ausencia de una mirada sobre la basura como la que se fragua a lo largo del siglo XVIII, en que su sistemático ocultamiento materializa el programa normativo, de permisos y exclusiones, que el espíritu ilustrado extiende por todos los ámbitos sociales. Los planes urbanos de gestión de basuras se unen, de acuerdo con la teorización foucaultiana, al conjunto de prácticas crecientemente reguladas que aspiran a una depuración integral de la polis en tanto entorno geográfico y cuerpo político. Lo que escapa a la asepsia de la norma se transforma en uso desviado que debe ocupar un lugar secreto, invisible en la esfera social. La basura se convierte así en ese conglomerado de objetos amenazantes e incompatibles con las virtudes ciudadanas.

Así, en 1761 y bajo el reinado de Carlos III, se inician las obras de alcantarillado de Madrid a partir del plan elaborado por el ingeniero civil Teodoro Ardemans. En él se contempla la construcción de una red de letrinas en las viviendas, cañerías, pozos negros y colectores de aguas fecales que, en un orden simbólico, establece qué puede visibilizarse en el seno de la polis y qué debe desarrollarse al margen (o por debajo) de ella. La inauguración de esta primera red de albañales moderna coincide con otras iniciativas de saneamiento de la ciudad, como la ampliación de avenidas, el ensanchamiento de plazas (caso de la propia Puerta del Sol), o la creación de jardines urbanos sobre la premisa de racionalizar los usos del espacio público.

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Frente a la vida a pie de calle donde antes se desplegaban las más diversas actividades humanas, el paso hacia la modernidad clásica[1] descubre el ámbito de lo privado como la esfera reservada para las prácticas que quedan al margen de la acción regulada. El higienismo que impregna el discurso dominante del siglo XIX no sólo representa, como ha señalado Gabriela Nouzeilles, el mecanismo que rige las condiciones sanitarias del cuerpo social, sino que ejerce de modelo cultural orientado por la utopía liberal de bienestar y progreso (37). Ciencia, moral y gobernabilidad se alían para apartar de la polis lasactividades consideradas impúdicas[2] y potencialmente desestabilizadoras.

En este terreno de lo biopolítico, es decir, de la fuerza de ley que domestica el cuerpo social donde se refleja el de cada individuo (esos cuerpos que se miden y contabilizan, sobre los que se arbitran normas de comportamiento, consejos de salud, marcos de educación, horarios laborales, modos de ocio, lugares de tránsito, momentos de descanso, modelos de familia, hábitos sexuales y "tipos de exclusión" que reprimen sus desviaciones), el desarrollo social contemporáneo aparece como la historia de la progresiva expansión del poder higienizante.

Las categorías foucaultianas aquí mencionadas, que el triunfalismo neoliberal hizo caer en un cierto desuso, gozan de una nueva vitalidad con la crisis económica y de legitimidad que vive Europa y Estados Unidos desde 2008. En este sentido, podemos preguntarnos si la sociedad de consumo no oculta, tras el simulacro de la excitación de los placeres, una tecnocracia cuyo poder represivo y capacidad de control adquiere un alcance desconocido hasta el momento, o si el ciberactivismo no transcurre en el contexto de un universo digital animado por la lógica del entretenimiento y el consumo, y unas posibilidades, quizás más amplias, para las políticas de seguridad centradas en el rastreo y archivo de información[3].

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La progresiva lejanía con esa frontera de lo real que representa la basura, ya sea como síntoma (en tanto excedente)  que explica el conjunto social, o materia que apela a la percepción primera de los sentidos, es la variable que explora Slavoj Zizek en Examined Life(2008), documental donde el pensador esloveno plantea la conveniencia de recuperar la visibilidad física y la fuerza metafórica del desperdicio. Para Zizek, la posibilidad transformadora reside en una nueva mirada sobre lo inmundo que preserve su radicalidad, es decir, su incapacidad para reinsertarse en el ciclo de la producción por medio de reciclajes o reutilizaciones. La emancipación habita en su carácter eminentemente marginal e incompatible con la fuerza higiénica, un poder subversivo semejante al de un orinal lanzado contra la cabeza de algún Lamberto Wyts, o al de esos lodos que embarraban las calzas de los cortesanos y amenazaban con causarles una diarrea fatal.

Notas:

[1] Me refiero al periodo moderno que se inicia con las revoluciones liberales de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX en los países occidentales.

[2] Como puntualiza Foucault, a comienzos del siglo XVII “las prácticas no buscaban el secreto; […] se tenía una tolerante familiaridad con lo ilícito. Los códigos de lo grosero, de lo obsceno y de lo indecente, si se los compara con los del siglo XIX, eran muy laxos” (9).

[3] En este sentido, los recientes trabajos de Eugeny Morozov, como su conocido The Net Delusion: The Dark Side of Internet Freedom exploran el reverso de las nuevas tecnologías y sus extraordinarias aplicaciones para el control de la información y los individuos.

Lista de referencias:

Álvarez Sierra José: Carlos III y la higiene públicaFolletos para médicos(vol 51). Madrid: Dirección General de Sanidad, 1956.

Blasco Esquivias, Beatriz: ¡Agua va! La higiene urbana en Madrid (1561-1761). Cajamadrid, Madrid, 1998.

Foucault, Michel: Historia de la sexualidad, México, Siglo XXI, 2002.

Nouzeilles, Gabriela: Ficciones somáticas, naturalismo, nacionalismo y políticas médicas del cuerpo (Argentina 1880-1910). Rosario: Beatriz Viterbo editora, 2000.

Taylor, Astra: Examined Life. Philosophy is in the Streets. Canada: Sphinx Productions, 2008.